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Almirante Oquendo



El Almirante Oquendo fue botado al agua en Sestao (España) en 1891 y resultó hundido en Santiago de Cuba en 1898 durante la batalla naval de Santiago de Cuba. Recibía su nombre en memoria de Antonio de Oquendo.

Formó parte de la Escuadra del Almirante Cervera durante la Guerra de Cuba.

El Almirante Oquendo y sus dos hermanos gemelos, el Infanta María Teresa y el Vizcaya eran versiones más grandes de la clase Orlando[1]​ (según otros de la clase británica Galatea), que desplazaba 5000 t, con un blindaje basado en el mismo principio y con una artillería más potente.

Estos buques, catalogados como cruceros protegidos de 1ª clase, fueron también catalogados como cruceros acorazados por otras marinas, ya que, pese a su escaso desplazamiento (6890 t), su protección (cinturón blindado de 305–254 mm y barbetas 229 mm) era muy superior a la habitual en los cruceros protegidos (de 70 a 152 mm, salvo excepciones). Por lo tanto, se debe tener en cuenta la posibilidad de designar, o localizar designados, a estos buques de las dos formas.

Buques excelentes sobre el papel, aunque con una acusada debilidad en la superestructura donde se asentaba toda la batería media, en la práctica y debido especialmente al secular retraso de la industria española, acabaron quedando por debajo de lo esperado de ellos.

Un estrecho cinturón blindado de acero compound cubría las dos terceras partes de la línea de flotación en el centro del buque, con la cubierta blindada plana sobre el cinturón, pero curvándose hacía abajo en los extremos, con un glacis inclinado blindado sobre la sala de máquinas. Se colocaron anchas carboneras sobre el cinturón, con un grupo de carboneras más estrechas a los lados de la sala de máquinas por debajo de la línea de flotación. Tenían su mayor debilidad en sus altas bandas, donde se situaban las piezas de medio y pequeño calibre sin más protección que las que les proporcionaban los manteletes de las piezas y el propio costado del buque, dejando desprotegidos a los sirvientes de las baterías.[2]

Como todos los buques de guerra de la época, a pesar de estar construidos en acero aún utilizaban profusamente la madera tanto para elementos decorativos como en mobiliario, las cubiertas y los aparejos, haciendo al Almirante Oquendo y sus otros compañeros de flota seriamente vulnerables al fuego.

Los cañones González Hontoria de 280/35 mm Mod.1883 se colocaron a proa y a popa, montados en dos poderosas barbetas protegidas. Además poseían una batería de 10 cañones de repetición de 140 mm sobre la cubierta superior, que tenían como única protección los propios manteletes. Los ascensores de municiones de estas piezas estaban completamente indefensos. La artillería de tiro rápido no tenía protección de ningún género. Los tubos lanzatorpedos, situados a proa, fueron el gran error de la Armada Española, al basar en estos su filosofía de ataque, cuando sus torpedos tenían un alcance máximo de 800 m.

El buque recibió el nombre honrando al Almirante Antonio de Oquendo (15771640), que mandó la flota española durante la batalla de Pernambuco (1633), donde los españoles lograron una gran victoria contra los holandeses. Siete años más tarde, su salud quedó dañada seriamente durante la batalla de las Dunas (The Downs, en la costa inglesa) contra la escuadra de Tromp, muriendo unos meses después en La Coruña.

En la primavera de 1898, el buque Almirante Oquendo estaba en La Habana, Cuba. Al regreso del Vizcaya a La Habana después de su visita profética a Nueva York, ambos buques pusieron rumbo a las islas de Cabo Verde para unirse a la escuadra del almirante Cervera. El Oquendo no pudo ser atracado y su casco no se limpió. Por consiguiente, las condiciones de la parte sumergida de su casco eran muy malas. Podía hacer solamente de 12 a 14 nudos. Como parte de la escuadra del almirante Cervera, el Oquendo navegó hacia el Caribe. Durante la batalla del 3 de julio en Santiago, el Oquendo fue el cuarto barco en salir. En ese momento el USS Iowa, el USS Oregon y el USS Indiana habían avanzado su posición, teniendo en la línea de tiro toda la boca de la bahía de Santiago. Esto provocó que sobre el Oquendo cayera todo el fuego concentrado de los tres acorazados, siendo destrozado incluso antes de salir por completo. Recibió 43 impactos de los cañones de 57 mm del Iowa, por lo que la mayor parte de los marineros en las cubiertas superiores fueron muertos o heridos. El Oquendo también sufrió el fuego de los cañones más pesados de la flota norteamericana, incluyendo tres impactos de 203 mm (8 pulgadas), uno de 152 mm (6 pulgadas), un impacto de 127 mm (5 pulgadas) e impactos de 102 mm (4 pulgadas). Uno de los impactos de 203 mm reventó debajo del cañón de la torre de proa, inutilizando esta y matando al oficial y a todos los sirvientes. Para agudizar el desastre si cabe, hay que recordar que gran parte de los proyectiles que utilizaban los cañones de 140 mm estaban defectuosos de fábrica, de tal manera que al dispararse, los gases salían por la culata. Ocurrió por tanto lo inevitable, un cañón despidió el cierre matando a todos los sirvientes. Después de que las calderas estallaran, el Oquendo no tenía ninguna capacidad de combate. Su comandante, el capitán Lazaga, mortalmente herido, lo emabarrancó a toda máquina, hostigado ya en todo el trayecto por toda la escuadra enemiga y con numerosos incendios a bordo. El buque embarrancó sobre las 10:30 de la mañana a unos 700 m (menos de media milla) de la orilla cubana, a 12,6 km de Santiago, perdió cerca de 120 hombres en la batalla. Así relata Víctor M. Congas Palau, comandante del Infanta María Teresa, la destrucción del Oquendo una vez llegados a la playa:

Al día de hoy, muy cerca de la costa, en la playa de Juan González, sobresalen aún del agua, que oculta los restos del navío, dos de sus cañones.



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