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Almirante de Castilla



El almirante de Castilla era el oficial del rey de Castilla al frente de la Armada. Fue una dignidad creada en 1247 y que perduró hasta el año 1705.

El título de almirante de Castilla fue creado por el rey Fernando III el Santo en 1247 para la toma de Sevilla, nombrando a Ramón de Bonifaz para ese cargo. Este título se encontraba revestido de gran autoridad, poder y preeminencias, que aparecen especificadas por Alfonso X el Sabio en la segunda Partida de las Leyes; en ella se decía que quien fuese elegido, había de llegar ante el rey ataviado con valiosas vestiduras de seda, recibir un anillo en la mano derecha, en señal de la honra que se le hacía, una espada representando el poder delegado, y un estandarte con la armas reales por acabdillamiento otorgado en representación del monarca.[1]

El almirante residía ordinariamente en Sevilla, por estar allí las Atarazanas Reales y ser lugar donde se armaban y organizaban las flotas y radicar allí también el tribunal especial marítimo. Entre las múltiples atribuciones y facultades del almirante, figuraban tener voz y voto de calidad en el Consejo de Castilla.

Desde 1405 hasta 1705, año en que este cargo desaparece, se constituyó en patrimonio de los Enríquez, descendientes del infante Fadrique Alfonso de Castilla, hijo natural del rey Alfonso XI el Justiciero. Alfonso Enríquez, por concesión de Enrique III, fue el primero de esta familia que ostentó el Almirantazgo.

En el siglo XV, durante el reinado de los tres últimos Trastámara, la institución del Almirantazgo se transforma: «el Almirante pasa a ser un palaciego que intriga para acrecentar sus preeminencias».[2]​ Las funciones de servicio a la Corona perdieron importancia frente a la mera obtención de ingresos para la familia Enríquez. El almirante de Castilla dejó de participar personalmente en las guerras navales, a la vez que la marina de guerra castellana se transformaba, reemplazando las galeras reales por veleros privados contratados para cada campaña. El afán recaudatorio de los Enríquez les llevó a conflictos con los nobles andaluces, con la ciudad de Sevilla e incluso con la propia Corona.[3]

En 1726 después de un corto intervalo, sin haberse hecho nuevo nombramiento de tal dignidad, Felipe V acordó no proveerla, y en 1737 fundió los almirantazgos españoles en la suprema jerarquía de almirante general de la Armada, concedida al infante don Felipe.[4]

La siguiente es una lista de las personalidades que ostentaron esta dignidad:[5][4][6]



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