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Altruismo



El altruismo (del francés antiguo altrui, «de los otros») se puede entender como:

De acuerdo a la Real Academia Española, el altruismo proviene del francés altruisme y designa la «diligencia en procurar el bien ajeno aún a costa del propio».

El término altruismo se refiere a la conducta humana y es definido como la preocupación o atención desinteresada por el otro o los otros, al contrario del egoísmo. Suelen existir diferentes puntos de vista sobre el significado y alcance del altruismo o cuidar de los demás desinteresadamente, sin beneficio alguno.

En línea con los estudios de Daniel Batson, Elena Gaviria afirma que "existe una cantidad considerable de evidencia empírica que sugiere que, por lo menos, tenemos la capacidad de comportarnos movidos por sentimientos no puramente egoístas. El que manifestemos o no esa capacidad depende probablemente de muchos factores, pero la tenemos, y eso ya es algo".[2]​ El altruismo en sí mismo no es observable, ya que requiere inferencias sobre intenciones y motivos, así que los estudios de la psicología social se han consagrado empíricamente a la observación de la conducta de ayuda. Así pues, los elementos involucrados son el donante de ayuda o benefactor y los factores situacionales envueltos en el ofrecimiento o negación de la misma, y solo después se analizan los determinantes motivacionales de la conducta.[3]​ Según la Enciclopedia Blackwell de Psicología social (1995) se incluye dentro de las conductas prosociales consideradas beneficiosas para otras personas y para el sistema social: la ayuda (cualquier acción que tiene por consecuencia un beneficio a otra persona), el altruismo (conducta que supone más beneficios al receptor que a aquel que la realiza) y la cooperación (conducta que supone un beneficio común y en la cual son todos las que la cursan benefactores y receptores). Las dos primeras son más bien de carácter interpersonal, la última de carácter más bien grupal.[4]

En cuanto a la ayuda, los experimentos han determinado que, contrariamente a lo que pueda suponerse, la conducta de ayuda suele inhibirse cuantos más espectadores se hallen presentes (bystander effect), ignorancia pluralista. En el modelo de John Darley y B. Latané,[5]​ la prestación de ayuda se somente a cinco pasos consecutivos que si se resuelven afirmativamente desembocan en la conducta de ayuda:

La ayuda puede ser directa o indirecta y los costes pueden ser altos tanto por ayudar como por no ayudar. Entre los motivos de esta conducta se encuentran el refuerzo positivo del aprendizaje de la misma en el pasado, también los factores emocionales y neurológicos implicados en la empatía y la retribución y las normas sociales y personales.[7]​ Por otra parte, el altruismo puede resultar contraproducente según el juicio del receptor: hay que distinguir entre la ayuda que alguien pide y la que se ofrece sin haber sido solicitada; en este último caso es frecuente que hacer un favor no pedido para sentirse bien el ayudante se rechace si el ayudado es persona con autoestima y autonomía altas. Desde el punto de vista del receptor, la petición de ayuda es el resultado de un proceso con tres fases que solo si se contestan afirmativamente conducen a la petición de ayuda, y en el cual hay un proceso de cálculo entre beneficios y costes:

Según A. Nadler,[9]​ el que una persona decida pedir ayuda o no depende de tres factores:

Referente a lo primero, desde el punto de vista de la autoestima es más costoso pedir ayuda para los hombres que para las mujeres y para las personas de más alta autoestima que para los de más baja. Respecto a lo segundo, cuando el problema está directamente relacionado con la imagen personal y social es menos probable que se solicite ayuda (es menos frecuente recurrir a un psicólogo o psiquiatra por la salud mental que a un médico por la salud física). Además, es disuasor no poder devolver el favor al otro cuando creemos que se espera de nosotros que lo hagamos. En cuanto a lo tercero, la gente suele preferir como donante a alguien que no sea demasiado amenazante para su autoestima antes que a una persona más competente: debe parecerse al potencial benefactor. La gente suele recurrir a parientes, a amigos o a personas semejantes a ellos para pedir ayuda (Alcohólicos anónimos, por ejemplo), porque las relaciones interpersonales entre desconocidos exigen reciprocidad, mientras que entre conocidos se trata de relaciones comunales.[11]

Auguste Comte acuñó la palabra "altruisme" en 1851 y ésta fue adoptada luego por el español. Muchos consideran su sistema ético algo extremo, pues según este los únicos actos moralmente correctos son aquellos que intentan promover la felicidad de otros.

Es la conducta que beneficia a otros, que es voluntaria y cuyo autor no pide beneficios externos. Aunque la finalidad propia del altruismo puede presentar varias dificultades, el motivo de esto se debe a que los agentes morales presentan toda una serie de prejuicios cognitivos que hacen las labores altruistas y activistas más dificultosas. Algunos de estos prejuicios se reflejan en una parcialidad que lleva a dar prioridad a algunos individuos sobre otros. Esto provoca que se asigne menos importancia a ciertas causas que en realidad son más significativas que otras consideradas como menos relevantes, es decir, presentan un cierto grado de subjetividad. Algunos de estos prejuicios pueden ser las actitudes sexistas, racistas, xenofobia, chovinistas entre otras. Además, las tendencias egoístas llevan a que nos desentendamos de causas que podrían conseguir un impacto mayor en el mundo.

Por otra parte, otros prejuicios provocan que adoptemos patrones irracionales en nuestra toma de decisiones. Esto se debe a que muchas de nuestras inclinaciones e intenciones a la hora de actuar han sido seleccionadas a lo largo de la historia natural por razones de carácter evolutivo. Esto se debe a que éstas presentaron ventajas en la transmisión de nuestro material genético. Pero, en realidad, éstas no ofrecen ninguna ventaja a la hora de deliberar sobre la forma en la que debemos actuar. Más bien, todo lo contrario. Pero es necesario recalcar que estas intenciones no determinan necesariamente lo que buscamos y cómo lo debemos buscar. Pero es cierto que sí pueden modifican nuestras inclinaciones y condicionan nuestra forma de actuar en muchos casos. A lo largo de la historia evolutiva, las capacidades y disposiciones que se acabaron estableciendo no son las que estimulan la realización de ciertas funciones de la mejor manera, sino las que hicieron que el material genético se transmitiera de forma eficiente. Esto provoca que cuando intentemos formar parte de una causa de forma activa, no utilicemos nuestros recursos de la mejor forma por culpa de los distintos prejuicios o sesgos cognitivos que tenemos por causas evolutivas. Algunos ejemplos de estos sesgos cognitivos:

-Una incompetencia a la hora de comparar correctamente distintas magnitudes cuando estas son muy grandes.

-Confundimos aquello que deseamos que suceda con aquello que es previsible que suceda.

-Creemos que nuestras propias experiencias representan adecuadamente el conjunto de lo que ocurre. -Nos cuesta cambiar nuestra forma de ver las cosas incluso cuando se nos presentan evidencias nuevas que deberían cambiar nuestras posiciones o inclinaciones.

-Tendemos a no incluir en nuestras consideraciones aquellas opciones en las que hay incertidumbre.

El altruismo biológico en etología y, por consiguiente, en la biología evolutiva, es el patrón de comportamiento animal en el cual un individuo pone en riesgo su vida para proteger y beneficiar a otros miembros del grupo. Casi todas estas teorías explican cómo un individuo puede sacrificar incluso su propia supervivencia por proteger la de los demás, aunque siempre añaden el hecho de que entre los miembros de ese grupo ha de hallarse algún miembro que comparta parte de sus mismos genes. Esta sería una manera de asegurar la continuidad de su información genética. Pese a ello, esta teoría resulta insuficiente para explicar las conductas altruistas que se desarrollan hacia individuos no emparentados, es decir, con los que no se comparte información genética.

Para explicar el altruismo no emparentado, se ha postulado que, en estos casos, la conducta altruista se lleva a cabo cuando el individuo espera de alguna forma ser recompensado por el otro o por algún otro miembro del grupo; o que por último algunas de las conductas altruistas pueden ser el resultado de la necesidad del individuo de sentirse aceptado por el grupo o una persona, por sentirse partícipe dentro de él, con lo cual indirectamente también obtiene un beneficio. Esta acepción fue propuesta por científicos que exploraban las razones por las que podría haber evolucionado el comportamiento no egoísta. Se aplica no solo a las personas (altruismo psicológico), sino también a animales e incluso a plantas.

Existe, sin embargo, una interpretación de la noción de altruismo contraria a la anteriormente expuesta. En su obra El gen egoísta (1976), Richard Dawkins acusa a estas tesis de desviarse del darwinismo ortodoxo y propone, a cambio, una concepción que entiende la evolución considerando el bien del individuo (gen), y no el de la especie, como factor capital. Dawkins sostiene que lo que habitualmente se entiende por altruismo, esto es: la conducta de un organismo cuando se comporta de tal manera que contribuya a aumentar el bienestar de otro ser semejante a expensas de su propio bienestar[12]​ se trataría de un altruismo individual aparente y, por lo mismo, la conducta contraria sería un egoísmo individual aparente. Así, su tesis fuerte consiste en que existe una ley fundamental denominada egoísmo de los genes que explica tanto el altruismo como el egoísmo individual desde el punto de vista genético. En definitiva, Dawkins sostiene que la interpretación ortodoxa de la selección natural darwiniana es aquella que la concibe como selección de genes (egoísmo del gen), y no como selección de grupos (altruismo entre individuos).

En el siglo XIX, algunos filósofos como John Stuart Mill defendían que el ser humano no es naturalmente altruista, sino que necesita ser educado para llegar a serlo. Pitirim A. Sorokin reconocía limitaciones en el mismo. Recientemente se han hecho investigaciones que muestran que el altruismo aparece en el ser humano al cumplir los 18 meses, al igual que en el chimpancé; lo que sugiere que los seres humanos tienen una tendencia natural a ayudar a los demás.

Hay una serie de situaciones que nos incitan a los humanos a ayudarnos los unos a los otros y son las siguientes: cuando nos recompensan, cuando estamos de buen humor, cuando alguien más ayuda al hacer una atribución de altruismo y cuando las normas dictan ayuda. A nivel cerebral, las situaciones de ayuda mutua modeladas por el juego del dilema del prisionero inducen rápidos cambios en los ritmos del cerebro que predicen si se colaborará rápidamente en reciprocidad con la misma persona.[13]



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