La antífona (del latín antiphona, y este del griego ἀντίφωνος, significa voz que responde) es una forma musical y litúrgica propia de todas las tradiciones litúrgicas cristianas. Consiste en una melodía generalmente corta y sencilla, de estilo silábico, utilizada como estribillo que se canta antes y después de los versículos de un cántico, himno o salmo, normalmente en latín, en varios servicios religiosos del Oficio y de la Misa, como las Vísperas.
En el entorno religioso, Introito, Ofertorio y Comunión son conocidos también como antífonas, antiphona ad introitum, etc. (Véase Antífonas de Adviento). Musicalmente, es una pieza interpretada por la asamblea o por dos coros que cantan alternativamente versículos de los salmos; este modo de cantar es conocido como estilo antifonal, porque corrientemente se la asocia con la salmodia antifonal.
En la Edad Media se la conocía como un texto con melodía libre y sencilla que era cantada por la asamblea de fieles junto a los salmos; también fue usada fuera del entorno litúrgico, aunque mantenía un contenido paralitúrgico.
Es el tipo más sencillo de melodía de estilo libre y son muy frecuentes en el Liber usualis.
Ejemplo: Justus ut palma, verso 13, salmo92
Especial importancia tienen las O Antiphons, para Adviento, que se caracterizan por utilizar las palabras de uno de los atributos de Dios o Yaveh según las Sagradas Escrituras.
Ejemplo: O Sapientia.
Desde la Edad Media, las antífonas se recopilaban en manuscritos llamados antifonarios.
El Antiphonarium es un libro litúrgico-musical que complementa el misal y reúne el repertorio gregoriano de partes variables de la Misa.
Inicialmente recopilaba únicamente el texto de las antífonas. Con el tiempo, al evolucionar y hacerse más extensas y variadas, también se incluyeron la música y todos los cantos de la liturgia.
Un Antifonario importante, por su contenido y haberse conservado completo, es el Antifonario 8 del Archivo Catedralicio de León, s. X.
Otros ejemplos destacados son los Antifonarios de los monasterios de Silos, San Juan de la Peña y San Zoilo de Carrión.
Las antífonas más antiguas, como las del Magnificat, son muy adornadas, generalmente de estilo neumático.
Las antífonas cantadas durante los oficios de la Misa, generalmente son simples y cortas, de estilo silábico.
En sus orígenes eran melodías cortas, sencillas, libres y eminentemente silábicas; a lo largo del siglo XII incorporaron la polifonía.
La mayor parte de las antífonas conservadas en las liturgias cristianas, sobre todo las del Rito romano y el Rito hispánico, guardan un estilo melismático bastante sencillo, reflejo de su origen en los cantos responsoriales.
Considerando su forma de interpretación, se obtienen las siguientes estructuras básicas:
A = antífona
V = versículo del salmo
La antífona podía aparecer al principio, final o entre cada uno o dos versos del salmo.
En sus orígenes, cuando musicalmente era una melodía libre y sencilla, era interpretada por la asamblea de fieles.
Posteriormente, al evolucionar y precisar técnicas musicales más elaboradas, esta función fue paulatinamente asumida por el coro, que alternativamente recitaba los versos del salmo.
Se desconoce si se utilizaban instrumentos musicales.
Su origen se encuentra probablemente en el estilo repetitivo de los servicios litúrgicos judíos.
Según Sócrates de Constantinopla, fue introducida en la iglesia cristiana de Antioquía por Ignacio de Antioquía (†107), que tuvo una visión de ángeles cantando en coros alternos.
San Ambrosio, obispo de Milán (340-397), las introdujo en la iglesia cristiana occidental, recopilando cantos antifonales en libros llamados Antifonarios.
Nació al utilizar, adaptar y combinar elementos, centonización, de algunas melodías populares a nuevos textos.
Se menciona en la descripción del viaje de Egeria a Tierra Santa, Itinerarium ad Loca Sancta, de finales del s. IV, donde hace referencia a prácticas de la liturgia hebrea en Israel:
En sus orígenes, el verso antifonal se repetía probablemente después de cada versículo de un salmo, himno o cántico. Pero sus usos litúrgicos se fueron modificando, cantándose en el estribillo antifonal solo antes y al terminar el canto. En la actualidad solo se utiliza la entonación o frase inicial de la antífona antes del salmo, quedando el resto de este estribillo para el final.
Algunas piezas más elaboradas, originariamente antífonas, se desarrollaron para convertirse en cantos independientes de un salmo o cántico -las antífonas del Introito, el Ofertorio, la Comunión, etc.- que conservan un solo verso o ninguno.
Agobardo (779), en su Liber de Correctione Antiphonari, criticando las prácticas profanas y herejes, menciona:
Las antífonas se recopilaron inicialmente en los libros de salmos, salterio y de cánticos; un ejemplo es un códice de la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, del s. X, y posteriormente en los Antifonarios.
Al evolucionar se independizaron del salmo, constituyendo cantos independientes y reutilizables.
En su forma polifónica fueron ampliamente utilizadas durante la Edad Media y el Renacimiento.
Desde comienzos del Renacimiento, la antífona y el motete tenían la misma estructura.
La antífona votiva evolucionó teniendo cada vez un estilo más florido; fue la forma musical más extendida de finales del s. XV.
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