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Antinatalista



El antinatalismo es la posición filosófica, política o demográfica contraria a la reproducción y el nacimiento de nuevos seres humanos. El antinatalismo es lo contrario al natalismo.

El antinatalismo atribuye un valor negativo a la procreación. Los antinatalistas argumentan que las personas deben abstenerse de procrear ya que es un acto éticamente incorrecto (algunos también reconocen la procreación de otros seres sintientes como moralmente incorrectos). En escritos académicos y literarios, varios fundamentos éticos fueron establecidos para confirmar el antinatalismo.[1]​ El término “antinatalismo” se establece en oposición al término "natalismo" o “pro-natalismo”, y probablemente fue usado por primera vez como denominación de esa posición por Théophile de Giraud (nacido en 1968) en su libro L'art de guillotiner les procréateurs: Manifeste anti-nataliste.[2]

El antinatalismo puede tener fundamentos filosóficos, de carácter ético y moral, políticos y demográficos.[3]​ Puede ser defendido a título individual, por asociaciones y por gobiernos y organismos internacionales que desarrollen políticas de población antinatalistas para alcanzar objetivos socioeconómicos y estratégicos que requieren un óptimo de población.

Las enseñanzas de Buda (c. 400 a. C.), entre las cuatro nobles verdades y el comienzo del Mahāvagga, son interpretadas por Hari Singh Gour (1870-1949) de la siguiente manera:

Buda manifiesta sus proposiciones en el estilo dogmático de su época. Los expone en forma de sorites, pero, como tales silogismos, son lógicamente defectuosos y todo lo que desea transmitir es esto: ajeno al sufrimiento al que está sujeta la vida, el hombre engendra hijos y, por lo tanto, es la causa de la vejez y la muerte. Si solo se diera cuenta del sufrimiento que agregaría con su acto, desistiría de la procreación de niños, y de esta forma detener el desarrollo de vejez y muerte.[4]

Los marcionistas afirmaban que el mundo visible es una creación maligna de un demiurgo bruto, cruel, celoso y rabioso, Yahweh. De acuerdo con esta enseñanza, las personas deben oponerse a Él, abandonar su mundo, no crear personas y confiar en el Dios bueno de la misericordia, extranjero y distante.[5][6][7]

Los Encratitas observaron que el nacimiento lleva a la muerte. Para dominar a la muerte, las personas deben desistir de la procreación: “no producir hierba fresca para la muerte”.[8][9][10]

Los maniqueos, [11][12][13]​ los bogomilos[14][15][16]​ y los cátaros[17][18][19]​ creían que la procreación condena el alma al aprisionamiento en la materia mala. Ellos veían a la procreación como un instrumento de un dios malo, un demiurgo, o de Satanás, que aprisiona el elemento divino de la materia y, de esta manera, hace que el elemento divino sufra.

Las posiciones antinatalistas radicales, que cuestionan cualquier nacimiento, con posturas antinatalistas de carácter demográfico, que defienden un control de la natalidad y un control de la población al considerar que una población mundial excesiva (superpoblación) puede tener consecuencias desastrosas para la humanidad y su supervivencia a la vista de los límites de crecimiento de la Tierra.

Miguel Steiner, doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona, España, con la tesis doctoral Ética, sufrimiento y procreación[20]​ y autor de un Manifiesto antinatalista[21]​(2017), mantiene que el antinatalismo radical queda justificado con dos perspectivas confluyentes.

En su tesis doctoral Ética, sufrimiento y procreación (2000, UB, España) defiende el utilitarismo negativo, que sustituye el lema utilitarista de la mayor felicidad para el mayor número por el del menor sufrimiento y el menor número de afectados. Toda nuestra noción del mal se deriva de nuestra experiencia del sufrimiento, y sin la posibilidad de recibir daño no existiría mal alguno. No hay ninguna necesidad de llegar al mundo para poder ser feliz. De hecho, los padres no suelen defender la procreación con argumentos éticos. Sí es necesario, y las experiencias de la propia vida lo enseñan en todo momento, evitar el sufrimiento, por imperativo de su propia negatividad, es decir, su maldad inherente. Esta negatividad tiene grados, por lo cual aceptamos como bueno muchos males menores: hacemos sacrificios, justificamos el castigo… Pero lo importante en último término siempre es reducir el sufrimiento físico o psíquico (dolor, hambre, depresión, carencias...) en el mundo. El peor de los males es la tortura por generar el mayor sufrimiento.

Julio Cabrera considera la cuestión de un Ser creador en relación a la teodicea y argumenta que así como es imposible defender la idea un Dios bueno como creador, también es imposible defender la idea de un buen hombre como creador. En la paternidad, el padre humano imita al padre divino, en el sentido de que la educación puede ser entendida como una búsqueda de “salvación”, o de “camino correcto” para un hijo. Sin embargo, un ser humano podría optar por no sufrir de ninguna manera, mas no sufrir y posteriormente serle ofrecida la posibilidad de salvación del sufrimiento. En la opinión de Cabrera, el mal no es asociado con la ausencia de ser, sino con el sufrimiento y la muerte de aquellos que están vivos. Por lo tanto, al contrario, el mal es solamente asociado con el ser.[22]

Karim Akerma, en relación al problema moral del hombre como creador, introduce la antropodicea, un concepto similar al de teodicea. Su opinión se cifra en que cuanta menos fe existe en el Dios Creador Todo-Poderoso, más urgente se torna la cuestión de la antropodicea. Akerma entiende que, para aquellos que quieren llevar vidas éticas, la generación de sufrimiento requiere una justificación. El hombre no puede más exentarse de responsabilidad por el sufrimiento a través de una entidad imaginaria que establece principios morales. Para Akerma, el antinatalismo es una consecuencia del colapso de los esfuerzos de la teodicea y del fracaso de las tentativas de establecer una antropodicea. Según él, no hay metafísica ni teoría moral que puedan justificar la producción de nuevas personas y, por lo tanto, la antropodicea es indefendible, tanto como la teodicea.[23]

Julio Cabrera propone un concepto de “ética negativa” en oposición a lo que él ve como éticas “afirmativas”, que afirman el ser.[22][24][25][26][27]​ El describe la procreación como una manipulación, un daño, y como el envío unilateral y no-consensual de un ser humano hacia una situación inmoral, dolorosa y peligrosa. Para Cabrera, esta situación, la vida humana es “estructuralmente negativa”, en la medida en que sus componentes constitutivos son inherentemente adversos. Los más preeminentes de esos componentes son, según él, los siguientes:

Cabrera denomina el conjunto de estas características 1-3 la “terminalidad del ser”.

Cabrera considera la procreación como una manipulación ontológica y total: el propio ser de alguien es fabricado y usado, y por lo tanto, en contraste con casos intra-mundanos en que se es colocado en una situación dañosa, en el caso de la procreación no hay cualquier posibilidad de defensa contra ese acto. Según Cabrera, la manipulación de la procreación es visible principalmente en el carácter no-consensual y unilateral de ese acto, de manera que procrear es per se inevitablemente asimétrico, sea una procreación premeditada, o sea debido a negligencia; está siempre vinculado a intereses (o desintereses) de otros humanos, no del humano creado. Más allá de eso, Cabrera afirma que, en su opinión, la manipulación de la procreación generalmente no se limita al acto de creación en sí, sino que continua en el proceso de educación del niño/a, donde será moldeada/o de acuerdo con las preferencias de los padres para su satisfacción. Él enfatiza que, aunque no sea posible evitar la manipulación durante la procreación, es perfectamente posible evitar la procreación en sí, y que, entonces, ninguna regla moral es violada si la criatura no es perjudicada de forma alguna. De acuerdo con Cabrera, en la ética, y también en las éticas afirmativas, hay un concepto abarcador que él llama la “Articulación Ética Fundamental”, “AEF”: la consideración de los intereses de los otros, no manipular y no perjudicar. La procreación es para él una violación obvia de la AEF. En su opinión, los valores incluidos en la AEF ya son ampliamente aceptados por las éticas afirmativas e, de ser abordados radicalmente, deben llevar al rechazo de la procreación. Cabrera distingue entre “muerte estructural” (“ME”), (similar a la mortalidad, pero con un grado de abstracción mayor y más abarcador de la situación humana), el proceso de morir iniciado por el nacimiento y “muerte puntual” (“MP”), el momento en que se deja de existir. En su opinión, reconocer a la muerte (en el sentido de la ME) como mala y lamentar tener que morir, debe ser idéntico a reconocer el nacimiento como malo y arrepentirse de nacer, ya que no nos es posible no nacer no-mortalmente.

Julio Cabrera, Seana Shiffrin, Gerald Harrison, Juilia Tanner y Asheel Singh argumentan que la procreación es moralmente problemática a causa de la imposibilidad de obtener consentimiento del humano que será creado. Cabrera argumenta que la procreación es una violación de la autonomía porque no tenemos el consentimiento de un humano cuando obramos en nombre de él a través de la procreación, y que un agente racional, poseyendo informaciones confiables sobre la situación humana y la capacidad de opinar en su posible venir a existir, puede no escoger nacer y sufrir los dolores asociados a la existencia (esta es una referencia a un experimento mental mental propuesto por Richard Hare, que supone que sería obvio escoger el nacimiento).[28]

Gerald Harrison y Julia Tanner argumentan que cuando queremos afectar significativamente a alguien con nuestra acción y no es posible obtener su consentimento, entonces la posición estándar debe ser no tomar tal acción. La excepción es, de acuerdo con ellos, acciones por las cuales queremos evitar que alguien sufra un daño mayor (por ejemplo, empujar a alguien fuera del camino de un piano en caída libre). Sin embargo, en la opinión de ellos, tales acciones ciertamente no incluyen la procreación, porque antes de tomar esa acción, nadie existe.[30][31][32]

Asheel Singh enfatiza que no es acertado pensar que venir a la existencia es siempre un daño general para reconocer el antinatalismo como una visión correcta. En su opinión, es suficiente pensar que no hay derecho moral de infligir daños serios y evitables a los otros sin su consentimiento.[33]

Julio Cabrera,[34]​ David Benatar[35]​ (nacido en 1966), y Karim Akerma[36]​, argumentan que la procreación es contraria al imperativo práctico de Immanuel Kant (de acuerdo con Kant, un hombre nunca debe ser usado como un medio para un fin, mas siempre como un fin en sí mismo). Ellos argumentan que una persona puede ser creada para el bien de sus padres o de otras personas, pero que es imposible crear a alguien por su propio bien; y que, por lo tanto, siguiendo la recomendación de Kant, nosotros no debemos crear nuevas personas. Heiko Puls argumenta que las consideraciones de Kant en relación a deberes parentales y procreación humana en general implican argumentos para un antinatalismo éticamente justificado. Kant, sin embargo, de acuerdo con Puls, rechaza esa posición en su teleologia por razones meta-éticas.[37]​ Seana shiffrin enumera cuatro factores que, en su opinión, justifican el consentimiento hipotético de la procreación como un problema:

A finales del siglo XIX y principios del XX un grupo de autores franceses neomalthusianos, Fernand Colney –autor de La grève des ventres en 1907—, Paul Robin, Eugène Humbert, León Marimont, André Lorulot, Gabriel Giroud y el español Luis Bulffi de Quintana, defendieron la huelga de vientres como medida antinatalista demográfica que redujera el número de hijos y por tanto de familias numerosas en las clases bajas, que acababan en la miseria. Todos ellos fueron miembros de la «Liga de la regeneración humana» o «generación consciente» y son considerados como los primeros defensores del uso de los métodos anticonceptivos y precursores, por tanto, de la planificación familiar.[38]

Peter Wessel Zapffe (1899-1990) ve a los humanos como una paradoja biológica. La conciencia se volvió excesivamente evolucionada en los seres humanos, volviéndonos incapaces de funcionar normalmente como los otros animales: la cognición nos da más de lo que podemos cargar. Nuestra fragilidad e insignificancia en el cosmos se hacen visibles para nosotros. Queremos vivir, pero a causa de como evolucionamos, somos la única especie cuyos miembros están conscientes de que están destinados a morir. Somos capaces de analizar el pasado y el futuro, tanto de nuestra situación como la de otros, imaginar el sufrimientos de billones de personas (tanto como de otros seres vivos), hayan ellos vivido en el pasado o estén viviendo hoy, y sentir compasión de su sufrimiento. Anhelamos justicia y significado en un mundo donde ninguno de los dos ocurre. Esto garantiza que la vida de los individuos conscientes sea trágica. Tenemos deseos: necesidades espirituales de lo que esa realidad es incapaz de satisfacer, y nuestra especie todavía existe apenas porque limitamos nuestra consciencia para protegerla de lo que esa realidad realmente implica. La existencia humana equivale a una red enmarañada de mecanismos de defensa, que pueden ser observados individualmente y socialmente en nuestros patrones de comportamiento diarios. De acuerdo con Zapffe, la humanidad debe cesar este autoengaño, y la consecuencia natural sería su extinción, al abstenerse de la procreación.[39][40][41]

Algunos antinatalistas creen que la mayoría de las personas no evalúan la realidad de manera precisa, lo que afecta su deseo de tener hijos. Peter Wessel Zapffe identifica cuatro mecanismos represivos que usamos, de manera consciente o no, para restringir a nuestra consciencia de la vida y del mundo.

De acuerdo con Zapffe, los trastornos depresivos son frecuentemente “mensajes de una percepción más profunda e inmediata de la vida, frutos amargos una genialidad del pensamiento”. Algunos estudios parecen confirmar eso; se habla sobre el fenómeno del realismo depresivo, y Colin Feltham escribe sobre el antinatalismo como una de sus posibles consecuencias.[39]​ Algunos estudios parecen confirmar eso, Se habla sobre el fenómeno del realismo depresivo, y Colin Feltham escribe sobre el antinatalismo como una de sus consecuencias posibles.[42]

David Benatar, citando numerosos estudios, enumera tres fenómenos descritos por psicólogos, que, según él, son responsables por el hecho de que nuestras autoevaluaciones no son confiables:

1. Tendencia al optimismo – tenemos una perspectiva positivamente distorsionada de nuestras vidas en el pasado, el presente, y en el futuro.

2. Adaptación (o acomodación, habituación) – nosotros nos adaptamos a situaciones negativas y ajustamos nuestras expectativas de acuerdo con ellas.

3. Comparación – para nuestras auto-evaluaciones, más importante de como nuestras vidas están yendo es como nuestras vidas están siendo comparadas con las vidas de los otros. Uno de los efectos de eso es que los aspectos negativos de la vida que afectan a todos no son llevados en consideración para evaluar nuestro propio bienestar. Además, somos más propensos a compararnos con aquellos que están en una situación peor de aquellos que están en una situación mejor.

Benatar concluye:

Thomas Ligotti (nacido en 1953) llama la atención sobre la similitud entre la filosofía de Zappfe y la terror management theory (teoría del manejo del terror). La Terror management theory argumenta que los humanos están equipados con habilidades cognitivas únicas más allá de lo necesario para la supervivencia, lo que incluye el pensamiento simbólico, autoconsciencia, y percepción de sí mismos como seres temporales conscientes de la finitud de su existencia. El deseo de vivir junto con la inevitabilidad de la muerte causa terror en nosotros. La oposición a ese miedo es una de nuestras principales motivaciones. Para escapar del miedo a la muerte, construimos estructuras defensivas a nuestro alrededor para garantizar nuestra inmortalidad simbólica o literal, para nosotros sentirnos como miembros valiosos en un universo significativo, y para enfocarnos en protegernos de amenazas externas inmediatas.[44]

Marc Larock presenta una visión que el llama “deprivacionalismo”.[45]​ De acuerdo con esta visión:

(1) Cada persona tiene interés en adquirir una nueva preferencia satisfecha

(2) Siempre que una persona es privada de una nueva preferencia satisfecha, eso viola un interés y, por lo tanto, causa daños.

Larock argumenta que si una persona es privada de un número infinito de nuevas preferencias satisfechas, ella sufre un número infinito de daños y que tal privación es la muerte, a la cual conduce la procreación. Todos nosotros somos traídos a la existencia, sin nuestro consentimiento, y a lo largo de nuestras vidas, nos familiarizamos con una infinidad de bienes. Infelizmente, hay un límite para la cantidad de bien que cada uno de nosotros tendrá en nuestras vidas. Eventualmente, cada uno de nosotros morirá y seremos permanentemente excluidos de la perspectiva de cualquier bien adicional. La existencia, vista de esta manera, parece ser una broma.

Larock afirma que no es correcto neutralizar su visión afirmando que la muerte también es un beneficio infinitamente grande para nosotros, porque nos protege de un número infinito de nuevas preferencias frustradas. Él propone un experimento mental en el cual tenemos dos personas, María y Tom. La primera persona, María, muere a los cuarenta años a consecuencia de complicaciones causadas por una enfermedad degenerativa. María hubiera vivido por algún tiempo más, si no fuera por las complicaciones, pero solo sentiría cosas malas en su vida, no buenas. La segunda persona, Tom, muere a la misma edad debido a la misma enfermedad, pero en su caso la enfermedad está en tal estadio de gravedad que su cuerpo ya no es capaz de funcionar. Según Larock, es malo cuando alguien, como en el caso de Tom, encuentra la imposibilidad de continuar disfrutando de cosas buenas de su vida; la vida de todos llega a tal punto, si alguien vive lo suficiente y nuestras intuiciones no nos dicen que eso generalmente es bueno o incluso neutro. Por lo tanto, debemos rechazar la visión de que la muerte también es un beneficio infinitamente grande: porque pensamos que Tom fue desafortunado. En el caso de María, nuestras intuiciones nos dicen que su infortunio no es tan grande como el de Tom. Su infortunio disminuye por el hecho de que la muerte la salvó de un futuro en que llegaría a experimentar cosas malas. Larock piensa que, a pesar de la imposibilidad de experimentar cosas buenas futuras nos parezca perjudicial, la mera falta de una posibilidad lógica de experimentar cosas malas futuras no parece ser una ventaja compensatoria para nosotros. Si así fuese, no habría nada de extraño en reconocer que Tom no sufrió ningún infortunio. Pero él es una víctima de su infortunio, tanto como María. Sin embargo, el infortunio de Maria no parece haber sido tan grande porque su muerte la priva un gran sufrimiento. Larock es de la opinión de que la mayoría de las personas verá ambos casos de esa manera. Esta conclusión supuestamente lleva al hecho de que reconocemos que existe una asimetría entre los daños y beneficios que trae la muerte.

Larock resume su visión de la siguiente forma:

La existencia de todo paciente moral en nuestro mundo reposa sobre un error de cálculo moral bruto. A mi parecer, la no-procreación es el mejor medio de corregir ese error.

El utilitarismo negativo argumenta que minimizar el sufrimiento posee mayor importancia moral que maximizar la felicidad.

HermannV etter (nacido en 1933) concuerda con los presupuestos de Jan Narveson (nacido en 1936)[46]

1. No hay obligación moral de tener un hijo, incluso si tuviésemos la garantía de que él sería muy feliz al transcurrir su vida

2. Hay una obligación moral de no tener un hijo en el caso que fuese previsto que él sería infeliz. Sin embargo, el está en desacuerdo con la conclusión de Naverson:

3. En general, si no puede ser previsto ni que el hijo será infeliz o que traerá desutilidad para los demás, no hay deber para tener o no al hijo.

En vez de eso, el presenta la siguiente matriz teórica de decisión:

Basado en eso, el concluye que no debemos crear personas.[47][48]

Se entiende inmediatamente que el acto de “no generar un hijo” domina al acto de “generar un hijo” puesto que no hay consecuencias igualmente buenas como el otro acto en un caso y mejores consecuencias en el otro caso. Entonces es preferible el otro acto ya que no podemos excluir con certeza la posibilidad del hijo de ser más o menos infeliz; y nosotros nunca podemos. Entonces tenemos, al inverso de (3), la consecuencia de largo alcance: (3’) De cualquier modo, es moralmente preferible no generar un hijo.

Karim Akerma argumenta que el utilitarismo requiere los presupuestos menos metafísicos y es, por lo tanto, la teoría ética más convincente. Él cree que el utilitarismo negativo es correcto, porque las cosas buenas de la vida no compensan las cosas malas; en primer lugar, las mejores cosas no compensan las peores cosas, como, por ejemplo, la experiencia de dolor terrible.</ref>[23]

Bruno Contestabile cita el cuento “Los que se alejan de Omelas”, de Ursula K. Le Guin. En este cuento, la existencia de la ciudad utópica de Omelas y el estado favorable de sus habitantes dependen del sufrimiento de una niña torturada en un lugar aislado y que no puede ser ayudada. La mayoría acepta esta situación y permanece en la ciudad, pero aquellos que no concuerdan, que no quieren participar de ella, “se alejan de Omelas”. Contestabile traza un paralelo aquí: para que Omelas exista, la niña debe ser torturada y, de la misma forma, la existencia de nuestro mundo está relacionado al hecho de que alguien sea constantemente dañado. Según el autor, los antinatalistas pueden ser vistos como “aquellos que se alejan de Omelas”, que no aceptan tal mundo, y que no aprueban su perpetuación. Él coloca la cuestión: ¿puede ser que toda la felicidad sea capaz de compensar el sufrimiento extremo de incluso una sola persona?[49]

David Benatar argumenta que hay una asimetría crucial entre las cosas buenas y las cosas malas, como placer y dolor:

En relación a la procreación, el argumento continúa afirmando que venir a la existencia genera ambas sensaciones buenas y malas, dolor y placer, mientras que no venir a la existencia no implica ningún dolor o placer. La ausencia de dolor es buena, mientras que la ausencia de placer no es mala. Por lo tanto, la decisión ética se inclina en favor de la no-procreación.

Benatar explica la asimetría usando cuatro otras asimetrías que considera bastante plausibles:

De acuerdo con Benatar, al generar un hijo, nosotros somos responsables no solo por el sufrimiento de ese hijo, sino que nosotros podemos ser co-responsables por el sufrimiento de los descendientes posteriores de este hijo:

"Suponiendo que cada pareja tenga tres hijos, los descendientes acumulativos de una pareja original en diez generaciones totalizan 88.572 personas. Eso constituye mucho sufrimiento inútil y evitable. Ciertamente, la responsabilidad total por todo eso no es de la pareja original, pues cada nueva generación enfrenta la decisión de continuar con esa línea de descendientes. Sin embargo, ellos tienen alguna responsabilidad por las generaciones que les siguen. Si alguien no desiste de tener hijos, difícilmente puede esperarse que sus descendientes así lo hagan".[53]

Benatar cita estadísticas, mostrando a donde lleva la creación de personas. Se estima que:

Más allá de los argumentos filantrópicos que “surgen de una preocupación con los humanos que serán traídos a la existencia”, Benatar también afirma que otro camino para el antinatalismo es el argumento misantrópico, que en su opinión puede ser descripto de la siguiente forma:

El antinatalismo puede tomar una posición específica sobre la moralidad del aborto.

De acuerdo con Benatar, una persona comienza a existir —no como un organismo en el sentido biológico, sino como un ser en sentido ético (como entidad con intereses morales relevantes)– cuando surge la conciencia, cuando un feto es sintiente, y solo hasta antes de aquel punto, el aborto es moral, mientras que, si el embarazo continúa, sería inmoral. Benatar refiere a estudios cerebrales EEG y estudios sobre la percepción del dolor del feto, que afirma que la conciencia fetal no ocurre antes de las veintiocho semanas del embarazo, antes de la cual es incapaz de sentir dolor.[58]​ Contrariamente a eso, el último informe del Royal College of Obstetricians and Gynaecologists (2010) ha mostrado que el feto gana conciencia nunca antes de la vigésima cuarta semana del embarazo.[59]​ Algunos presupuestos de este informe sobre lo sintiente del feto después del segundo trimestre fueron criticados.[60]​ De manera semejante argumenta Karim Akerma. Él distingue entre organismos que no distinguen propiedades mentales y seres vivos que poseen propiedades mentales. Según su punto de vista, que él llama de visión mentalista, un ser vivo comienza a existir cuando un organismo (u otra entidad) produce una forma simple de consciencia por primera vez.[61][62]

Julio Cabrera afirma que el problema moral del aborto es significativamente diferente del problema moral de la procreación, porque en el caso del aborto ya existe un ser en algún punto de su proceso de desenvolvimiento, y no más un no-ser. Él enfatiza que es difícil determinar si matamos a alguien cuando tenemos un aborto, aunque afirma que, en su aspecto estrictamente manipulador, el aborto está más próximo de la procreación que de la abstención de la procreación y, en su opinión, el aborto de un feto saludable equivale a matar un ser humano y, por lo tanto, es moralmente injustificable. De acuerdo con Cabrera, el aborto es una violación de la autonomía y es inmoral por el mismo motivo que la procreación.[63]

Pese a que en la corriente antinatalista el suicidio no se suele contemplar como una solución al problema del sufrimiento de la existencia humana ya que los vivos tienen justificaciones para seguir viviendo, y suicidarse es a menudo una opción física, emocional o moralmente insoportable;[64][65]​ algunas corrientes de la filosofía antinatalista tienden a la justificación moral del suicidio, pues los seres humanos no tienen la obligación de existir ni de seguir existiendo.[66]​ El mismo Schopenhauer recomendó el ascetismo y la abstinencia sexual, a fin de evitar la reproducción de lo único y la multiplicación permanente de la voluntad.[67]

Herman Vetter,[47]​ Théophile de Giraud,[68]​ Tina Rulli[69]​ e Karim Akerma[70]​ argumentan que, actualmente, en vez de involucrarse en el acto moralmente problemático de la procreación, puede hacerse el bien adoptando niños que ya existen. De Giraud enfatiza que, en todo el mundo, existen millones de niños que necesitan ser cuidados.

Algunos antinatalistas reconocen la procreación de animales sintientes no-humanos como moralmente mala, y su esterilización como moralmente buena. Karim Akerma define el antinatalismo, que incluye animales sintientes no-humanos, como el antinatalismo universal,[71]​ y el asume tal posición:

David Benatar enfatiza que su asimetría se aplica a todos los seres sintientes y menciona que los humanos desempeñan un papel en la decisión de cuantos animales habrá: los humanos crean otras especies de animales y son capaces de esterilizar otras especies de animales.[73]

Magnus Vinding argumenta que la vida de los animales salvajes en su ambiente natural es generalmente muy mala. El llama la atención sobre fenómenos como morir antes de la edad adulta, hambre, enfermedades, parásitos, Infanticidio, depredación, ser comido vivo. El cita investigaciones sobre es la vida animal en la naturaleza. Uno de ocho cachorros machos de león sobrevive hasta la edad adulta. Otros mueren como resultado de inanición, enfermedad y muchas veces son víctimas de los dientes y garras de otros leones. Alcanzar la edad adulta es mucho más raro para los peces. Apenas veinte por dos mil salmones masculinos sobreviven hasta la edad adulta. Vinding cree que, si las vidas humanas y la sobrevivencia de los niños fuesen así, los valores humanos actuales no permitirían la procreación; sin embargo, eso no es posible cuando se trata de animales no-humanos, que son guiados por el instinto. El considera que, incluso si alguien no concuerde que la procreación siempre sea moralmente mala, debe reconocer la procreación en la vida salvaje como algo moralmente malo y algo que debería ser evitado (por lo menos en teoría, no necesariamente en la práctica). Él sostiene que la no intervención no puede ser defendida si rechazamos el especismo, y que debemos rechazar el dogma injustificable que afirma que lo que está pasando en la naturaleza es lo que debería estar ocurriendo en la naturaleza.

Las políticas antinatalistas son aquellas que fomentan el control demográfico sobre la consideración del exceso demográfico. Estas políticas de control de la natalidad se practican por algunos gobiernos, con diferente éxito, desde los años 1970 (en 1972 se publicó el primer informe Los límites del crecimiento). La posición demográfica más radical es la Política de hijo único en la República Popular China. También se han llevado a cabo políticas de planificación familiar (educación sexual, métodos anticonceptivos) en numerosos países, entre ellos la India.

El informe de 1972 Los límites del crecimiento, financiado por el Club de Roma y que será actualizado en 1992 y 2004, sostiene básicamente que si el incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la tierra durante las próximas décadas. Básicamente el informe señala la imposibilidad de sostener un alto crecimiento de la población con un crecimiento económico, limitado por los recursos disponibles, que satisfaga las necesidades de esa población.

Organizaciones como la británica Population Matters -que cuenta entre sus patronos con David Attenborough y Paul R. Ehrlich, autor del libro de 1968 Population Bomb-, defienden un antinatalismo relativo, ya que proponen una estabilización de la población en lo que considera un óptimo de población que haga posible la supervivencia de la especie. Considera que actualmente la población del planeta óptima debiera estar entre 2.700 y 5.100 millones.

El Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria o los grupos Sin hijos por elección (Childfree) mantienen posiciones más radicales ya que defienden, respectivamente, la extinción humana y la no procreación.

En España, el colectivo ultrarracionalista Homo Velamine también ha abogado persistentemente por un Estado global que implemente políticas antinatalistas.

El antinatalismo ha sido propuesto por figuras como Sófocles, el poeta Al Ma'arri, Arthur Schopenhauer, Mark Twain, Emil Cioran,[75]​ Brother Theodore, Peter Wessel Zapffe, Philipp Mainländer, Albert Caraco, Gustave Flaubert, Doug Stanhope, Guido Ceronetti,[76][77]Philip Larkin,[78]Chris Korda, Les U. Knight, David Attenborough y Paul R. Ehrlich[79]​ (de Optimum Population Trust), David Benatar,[80]Matti Häyry,[81][82][83]Thomas Ligotti,[84]Nina Paley,[85][86]Richard Stallman[87][88]Serge Latouche,[89]Corinne Maier, Fernando Vallejo, entre otros.

Sófocles escribió en su obra Edipo en Colono: «Lo mejor es no haber nacido, pero si has nacido, lo mejor es volver hacia el lugar de donde se ha venido».[90]

Arthur Schopenhauer, en su ensayo Los dolores del mundo, articula su posición como sigue: «Si el acto de la procreación no fuera acompañado de deseo y sentimientos de placer y se basara en la base de consideraciones puramente racionales, ¿existiría la raza humana hoy? Tendríamos compasión por las siguientes generaciones como para preferir ahorrarles la carga de la existencia o al menos para no dejar sobre ellos esta carga a sangre fría».[91][92]

De modo similar, David Benatar argumenta desde la premisa hedonista que infligir dolor es por lo general moralmente erróneo y debe por ello evitarse y la intuición de que el nacimiento de una nueva persona siempre va a traer dolor a esa persona obliga al imperativo moral de no procrear.[80]

La crítica principal, tanto a las políticas de control político de la natalidad —antinatalismo— como a las políticas de fomento de la natalidad —natalismo—, es la consideración general de que ambas políticas consideran a los seres humanos como meros medios o instrumentos para conseguir fines, ya sean estos de carácter ideológico, político, militar o económico[93][94]​ La libertad individual, establecida en los derechos humanos, los derechos reproductivos, los derechos sexuales y la salud reproductiva, es el instrumento que tienen los seres humanos para decidir o no reproducirse. Las políticas estatales, natalistas o antinatalistas no responden, desde ese punto de vista, ni a los intereses ni a la libertad de los individuos o ciudadanos de los distintos Estados.[95][96]

Cabe destacar que, no así, el antinatalismo filosófico, aquel que se preocupa del sufrimiento individual inherente a la vida —ajeno a la esfera demográfica—, rechaza precisamente que los seres humanos sean considerados meros medios o instrumentos para conseguir fines, donde caben cualquiera de las razones que alguien pueda tener para ser madre o padre. Es, precisamente, el respeto de la libertad individual del no nacido.



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