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Apella



La Apella es una de las instituciones políticas de Esparta.

Su nombre oficial no es conocido. Heródoto emplea el término d'ἁλία / alía (vii, 134), que en sentido estricto designa la asamblea del pueblo en las ciudades-estados dorias. Tucídides (v, 77, 1) y Jenofonte (Helénicas, ii, 4, 38) utilizan el genérico ἐεκκλησία / ekklêsía (asamblea).

No parece fiable Plutarco, que deriva ἀπελλά / apellá (o más bien ἀπελλαί / apellaí del verbo ἀπελλάζω / apellázô, figurando en el pasaje de la Gran Retra que cita (Vida de Licurgo, vi). La etimología del término es incierta. Plutarco la relaciona con Ἀπέλλων / Apéllōn, nombre dorio de Apolo y derivado de las fiestas en honor del dios, las Apéllai, que quizá las vieran nacer como institución. Según Hesiquio de Alejandría, los apellai son los cercados, por extensión los apriscos, y de ahí se empleó para designar una asamblea.

Por otra parte, la palabra apella está atestiguada en inscripciones del Gitión laconio que datan de la época romana donde se halla en plural y en inscripciones de Delfos donde se usa en relación con las ceremonias de la fratría de los labiades

Su papel no es mejor conocido. Se ignora la edad mínima a partir de la cual el ciudadano espartiata podía acceder a ella: los de 20 años (integración en el ejército y admisión a las sisitias) o de 30 años (posibilidad de fundar una familia y de ser nombrado magistrado) son posibles. Se ignora igualmente la frecuencia precisa de sus reuniones. La Gran Retra evoca una reunión « de estación en estación » en la confluencia de los ríos Eurotas y Enus. Un escolio a Tucídides indica que la reunión era mensual, cuando la luna estaba llena. Plutarco dice que el lugar destinado a acoger las sesiones era entre Babica y Cnación y dice también que Cnación era conocido como Enus en su época y era un río, mientras Babica era un puente. Algunos estudios han supuesto que el Cnación era el río llamado Enus, mencionado en las descripciones de la batalla de Selasia en 222 e identificado con el río llamado actualmente Celefina. Los intentos de explicar la palabra Babica etimológicamente no han tenido éxito.

Parece haber tenido un papel bastante limitado, hasta el punto de que Aristóteles no juzga útil mencionarla cuando enumera los elementos democráticos del régimen espartiata. De hecho, la asamblea no tiene la iniciativa de los textos que vota. Se contenta con elegir a los éforos y gerontes, aprobar o no los textos que le son sometidos por estos últimos así como por los reyes.

La Apella pasa por ser la depositaria de la soberanía del estado lacedemonio «en el sentido de que su consentimiento era necesario para emprender cualquier acción».
Es precisamente la obligatoriedad de este requisito lo que explica una mayor aparición de la Apella con respecto a la Boulé (Consejo) en las narraciones de Tucídides y Jenofonte, sin que ello signifique que de esta institución emane la facultad de proponer y discutir los asuntos políticos. Al fin y al cabo es lógico que una guerra la declare o un tratado lo firme «el pueblo lacedemonio», mientras los órganos que lo han promovido, los que tienen el verdadero poder efectivo, esto es, la gerusía y los éforos, permanecen entre bastidores, ocupando un segundo plano en el relato de nuestras fuentes<[1]​ Así, ella vota la participación en la guerra del Peloponeso o la paz del rey, en 371 a. C.

Otra aproximación al funcionamiento de la Apella a partir de los testimonios de época clásica, concluye que sólo los reyes, ancianos (gerontes) y éforos tenían la capacidad de hablar en favor o en contra de una proposición, sin que tengamos noticias de ningún ciudadano privado la que le fuera permitido hacerlo.

En definitiva, la Apella se presenta como un mero instrumento para hacer públicas las decisiones previamente adoptadas por otras instancias del aparato estatal lacedemonio, cuyo papel se limita a aprobar o rechazar las mociones planteadas por la gerusía, tal como afirma Aristóteles (Política 1272 a 11)

Las decisiones de la Apella eran adoptadas no por votación, como era de rigor en las demás polis griegas, sino por aclamación: individuos encerrados en una estancia no lejos de la asamblea estiman el volumen sonoro de los clamores que acompañan el enunciado del nombre del candidato — procedimiento que parece « pueril » (παιδαριώδης / paidariôdês) a Aristóteles (Política, ii, 9) y que se presta fácilmente a la manipulación, tal y como se colige del siguiente ejemplo extraído de Tucídides: cuenta el historiador ateniense que en el debate para decidir si se declaraba o no la guerra a Atenas en 432 a. C., el éforo Estenelaidas, alegando no distinguir cual de las dos opciones predominaba, exigió a los presentes que se escindieran en dos grupos según su opinión, con el resultado de que triunfó contundentemente la propuesta belicista. Con esta argucia el éforo, principal bastión de esta causa, obligaba a quienes parecían poco proclives al conflicto a arrostrar la amenaza de deshonra y cobardía ante sus conciudadanos.[2]
Además los gerontes eran miembros de la Apella de pleno derecho y podían usar el peso de su autoridad para influir en la discusión de las propuestas presentadas por la gerusía. La interpretación generalmente aceptada era que la partida de los gerontes implicaba que la Apella se disolvía.

Parece que en los primeros tiempos, los reyes (y posiblemente los gerontes como representantes de la organización tribal) tenían el derecho de convocar a la Apella, presentar propuestas (recomendadas por la gerusía) y después de la discusión, disolver la Apella. Las normas de la Gran Retra hacen de la Apella un órgano que funcionaba regularmente y los miembros de la gerusía no necesitaban convocarla.
Bajo estas circunstancias cuando se encontraba la Apella en un tiempo determinado y un lugar concreto, los representantes de la gerusía tenían el deber de hacer propuestas ante el pueblo reunido y después de que habían sido discutidas, disolver al pueblo. El pueblo tenía el derecho de dar su opinión sobre las propuestas presentadas y era el pueblo quien decidía si serían aceptadas o rechazadas



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