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Arabesco



El arabesco, palabra proveniente del italiano arabesco,[1]​ también denominada ataurique (del árabe "توريق", tawrīq, "follaje") se refiere al adorno de figuras geométricas vegetales y patrones extravagantes que imita formas de hojas, flores, frutos, cintas, animales, y aparecen casi siempre en las paredes de ciertas construcciones árabes, como las mezquitas consideradas como un arte pictórico.

Ejemplos de decoración con arabesco son el Mihrab de la Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada. También se empleó en el arte mudéjar, como se puede contemplar en la fachada del palacio de Pedro I, del Alcázar de Sevilla.

No obstante, el arabesco es mucho más antiguo que el arte islámico. Aparece en monumentos egipcios y asirios; también en algunos etruscos, griegos y romanos. En la Edad Media, se utilizó en toda clase de adornos, y en el Renacimiento fue muy usado en Italia.

Vitruvio, que hace mención de este género de ornamento, cuya moda comenzaba en su época entre los romanos, no habla de él más que para condenarlo, y consideraba esta novedad como un atentado dirigido contra la pureza del arte antiguo. Dice:

Este pasaje nos da la fecha exacta en que se introdujeron en el arte clásico los ornamentos en forma de arabesco, que según el mismo autor, no serían más que una inaceptable imitación del estilo egipcio.

Antes Aristóteles dejaba testimonio de su admiración por ciertas tapicerías persas sobrecargadas de ornamentos, que según la descripción que da de ellas, debemos considerarlas como verdaderos arabescos. Dice:

Estas tapicerías eran tan notables por el brillo de sus colores, como por la riqueza y singularidad de sus dibujos, representando un extravagante conjunto de plantas y animales y hasta de grifos y de centauros.

En las excavaciones de Pompeya se han encontrado sobre las paredes de los edificios romanos colocados al descubierto un gran número de pinturas en forma de arabescos que representan a menudo patrones cuyas formas arquitectónicas son enteramente opuestas a la sencillez de las líneas griegas y latinas. De modo que, bien se refiera a la opinión de los antiguos autores sobre los arabescos, bien se juzgue por el sello particular de su estilo, es difícil no suponerlos de origen oriental.

Diversos pueblos a lo largo del mundo y en diverso grado de complejidad han hecho uso del arabesco: los indios, los chinos, los antiguos mexicanos entre otros los utilizaron sobre sus edificios, sobre los mosaicos y hasta sobre sus telas.

En lo referente a la historia del arte europeo, en tiempo de los emperadores, los romanos pintaban sobre sus edificios públicos, sus palacios y sus sepulcros arabescos o asuntos simbólicos que indicaban el destino de los monumentos a los cuales servían de decoración. El asunto de los dibujos, el tono de los colores son muy variados; se distinguen, sin embargo, tres disposiciones constantes:

Durante los primeros tiempos que siguieron a la caída del Imperio romano, los arabescos desaparecieron de casi todos los edificios que se levantaban bajo la influencia del arte cristiano. Se diría que el genio severo de la religión naciente no podía prestarse a composiciones de un género tan caprichoso, que, en efecto, no reaparecieron entre nosotros, sino en el momento en que las artes europeas sufrieron la influencia de los árabes. Se sabe que el profeta Mahoma había prohibido a sus fieles la pintura de seres animados, hombres y animales. Reducidos así a la reproducción de las plantas y de las flores, los árabes se abstuvieron menos de copiar estrictamente las formas verdaderas que en buscar en sus contornos y sus inflexiones asuntos para dibujos de pura fantasía con los cuales adornaban sus mezquitas.

Los europeos, que estaban en contacto inmediato con los árabes, imitaron primero este género de decoración y las cruzadas, a su regreso de los diferentes países de Asia, propagaron este gusto en el resto de Europa.

Se vuelven a encontrar huellas de esta imitación en toda la arquitectura gótica, que, a pesar de su sello de perfecta originalidad en otras partes, sufre evidentemente la influencia oriental en todo lo que toca al ornamento. En esta época fue cuando se creó la palabra arabesco, denominación exacta siempre que se aplique a los ornamentos de los tiempos góticos, pero que deja de serlo en la época del renacimiento. Desde entonces los maestros en materia de ornamentos no fueron ya los árabes sino los romanos y se comenzó a imitar los bellos modelos que estos últimos habían dejado sobre las paredes de sus monumentos. Rafael mismo se aplicó a él y demostró su genio. Fue el primero entre los europeos que introdujo figuras alegóricas en los arabescos. Se duda si fue en esto un innovador o solamente el imitador de algunas antiguas pinturas muy poco conocidas en su tiempo. De cualquier forma, los arabescos con que adornó ciertos parajes de la Ciudad del Vaticano, siguen siendo los modelos más acabados de este género de pintura para todos los artistas presentes y venideros.[2]



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