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Bécquer



¿Qué día cumple años Bécquer?

Bécquer cumple los años el 17 de febrero.


¿Qué día nació Bécquer?

Bécquer nació el día 17 de febrero de 1836.


¿Cuántos años tiene Bécquer?

La edad actual es 188 años. Bécquer cumplió 188 años el 17 de febrero de este año.


¿De qué signo es Bécquer?

Bécquer es del signo de Acuario.


¿Dónde nació Bécquer?

Bécquer nació en Sevilla.


Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida (Sevilla, 17 de febrero de 1836-Madrid, 22 de diciembre de 1870),[1]​ más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, fue un poeta y narrador español, perteneciente al movimiento del Romanticismo (aunque la historiografía literaria concuerda en que realmente pertenece al Posromanticismo por fechas y por temas y estilo literarios). Aunque en vida ya alcanzó cierta fama, solo después de su muerte y tras la publicación del conjunto de sus escritos obtuvo el prestigio que hoy tiene.

Su obra más célebre es Rimas y Leyendas, un conjunto de poemas dispersos y relatos reunidos en uno de los libros más populares de la literatura hispana.[2]

Nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836, en la calle Conde de Barajas 28. Era hijo del pintor José Domínguez Insausti, que firmaba sus cuadros con el apellido de sus antepasados como José Domínguez Bécquer. Su madre fue Joaquina Bastida Vargas. Por el lado paterno, descendía de una noble familia de comerciantes de origen flamenco, los Becker o Bécquer, establecida en la capital andaluza en el siglo XVI; de su prestigio da testimonio el hecho de que poseyeran capilla y sepultura en la catedral misma desde 1622. Tanto Gustavo Adolfo como su hermano, el pintor Valeriano Bécquer, adoptaron Bécquer como primer apellido en la firma de sus obras.

Fue bautizado en la parroquia de San Lorenzo Mártir. Sus antepasados directos, empezando por su mismo padre, José Domínguez Bécquer, fueron pintores de costumbres andaluzas, y tanto Gustavo Adolfo como su hermano Valeriano estuvieron muy dotados para el dibujo. Valeriano, de hecho, se inclinó por la pintura. Sin embargo el padre murió el 26 de enero de 1841, cuando contaba el poeta cuatro años, y esa vocación pictórica perdió el principal de sus apoyos. En 1846, con diez años, Gustavo Adolfo ingresó en el Real Colegio de Humanidades de San Telmo de Sevilla,[3][4]​ donde recibe clases de un discípulo del gran poeta Alberto Lista, Francisco Rodríguez Zapata, y conoce a su gran amigo y compañero de desvelos literarios Narciso Campillo, huérfano de padre también. Campillo le enseñó a nadar en el Guadalquivir y a manejar la espada. Incluso a edad tan temprana ambos empiezan a escribir juntos, por primera vez, el "espantable y disparatado drama" Los conjurados y la novela jocosa El bujarrón en el desierto. Una tarde, además, quemaron miles de versos que habían compuesto.[5]​ Al año siguiente, el 27 de febrero de 1847, los hermanos Bécquer quedaron huérfanos también de madre, y fueron adoptados entonces por su tía materna, María Bastida, y Juan de Vargas, que se hizo cargo de sus siete sobrinos, aunque Valeriano y Gustavo se adoptaron desde entonces cada uno al otro, y de hecho más tarde emprendieron muchos trabajos y viajes juntos.[6]

Suprimido por Isabel II en 1847 el Colegio de San Telmo (que en 1849 pasaría a ser palacio de los duques de Montpensier), Gustavo Adolfo quedó desorientado. Fue entonces a vivir con su madrina, Manuela Monnehay Moreno, joven de origen francés y acomodada comerciante, cuyos medios y sensibilidad literaria le permitían disponer de una mediana pero selecta biblioteca poética. En esta biblioteca empezó Gustavo Adolfo a aficionarse a la lectura. Inició entonces estudios de pintura en los talleres de Antonio Cabral Bejarano, y más tarde en el de su muy perfeccionista tío paterno Joaquín Domínguez Bécquer, que le pronosticó «Tú no serás nunca un buen pintor, sino un mal literato», aunque le estimuló en los estudios y le pagó los de latín. Por otra parte, como afirmó Julio Nombela, con quien el poeta entonces entabló amistad, Bécquer era un absoluto aficionado a la ópera italiana y se sabía de memoria numerosas arias de Gaetano Donizetti y Vincenzo Bellini.[7]​ Tras ciertos escarceos literarios (escribe en El Trono y la Nobleza de Madrid y en las revistas sevillanas La Aurora y El Porvenir), en 1854 marchó a Madrid con el deseo de triunfar en la literatura. Sufrió una gran decepción y sobrevivió en la bohemia de esos años. Para ganar algún dinero el poeta escribe, en colaboración con sus amigos (Julio Nombela y Luis García Luna, y en 1856 se une a él también su amigo Ramón Rodríguez Correa; Campillo había enfermado y vuelto a Sevilla), y bajo el seudónimo de Gustavo García, comedias y libretos de zarzuela como La novia y el pantalón (1856), en la que satiriza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea, y La venta encantada, basada en Don Quijote de la Mancha. Subsiste además con traducciones del francés y trabajillos de ayudante de redactor, escribiente y dibujante. Ese año fue con su hermano a Toledo, un lugar de amor y de peregrinación para él, a fin de inspirarse para su futuro libro Historia de los templos de España. Le interesan por entonces el Byron de las Hebrew Melodies y el Heine del Intermezzo a través de la traducción que Eulogio Florentino Sanz realiza en 1857 en la revista El Museo Universal.

Fue precisamente en ese año, 1857, cuando apareció la tuberculosis que le habría de enviar a la tumba. Tuvo un modesto empleo dentro de la Dirección de Bienes Nacionales y perdió el puesto. Su pesimismo va creciendo día a día y solo los cuidados de su patrona en Madrid, de algunos amigos y de Valeriano le ayudaron a superar la crisis. Ese año empieza un ambicioso proyecto inspirado por El genio del Cristianismo de Chateaubriand: estudiar el arte cristiano español uniendo el pensamiento religioso, la arquitectura y la historia: «La tradición religiosa es el eje de diamante sobre el que gira nuestro pasado. Estudiar el templo, manifestación visible de la primera, para hacer en un solo libro la síntesis del segundo: he aquí nuestro propósito». Pero solo saldrá el primer tomo de su Historia de los templos de España, el dedicado a Toledo, con ilustraciones de Valeriano.

Hacia 1858 conoció a Josefina Espín, una bella señorita de ojos azules, y empezó a cortejarla; pronto, sin embargo, se fijó en la que sería su musa irremediable, la hermana de Josefina y hermosa cantante de ópera Julia Espín,[8]​ en la tertulia que se desarrollaba en casa de su padre, el músico Joaquín Espín y Guillén, maestro director de la Universidad Central, profesor de solfeo en el Conservatorio y organista de la Capilla Real, protegido de Narváez. Gustavo se enamoró (decía que el amor era su única felicidad) y empezó a escribir las primeras Rimas, como «Tu pupila es azul», pero la relación no llegó a consolidarse porque ella tenía más altas miras y le disgustaba la vida bohemia del escritor, que aún no era famoso; Julia dio nombre a una de las hijas de Valeriano. Durante esta época empezó a escuchar a su admirado Chopin.

Después, entre 1859 y 1860, amó con pasión a una «dama de rumbo y manejo» de Valladolid, que durante muchos años se identificó con Elisa Guillén, un personaje que hoy se sabe inexistente.[9]​ Pero la amante, fuera quien fuera, se cansó de él y su abandono lo sumió en la desesperación. Los expertos no se ponen de acuerdo en cuál de ellas pudo ser su musa más constante, o si ninguna de ellas, concibiendo algún tipo ideal de mujer.[10]​ Durante un breve periodo de tiempo, hacia 1859, ejerció como crítico en el diario conservador La Época.[11]

En 1860, publica Cartas literarias a una mujer, en donde explica la esencia de sus Rimas que aluden a lo inefable. En la casa del médico que lo trataba de una enfermedad venérea, Francisco Esteban, conocería a la que sería su esposa, Casta Esteban y Navarro. Contrajeron matrimonio en la iglesia de San Sebastián de Madrid, el 19 de mayo de 1861, y con ella tuvo tres hijos.[12]​ Entre 1858 a 1863, la Unión Liberal de O'Donnell gobernaba España y, en 1860, González Bravo, con el apoyo del marqués de Salamanca, funda El Contemporáneo, dirigido por José Luis Albareda, en el que participaban redactores de la talla de Juan Valera. El gran amigo de Bécquer Rodríguez Correa, ya redactor del nuevo diario, consiguió un puesto de redactor para el poeta sevillano. En este periódico, y hasta que desapareciera en 1865, haría crónica de salones, política y literatura; gracias a esta remuneración vivieron los recién casados. En 1862 nació su primer hijo, Gregorio Gustavo Adolfo, en Noviercas (Soria), donde poseía bienes la familia de Casta y donde Bécquer tuvo una casita para su descanso y recreo. Empezó a escribir más para alimentar a su pequeña familia y, fruto de este intenso trabajo, nacieron varias de sus obras.

Pero en 1863 padeció una grave recaída en su enfermedad. Para recuperarse, Bécquer se trasladó con su hermano a vivir al Monasterio de Veruela (Zaragoza), situado en las faldas del Moncayo y cuyo aire puro era conocido como tratamiento para la tuberculosis. Este antiguo monasterio cisterciense exclaustrado poseía un gran encanto romántico y fue un lugar de inspiración para ambos hermanos. Gustavo Adolfo escribió allí las cartas agrupadas después en "Desde mi celda". Y también varias de sus leyendas están ambientadas en el Moncayo. A pesar de la breve estancia (no llegó a un año), esta etapa constituye una parte fundamental de la producción artística de los hermanos Bécquer.

Tras su recuperación, ambos se marcharon a Sevilla con su familia. De esa época es el retrato hecho por su hermano que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Trabaja con su hermano Valeriano, cuya relación con Casta no era buena, debido a que ella no soportaba su carácter y su constante presencia en casa. González Bravo, amigo y mecenas de Gustavo, le nombra censor de novelas en 1864 y el escritor vuelve a Madrid, donde desempeña este trabajo hasta 1867 con veinticuatro mil reales de sueldo. En este último año nace su segundo hijo, Jorge Bécquer.

En 1866 ocupa de nuevo el cargo de censor hasta 1868; es este un año tétrico para Bécquer: Casta le es infiel, su libro de poemas desaparece en los disturbios revolucionarios y para huir de ellos marcha a Toledo, donde permanece un breve tiempo, algo más de un año, entre octubre de 1868 y diciembre de 1869. Allí, en la casa número 8 de la calle de San Ildefonso, que habitan los dos hermanos Bécquer con sus respectivos hijos, reescribe de memoria el manuscrito de sus poemas titulado "Libro de los gorriones" y que tras su muerte se publicará como Rimas.[13]​ En diciembre nace en Noviercas su tercer hijo, Emilio Eusebio, dando pábulo a su tragedia conyugal, pues se dice que este último hijo es del amante de Casta.

Es más, Valeriano discute con Casta continuamente. Sin embargo, los esposos aún se escriben. Sale para Madrid en 1870 a fin de dirigir La Ilustración de Madrid, que acaba de fundar Eduardo Gasset con la intención de que lo dirigiera Gustavo Adolfo y trabajara en él Valeriano como dibujante. En septiembre, la muerte de su inseparable hermano y colaborador le sume en una honda tristeza. En noviembre fue nombrado director de una nueva publicación, El Entreacto, en la que apenas llega a publicar la primera parte de un inconcluso relato.[14]

Posiblemente a causa de un enfriamiento invernal en la primera quincena de diciembre, su ya precario estado de salud se agrava, y muere el 22 de dicho mes, coincidiendo con un eclipse total de sol. Su muerte ha sido achacada según el autor a la tuberculosis, la sífilis o a problemas en el hígado.[15]​ En los días de su agonía, pidió a su amigo el poeta Augusto Ferrán que quemase sus cartas («serían mi deshonra») y que publicasen su obra («Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo»); pidió también que cuidaran de sus hijos. Sus últimas palabras fueron «Todo mortal». Fue enterrado al día siguiente en el nicho n.º 470 del Patio del Cristo, en la Sacramental de San Lorenzo y San José, de Madrid. Más adelante, en 1913, los restos de los dos hermanos fueron trasladados a Sevilla, reposando primero en la antigua capilla de la Universidad,[16]​ y desde 1972 en el Panteón de Sevillanos Ilustres.[17]​ Hay un monumento en recuerdo de Gustavo Adolfo en el centro de Sevilla.

A la salida del funeral celebrado por Bécquer, el pintor Casado del Alisal propuso a varios de los asistentes la publicación de las obras del malogrado escritor. Para estudiar los detalles de esta edición se celebró a la una de la tarde del 24 de diciembre de 1870 una reunión en su estudio de pintura. Así se acordó una suscripción pública para recaudar fondos. Ese propósito respondía a dos motivos: por un lado honrar al amigo fallecido y por otro ayudar económicamente a la mujer e hijos de Bécquer. Bécquer le debe a Casado del Alisal su gloria literaria, ya que sus obras podrían haber sido olvidadas de no ser por la decisión de Casado, tal y como corrobora Rafael Montesinos en su libro Bécquer, biografía e imagen.

Ferrán y Correa se pusieron de inmediato a preparar la edición de sus Obras completas para ayudar a la familia; salieron en 1871 en dos volúmenes; en sucesivas ediciones fueron añadidos otros escritos.

Cuando escribe Bécquer está en pleno auge el realismo; otros autores adscritos a esta tendencia (Campoamor, Tamayo y Baus, Echegaray) se reparten el favor del público. La poesía triunfante está hecha a medida de la sociedad burguesa que consolidará la Restauración, y es prosaica, pomposa y falsamente trascendente. Pero una notable porción de líricos se resistió a sumarse a esa corriente, y además hallaban vacía y retórica la poesía de la lírica esproncediana, la del apogeo romántico, que aún encontraban cultivada con gusto general en autores como José Zorrilla. El Romanticismo que les atrae ya no es el de origen francés o inglés, sino alemán, especialmente el de Heine, al que leen en traducción francesa —en especial la de Gérard de Nerval— o española —de Eulogio Florentino Sanz, amigo de Bécquer—. Estos autores forman el ambiente prebecqueriano: Augusto Ferrán, Ángel María Dacarrete y José María Larrea. Todos estos poetas buscaban un lirismo intimista, sencillo de forma y parco de ornamento, refrenado en lo sensorial para que mejor trasluzca el sentir profundo del poeta. Es una lírica no declamatoria, sino para decir al oído.

Las Rimas de Bécquer iban a ser costeadas y prologadas por su amigo Luis González Bravo, ministro de la Unión Liberal de O'Donnell, pero el ejemplar se perdió en los disturbios revolucionarios de 1868. Algunas sin embargo habían aparecido ya en los periódicos de entonces entre 1859 y 1871: El Contemporáneo, El Museo Universal, La Ilustración de Madrid y otros. El poeta, con esta ayuda, con la de su memoria y la de sus amigos reconstruyó el manuscrito, que tituló Libro de los gorriones y se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid. Más tarde lo editarán sus amigos con un prólogo de Rodríguez Correa en dos volúmenes con el título de Rimas y junto a sus Leyendas en prosa, en 1871, para ayudar a la viuda y sus hijos. En sucesivas ediciones se amplió la selección. A partir de la quinta la obra consta ya de tres volúmenes. Iglesias Figueroa recogió en tres tomos Páginas desconocidas (Madrid: Renacimiento, 1923), con otra porción sustancial del corpus becqueriano. Gamallo Fierros editó además en cuatro volúmenes sus Páginas abandonadas. Jesús Rubio ha editado dos álbumes de Julia Espín con textos y dibujos de Gustavo dedicados a su musa, a la que no olvidaría nunca. Se trata de ochenta y cuatro composiciones breves, de dos, tres o cuatro estrofas, muy raramente más, por lo general asonantadas con metros muy variados, de acuerdo con la poesía romántica.[18]

Bécquer solía repetir la frase de Lamartine de que «la mejor poesía escrita es aquella que no se escribe». Es así en sus setenta y seis cortas Rimas breves como arpegios, ya que concentró en ellas la poesía que hubiera querido verter en numerosos poemas más extensos que no escribió. El influjo de Bécquer en toda la poesía posterior escrita en castellano es importante, esbozando estéticas como el simbolismo y el modernismo en muchos aspectos. Frente al Romanticismo altisonante y byroniano de un José de Espronceda, Bécquer representa el tono íntimo, al oído, de la lírica profunda. Su «Himno gigante y extraño» rompe con la tradición de la poesía cívica y heroica de Manuel José Quintana y los colores vistosos y la historia nacional de Ángel de Saavedra, duque de Rivas, o José Zorrilla, para meditar profundamente sobre la creación poética, el amor y la muerte, los tres temas centrales de las Rimas. Manuel Altolaguirre afirmó que la poesía de Bécquer es la más humana del Romanticismo español. Esta rara originalidad le valió el desprecio de Núñez de Arce, quien, acaso por su ideología liberal contraria al tradicionalismo becqueriano, calificó sus Rimas de «suspirillos germánicos». Pero Bécquer meditó profundamente sobre la poesía e intentó reflejar el concepto inasible que tenía de la misma en las Cartas literarias a una mujer, en forma de un largo comentario a la Rima XXI, concluida en el verso «poesía eres tú». Un tú que podía ser también dañoso y cruel, como demuestra la rima descubierta por José María Díez Taboada (véase bibliografía):

Los modelos poéticos de Bécquer fueron varios; en primer lugar, Heine; W. S. Hendrix señaló además a Byron, y Dámaso Alonso a Alfred de Musset; también al conde Anastasius Grün, y a sus amigos poetas españoles, en especial Augusto Ferrán. De todos hay rastros en su poesía.

Su idea de la lírica la expuso en la reseña que hizo del libro de su amigo Augusto Ferrán La soledad:

Pero, aparte de su importante lírica, Gustavo Adolfo Bécquer fue también un gran narrador y periodista. Escribió veintiocho narraciones del género leyenda, muchas de ellas pertenecientes al género del relato gótico o de terror, otras, auténticos esbozos de poesía en prosa, y otras narraciones de aventuras. María Rosa Alonso encontró en ellas seis temas principales:

Bécquer demuestra ser un prosista a la altura de los mejores de su siglo, pero es de superior inspiración e imaginación y un maestro absoluto en el terreno de la prosa lírica. En sus descripciones se echa de ver el profundo amor del poeta por la naturaleza y el paisaje castellano. Escribió además las Cartas desde mi celda en el monasterio de Veruela, a las faldas del Moncayo adonde fue a reponerse de su tuberculosis o tisis, enfermedad entonces mortal; sus cartas desbordan vitalidad y encanto. No se ha estudiado todavía su obra periodística.

Bécquer es, a la vez, el poeta que inaugura —junto a Rosalía de Castro— la lírica moderna española y el que acierta a conectarnos de nuevo con la poesía tradicional. Las Rimas se encuadran dentro de dos corrientes heredadas del Romanticismo: la revalorización de la poesía popular (que la lírica culta había abandonado en el siglo XVIII) y la llamada «estética del sentimiento». El ideal poético de Bécquer es el desarrollar una lírica intimista, expresada con sinceridad, sencillez de forma y facilidad de estilo. Bécquer y sus Rimas son el umbral de la lírica en español del siglo XX. Rubén Darío, Miguel de Unamuno, los hermanos Antonio y Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y otros lo han considerado como figura fundacional, descubridora de nuevos mundos para la sensibilidad y la forma expresiva.

Desde niño estuvo rodeado de lienzos y dibujos de su padre, lo que hizo que también se interesara por la pintura. Dijo que la pintura es un medio de expresión hacia lo inefable, superando a la escritura.

Entre sus amistades siempre se le apreció su madera de dibujante y colaboró varias veces con su hermano Valeriano. Destaca su gran técnica y refleja su mundo interior. La vida y la muerte están entrelazados en la mayoría de sus dibujos de sus serie Les morts pour rire: Bizarreries. Las escenas dibujadas provocan la risa, el reírse de la muerte.

También realizó dibujos en donde representa sus mundos imaginarios reflejados en sus Rimas y Leyendas.

Julia Espín también abarca gran parte de la obra pictórica de Bécquer, reflejándola en distintas situaciones.

Bécquer siempre fue un gran aficionado al teatro musical. Trabajó en cinco zarzuelas en colaboración con su amigo Luis García de Luna, de las cuales solo queda una, La venta encantada.[19][20]​ Compositores del siglo XIX como Gabriel Rodríguez Benedicto y Tomás Bretón pusieron música a algunas de sus Rimas. También, ya en el siglo XX, el compositor Manuel de Falla compuso Dos rimas de Bécquer (1900) para soprano y piano [21]​y el compositor Enrique Belenguer Estela puso música a dos de sus Rimas (Saeta que voladora y No sé lo que he soñado), componiendo dos canciones para tenor y piano. Y son solo unos cuantos, entre los que cabe citar también a Joaquín Turina, Enrique Granados, Isaac Albéniz, Jesús Guridi, Federico Mompou, Antón García Abril...[22]



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