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Bernardo de Legarda



Bernardo de Legarda fue un escultor, tallador, pintor y platero quiteño siglo XVIII, perteneciente a la Escuela Quiteña de arte. Nació en la ciudad de Quito, alrededor del año 1700, aunque se desconoce la fecha exacta.[1]

A pesar de haber pertenecido a una familia mestiza de escasas posibilidades económicas, pudo ingresar a las mejores escuelas de arte de la ciudad gracias a los grandes esfuerzos de su padre, donde aprendió todos los secretos de una de las mejores escuelas del continente.[2]​ Se casó con Alejandra Velázquez, también mestiza, pero ella se marchó con otro hombre poco tiempo después, haciendo que Legarda se concentre totalmente en su trabajo aislado en su taller, cercano a la Iglesia de San Francisco.[1]

Hasta su sitio de trabajo acudían diariamente docenas de personas, interesadas en su impecable trabajo con especialidad en figuras sacras.[2]​ Entre las disciplinas que cultivó en ese taller figuran la ebanistería, la pintura, la impresión de libros, la platería y, por supuesto, la talla de retablos e imágenes piadosas.[1]​ Uno de sus mejores clientes era el padre Juan de Velasco, historiador quiteño que se refirió a él en los siguientes términos:

Su invaluable obra artística alcanzó su mayor esplendor entre 1730 y 1773, y se caracterizó por los temas religiosos, retablos y calvarios que aún adornan, en calidad de reliquias, algunos de los más antiguos templos quiteños.[2]​ Su primera intervención artística de importancia data de 1731, cuando restauró una imagen de San Lucas para el convento de San Agustín, en Quito.[3]

Su obra más conocida es la llamada Virgen de Quito (1734), una advocación de la Virgen Inmaculada encargada por los padres franciscanos para su templo.[2]​ La imagen gozó inmediatamente del favor popular, haciéndose de ella innumerables copias e imitaciones que se encuentran en varios países.[3]​ El tipo de Inmaculada creado por Legarda tenía antecedentes en la España del siglo XVII, pero el imaginero quiteño creó una composición jugosa, llena de movimiento y casi musical.[3]​ La Virgen, que lleva los colores azul y rojo en el vestido, alcanza un movimiento airoso en el cuerpo así como en la disposición de las manos.[4]

En cuanto a su actividad como entallador de retablos hay que destacar uno de características barrocas muy acusadas: el retablo mayor de la Iglesia de La Merced (1748-51), concluido por un discípulo suyo llamado Gregorio. De igual manera con el retablo mayor del monasterio de El Carmen Moderno (o Carmen Bajo), que se atribuye al mismo Legarda y a su discípulo Jacinto López.[3]​ También resulta conveniente destacar su tarea como dorador del tabernáculo del retablo mayor de la Iglesia de la Compañía.[1]

Entre algunas de sus obras, que adornan las más importantes iglesias quiteñas, están la decoración de la media luna de la cúpula de El Sagrario, la mampara bajo el coro de la iglesia de Santo Domingo, la serie de reproducciones de la Virgen de Quito y asunciones que se encuentran en los templos de San Francisco, Guápulo, Santa Clara y La Concepción.[4]​ Legarda fue también un hábil platero, además de haber realizado cientos de figuras para los tradicionales nacimientos navideños.[4]

Dedicado a sus creaciones artísticas hasta el último de sus días, Bernardo de Legarda murió el 1 de junio de 1773, en su ciudad natal: Quito.[1]​ Casi todas las iglesias del Centro Histórico de la urbe le deben a Legarda el trabajo del mayor número de sus retablos; él supo convertir las naves de los templos en galerías de arte, en verdaderos museos de arte religioso, consiguiendo de esta manera que el siglo XVIII de la Escuela Quiteña se inclinara hacia el lado de la escultura, en relación con la pintura.[2]



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