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Campo de concentración de Miranda de Ebro



Coordenadas: 42°41′33.35″N 2°55′53.08″O / 42.6925972, -2.9314111 El campo de concentración de Miranda de Ebro fue un campo de concentración franquista ubicado en la ciudad de Miranda de Ebro,[1]Provincia de Burgos (España). Se creó en 1937, con el asesoramiento de las SS nazis, para albergar a presos republicanos y se mantuvo abierto hasta 1947, siendo el último en clausurarse en España.[2]

Mientras que en la mayor parte de la provincia de Burgos el resultado de las elecciones del 16 de febrero de 1936 fue favorable para las fuerzas conservadoras, el pueblo mirandés se mantuvo fiel a las candidaturas del Frente Popular. Esto provocó que, iniciada la Guerra Civil, la llegada a la ciudad de las tropas franquistas fuese más violenta y que se implantasen, además del campo de concentración, otros servicios para el ejército franquista: hospital de heridos de guerra, alojamiento a las tropas de Mussolini, etc.

La captura de prisioneros republicanos en el norte de España fue muy considerable en poco tiempo, lo que motivó el hacinamiento de los presos en condiciones inhumanas. Para paliar el problema, el BOE del 5 de julio de 1937 ordenó al gobernador de Burgos la construcción de cuatro campos de concentración en la provincia. En Miranda de Ebro se instaló uno de ellos gracias a su privilegiada situación geográfica cercana al frente enemigo y a sus excelentes comunicaciones tanto por ferrocarril como por carretera.

Se eligió un solar de 42.000 m² perteneciente a la empresa Sulfatos Españoles SA, situado entre las instalaciones ferroviarias y el río Bayas. La construcción del campo la llevaron a cabo los propios ciudadanos mirandeses de manera forzosa. En apenas dos meses el campo ya estaba activo, pero sus condiciones eran lamentables.

La capacidad del campo era de 1500 prisioneros, pero pronto se superó este límite debido a la llegada de más presos de otros campos del norte. Las pésimas condiciones hicieron que en el invierno de 1937 se derrumbase un barracón hiriendo a más de 150 personas. Al año siguiente se pidieron fondos para la construcción de nuevos barracones.

A consecuencia del incremento de los fondos destinados al mantenimiento y ampliación del recinto a medida que continuaban llegando detenidos, el Ayuntamiento de Miranda de Ebro (es decir, los propios vecinos, al igual que ocurría en muchas otras localidades situadas en la zona franquista) era obligado a afrontar parte de los gastos generados en el campo. Algunas de estas partidas eran sorprendentes. Así, el 7 de agosto de 1937, el pleno municipal rechazó pagar un coche nuevo para el jefe del campo de concentración. Una semana después, el alcalde, Enrique Tobalina, era destituido por las autoridades militares. El 21 de agosto el pleno facultó al nuevo alcalde (designado a dedo) «para que, de acuerdo con la Comandancia Militar, vea el medio más fácil de adquirir el coche que se desea».[3]

A los prisioneros republicanos se les otorgaba una labor tras clasificarlos entre:

A los criminales comunes se les enviaba a prisión, y en caso de saturación se les otorgaba la libertad. Tanto a los desafectos con responsabilidad como a los sin responsabilidad se les ordenaban trabajos forzados. A los no hostiles se les reclutaba en el bando nacional. Los prisioneros eran obligados a cantar y alabar a Franco, mientras que las creencias republicanas eran ridiculizadas.

Por el campo de concentración de Miranda de Ebro llegaron a pasar cerca de 65.000 prisioneros republicanos. Tal y como era usual en los campos y cárceles franquistas durante la guerra y posguerra, se practicaban sacas de presos (generalmente por la noche) para ser fusilados.[4]

El 27 de junio de 1940 llegó a Miranda el primer grupo de prisioneros foráneos afectados por la Segunda Guerra Mundial, formado por 105 marineros belgas que huían de la invasión nazi de su país.[5]​ En el año 1941 apenas quedaban españoles (republicanos) en el campo; la mayoría fueron trasladados a otros centros o liberados. El campo de Miranda se convirtió entonces en un centro para extranjeros.

La influencia que la Gestapo tuvo en Miranda de Ebro fue muy importante, sobre todo a partir de la visita a España del líder nazi Heinrich Himmler en 1940. Su visita tenía dos objetivos principales: repatriar a los alemanes presos en España, así como detener a posibles espías del bando aliado. El campo fue dirigido por un tiempo por Paul Winzer, un alto cargo nazi. Lo cierto es que desde 1941 hasta 1943 (hasta que Franco se comenzó a distanciar de los nazis e italianos al ver cómo se estaba desarrollando la II Guerra Mundial) la Gestapo interrogó a los prisioneros, organizó el centro e incluso decidían los destinos de los presos. Ya en enero de 1941 se entregaba a catorce belgas a las autoridades alemanas, y entre junio y julio a otros veinte cautivos. A finales de año, 107 checoslovacos fueron trasladados a Irún y entregados a los nazis, a pesar de las protestas del representante del gobierno checo en el exilio, que consideraba «evidente» la próxima ejecución de sus compatriotas. También se producían entregas de súbditos franceses al gobierno colaboracionista de Vichy, por lo que estos irían optando paulatinamente por ocultar su nacionalidad y hacerse pasar por «canadienses», lo que explica la creciente presencia en los campos de prisioneros de estos últimos.[5]

En las navidades de 1942 a 1943 se inició una huelga de hambre por parte de un grupo de medio centenar de internados polacos que reclamaba su liberación. Al inicio de 1943 había más de 3500 prisioneros extranjeros (la capacidad máxima teórica del campo era de 1.500 hombres), aunque, a raíz de la derrota alemana en Stalingrado y el vuelco que esto supuso en la guerra europea a favor de los aliados, la dictadura franquista optó por ir acelerando las liberaciones en Miranda a partir de abril: Ese mes se pasó de 3.076 extranjeros recluidos a 2.172. En junio se repatriaba, tras cinco y seis años de cautiverio, a los últimos veintisiete brigadistas internacionales de la Guerra Civil que quedaban allí.[5]


Cabe destacar la presencia de franceses que intentaban huir de la amenaza nazi y que, tras pasar los Pirineos con ayuda del bando republicano, eran detenidos e internados en campos españoles. También hubo un nutrido grupo de judíos que escapaban del holocausto.

Las condiciones de vida en el campo, según diversos informes internacionales, eran «deplorables». No había cristales en las ventanas ni calefacción, los internos dormían en el suelo y estaban infestados de piojos. La alimentación era «insuficiente y de calidad ínfima», y los castigos corporales eran habituales. Los distintos gobiernos democráticos europeos, varios de ellos desde el exilio, emitieron protestas formales; ha quedado constancia de una de las respuestas de la Administración franquista, escrita a lápiz por un alto cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores español: «Archívese con el debido desprecio».[5]

Con la liberación del sur de Francia en el verano de 1944, numerosos aduaneros alemanes y miembros del ejército nazi desertaron al ver el avance del bando aliado por Europa. Al igual que ya hicieron los aliados en los años precedentes, cruzaron los Pirineos para buscar refugio en la España franquista. Algunos consiguieron establecerse en España o huir a Latinoamérica, pero la mayoría de los concentrados en Miranda fueron repatriados a Alemania.

Los primeros contingentes nazis llegaron al campo entre julio y agosto, habilitándose una instalación especial para albergarlos, separados de los prisioneros aliados y de origen judío. Los internos alemanes gozaban de trato de favor, pudiendo utilizar una piscina y estando exentos de participar en las actividades obligatorias (formaciones, izada y arriada de bandera...). Las autoridades franquistas dieron protección a criminales de guerra nazis, como Walter Kutschmann (que pasó por Miranda de Ebro), facilitándoles identidades falsas, la huida a países sudamericanos con pasaporte español e incluso su instalación y residencia definitiva en España.[5]

El campo de concentración de Miranda de Ebro se clausuró en enero de 1947, siendo el último de los que se habían habilitado durante la Guerra Civil española. Los presos fueron trasladados al campo de trabajo de Nanclares de la Oca (en el término municipal de Iruña de Oca), en Álava. Hay constancia documental de la muerte entre sus alambradas de 143 prisioneros españoles y 14 internacionales, aunque las cifras reales se estiman muy superiores.[5]​ Entre 1949 y 1953, las instalaciones albergaron un centro de instrucción de reclutas hasta que en 1954 fue derribado.

Sobre los terrenos del campo, donde hoy día se sitúan diferentes empresas químicas, sólo queda un viejo depósito de agua, algún muro, los restos del lavadero y una caseta de guardia y una placa en recuerdo de los prisioneros. Entre 2005 y 2006 se consolidaron unas viejas ruinas correspondientes al lavadero del campo y al puesto de guardia que sufrían riesgo de desplome.



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