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Catecúmeno



Un catecúmeno es una persona que desea recibir el bautismo y que se hace instruir con este designio.

En la Iglesia primitiva esto se hacía con muchas precauciones y ceremonias:

Los catecúmenos se distinguían de los fieles no solo por el nombre que llevaban sino por el lugar que ocupaban en la iglesia. Estaban con los penitentes bajo el pórtico o en la galería anterior de la basílica. No se les permitía asistir a la celebración de los santos misterios, pero inmediatamente después del evangelio y la instrucción el diácono les decía en alta voz: Ite, catechumeni, missa est que significa literalmente Idos, catecúmenos, (la asamblea) ha sido disuelta (tiene también un sentido de envío, missa viene de mittere que también significa enviar). Esta parte de la misa se llamaba también la misa de los catecúmenos. Según parece , por un canon del concilio de Orange no se les permitía hacer oración con los fieles; se les daba pan bendito, llamado por esta razón el pan de los catecúmenos, como un símbolo de comunión, a la cual podrían ser admitidos en adelante.

Había muchos órdenes o grados de catecúmenos pero el número y distinción de estas órdenes no han sido siempre los mismos en todas partes. Los autores griegos distinguen dos clases:

El cardenal Bona distingue cuatro grados:

Fleury no cuenta más que dos, los oyentes y los competentes; otros los reducen a tres lo que prueba que esta disciplina no era uniforme.

Se recibían los catecúmenos por la imposición de las manos y haciéndoles la señal de la cruz. En muchas iglesias se añadían los exorcismos, las ceremonias de soplar sobre el rostro, aplicar saliva a las orejas y a las narices, de untar el pecho y los hombros y poner sal en la boca. Estas ceremonias, cuyo sentido se explica en los catecismos se observaron durante muchos siglos en la administración del bautismo, aun para el de los niños, otras veces precedían algunos días, cuando no se bautizaba sino en las fiestas solemnes. Según Tertuliano, se daba también leche y miel a los catecúmenos antes de bautizarlos, símbolo de su renacimiento en Jesucristo y de su infancia en la fe. En este sentido San Agustín ha llamado sacramento o misterio a esta ceremonia; también se llamaba el escrutinio.



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