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Caupolicán



Caupolicán (? - 1558) [1]​ (en mapudungun: Kallfülikan; lit. piedra de cuarzo azul)[2]​ fue un toqui mapuche (y un posible sobrino de Colo Colo) que lideró la resistencia de su pueblo contra los conquistadores españoles que llegaron al actual Chile durante el siglo XVI.

Su principal esposa conocida fue Fresia, también denominada Güeden o Paca por otros autores.[3]​ Su principal hijo conocido fue Lemucaguin, también llamado como Caupolicán el Joven.

Luchó desde su juventud contra los conquistadores españoles para mantener la región en la que estaba bajo su control. Fue elegido toqui (jefe militar) de los mapuches, siendo sucesor de Lautaro, aunque Alonso de Ercilla destaca su elección antes, siendo el candidato secreto de Colo Colo para la conducción de la guerra. Al parecer era miembro de una familia muy respetada en la sociedad mapuche, pues él y sus hermanos estaban siempre en el núcleo de jefes que planificaba los movimientos de guerra. De hecho, Gerónimo de Vivar lo señala en la Batalla de Millarapue:

Además, sabemos de su hijo Lemucaguin.[4]​ El historiador Juan Ignacio Molina escribió que el toqui en Quiapo era Caupolicán el joven, hijo del toqui Caupolicán.[5][6]

Los mapuche son un pueblo que resistió la conquista española del sur de Chile. Junto con Lautaro fue uno de los conductores de los araucanos en las guerras del siglo XVI. Cooperó con Lautaro en la toma del fuerte Tucapel y en la batalla de Tucapel, donde es derrotado el ejército conquistador y muere Pedro de Valdivia. Su nombre es símbolo de la resistencia indígena, su vida y hechos son recogidos por Alonso de Ercilla —uno de los capitanes de García Hurtado de Mendoza y Manrique— en su obra épica La Araucana y Rubén Darío en su poema Caupolicán.

Después de la muerte de Lautaro, los mapuches quedaron sin un jefe digno que los guiara; esto se evidenció en el combate del Fuerte de San Luis, que no pudo ser tomado, y en la batalla de Lagunillas el 8 de noviembre de 1557. Entonces, una crecida fuerza de 12 000 mapuches al mando de varios toquis —entre ellos, los caciques Lincoyán y Galvarino— atacó a una poderosa fuerza realista al mando de García Hurtado de Mendoza. Al pasar el río Biobío, proveniente de Concepción, García traía una fuerza de 600 soldados bien armados y unos 1500 yanaconas, que fueron arremetidos por esta fuerza mapuche en unos cenagales, llamados «lagunillas».

El ataque fue desorganizado, y a pesar de la gran diferencia numérica, los mapuche fueron derrotados en una brutal lucha cuerpo a cuerpo; dejando en el campo cientos de muertos y heridos y 150 prisioneros. Entre estos prisioneros estaba uno de los toquis: Galvarino. García de Hurtado y Mendoza, haciendo gala de la misma actitud, tan común entre los conquistadores españoles, así como la de Pedro de Valdivia en la Batalla de Andalién, ordenó como escarmiento, mutilar la mano derecha y la nariz a los prisioneros. Galvarino no sólo colocó su mano derecha para que le fuera amputada, sino que, en un acto de gran valor, colocó la otra mano ante su verdugo y ambas fueron amputadas antes de ser liberado. Esta forma de escarmiento lograba enfurecer y endurecer aún más a los mapuches frente a los usurpadores de su territorio.

Después de estas derrotas los mapuches se reunieron en un gran Consejo en la Sierra de Pilmaiquén, este Consejo tenía por objetivo unificar en un solo mando a las fuerzas mapuche, con la elección de un toqui. Caupolicán fue elegido por su gran fortaleza física y valentía. Era de rostro severo y tuerto desde la niñez. Según cuentan las tradiciones, Caupolicán tuvo que demostrar su fuerza ante los caciques, entre los que se encontraba Tucapel y Rengo, presididos por Colo Colo, sosteniendo un grueso tronco de árbol sobre sus hombros durante dos días y dos noches sin desmayarse antes de ser elegido toqui; Caupolicán fue el vencedor entre otros candidatos tales como Ongolmo, Lincoyán y Elicura. Alonso de Ercilla lo inmortalizaría en La Araucana:

A fines del siglo XIX, el poeta nicaragüense Rubén Darío escribió «Caupolicán», uno de los sonetos aparecido en el libro Azul... (1888),[7]​ en cuya escena mitifica la mencionada gesta del héroe.

Después de la victoria de las armas españolas en Lagunillas, García se internó en territorio hostil buscando una batalla decisiva. Las fuerzas realistas acamparon en Millarapue, al interior de la Araucanía, el 29 de noviembre. Los mapuches al mando de Caupolicán, intentaron un ataque por sorpresa al campamento enemigo en la alborada del 30 de noviembre. Coincidió que ese día se celebraba entre los españoles el Día de San Andrés y sonó el toque de una alegre diana de trompetas, que los mapuches interpretaron como alarma; y así, creyéndose descubiertos, se arruinó el ataque. El número de atacantes era 15 000; entre ellos venía Galvarino al frente, que se mostraba con su dos brazos cortados azuzando las pasiones de sus camaradas. La batalla fue encarnizada. La batalla de Millarapue duró desde la madrugada, hasta las 14:00 horas del día siguiente, y Caupolicán la dirigió montado en un caballo blanco. Finalmente, los mapuches fueron envueltos por los flancos y la retaguardia y derrotados. Los españoles establecieron el fuerte de Cañete, no muy lejos de donde estuvo emplazado el de Tucapel.

El 20 de enero de 1558 los españoles sufrieron un ataque en la ciudad fortificada de Cañete, siendo rodeada y sitiada por más de 15 000 mapuches. La idea de Caupolicán era dejar morir de hambre a los sitiados. La situación se hizo muy crítica, ya que la salida a campo abierto era una derrota segura para los españoles; asimismo, un ataque directo al fuerte, con el contingente hispano bien armado, implicaba una gran cantidad de bajas entre los araucanos. Un yanacona proespañol llamado Andresillo (nombre muy común, tal como Felipillo y otros terminado en -illo, dado a los yanaconas) se ofreció para atraer a los mapuches mediante engaño al fuerte. El plan consistía en hacerse amigo de los atacantes, haciéndose aparecer Andresillo como desertor de los españoles; los mapuches creyeron en este personaje y él les contó que la hora de la siesta era la mejor para atacar desprevenidos a los españoles; él les abriría las puertas para atacar por sorpresa. Caupolicán hizo comprobar la veracidad del argumento de Andresillo ordenando introducir un espía en el interior del fuerte. Alonso de Reinoso, capitán del fuerte ya había previsto la visita del espía y dio instrucciones para que todos se hicieran los dormidos. El 5 de febrero se fijó como fecha de ataque. Andresillo abrió las puertas del fuerte y una masa de mapuches se introdujo silenciosamente. Cuando ya casi todos estaban en el interior del fuerte, fueron recibidos por descargas de fusilería que provocaron una gran mortandad entre los atacantes, quienes escaparon en desbandada; Caupolicán pudo huir gracias a que todavía no había llegado la caballería hispana a la zona de combate. Para cuando esta llegó, las tropas mapuches se retiraban ya por los cerros y los españoles salieron en su persecución.

Mientras aún se retiraban los mapuches supervivientes, una avanzada al mando de Pedro de Avendaño llegó a Pilmaiquén, y en la Batalla de Antihuala (5 de febrero de 1558) capturó a Caupolicán, quien preparaba una contraofensiva. Según Ercilla, cuando era conducido atado por un piquete hacia el fuerte de Tucapel, le salió al paso una mapuche iracunda, de nombre Fresia, con un bebé en brazos; era hijo del derrotado toqui. La mujer le reprochó el hecho de haberse dejado capturar vivo; le arrojó su hijo a los pies y se marchó, siendo estériles los ruegos de que volviese por la criatura. La marcha continuó su rumbo en silencio.[8]​ Fue llevado ante el veterano Alonso de Reinoso, quien lo condenó a morir en la pica, una muerte terrible por empalamiento. Cristóbal de Arévalo, Alguacil de campo, fue el encargado de ejecutar la orden. Caupolicán fue subido y amarrado a una tarima que tenía una punta de madero cortado en forma de pica en el centro; Caupolicán, mostrando gran serenidad, miró con soberbia a la multitud de españoles que lo contemplaban y dijo:

Dicho esto, alzó el pie derecho aún con las amarras puestas y dio una gran patada al verdugo, que rodó de la tarima; hecho esto, él mismo se sentó en la pica y, sin dar ninguna muestra de dolor, murió por empalamiento. Galvarino también había sido capturado y ahorcado. Después de estos atroces episodios, y debido al prestigio familiar, Caupolicán el Joven, su hijo mayor, fue elegido líder militar, actuando en la batalla de Quiapo (noviembre de 1558).

Caupolicán, sin duda, fue un bravo guerrero, aunque no obtuvo las victorias ni poseía el genio militar de Lautaro; las hazañas de ambos fueron cantadas en el poema épico La Araucana, de Alonso de Ercilla. Rubén Darío también le dedicó un poema. Unos 40 años después se levantó un nuevo caudillaje mapuche entre los que se destacaría Pelantarú, Lientur y el mestizo Alejo. Actualmente, Caupolicán es reconocido por sus proezas, fuerza e inteligencia en todo Chile mediante el nombramiento de calles, teatros, parques y monumentos en su honor. Erróneamente se cree que la estatua de bronce ubicada en el cerro Santa Lucía de Santiago es un homenaje al toqui. Lo cierto es que se trata de una obra del escultor Nicanor Plaza, que la tradición popular chilena asoció con Caupolicán.




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