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Combate terrestre



En su acepción más amplia combate es el acto de luchar entre sí dos ejércitos o fracciones de ellos.

Existe discrepancias entre los tratadistas para marcar con precisión la diferencia entre combate y batalla. Aquella encierra un sentido de mayor generalidad que ésta; la batalla, la acción, la refriega, en una palabra todo choque de dos fuerzas enemigas cualquiera que sea su importancia, caben dentro de la denominación común de combate. Pero en su misma generalidad empequeñece el concepto de esta palabra, toda vez que pueda haber, y hay, combates que por la escasez de las fuerzas en liza, o por otras circunstancias, apenas ejercen influencia sobre la marcha de las operaciones; mientras que la batalla, aunque no sea decisiva, produce resultados de consideración.

Por otra parte, la batalla misma no es más que un conjunto de combates parciales. Por consiguiente, se puede distinguir en la palabra combate un significado genérico, que corresponde al concepto de lucha en toda su extensión, y otro más concreto, que lo hace sinónimo de encuentro o choque elemental, a veces episódico, de poca importancia en suma.

Si el fin de la guerra es la destrucción del ejército enemigo, el combate es el medio más adecuado para realizarlo.

Cuando se juzga por el aspecto exterior de la lucha parece que ésta, aun en el caso de ser el resultado de un encuentro fortuito, tiene por objeto la conquista de unas posiciones, que uno de los contendientes, el que se considera más fuerte, ataca con encarnizamiento, y el otro defiende con tesón. Pero en realidad, este objeto no es más que aparente: rara vez las posiciones disputadas tienen por sí solas valor suficiente para que merezcan el cruento sacrificio de tantas vidas. Y es tan así, que casi nunca el vencedor las ocupa de un modo duradero, contentándose por lo regular con permanecer en ellas el tiempo necesario para descansar y dar fe de que las ha ganado. y si por el contrario las abandona, esquivando el choque, eso que a parece una victoria alcanzada sin pérdidas, constituye todo lo más una ventaja, incompleta y de poca consideración la mayoría de las veces, porque la retirada espontánea del enemigo no resuelve nada, ya que puede ser impuesta por la necesidad de concentrar fuerzas para prepararse a una acción decisiva, y aquel puede parecer más pujante cuando menos se le espere.

Con esto se entiende que al brindar al enemigo un combate el fin que se persigue no es inútil el afán de desalojarle de unas posiciones, que tal vez para nada sirven, sino por el deseo de aniquilarle, o por lo menos quebrantarle gravemente la moral, de hacerle sentir el peso de la propia superioridad, y obligarle a retirarse desordenado y maltrecho, reconociéndose vencido. Este sí que es un objeto digno de ser ambicionado, porque la victoria no significa solo el escarmiento del enemigo y la pérdida consiguiente que experimenta en hombres y en material de guerra; supone también, y muy principalmente, un aumento considerable de la fuerza moral propia y la correlativa depresión en la del contrario, predisponiéndole a ceder en sus intransigencias, y contribuyendo en allanar el camino para llegar a la paz.

Los combates según sus circunstancias pueden ser:

El combate es defensivo para una de las partes, cuando como consecuencia del sistema bélico adoptado para asegurar el éxito contra un enemigo más poderoso, o por la debilidad relativas de sus fuerzas le aconseje acogerse voluntariamente a esta forma de combate, buscando en el amparo del terreno el modo de compensar su inferioridad.

El combate era ofensivo para la parte que se considerara más fuerte o porque le convenía aprovechar la ocasión para asestar un golpe al adversario, o porque necesitaba obrar con energía para resolver inmediatamente el conflicto que tenía planeado.

Esto no excluía la posibilidad de que en un combate el que se mantenía a la defensiva tomase la ofensiva en un momento dado, o de que el que atacaba se mantuviera por el contrario a la defensiva en una parte de su línea de combate.

Descripción de un ejemplo de plan válido hasta la Primera Guerra Mundial, incluida parte de ésta, hasta que la introducción de la aviación en la guerra, cambió las formas y reglas del combate.

En el combate defensivo y en el ofensivo hacía falta tener un plan, algo que a primera vista parece incompatible con la falta de iniciativa que supone aquella forma de lucha, cuya importancia estriba en que no debe supeditarse completamente a los designios del enemigo.

La clase de posición que se trate de defender, las fuerzas con que se cuente y las noticias que se tengan del enemigo son los factores que influyen principalmente en la concepción del plan.

Es preciso que el plan no se proponga disputar el suelo al agresor de un modo pasivo, sino con el propósito de atacarle a su vez tan pronto como las circunstancias lo permitan. Elegida la posición en que se disputará el combate, para lo que hay que tener en cuenta consideraciones estratégicas y tácticas, el que está al mando deberá proceder al reconocimiento militar|reconocimiento de los alrededores y ocupar con pequeños destacamentos avanzados los puntos desde los cuales la artillería enemiga podría cañonearla.

La distribución de las fuerzas debe hacerse con sujeción al plan, y suponiendo que este sea defensivo–ofensivo se formarán con ellas tres núcleos distintos: uno encargado de sostener la defensa de la posición, otro para realizar el contraataque y la reserva general. El primero, con aproximadamente la mitad de los efectivos, se reparte en dos líneas: una que se extiende de un modo continuo por todo el frente, y se compone de las fuerzas en fuego, con su escalón de refuerzo y por lo regular sin apoyos, que se introducen en el cordón de tiradores; y la otra, formada por las reservas parciales, se sitúa aproximadamente a 1 km a retaguardia de la anterior y sirve para reforzarla en caso necesario, protegerla si tiene que retirarse y oponerse a los ataques de flanco.

El segundo se mantiene apartado de la línea de combate y oculto en lo posible a la vista del enemigo hasta el momento de entra en acción hacia uno de los flancos. la reserva se concentra a unos 2 o 3 km detrás del centro de la posición, disponible para acudir donde se le ordene. La artillería se distribuye por todo el frente de combate, situándose tan cerca de la línea de fuego como sea posible sin que peligre su seguridad (500a 1000 m), y la caballería se coloca hacia los flancos, vigilándolos.

Complemento de estas disposiciones son los trabajos que se llevan a cabo sin pérdida de tiempo en la posición elegida para despejar el campo de tiro y ponerla en estado de eficaz defensa, y a retaguardia de aquella para crear los principales puntos de apoyo de una segunda línea, que permita renovar la lucha en caso de tener que abandonar la anterior; y hasta de una tercera, que servirá en un último extremo para proteger la retirada.

La primera fase del combate defensivo corresponde, como en la ofensiva a los preliminares de la acción. comprende el choque de la caballería exploradora con la del enemigo y la lucha de la vanguardia de este con los destacamentos que ocupan los puestos avanzados. Estos no deben extremar la resistencia, sosteniéndose solamente el tiempo suficiente para entorpecer y detener la marcha del enemigo, ante el ataque resuelto de este se replegarán a la posición principal, retirándose con orden y destruyendo de paso cuanto pueda facilitar el avance del enemigo. La artillería entra en acción tan pronto como se descubren las baterías opuestas, y concentrando sus fuerzas sucesivamente sobre ellas, procurar reducirlas la silencio, cosa que no le será muy difícil al principio, puesto que tendrá a su favor la superioridad del número y el mejor conocimiento del terreno y las distancias.

Durante la segunda fase del combate, es decir el periodo de preparación, la infantería rompe el fuego a ráfagas a largas distancias sobre las fuerzas del enemigo. La artillería dirige entonces el fuego de sus piezas principalmente contra la infantería enemiga y concentrando el fuego en los puntos de paso obligado del adversario, los siembra de proyectiles. La caballería por su parte pone en juego todos sus recursos para averiguar los movimientos de fuerzas del enemigo y adivinar por ellos la dirección probable que se propone dar al ataque. Este se dibujará con claridad al final del periodo preparatorio, distinguiéndose perfectamente la parte de la línea que está encargada del combate demostrativo y la que debe ejecutar el decisivo. Se refuerza la línea de fuego con las tropas disponibles y al mismo tiempo se prepara el contraataque, que debe descargar por lo general su munición sobre el punto más débil del contrario, esto es, sobre el flanco de la parte que efectúa el combate demostrativo. Las tropas encargadas de realizarlo, que habrán permanecido ocultas hasta que el enemigo entrase en la zona eficaz del fuego de fusilería, desplegando entonces una parte de sus fuerzas para quebrantar a las que constituyen su objetivo propio, tan pronto como el ataque se formaliza entran rápidamente en acción, desbordando el frente del adversario; y apoyadas por el fuego de sus baterías y de las ametralladoras, se lanzan sobre aquel, obligándole a retroceder; conseguido lo cual se retiran con orden a sus antiguas posiciones.

Entre tanto, las fuerzas que guarnecen el frente defensivo aguantan los proyectiles que contra ellos se dirijan. Saliendo de sus trincheras cuando el enemigo está ya muy próximo hacen fuego. Al mismo tiempo los zapadores arrojan sobre el asaltante granadas de mano y otros explosivos y activan las minas.

Si a pesar de todo, el enemigo continúa avanzando y llega a adueñarse de la posición, antes de darla definitivamente por perdida se intentará recobrarla encomendando esta misión a la reserva. Solo si esta fracasase se impondría la retirada, emprendiéndola con todo el orden posible y de posición en posición bajo la protección de las fuerzas que menos hayan sufrido, y particularmente de la caballería y de la artillería.



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