El consenso científico es el juicio colectivo, la posición y la opinión de la comunidad científica en un campo particular de estudio. El consenso implica un acuerdo general, aunque no necesariamente unanimidad.
El consenso suele lograrse a través del debate científico. La ética científica exige que las nuevas ideas, los hechos observados, las hipótesis, los experimentos y los descubrimientos se publiquen, justamente para garantizar la comunicación a través de conferencias, publicaciones (libros, revistas) y su revisión entre pares y, dado el caso, la controversia con los puntos de vista discrepantes. La reproducibilidad de los experimentos y la falsación de las teorías científicas son un requisito indispensable para la buena práctica científica.
En ocasiones, las instituciones científicas emiten declaraciones con las que tratan de comunicar al "exterior" una síntesis del estado de la ciencia desde el "interior". El debate mediático o político sobre temas que son controvertidos dentro de la esfera pública pero no necesariamente para la comunidad científica puede invocar un consenso científico, como por ejemplo el tema de la evolución biológica o el cambio climático.
El conocimiento científico adquiere el carácter de objetividad por medio de la comunidad y sus instituciones, con independencia de los individuos. D. Bloor, siguiendo a Popper y su teoría del mundo 3, convierte simétricamente el reino de lo social en un reino sin súbditos individuales, en particular reduce el ámbito del conocimiento al estado del conocimiento en un momento dado, esto es, a las creencias aceptadas por la comunidad relevante, con independencia de los individuos en concreto. El conocimiento científico es únicamente adscrito a la «comunidad científica».
Pero esto no debe llevar a pensar que el conocimiento científico es independiente de un individuo concreto como algo autónomo. Lo que ocurre es que se encuentra «socialmente fijado» en documentos y publicaciones y está causalmente relacionado con los conocimientos de los individuos concretos que forman parte de la comunidad.
El asunto del consenso es un tema importante en la filosofía de la ciencia. El criterio de que el objetivo de la ciencia es llegar a forjar un consenso lleva implícito el hecho de que el científico es un escéptico, que usa su pensamiento crítico y analítico para evaluar toda evidencia presentada antes de empezar a deliberar y emitir una opinión. A diferencia de otras formas de conocimiento, el conocimiento científico se articula con premisas que admiten consenso, es decir, que pueden ser comprendidas universalmente, con lo cual pueden ser evaluadas por cualquier especialista en la materia para poder pronunciarse sobre ellas y eventualmente pasar a formar parte del consenso. Así, el trabajar con premisas que admitan consenso es un requisito para el consenso científico.
Siempre hay, en los grupos, miembros excéntricos, defensores remanentes de ideas anteriores que han sido sobrepasadas, camarillas o individuos con puntos de vista únicos, o con ideas nuevas que no han sido comprobadas concienzudamente, y con ellos otros disidentes. Cada uno de esos grupos puede mostrarse muy enérgico al promover sus puntos de vista, y lo hacen. Dado que la ciencia penetra la sociedad, determinados grupos sociales se convierten en abogados de las teorías excéntricas por motivos políticos, no científicos, actuando como amplificadores como si lo fueran.
Un último problema a la hora de entender el valor del consenso es la tendencia a exagerar el número de veces que en el pasado un consenso ha sido volcado por una teoría externa. Por su propia naturaleza, son mucho más numerosas las ideas que fracasan que las que consiguen asentarse. Puesto que el progreso es casi siempre gradual, las ideas radicalmente nuevas que llegan a ser aceptadas son muy raras, y a menudo hacen falta años y un examen minucioso de su mérito para que lo logren. Hay una tendencia natural a sobreestimar el valor de las ideas radicalmente nuevas. Por su propia naturaleza, tienden a hacerlo la prensa popular y general, cuando buscan noticias interesantes, y también lo hacen algunas de las mejores revistas científicas, como Nature o Science.
En su sentido más estricto, la expresión consenso científico se utiliza para indicar que en una determinada cuestión los especialistas del campo correspondiente han alcanzado un acuerdo firme, sin dudas significativas, basado en el acuerdo acerca de los hechos observables (observación sistemática y experimentación) y en el intercambio racional en que consiste el trabajo científico, intercambio mediado por el sistema científico de publicación de resultados y elaboraciones, con publicidad y revisión por pares (véase método científico).
Por ejemplo, en física existe un consenso científico en torno a la teoría general de la relatividad y a la mecánica cuántica. La teoría de la relatividad especial y la mecánica cuántica se consideran unificadas en el marco de la teoría cuántica de campos (o QFT, por Quantum Field Theory). Existe consenso científico en el sentido de que la teoría cuántica de campos es una explicación muy útil, pero no una teoría acabada. Por ejemplo, no abarca la gravedad. La teoría general de la relatividad y la mecánica cuántica pueden verse unificadas por la teoría de supercuerdas, pero no hay consenso en cuanto a si esta candidata a teoría del todo es una descripción correcta y definitiva de la realidad.
En debates públicos, la afirmación de que existe consenso entre los científicos en un determinado tema suele servir como un argumento para demostrar la validación de una teoría, y usarlo para así promover un determinado curso de acción. Análogamente, argumentos del tipo "carece de consenso científico" los utilizan a menudo grupos que presentan políticas capciosas, en las que tratan de denostar y restarles importancia a los temas que realmente si presenta consenso científico.
Por ejemplo, referente al cambio climático reciente, aunque hay grupos que lo negaron por mucho tiempo, al analizar el tema, realmente puede observarse que existió un consenso científico en torno a las causas del cambio climático. La historiadora de la ciencia Naomi Oreskes publicó un artículo en la revista Science en el que defiende que un repaso de 928 resúmenes de publicaciones científicas registradas en el ISI, de entre 1993 y 2003, seleccionadas con los términos global climate change (cambio climático global), no mostraba ninguna que se opusiera explícitamente a la noción de que hay un calentamiento global antropogénico. En un editorial posterior en el Washington Post, la autora argumentaba que elementos que se oponen a esos hallazgos científicos amplifican las dimensiones del desacuerdo, exagerándolas. Richard Lindzen, del MIT, uno de los aludidos, respondió en el Wall Street Journal con su postura inicial de que hay muchas dudas en la comunidad científica de que de verdad la actividad humana esté afectando al clima de alguna manera reconocible. Este es un caso en el que la afirmación y la negación de la existencia de un consenso se convierten en argumentos en favor de políticas alternativas, intervenir o esperar y ver.
De manera semejante, los grupos creacionistas alegan siempre que existiría un fuerte debate acerca de la evolución biológica, para dar la falsa impresión de que realmente sería un tema muy discutido por los científicos; argumentando sobre esta base que en la enseñanza de la ciencia su propia narración del origen debería ocupar un lugar equivalente al de la evolución. Sin embargo, no hay ninguna disputa significativa entre los científicos sobre la realidad del hecho ni sobre los ejes de la teoría de Darwin y la síntesis evolutiva moderna, y sólo se observan discrepancias y nuevas ideas sobre puntos específicos; por lo que puede afirmarse que la teoría misma no ha sido rebatida en el campo de la biología. Sin embargo, se promueve la confusión a base de citas sacadas de contexto. La existencia del consenso tiene aquí también consecuencias políticas, por cuanto existen grupos creacionistas que intentan hacer creíble su ideología a través del diseño inteligente, como si este fuera una teoría científica alternativa, y no un dogma religioso opuesto a la ciencia.
Hay muchas teorías filosóficas e históricas de cómo el consenso científico cambia con el tiempo. Debido a que la historia del cambio científico es extremadamente complicada, y debido a que hay una tendencia a buscar "ganadores" y "perdedores" en el pasado en relación con nuestro "actual" consenso científico, es muy complicado traer a colación modelos de cambio científico que sean precisos y rigurosos. Esto es tremendamente difícil también en parte debido a que diferentes ramas de la ciencia trabajan en cierto modo con diferentes formas de demostración y experimentación.
La mayor parte de los modelos de cambio científico se basan en los nuevos datos aportados por observaciones y experimentos científicos. El filósofo Karl Popper propuso que, en tanto que ningún número de hechos sería nunca suficiente para «demostrar» absolutamente una determinada teoría científica, pero que bastaría un solo hecho para «refutarla», todo el progreso científico debería estar basado en un proceso de refutación, en donde los experimentos son diseñados con la esperanza de encontrar datos empíricos de los que la teoría vigente no pueda dar cuenta, indicando así su falsedad y la necesidad de elaborar una nueva teoría, que desarrolla o sustituya a la anterior.
En ocasiones quienes postulan o están a favor de una hipótesis o teoría on apoyo minoritario; y por ende están en contra del actual consenso científico (el "Paradigma científico vigente"), suelen usar el término "Paradigma" como un término despectivo, de modo de exaltar su teoría o hipótesis como un cambio de mentalidad e ideas frente a lo que ellos definen como una "ortodoxia" en el consenso existente dentro de la comunidad científica.
En una aplicación estándar del principio psicológico del sesgo de confirmación, las investigaciones científicas que respaldan el consenso científico existente suelen ser recibidas más favorablemente; en cambio las investigaciones que lo contradicen requieren más tiempo para ser analizadas y corroboradas, y más tiempo también, por ello, para ser aceptadas o descartadas como correctas dentro de la comunidad científica. Por ello, en algunos casos, aquellos que cuestionan el paradigma científico vigente además son a veces criticados de forma más dura por sus aseveraciones o argumentos que utilizan.
Las investigaciones que ponen en cuestión una teoría científica bien fundamentada son sometidas a un escrutinio más cuidadoso, para así poder evaluar concienzudamente si están bien elaboradas y documentadas, y que realmente no presentan fallos. Este escepticismo científico y precaución (a veces mal interpretado por los grupos científicos minoritarios) se usa para garantizar una protección a la ciencia frente a divergencias prematuras entre ideas reconocidas basadas en investigaciones vastas, y las nuevas ideas que todavía no se sustentan o que realmente no están sustentadas en bases empíricas y desarrollos teóricos suficientes. Sin embargo, esto a menudo provoca conflictos entre los partidarios de nuevas ideas y los partidarios de las ideas dominantes; tanto en casos donde la nueva idea es aceptada más tarde como en casos donde finalmente es rechazada o abandonada.
En su libro de 1962 La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn aborda este problema en detalle. Algunos ejemplos de esta cuestión están presentes en la historia reciente de la ciencia. Por ejemplo:
Sin embargo, muchos de los ejemplos anteriores representan vuelcos menos evidentes de lo que parece o no lo son en absoluto. El propio Kuhn observaba que las ideas nuevas son rechazadas frecuentemente con vehemencia por los sujetos dominantes que formularon o desarrollaron las teorías vigentes, que se encuentran en sus últimos años de producción intelectual y a la vez en la cumbre de su poder académico, pero que son consideradas y asimiladas, a menudo dentro del consenso, por los miembros ascendentes de la comunidad científica. Existe además una tendencia a exagerar a posteriori el carácter revolucionario de la transición, a menudo por los propios protagonistas, y más aún por los divulgadores, que aspiran siempre a contar historias apasionantes.
Sin embargo, la marginalidad inicial de estas innovaciones teóricas es pues relativa, y muchas de ellas son aceptadas y publicadas desde el principio por las revistas más influyentes. La respuesta de la comunidad científica a la publicación de teorías muy excéntricas no es uniforme; algunos se oponen a darle pábulo a ideas que realmente no ofrecen un grado mínimo de plausibilidad, y otros son partidarios de una manga más ancha. Un buen ejemplo lo ofrece la publicación en 1986, en la más prestigiada revista científica, Nature, del trabajo de Jacques Benveniste sobre lo que se designa ahora como la «memoria del agua». La decisión del director, a sabiendas polémica, argumentada ya en un comentario editorial en el mismo número, no ha dejado de ser debatida hasta hoy. Algunos opinan que fue un error, que todavía sirve para alimentar las pretensiones científicas de algunas terapias mágicas, y otros que fue un riesgo merecido, en nombre de la necesaria publicidad de las ideas, sin la cual no es posible una verdadera libertad de juicio y un verdadero progreso científico.
Por supuesto, además de la memoria del agua, hay incontables ejemplos de nuevas ideas que no encontraron corroboración. Dos de las clásicas son los rayos N y el agua polimérica. Algunos creen que la fusión fría pertenece a esta categoría, pero para otros, más allá del fracaso de Fleischmann y Pons, todavía hay un fondo de plausibilidad en la idea.
Un debate científico es un tipo de discusión científica en el que existen dos o más posiciones entre particulares o grupos en que se aducen hechos y deducciones científicas, pero los hechos son tales que el alcance y las consecuencias lógicas de dichos hechos no están claras o permiten extraer conclusiones excluyentes. El debate científico se da sólo cuando los hechos son insuficientes o ambiguos, en esas situaciones a partir de los mismos hechos existen conclusiones excluyentes entre ellas pero a su vez compatibles con los hechos científicos probados o aceptados por las diferentes partes que participan en el debate.
El debate científico debe distinguirse de las polémicas pseudocientíficas en que un grupo de personas argumenta contra el consenso científico establecido, aduciendo supuestas pruebas científicas y afirma basarse en el método científico cuando realmente no es así. Por ejemplo los creacionistas afirman que existe un debate científico sobre la validez o adecuación de la teoría de la evolución de las especies biológicas y usan argumentos basados, supuestamente en pruebas y argumentos científicos, pero realmente no existe un auténtico debate científico, ya que los hechos conocidos son totalmente suficientes para aceptar la validez general de la teoría de la evolución.
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