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Ortodoxia



Ortodoxia (del latín orthodoxĭa, y este del griego ὀρθοδοξία,[1]​ de las raíces ὀρθός -orthós, "correcto", "recto"- y δόξα -dóxa, "opinión", "creencia"-) es la opinión o creencia tenida por correcta y verdadera; en oposición a la heterodoxia, tenida por falsa, en ambos casos desde la perspectiva de la autoridad que fija tal ortodoxia, o en ausencia de tal autoridad, desde la perspectiva de las ideas o prácticas generalmente admitidas por consenso.[2]

Se aplica habitualmente a las doctrinas y dogmas de las religiones y sectas, así como de los sistemas filosóficos (especialmente los más dogmáticos);[3]​ e incluso a la ciencia (conceptos de paradigma y revolución científica).

Dentro del cristianismo, en su sentido más antiguo, el término se aplicaba a la conformidad con la fe de la iglesia primitiva; y a pesar de que es habitual denominar al conjunto de las iglesias autocéfalas orientales como iglesia ortodoxa ("de los siete concilios"),[4]​ todavía se aplica por cada una de las iglesias cristianas a sí misma en oposición a las demás, dado que ninguna considera sus propias opiniones como incorrectas.[5]

En la filosofía social de José Ortega y Gasset, la ortodoxia viene a identificarse con lo que él denomina "creencias", mientras que la heterodoxia se revela con el término "ideas". Por lo general, en el decurso histórico de una cultura, las ideas se van transformando poco a poco en creencias conforme son asumidas por cada vez más figurantes de una sociedad, constituyéndose en motor del progreso de las mismas.

La ortodoxia, asumida por el poder, se sustenta mediante mecanismos ideológicos y mecanismos políticos, sociales y económicos de control social; destacadamente las instituciones y los medios de comunicación, según el nivel de desarrollo histórico de la sociedad (sociedad preindustrial, industrial o postindustrial). La tolerancia o represión que la ortodoxia ejerce sobre la heterodoxia determina la facilidad o dificultad de esta para manifestarse, o bien se relega, es ignorada o eliminada; según se ejerza un autoritarismo homogeneizador e identitario o distintos grados de democracia y representación que admitan la heterogeneidad y reconozcan la alteridad.

La gobernabilidad y el mantenimiento del orden social exige un nivel suficiente de consenso en torno a los valores, ideas y creencias considerados ortodoxos, que aseguren la cohesión social y un cierto grado de asimilación de la marginalidad, de los grupos discrepantes, disidentes o subversivos y de los individuos "desviados" (outsider)[6]​ o anómicos (condición que suele asimilarse a la disfuncionalidad y la asocialidad, incluso a la psicopatía).



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