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Cruzada de los pastorcillos



Cruzadas de los pastorcillos es la denominación adoptada para las dos últimas cruzadas populares.

Durante los siglos XI al XIII, en paralelo con las Cruzadas señoriales, convocadas por Roma y encabezadas por reyes y nobles de la Europa Occidental, se produjeron otros movimientos multitudinarios, por lo común respondiendo a llamamientos de iluminados que pretendían haber recibido esta llamada de la divinidad. Se les conoce como “Cruzadas Populares”.

Si bien en cada caso las circunstancias concretas podían variar, en todas las situaciones existió un hilo conductor afirmando que "la liberación de los Santos Lugares sólo podrían conseguirla las gentes sencillas y puras"

Aunque no puede descartarse que hubiesen existido otros movimientos, bien locales o de menor poder de convocatoria, son cuatro las que han perdurado en la memoria:

Todas ellas acabaron malamente, por lo común con el exterminio de los participantes

La Séptima Cruzada, encabezada por Luis IX de Francia (San Luis) en el año 1250, se dirigió contra el Egipto mameluco; las tropas cristianas, tras la toma de Damietta sufrieron algunos reveses y finalmente pusieron sitio a Mansurá. Pero su ejército, víctima de una epidemia de peste o, según las últimas investigaciones, disentería, tifus y escorbuto quedó atrapado. Luis IX fue capturado con dos de sus hermanos. Cuando la noticia llega a Europa provoca incredulidad. ¿Cómo podría un rey tan piadoso ser abandonado por el único Dios verdadero?

La respuesta provino de predicadores populares, en particular un cierto Job, o Jacob o Jacques, monje húngaro de la orden del Císter. Este carismático religioso, llamado el "maestro de Hungría", afirma haber recibido una carta de la Virgen María quien le indica que los poderosos, los ricos y los orgulloso nunca reconquistarán Jerusalén, pero que sólo caerá a los pobres y humildes pastorcillos, que deben ser la guía. El orgullo de la caballería, dice la carta, es desagradable a Dios.

El llamamiento solemne se realizó en la Pascua de 1251. Unos pocos de pastores y campesinos tomaron la Cruz y armados con hachas, cuchillos y estacas se dirigen a París. Al pasar por Amiens, su número quizá llegue a 30.000, mientras que se evalúa en 50.000 cuando llegan París, donde fueron recibidos por la reina regente Blanca de Castilla madre del rey prisionero. Aunque en principio les muestra su apoyo, el movimiento se revela demasiado peligroso en los planos social y religioso para poder ser aceptado por los dirigentes: acusan a abades y prelados de codicia y orgullo, e incluso los caballeros son acusados de despreciar a los pobres y obtener beneficios de la Cruzada.

El conflicto con el clero prosigue en varias ciudades (Rouen, Orleans, Tours). En Bourges, los pastores asaltan las juderías siendo reprimidos por las fuerzas reales. Como las ciudades no quieren alimentarlos, en toda la Francia afectada hubo saqueos, por ejemplo en Burdeos, donde Simón V de Montfort los somete con dureza.

El movimiento se extiende a Renania y el norte de Italia. La represión es cada vez más feroz y sólo unos pocos sobrevivientes lograron llegar a Marsella embarcando rumbo a Acre, donde se unen a los cruzados, extinguiendo de esta forma la revuelta.

Se recuperó el mismo término «pastorcillos» para denominar a los tumultos de 1320, también conocida como la segunda cruzada de los pastores.

Las causas son complejas. Como trasfondo, una ola de hambre se extendía por Europa Occidental, probablemente como consecuencia de ciertos cambios climáticos (“la pequeña edad de hielo”) y la situación económica de los campesinos pobres se había deteriorado. La desesperación reinante propiciaba todo tipo de profecías y peticiones para una nueva cruzada. Sobre este trasfondo místico se extendió un renovado sentimiento antisemita, alimentado por la política de los dos últimos monarcas franceses, Luis X “El Turbulento” y Felipe V “El Largo”, ambos hijos de Felipe IV “El Hermoso”, que habían restaurado la influencia económica de los banqueros judíos, deshaciendo la política de su padre, quien en 1306 los había expulsado del reino embargando las deudas contraídas con ellos.

La cruzada comenzó en mayo de 1320 en Normandía, cuando un pastor adolescente después de una peregrinación a Mont Saint-Michel, afirmó haber sido visitado por el Espíritu Santo, que le dio instrucciones para luchar contra los musulmanes en la península ibérica.

Rápidamente se adhirieron jóvenes agricultores del norte de Francia, que engrosan las filas para ir a la cruzada.

Este vasto movimiento popular es apoyado por los sermones inflamados de un benedictino apóstata y un sacerdote condenado por su conducta, quienes les convencen de la urgencia del "Santo Viaje" para ir a luchar contra los infieles. Formando diversas columnas, estos pastores convergen en París donde entran el 3 de mayo de 1320. Desean pedir a Felipe V, biznieto de San Luis, a la sazón rey de Francia que acaudille la cruzada, pero el monarca se negó terminantemente a reunirse con ellos. Durante su estancia en París protagonizan diversos desórdenes y atacando la prisión real del Grand Châtelet, liberando a los presos.

Cinco días más tarde, advertido de este movimiento, descontrolada y subversivo, el papa Juan XXII, residente en Aviñón, lanza la excomunión contra todos aquellos que se crean cruzados sin permiso papal.

Aún asaltan varias veces las juderías de la capital; finalmente pueden ser convencidos para abandonar París encontrando a su paso nuevos seguidores. A principios de junio, los pastores cruzaron la Saintonge y Périgord, que devastan y saquean. Nuevas incorporaciones se producen a su paso por Guyena. Llegados a Agenais, se dividen en dos grupos:

Alentados por noticias confirmando que el rey de Aragón, Jaime II «El Justo», estaba organizando una expedición - capitaneada por su hijo y heredero al trono, el infante Alfonso - para hacer frente a los moros del reino de Granada que, al parecer, pretendían adentrarse en tierras de Valencia, los «pastorcillos» (también llamados pastoreaux o pastorellos) encuentran un motivo para ver cumplidos sus deseos de luchar contra el infiel y, en número de unos cinco mil, atraviesan los Pirineos y penetran en el reino de Aragón con intención de participar en una cruzada contra los sarracenos[1]

Su primera acción fue el saqueo de la aljama de Monclús (comarca de Sobrarbe), entonces importante enclave, donde asesinaron a unos 300 judíos adultos que se negaron, los niños fueron obligados, a recibir el bautismo. De allí se dirigieron a Barbastro, intentando asaltar algunas comunidades moriscas que se encontraron en el camino. En Barbastro las autoridades protegieron a los judíos avecindados, a los que se unieron algunos refugiados, habitantes de los contornos.

Llegó la noticia de que había sido suspendida la proyectada campaña contra los musulmanes, con lo que desaparecía el pretexto original de la cruzada. Por otra parte, el rey de Aragón, que se había declarado protector de la comunidad judía, libre del inicial compromiso bélico en el sur, decide acabar con la situación y envía a su hijo, el futuro rey Alfonso IV, para acabar con los desórdenes. El Infante ordena juzgar a algunos pastorcillos ahorcando a unos 30 encontrados culpables de promover los desórdenes.

Ante la nueva situación algunos cruzados decidieron volver a Francia directamente, mientras que el grupo principal se dirigió a Pamplona, capital del reino de Navarra. En el camino son hostigados por las tropas del Alfonso y finalmente cruzan Navarra dispersándose.

Enterado de la carnicería, Pierre Raymond de Comminges, a quien Juan XXII había nombrado Arzobispo de Toulouse, escribió al Papa para pedir ayuda y consejo. El Papa, a través de su legado Gaucelm de Jean, acusó al Rey de Francia de irresponsabilidad y falta de previsión:

Esto no evita el peligro, el 25 de junio los pastores atacan a los judíos de Albi y Toulouse. Cuatro días más tarde, están a las puertas de Carcasona, pero allí les espera el ejército real bajo el mando de Aimeric de Cros, Senescal de Languedoc, que cuenta con apoyo de las tropas de Gaston II de Foix-Béarn. Los pastores son masacrados.

Los sobrevivientes de la matanza huyeron a la región de Narbonne. Los cónsules, alertados por el Senescal, ponen sus ciudades en estado de defensa. El Papa escribió al Arzobispo Bernard Fargues para que haga lo mismo. Las tropas barren constantemente carreteras y caminos colgando de manera sistemática a vagabundos, fugitivos y todo aquel con apariencia, próxima o lejana, de «pastorcillo». Al fin, en el otoño de 1320, no queda ninguno en Languedoc.



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