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Deflación (economía)



La deflación o inflación negativa, en economía, es un descenso generalizado y prolongado -como mínimo, dos semestres según el FMI- de los precios de bienes y servicios motivado por una atonía de la demanda y un exceso de las capacidades productivas (oferta).[1]​ La deflación normalmente está asociada a las recesiones y a las crisis económicas y financieras como ocurrió durante la Gran Depresión y la Gran Recesión.[2]

Las desventajas de la deflación son básicamente la reducción de la actividad económica, el aumento del desempleo, aumento de incertidumbre económica, aumento de los tipos de interés reales por la caída de precios, caída de la demanda.[3][4]

La peligrosidad de esta situación proviene de lo difícil que es salir de ella, ya que se crea un círculo vicioso por el que al caer la demanda, las empresas ven reducidos sus beneficios al tener que reducir los precios para conseguir ventas, como consecuencia de ello, tienen que reducir costes, lo que significa que tienen que recortar empleos. A su vez, si hay gente que se queda sin trabajo, la demanda seguirá disminuyendo ya que estos dejarán de comprar también.[4]

La deflación supone el descenso de precios que incide en la disminución del gasto agregado que afecta negativamente a la actividad y al empleo. Esta bola casi imparable provoca crisis económica con efectos negativos sobre la riqueza, la distribución de la riqueza y la desigualdad social ya que beneficia a los acreedores y perjudica a los deudores. Como los precios caen se produce un aumento del tipo de interés real (aun cuando el nominal se mantenga o incluso baje), produciendo una caída de la demanda y la actividad económica general.[4]

A pesar de los peligros de la deflación los economistas de la escuela austríaca defienden la deflación como algo positivo,[5]​ argumentando que al bajar los precios aumentaría el poder de compra del individuo, sin embargo también asumen que esta deflación tiene problemas en la economía al corto plazo.[6]

El instrumento para luchar contra la deflación es la política monetaria y el control de la oferta de dinero. Se considera que la elección de Roosevelt a la presidencia de Estados Unidos en 1932 y el fuerte aumento que el nuevo gobierno provocó en la cantidad de dinero desempeñó un papel importante en la recuperación.[4]​ Las políticas que la Administración puede aplicar para actuar contra la deflación estarán orientadas a potenciar la demanda para cubrir el desfase con la oferta. El consenso entre los economistas sobre la mejor opción se limita al énfasis en actuar a priori (prevenir la deflación) más que a posteriori (combatir la deflación). Si bien se considera necesario estimular la demanda también es importante compatibilizar dicha demanda (normalmente aumentando la oferta de dinero y recurriendo en ocasiones a la expansión cuantitativa) con un control de los niveles de deuda privada y pública.[2]

A partir de ahí, las opiniones se agrupan en torno a dos propuestas. La primera, monetarista, sugiere bajar los tipos de interés y aportar fondos a las entidades financieras para fomentar el crédito a familias y empresas. La segunda, de corte keynesiano, propone incrementar el gasto público para dinamizar la economía. Normalmente, la opción más adecuada dependerá de cada situación y consistirá en una combinación de ambas propuestas.

Es necesario distinguir deflación de desinflación. La desinflación se define como una desaceleración de los precios, es decir, siguen creciendo pero a un ritmo menor, mientras que la deflación implicaría tasas de variación negativas del IPC.

La deflación se produce cuando la oferta de bienes y servicios en una economía es superior a la demanda: el sector empresarial se ve obligado a reducir los precios para poder vender la producción y no verse obligado a acumular depósitos. Este desajuste entre oferta y demanda puede venir por dos motivos fundamentales.[1]

Durante la Gran Depresión ocurrida en los Estados Unidos a finales de los años 20, el derrumbe de los mercados bursátiles y el colapso del sistema financiero redujo drásticamente la capacidad de gasto de las familias induciendo una espiral deflacionista: el IPC se redujo un 24% entre agosto de 1929 y marzo de 1933.

El mejor ejemplo es la Gran Recesión que se inicia en 2008. En los últimos años del fuerte ciclo expansivo de la última década del siglo XX, las empresas acometieron cuantiosos proyectos de inversión seducidas por la "nueva economía". La no cristalización de estas expectativas dejó al sector productivo (sobre todo en EE. UU.) con un fuerte exceso de capacidad que todavía no ha sido purgado: en Estados Unidos el uso de capacidad estaba (abril de 2003) en el 74%, siete puntos por debajo de la medía 1972-2002. El impacto de este desajuste sobre los precios puede verse acentuado por cambios estructurales en la economía mundial que impliquen un incremento de la productividad o de la competencia entre las empresas, como ocurre en los últimos años con la progresiva desaparición de las barreras al comercio mundial y la liberalización de sectores básicos (telefonía, transporte, energía) en muchos países.

La deflación ha sido un fenómeno muy poco frecuente en el siglo XX, donde solo se han registrado dos casos relevantes. El primero, ya citado, fue la Gran Depresión norteamericana. El presidente Roosevelt cuando alcanzó la presidencia en 1932 llevó a cabo un fuerte aumento de la cantidad de dinero que desempeñó un papel importante en la recuperación económica estadounidense.[4]

Otros casos de deflación son los de Japón y Suecia (-20% en precios). En Japón desde mediados de los 90 y hasta la actualidad (-25% de caída de los precios), y en Suecia obligó al Banco de Suecia a operar con tipos de interés de depósito negativos (-0,25%). La Gran Recesión provocó la Crisis del Euro en Europa, ha implicado períodos de recesión en algunos países como España y una fuerte deflación en Grecia.

En menor medida, Venezuela también fue otro de los países que entró en deflación, durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez. En 1953 y 1955 se registró una deflación de un -1.7% y -1.1% respectivamente. Esto fue producto del exceso de oferta en la economía venezolana, pero los efectos negativos se vieron corregidos por las exportaciones.[7]



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