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Desastre de Annual



El Desastre de Annual fue una grave derrota militar española en la guerra del Rif y una importante victoria para los rifeños comandados por Abd el-Krim. Se produjo entre el 22 de julio y el 9 de agosto de 1921, cerca de la localidad marroquí de Annual, situada entre Melilla y la bahía de Alhucemas. La batalla ocasionó la muerte de alrededor de once mil quinientos miembros del ejército español, nueve mil españoles y dos mil quinientos rifeños afectos a España encuadrados en unidades indígenas, más de la mitad ejecutados tras rendirse. No se dispone de datos sobre las bajas de las fuerzas rebeldes de Abd el-Krim. Esta derrota condujo a una redefinición de la política colonial de España en la Guerra del Rif y a una crisis política que socavó los cimientos de la monarquía liberal de Alfonso XIII. El malestar creado por el desastre de Annual y las acusaciones al rey de instigar el poco meditado y mal preparado avance que propició el desastre, fueron una de las causas del golpe de Estado y la dictadura de Miguel Primo de Rivera. La amnistía regia de 1924 hizo que no se depuraran responsabilidades, de tal forma que los posibles culpables quedaron impunes. Tras esta humillante derrota para España, la guerra continuó durante seis años. En mayo de 1926 Abd-el-Krim se rindió y el 10 de julio de 1927 finalizaron los combates, al producirse la pacificación total del territorio, que permaneció bajo dominio español hasta la independencia de Marruecos en 1956.[1][2][3][4]

Las tropas españolas estacionadas en Annual dirigidas por el general Manuel Fernández Silvestre pretendían avanzar en dirección a la bahía de Alhucemas lugar considerado clave para dominar el territorio. El 1 de junio de 1921 tomaron el monte Abarran ubicado a solo 12 km de la bahía, pero los rebeldes rifeños liderados por Abd el-Krim realizaron un contraataque el mismo día y se adueñaron de la posición capturando algunos cañones. En respuesta las fuerzas españolas tomaron el monte Iguerriben, sin embargo esta segunda posición fue también sitiada por los rifeños y tomada el 21 de julio. Al día siguiente el ejército español inició la retirada en dirección a Melilla hostigado continuamente por las fuerzas rebeldes, la retirada fue desorganizada y se convirtió en huida, el general Silvestre murió en circunstancias poco claras, posiblemente por suicidio, además diferentes compañías formadas por soldados indígenas se pasaron al enemigo contribuyendo al desconcierto y el pánico. El contingente español sufrió enormes pérdidas, finalmente los tres mil supervivientes alcanzaron el fuerte situado en Monte Arruit donde se refugiaron mientras esperaban ayuda procedente de Melilla que nunca llegó. Fueron sitiados y después de resistir durante doce días, acuciados por la sed, el hambre y la falta de municiones, se rindieron el 9 de agosto, tras alcanzar un pacto con el enemigo por el que las tropas entregarían las armas y podrían retirarse libremente hacía Melilla. El pacto no fue respetado por los rifeños que asesinaron a los tres mil supervivientes, una vez desarmados, e hicieron prisioneros a los oficiales para pedir un rescate. El resto de las posiciones españolas pertenecientes al área de Melilla se encontraban aisladas entre sí y fueron atacadas y sitiadas por los rebeldes, algunas guarniciones pudieron escapar, pero la mayor parte de las tropas murieron en combate o fueron asesinadas por los rifeños tras rendirse.[5][4]

Desde enero del año 1921 el ejército español dirigido por el general Silvestre ejecutó una maniobra de avance progresivo partiendo de Melilla en dirección a la bahía de Alhucemas. Se consideraba esta bahía como el corazón del Rif y el enclave estratégico que era preciso tomar para dominar el territorio y acabar con la prolongada guerra de Marruecos que se había iniciado en el año 1909. Las tropas españolas estaban formadas por soldados que realizaban el servicio militar obligatorio, pero contaba también con unidades indígenas naturales de Marruecos: la policía indígena y los regulares. El armamento consistía en artillería anticuada y escasa, ametralladoras de poca eficiencia de la marca Cok que se sobrecalentaban al usarla y fusiles Mauser de origen alemán, muchos de ellos deteriorados por proceder de finales del siglo XIX cuando España realizó las últimas guerras coloniales de Cuba y Filipinas. Los soldados estaban pobremente vestidos y calzados con alpargatas, se les racionaba la comida y la renovación del calzado por existir una corrupción generalizada dentro del ejército que desviaba los suministros destinados a la tropa para beneficio de algunos oficiales corruptos.[nota 1]​ Entre mayo de 1920 y junio de 1921, Silvestre protagonizó un espectacular progreso, rápido e incruento: avanzó 130 km sobre el Rif en un total de veinticuatro operaciones, estableciendo cuarenta y seis nuevas posiciones con muy pocas bajas, solamente diez muertos y sesenta heridos. Ocupó Tafersit, adelantó el frente hasta el río Amekrán y obtuvo la sumisión de las cábilas de Beni Ulixek, Beni Said y Temsaman, llegando a acuerdos con sus cabecillas, ofreciéndoles dinero a cambio de su amistad.

Todos en España creían que se alcanzaría en breve la bahía de Alhucemas, pacificándose definitivamente el territorio. Pero tal ilusión pronto se derrumbó de manera cruenta. Silvestre cometió numerosos errores e imprevisiones en su avance, subestimó al enemigo, no desarmó a las tribus rifeñas cuya lealtad había comprado, y extendió mucho más de lo prudente sus líneas de abastecimiento. Las fuerzas de la comandancia de Melilla se distribuyeron entre nada menos que ciento cuarenta y cuatro puestos y pequeños fuertes o blocaos, a lo largo de 130 km de zona ocupada. Los blocaos se situaban siempre aprovechando los lugares altos, pero a pesar de que desde estas posiciones se podían dominar amplias zonas, normalmente no había agua, lo que obligaba a ir a por ella con reatas de mulas periódicamente, a veces a diario (conocidas entre los soldados como «aguadas»). Con fuerzas tan repartidas y aisladas entre sí no era posible hacer frente de manera eficiente a un ataque del enemigo. Las condiciones de vida de los soldados, ya de por sí malas, eran pésimas en estos blocaos.

Así las cosas, en mayo de 1921, el grueso del ejército español estaba en el campamento base instalado en la localidad de Annual. Desde allí Silvestre esperaba realizar el avance final sobre Alhucemas. Entre Melilla y este campamento había tres "plazas fuertes" separadas unos 31 km entre sí, y en torno a él un anillo formado por otros pequeños fortines, cada uno con una guarnición que variaba entre cien y doscientos soldados. En la costa se habían ocupado las dos posiciones de Sidi Dris, cercana a la desembocadura del río Amekrán, y Afrau, algo más a retaguardia. Hasta este punto apenas se había disparado un solo tiro, aunque se guardaban las distancias con las tribus hostiles, y en las pequeñas escaramuzas que se producían apenas si hubo algunas bajas. Sin embargo la posición de Annual era estratégicamente muy mala, se encontraba situada en un valle, rodeada de montañas y con accesos difíciles a la retaguardia. Un único camino principal la enlazaba con Melilla y este transcurría a través de pasos entre áreas montañosas que podían ser fácilmente tomadas por el enemigo que en consecuencia podía cortar la retirada y convertir el lugar en una auténtica ratonera, como de hecho ocurrió. [6]

Además el general Silvestre había utilizado en la campaña todas las fuerzas disponibles, sin dejar prácticamente nada en reserva en previsión de un contraataque, sobreextendió sus líneas y no aseguró el abastecimiento, de tal forma que la llegada de víveres y municiones podía ser fácilmente cortada por el enemigo. Cometió por otra parte el grave error de concentrar gran número de tropas en Annual sin contar con los suministros necesarios para su mantenimiento, por lo que la capacidad para resistir en el lugar era muy limitada.[5]

En cuanto al resto de posiciones, se encontraban desperdigadas, enclavadas en puntos elevados de difícil acceso, no disponían de agua en su interior, sino que había que transportarla casi a diario, a veces a distancias de hasta cuatro kilómetros, mediante caravanas de mulas por estrechos y pedregosos caminos propicios a la emboscada. Además las instalaciones no contaban con aljibes para almacenar agua y tener una reserva por si se producía un asedio. Ni siquiera podían prestarse apoyo entre ellas por las distancias que separaban una posición de la contigua. No es extraño que cayeran una tras otra en poder de los rebeldes sin opción alguna de resistir un sitio más allá de unos pocos días.

Los rifeños defendían su propio terreno del que eran grandes conocedores, disponían de armas de fuego y estaban acostumbrados a usarlas con excelente puntería, pues las luchas en el Rif entre grupos rivales eran muy frecuentes antes de la llegada de los españoles. Con frecuencia hostigaban a las tropas españolas mediante francotiradores ocultos en las laderas montañosas. Estaban perfectamente adaptados al clima, incluso su ropa de tonos terrosos actuaba como un magnífico camuflaje. Eran maestros de la emboscada facilitada por el terreno montañoso. Su líder, Abd el-Krim, pertenecía a la belicosa cabila de Beni Urriaguel, había trabajado al servicio de la administración colonial como traductor, conocía perfectamente las debilidades del ejército español y aglutinó a las diferentes kabilas para un ataque coordinado inesperado que sorprendió por su intensidad a los militares españoles que no supieron valorar en los primeros momentos la intensidad del movimiento y se vieron desbordados por los acontecimientos.

A finales de mayo de 1921, el general Silvestre ordenó que se estableciera una posición en el monte Abarrán situado en las proximidades de Annual. Un contingente de mil quinientos hombres, al mando del comandante Villar, llegó al lugar la mañana del 1 de junio de 1921, estableciendo apresuradamente una posición apenas protegida por sacos terreros. Al mando de la posición quedó el capitán Juan Salafranca Barrio, cuyas fuerzas consistían en la harka amiga de Tensamán, unos doscientos policías indígenas y cincuenta soldados españoles; a continuación Villar con la mayor parte de la columna volvió a Annual. Aquella misma tarde los rifeños comenzaron el ataque a las 18:00 h, la harka de Tensamán se les unió, así como muchos de los policías rifeños. Los españoles perdieron la posición y la artillería, sufrieron ciento cuarenta y una bajas,[nota 2]​ incluyendo a todos los oficiales, a excepción del teniente de artillería Diego Flomesta Moya, al que los rifeños dejaron vivo para que arreglase los cañones y les enseñase a usarlos, negándose a ello murió en cautividad el 30 de junio. Por todo ello se le concedió a título póstumo la Cruz Laureada de San Fernando de segunda clase por el valor demostrado en la defensa de Abarrán.[7]

Decidido por el éxito, Abd el-Krim dirigió entonces sus tropas contra la posición costera Sidi Dris, a la que llegó la madrugada del día siguiente, 2 de junio. Sidi Dris fue asaltada durante veinticuatro horas, siendo rechazados por la defensa realizada por el comandante Julio Benítez Benítez, que tuvo diez heridos (él mismo incluido), por cien rifeños muertos.[8]​ El 22 de julio de 1921 la posición sufrió un nuevo asedio que duró tres días, al cabo de los cuales las tropas de Abd el-Krim se hicieron con el lugar, falleciendo casi la totalidad de la guarnición española.[5]

A pesar del fracaso de Sidi Dris, la toma de Abarrán demostró a los rifeños la vulnerabilidad de los españoles. Abd el-Krim no dudó en exhibir los cañones y el material tomados, convenciendo a los rifeños que unidos podrían derrotar a Silvestre y obtener un gran botín, de modo que en pocos días los efectivos de su harka pasaron de tres mil a once mil hombres.

Silvestre, creyendo que se trataba de acciones aisladas, no adoptó ninguna medida especial. Ocupó en respuesta Igueriben el 7 de junio de 1921, manteniendo de ese modo una posición adelantada entre Izumma y Yebbel Uddia, con la idea de defender el campamento de Annual por el lado sur. Después marchó a Melilla, para entrevistarse con su superior, el Alto Comisario Berenguer, y solicitarle refuerzos, municiones, víveres para la población y dinero para comprar a los rifeños antes de iniciar la ofensiva final.

El 17 de julio Abd el-Krim, antiguo funcionario de la Administración española en la Oficina de Asuntos Indígenas en Melilla, al mando de la cabila de los Beniurriagel (Ait Waryagar), y con el apoyo de las tribus cabileñas presuntamente aliadas de España, lanzó un ataque sobre todas las líneas españolas.

Igueriben, guarnecida por trescientos cincuenta hombres bajo el mando del comandante Benítez, el defensor de Sidi Dris, no tardó en quedar sitiada. El 17 de julio Abd el-Krim inició el asalto, y la posición cayó el 22 de julio. Durante cinco días, y a pesar del esfuerzo de tres columnas de refuerzo,[nota 3]​ los españoles habían sido incapaces de auxiliar la posición de Igueriben, fracaso que hizo cundir la desmoralización entre las tropas de Annual.

Tras estos sucesos se concentró alrededor del campamento gran cantidad de fuerzas rifeñas, mientras que la moral del ejército español caía por los suelos. Al comenzar el asedio de Igueriben había unos tres mil cien hombres presentes en Annual. Al cabo de dos días se incorporaron mil más, y dos días después llegaron otros novecientos de refuerzo. Así pues, el 22 de julio Annual acogía a unos cinco mil hombres (tres mil españoles y dos mil indígenas), con una fuerza de combate de tres batallones y dieciocho compañías de infantería, tres escuadrones de caballería y cinco baterías de artillería. Sobre ellos iban a lanzarse unos dieciocho mil rifeños [9]​ bajo el mando de Abd el-Krim, armados con fusiles[nota 4]​ y espingardas.

El campamento de Annual disponía de víveres para cuatro días y municiones para un día de combate, pero carecía de reservas de agua. El general Silvestre, consciente de la imposibilidad de defender la posición, acordó con sus oficiales la evacuación del campamento. Sin embargo, a las 3:45 h del día 22 llegó un mensaje de radio del Alto Comisario Berenguer, prometiendo la llegada de refuerzos desde Tetuán. Una hora más tarde el general Silvestre comunicó de nuevo a Berenguer y al ministro de la Guerra, Luis Marichalar y Monreal, su desesperada situación y su decisión de tomar urgentes determinaciones.

Al rayar el alba tuvo lugar una segunda reunión de oficiales, en la que Silvestre dudó entre la evacuación inmediata y la espera de la llegada de refuerzos. Las dudas se despejaron cuando se tuvieron noticias del avance de tres columnas rifeñas de unos dos mil hombres cada una. Ante esta información, el general ordenó evacuar, anunciando su intención de replegarse a los fuertes de Ben Tieb y Dar-Drius, posición esta última, que reunía las características para albergar gran cantidad de tropa y con el abastecimiento de agua muy fácil.

La retirada comenzó a las 11:00 horas: había dos convoyes, uno para retirar los mulos con la impedimenta, y otro para el grueso de la tropa, los heridos y el armamento pesado. Pero para entonces las alturas del norte, que dominaban los caminos de huida ya habían sido tomadas por los rifeños. La gran mayoría de los policías indígenas que las defendían se pasaron al enemigo, matando a sus oficiales españoles.[9]​ De modo que cuando las tropas españolas abandonaron el campamento, comenzaron a recibir disparos. En ese momento comenzó el caos: los dos convoyes de evacuación se mezclaron sin ningún tipo de orden de hombres, mulos y material. En medio de la confusión, los oficiales perdieron el control de la situación. Sin nadie que cubriera su retirada, los hombres trataron de ponerse a cubierto de las balas corriendo hacia delante. Los carros, el material y los heridos comenzaron a ser abandonados; muchos oficiales escaparon ajenos a su deber, y la retirada ordenada no tardó en convertirse en una desbandada general bajo el fuego de los rifeños.

Algunos oficiales y unidades mantuvieron la calma y lograron ponerse a salvo con un número de bajas relativamente pequeño; pero, en su inmensa mayoría, oficiales y soldados salieron a la carrera y en completo desorden. El desastre pudo haber sido mayor si los Regulares al mando del comandante Llamas no hubiesen resistido en las alturas del sur. Ello dio tiempo a los huidos para pasar por el angosto paso de Izumar, evitando así una muerte segura a manos de los rifeños. Los Regulares se replegaron por escalones, retrocediendo monte a través en paralelo a la carretera, sin mezclarse con la riada de soldados en fuga. Silvestre, que aún estaba en el campamento cuando comenzó el desastre, murió en circunstancias no esclarecidas, y sus restos nunca fueron encontrados. Mientras una versión dice que, al ver el desastre, fue a su tienda de campaña y se voló la cabeza, otra versión dice que fue abatido a tiros por los rifeños junto con el coronel Manella y varios oficiales que trataban de defenderse. Una última versión cuenta que sus impropias últimas palabras, dirigidas a sus hombres en estampida, fueron: «¡Huid, huid, que viene el coco...!».[10]

Las pocas fuerzas que pudieron salir vivas, bajo el mando del general Navarro, segundo jefe de la Comandancia de Melilla, retrocedieron hasta Dar Drius, posición bien fortificada y con agua disponible. Sin voluntad de resistencia, creyendo que todo estaba perdido, se replegaron hacia Barbel y Tistuin. En la marcha, al llegar al río Igan, se produjo una nueva huida de oficiales, seguida de la estampida de sus tropas. En medio de aquella desbandada, el Regimiento de «Cazadores de Alcántara», 14 de Caballería, mandado por el teniente coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, hermano del futuro dictador, trató de proteger la retirada enfrentándose a las oleadas de indígenas primero con sus ametralladoras y después con sucesivas cargas de caballería. Su sacrificio fue enorme, pues de los 691 jinetes que lo componían, 471 murieron, lo que supuso un 70 por ciento de bajas. Pero gracias a su acción muchos soldados que huían tuvieron tiempo de ponerse a salvo, aunque más tarde la mayor parte resultaron muertos tras la rendición de Monte Arruit.[10][11]​ El teniente coronel Primo de Rivera recibió a título individual la Cruz Laureada de San Fernando, la máxima condecoración militar española, y en 2012 el Consejo de Ministros concedió la Laureada Colectiva al Regimiento,[12]​ siendo entregada por Juan Carlos I de España el 1 de octubre de 2012.[13]

Finalmente, tras seis días de agotadora marcha, alcanzaron el campamento de Monte Arruit, una posición más difícil de defender pero más fácil de socorrer que Dar-Drius. Aquí, los 3017 hombres de Navarro intentarían recomponerse, pero pronto Monte Arruit fue también cercado, y cortados sus suministros.[14]

Navarro desistió de intentar una huida desesperada hacia Melilla, negándose a abandonar a sus heridos. Al agotamiento físico había que sumar la desmoralización de la tropa, en algunos momentos al borde de la insurrección, y la carencia de agua (solo tenían los bloques de hielo que dos aviones dejaban caer sobre la posición). El 31 de julio una granada destrozó el brazo de Fernando Primo de Rivera, que fue operado sin anestesia, y murió el 6 de agosto por causa de la gangrena. Vistas las condiciones, el general Berenguer, alto comisario de España en el protectorado, autorizó la rendición formal el 9 de agosto, a pesar de que ese día llegó de la Península un refuerzo de 25 000 soldados. Se pactó con los rifeños la entrega de las armas a cambio de respetar la vida de los soldados. Una vez aceptadas las condiciones por los hombres de Abd el-Krim, los españoles salieron de la posición y amontonaron sus armas. Los heridos y enfermos comenzaron a alinearse en la puerta del fuerte, preparándose para la evacuación. Pero cuando se dio la orden de partir, los rifeños atacaron a los indefensos españoles, degollando a casi todos. Sobrevivieron 60 hombres de los 3000 que se refugiaron allí, y salvó la vida el general Navarro de casualidad. Los cadáveres fueron recogidos y enterrados en los cementerios de Monte Arruit, Zeluán y Melilla por el ejército español con la colaboración de los Hermanos de La Salle, quienes, además, instalaron en su colegio (situado en el Cerro de Santiago) un hospital que permitió a Cruz Roja curar y atender a los soldados heridos.[15]

Pronto corrió la noticia de la victoria rifeña, y tanto las cabilas como parte de las fuerzas marroquíes al servicio de España se sumaron a la guerra santa proclamada por Abd el-Krim.[nota 5]​ Ninguna ayuda llegó desde Melilla, situada a unos 40 km, y así las pocas unidades que aún conservaban la disciplina se vieron obligadas a retirarse bajo el constante acoso enemigo hasta Melilla. Se produjo así una espantosa retirada. Lograron escapar vivos los defensores de Afrau, rescatados por la Armada y el destacamento de Metalsa, que logró llegar a las posiciones francesas de Hassi Ouzenga tras perder dos terceras partes de sus efectivos. En Dar Quebdana, el coronel pactó la rendición, pero en cuanto esta tuvo lugar sus hombres fueron asesinados y el coronel quedó cautivo.

Tan terrible derrota se saldó, según el expediente Picasso, con 13 363 muertos (10 973 españoles y 2390 indígenas). El número de bajas rifeñas es desconocido. No obstante, las cifras seguramente fueron inferiores, ya que los registros eran a menudo hinchados para cobrar más soldadas y recibir más suministros. El comandante Caballero Poveda (1984) calculó el total de bajas españolas en 7875 hombres. Indalecio Prieto calculó en 8668 los españoles muertos o desaparecidos en octubre de 1921. Por último, Juan Tomás Palma Romero (2001, p. 169-171) estimó en 8180 los muertos o desaparecidos. En todo caso, había tantos cadáveres que se decía que, del segundo día en adelante, los buitres solo comían de comandante para arriba. A las pérdidas humanas se añadieron las de material militar (20 000 fusiles, 400 ametralladoras, 129 cañones, aparte de municiones y pertrechos). Los restos mortales de los fallecidos se encuentran en el "Panteón de los Héroes" del Cementerio Municipal de la Purísima Concepción de Melilla (España).

Quedaron 492 prisioneros españoles de los que sobrevivieron 326. Algunos de ellos fueron liberados al comienzo de la misión de rescate llevada a cabo, entre otros, por los miembros de la Delegación de Asuntos Indígenas Gustavo de Sostoa y Luis de la Corte Lujan; los demás sufrieron 18 meses de cautiverio y fueron liberados finalmente el 27 de enero de 1923, tras las negociaciones llevadas a cabo con Abd el-Krim por parte de Horacio Echevarrieta, a cambio de cuatro millones de pesetas, cantidad fabulosa para la época.

El desastre de Annual provocó una terrible crisis política. El gobierno de Allendesalazar se vio obligado a dimitir, y en agosto de 1921, el rey Alfonso XIII encarga a Antonio Maura formar un gobierno de concertación nacional del que formaron parte todos los grupos políticos. Este gobierno estuvo dividido entre quienes deseaban una intervención más decidida en Marruecos y los partidarios del abandono. Llegó a decir Indalecio Prieto en las Cortes:[4]

El ministro de la Guerra ordenó al general Juan Picasso elaborar un informe conocido como Expediente Picasso, en el que, a pesar de diversas acciones obstructivas, se señalaban múltiples errores militares, calificando de negligente la actuación de los generales Berenguer (Alto Comisario) y Navarro (2º Jefe de la Comandancia General de Melilla) y de temeraria la del general Silvestre.[4]

Se rumoreaba que el Rey había animado, con el telegrama: «Olé los hombres», la penetración irresponsable de Silvestre hasta puntos alejados de Melilla sin contar con una defensa adecuada en la retaguardia.

Pero la crisis política continuaba. El gobierno de Maura cayó en marzo de 1922 y tras él los gobiernos de Sánchez Guerra y García Prieto. Antes de que el informe Picasso se debatiera en el Pleno de las Cortes, el general Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado el 13 de septiembre de 1923, decidido a poner fin a la deriva política.

Con respecto al Rif, Abd el-Krim extendió su dominio por todo el protectorado español, creando la República del Rif, que llegó en 1924 a la cumbre de su poder. Sin embargo, su éxito y sus ataques al Marruecos francés determinaron el giro de la política de Primo de Rivera, hasta entonces pasiva y de contención, frente al problema del Rif. España se entendió con Francia para hacer frente común a los rifeños y pasó a la ofensiva. Con el éxito rotundo del Desembarco de Alhucemas, en 1925, Primo de Rivera obtuvo una posición fuerte que le permitió pacificar la zona en menos de un año y restituir la autoridad española en el Protectorado.[4]

Según el expediente Picasso el desastre se debió a las siguientes razones:[4]

Las primeras obras significativas sobre el desastre de Annual fueron publicadas al año escaso de la derrota. Las más destacadas fueron Las responsabilidades del desastre, Ecce Homo, Prueba documental y apuntes inéditos sobre las causas del derrumbamiento y consecuencias de él, de Víctor Ruiz Albéniz (1922) y Del desastre al fracaso. Un mando funesto, de Francisco Hernández Mir (1922), ambas publicadas en Madrid en 1922. Cabe destacar así mismo la obra del teniente coronel Eduardo Pérez Ortiz (2010) 18 Meses de Cautiverio. De Annual a Monte-Arruit. Crónica de un testigo en la que describe su experiencia durante el Desastre y el posterior cautiverio. En 1922 Enrique Meneses Puertas (padre del fotoperiodista Enrique Meneses) publicó La cruz de Monte Arruit, obra reeditada en 2019.[18]

La dictadura de Primo de Rivera relegó los sucesos de Annual a un segundo plano. Aun así, la obra de Hernández de Herrera y García Figueras (1929) Acción de España en Marruecos explicaba el desastre de Annual con una solidez documental y una minuciosidad extraordinarias. Aún hoy día es considerado uno de los mejores y más detallados trabajos acerca de la acción española en el Protectorado marroquí.

Durante la dictadura franquista, las referencias históricas a la batalla fueron escasas y, en último término, justificadoras. Así ocurría en 1948 cuando Maura Gamazo y Fernández Almagro (1999) publicaron Por qué cayó Alfonso XIII. Evolución y disolución de los partidos históricos durante su reinado y la extraordinaria recopilación documental de Manuel Galbán Jiménez (1965) sobre las causas del desastre de Annual en España en África. La pacificación de Marruecos. Las escasas obras que hicieron frente a la interpretación oficial del régimen procedieron del exilio republicano: España y Marruecos, de Indalecio Prieto (1956), La España de mi vida. Autobiografía, de Ángel Ossorio y Gallardo (1941), y La pequeña historia, de Alejandro Lerroux (1945).

Tras finalizar la dictadura franquista se han publicado varias obras que han produndizado sobre los hechos, destacando Historia secreta de Annual escrita por el historiador Juan Pando Despierto y publicada en 1999.[19]​ El militar español Luis Miguel Francisco ha escrito dos libros sobre el tema: Annual 1921. Crónica de un Desastre y Morir en África (la epopeya de los soldados españoles en el desastre de Annual.

Entre los estudiosos no españoles que se han ocupado del tema, destaca el norteamericano David S. Woolman, autor de Abd El Krim y la guerra del Rif publicada en 1968.

El Desastre de Annual fue un tema de importancia para la narrativa. En 1928 se publicó la obra de José Díaz-Fernández (2007) El blocao, y poco antes de la caída de Alfonso XIII vio la luz la célebre novela Imán, de Ramón J. Sender (1930), quizá el relato más estremecedor y terrible de la tragedia del ejército español. En 1939 se publicó, en inglés, la famosa trilogía autobiográfica de Arturo Barea (2012), La forja de un rebelde, en cuyo segundo tomo se recogen las experiencias del autor, sargento de Ingenieros, durante su servicio militar en África entre 1920 y 1924. También Fernández de la Reguera y March (1969) le dedicaron un volumen en sus Episodios nacionales contemporáneos llamado El Desastre de Annual.



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