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Diego López II de Haro



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Diego López II de Haro llamado el Bueno o también el Malo (c. 1152-16 de septiembre de 1214). Hijo de Lope Díaz I de Haro, conde de Nájera (c. 1126-1170) y de la condesa Aldonza. Fue un magnate de primera importancia en el Reino de Castilla durante el reinado de Alfonso VIII. Desempeñó un papel decisivo en el ascenso del linaje Haro así como en la construcción de la identidad nobiliaria de este grupo, que iba a desempeñar un papel de máxima relevancia en la sociedad política castellana, y después castellano-leonesa, durante todo el siglo XIII. Una lucha de propaganda alrededor de este personaje clave entre sus sucesores y la monarquía en un momento de graves disturbios políticos condujo, a finales del siglo XIII, a la elaboración de una imagen negra y de una leyenda dorada, que acabaron en la elaboración de sus apodos opuestos.[1]

No siguió la corte real con asiduidad antes de 1178, quizás por la influencia que allí ejercía los ricoshombres de la familia Lara. Entre 1179 y 1183, se exilió por primera vez en Navarra. Volvió a la corte castellana en posición de fuerza, obteniendo el oficio de alférez, uno de los dos más prestigiosos con el de mayordomo mayor. El ascenso de sus parientes en el reino vecino de León le abrió nuevas oportunidades en 1187, cuando su hermana Urraca López de Haro casó con el rey Fernando II de León. Dejó entonces el reino de Castilla, pero la suerte de su familia en León acabó al año siguiente, con la muerte del rey. Pero había adquirido un crédito suficiente en Castilla para poder negociar su vuelta en condiciones favorables: el oficio de alférez y todos sus gobiernos le fueron devuelto.

Al mando de la retaguardia, participó en la Batalla de Alarcos contra los Almohades en 1195, y a la defensa del territorio después de la derrota castellana. Le apartó el soberano a partir de 1199, cuando le quitó el oficio de alférez para provecho del conde Álvaro Núñez de Lara. Diego López se exilió una tercera vez entre 1201 y 1206, pasando al servicio de Navarra, y después de León. Según la "Crónica de los veinte reyes", Diego López de Haro fue movido a desnaturarse porque el rey Alfonso VIII prestó ayuda al monarca leonés en el asedio de los castillos de Aguilar y Monteagudo, que eran de su hermana Urraca, exreina de León.[2]

Ante esta situación Alfonso VIII invadió Navarra y puso bajo asedio a Estella, que era donde se encontraba Diego, pero tras un largo asedio no consiguió rendir la plaza. Se había vuelto sin embargo imprescindible para el soberano castellano. Este, en su primer testamento de 1204, reconoció que le había perjudicado e intentó enmendar estos actos por su desmesurada reacción ante don Diego. Cuando Diego López decidió volver en Castilla, en 1206, Alfonso VIII puso de nuevo su confianza en él como alférez, antes de pasar de nuevo el cargo a Álvaro Núñez en 1208. Aquel mismo año, el rey nombró a Diego López uno de sus cinco albaceas. En 1212, le puso al mando de uno de los tres ejércitos cristianos en la Batalla de Las Navas de Tolosa que permitió derrumbar la potencia almohade en Al-Andalus. El cronista Juan de Osma pretendió que el soberano veía en él un futuro regente del rey niño Enrique. Pero Diego López II murió algunas semanas antes de Alfonso VIII.

Su primer exilio en 1179-1183 le permitió obtener del rey los territorios que había gobernado su padre, La Rioja, Castilla la Vieja y Trasmiera. Obtuvo además la tenencias de Asturias de Santillana y de la Bureba. Después de su segundo exilio, extendió todavía más su zona de poder en el nordeste del reino de Castilla, llegando a gobernar «de Almazán hasta el mar» (1196). En 1204, para incitarle a volver en Castilla, Alfonso VIII le reconoció el gobierno de la totalidad de Vizcaya, un territorio vasco que sus antecesores habían gobernado en el siglo XI. Ese acto marcó quizás la conversión definitiva del territorio en un feudo inalienable que iba a constituir la base de poder de los Haro en el siglo XIII. Añadió Durango en 1212, poco después de la batalla de Las Navas de Tolosa. Dio un paso decisivo en la patrimonialización de estas tenencias cuando empezó a compartirlas con su hijo, Lope Díaz II de Haro. Este gobernó Castilla la Vieja a partir de 1210, Asturias de Santillana en 1211, y Álava en 1213.

Reforzó el papel del jefe de familia entre sus parientes, acelerando el paso de una concepción «horizontal» del grupo familiar a una organización «vertical», constituyendo un linaje. Fue el primero de su familia que usó el apellido Haro, lo que consta en los documentos a partir de 1184. Fue también el inventor probable de su símbolo heráldico, el lobo con un carnero en la boca, que consta en su sello de 1198.[3]

Diego López II de Haro murió el 16 de septiembre de 1214 tal y como se atestigua en los Anales toledanos primeros : «Murió Diago López, fillo del conde D. Lop, martes en XVI dias de septiembre, era MCCLII». El rey Alfonso VIII sintió enormemente esta muerte pues tenía pensado dejar la tutoría de su hijo Enrique I de Castilla y la regencia del reino a este amigo y fiel vasallo. Fue enterrado en el claustro del monasterio de Santa María la Real de Nájera en un elaborado sepulcro en el que se encuentra la estatua yacente del magnate castellano casi coetánea a Diego López de Haro, con bajos relieves con escenas del sepelio del señor de Vizcaya.

La memoria de Diego López II de Haro padeció rápidamente de ataques. Ya en 1216, durante la influencia del clan Lara — y la regencia de Enrique I de Castilla llevada a cabo por Álvaro Núñez de Lara desde 1214 hasta 1217 — fue cuando Lope Díaz II que intentaba desempeñar un papel político, un documento de la cancillería real le calificó de «señor malo». La imagen de Diego López II construida hacia 1240-1241 por el cronista Rodrigo Jiménez de Rada, el arzobispo de Toledo que le había conocido, era ya muy ambivalente. Este criticaba sobre todo su estrategia del exilio que le conducía a enfrentarse con su soberano. Las sepulturas de Diego López y de su esposa, Toda Pérez de Azagra, en el claustro de los caballeros del monasterio de Santa María la Real de Nájera, fueron labradas en la segunda mitad del siglo XIII: atestiguan el interés particular de los Haro para este antecesor fundador del linaje.

Durante los años 1270-1280, cuando Lope Díaz III de Haro se enfrentó con el rey Alfonso X el Sabio en revueltas nobiliarias cada vez más abiertas, los intelectuales de la corte atacaron directamente la memoria de este Diego López «dicho el Bueno», a quien atribuyeron por primera vez una responsabilidad en la derrota de Alarcos. Fue quizás para contestar a este ataque que escritores favorables a los Haro imaginaron un mito simétrico para devolverle a la monarquía esta responsabilidad moral. Se inventó efectivamente a finales del siglo XIII la historia de la «Judía de Toledo», que imputaba la derrota de Alarcos al pecado de Alfonso VIII. Durante los años 1340, las obras del noble portugués Pedro Alfonso de Portugal, conde de Barcelos, la Crónica Geral de 1344 y los Livros de linhagens plagaron de mitos la biografía de Diego López II. Introdujeron temas literarios de la materia de Bretaña (el ciclo arturiano) o de la materia de Francia (la épica tradicional), para convertirle en una figura ambigua, en un intento pseudo-histórico de síntesis entre su imagen negra y su memoria dorada. A mediados del siglo XV, Lope García de Salazar, en su Crónica de Vizcaya, acabó señalando esta oposición, imaginando, frente al apodo «el Bueno» que existía desde finales del siglo XIII, un apodo opuesto, «el Malo». Su imagen conoció todavía más desvíos posteriores, para obedecer a los intereses de los genealogistas nobiliarios en el siglo XVI, y después, a partir del siglo XVII, a los historiadores vascos. Esto contribuyó al mito del «feudo independiente» de Vizcaya que alimentó las controversias entre los fueristas — y posteriormente los nacionalistas vascos — y sus opositores, hasta la primera mitad del siglo XX.

De su primer matrimonio con María Manrique,[4]​ hija de Manrique Pérez de Lara, I señor de Molina, nació:[a]

De su segundo matrimonio con Toda Pérez de Azagra,[b]​ hija de Pedro Ruiz de Azagra, señor de Estella y I señor de Albarracín, y Toda (o Tota) Pérez, nacieron:




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