Diego López de Zúñiga y Velasco (Burgos, ca. 1500 – Ciudad de los Reyes, 19 de febrero de 1564), V conde de Nieva y caballero de la Orden de Santiago, fue el cuarto virrey del Perú, cargo que ejerció de 1561 hasta su asesinato ocurrido en 1564, muerte que hasta hoy día está teñida de misterio.
Diego López de Zúñiga y Velasco era hijo de Antonio de Velasco y Enríquez de Lacarra, señor de Arnedo, San Ascencio y de la Torre de Sartaguda (nieto del primer conde de Haro) y de Francisca López de Zúñiga y Monroy, IV condesa de Nieva.
Desde temprana edad se inició en los ejercicios caballerescos, y en armonía con los designios paternos, contrajo matrimonio en 1522 con María Enríquez de Almansa y Ulloa, hija de Francisco Enríquez de Almansa, I marqués de Alcañices, y de Isabel de Ulloa y Castilla, así como hermana de Martín Enríquez de Almansa, VI virrey del Perú.
Deseoso de hacerse méritos, participó al lado de Carlos V en la Jornada de Túnez en 1535, donde fueron liberados 20 000 prisioneros cristianos. Luego continuó en la campaña italiana de 1535 a 1536. De vuelta a sus posesiones de Burgos, alternó la montería con las aventuras galantes y el juego.
Luego, se incorporó en el séquito del infante Felipe (futuro Felipe II) durante el recorrido que este efectuó por Flandes y Alemania (1548-1550). Cuando dicho príncipe subió al trono en 1555, fue nombrado Gobernador y Capitán General de Galicia.
De otro lado obtuvo el título de quinto conde de Nieva de Cameros y le correspondieron los señoríos de Arnedo, Valverde, San Ascencio, Cerezo y la Torre de Sartaguda.
Debido a la muerte repentina de Diego de Acevedo y Fonseca, quien preparaba su viaje para hacerse cargo del Virreinato del Perú en reemplazo del Marqués de Cañete, el rey Felipe II lo reemplazó por el Conde de Nieva, despachando el día 15 de diciembre de 1558 las provisiones que lo nombraban como virrey, gobernador y capitán del Perú, así como presidente de la Real Audiencia de Lima.
Por problemas administrativos se retrasó su viaje al Perú, hasta que al fin, rodeado de un numeroso grupo de oficiales, deudos y protegidos, partió el 28 de enero de 1560 desde el puerto de Cádiz. Atravesó el istmo de Panamá en mayo y tras superar unas fiebres tropicales, arribó al puerto de Paita, en la costa norte peruana, desde donde siguió el viaje a Lima por tierra. Hizo su entrada oficial en la capital del Virreinato el 17 de abril de 1561.
El Conde de Nieva se distinguió por sus hábitos cortesanos, su desidia para atender los negocios públicos y su codicia. Lima se transformó en escenario de una suntuosa vida cortesana, con ceremonias de espléndido boato, capilla musical y lucimiento de trajes aparatosos, todo lo cual fue reglamentado por el virrey mediante ordenanzas. Su mandato solo duró tres años.
El marco social en que se desenvolvió la administración del conde de Nieva está signado por la incertidumbre y la polémica, que son elementos característicos de los años 1560 peruanos. Es una época de conmoción en las bases políticas, ideológicas y éticas, que promueve la búsqueda de un cambio estructural y de una mejor armonía entre las colectividades española e indígena.
Las resonancias de tal incertidumbre llegaron por cierto hasta la corte española, determinando el envío de visitadores civiles y eclesiásticos al Perú. Desde el punto de vista historiográfico, resalta esta fase por la calidad de los textos que produjeron burócratas, letrados, clérigos o habitantes simples, obras muy apreciables por la densidad de su información, su rigor analítico y la hondura de su pensamiento. En esta época pensaron y escribieron, por ejemplo, fray Domingo de Santo Tomás y el licenciado Juan Polo de Ondegardo.
El asunto más importante y complicado con el que tuvo que enfrentarse el Conde de Nieva fue si los indios y las tierras podían ser otorgados en perpetuidad a los encomenderos. Los tres comisarios designados para examinar este problema eran Briviesca de Muñatones, Vargas de Carbajal y Ortega de Melgosa.
Nieva y los comisarios remitieron el 4 de mayo de 1562 un informe conclusivo para la Corona, planteando su propuesta acerca del controvertido problema. Situados en una postura intermedia entre ambas causas en juego –la de los encomenderos y la de los curacas (caciques)–, aconsejaban hacer una división tripartita del conjunto de repartimientos. Un tercio se entregaría perpetuamente a los beneméritos, aunque sin goce de jurisdicción; otro tercio se daría por una sola vida, a fin de recompensar a los vasallos leales a la Corona; y el último tercio quedaría en poder de la Monarquía. Sin embargo, las autoridades peninsulares nunca se animaron a otorgar el disfrute perpetuo de las rentas tributarias, pues temían la formación de una aristocracia indiana bien consolidada, capaz de socavar su dominio.
El virrey López de Zúñiga hizo mejoras importantes en la disposición urbanística de la capital. Mencionaremos las más importantes:
El Conde de Nieva continuó la política colonizadora de su antecesor, el Marqués de Cañete, y ordenó la fundación de nuevas poblaciones en lugares estratégicos, a manera de centros de enlaces con las ciudades ya existentes. Era también una manera de dar ocupación a los vagos y a los numerosos españoles que venían al Perú a buscar fortuna. Mencionaremos las principales poblaciones que fundó, por intermedio de sus subordinados:
Poco antes del arribo del virrey había ya sido fundada la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, en el extremo suroriental de la Provincia de los Charcas, en la actual República de Bolivia. El fundador fue el capitán Ñuflo de Chaves, el día 26 de febrero de 1561, tras llegar al mando de una expedición venida desde el Paraguay. El Conde de Nieva se limitó a impulsar el crecimiento del nuevo poblado, que hoy es el más importante de Bolivia.
Bajo el mandato del Conde de Nieva fueron dictadas ordenanzas para el trabajo de los yacimientos de plata de Huamanga. El rendimiento de estas minas, sumadas a las de Potosí, hizo que la Real Hacienda experimentara un crecimiento sostenido: se remitió a la Corona un total de 684.287 ducados en metales preciosos.
En esta época tuvo también lugar el afortunado descubrimiento de las vetas de azogue o mercurio en la región de Huancavelica (1563), de la que existen varias versiones. Una de ellas dice que unos indios de Angaraes, cuyas mujeres usaban el bermellón (mineral que contiene azogue) como cosmético, comunicaron al encomendero Amador Cabrera la existencia de un yacimiento cercano a las minas de Palca, explotadas por el portugués Pedro de Contreras. La segunda versión refiere que en 1563 un indio llamado Gonzalo de Ñahuincopa, curaca del pueblo de Acoria, reveló a Cabrera la existencia de los yacimientos de cinabrio como muestra de gratitud, pues éste había perdonado a su hijo la pérdida de un sombrero valioso usado durante las festividades del Corpus Christi.
Cabrera presentó la denuncia de las minas el 1º de enero de 1564, dándoles el nombre de “La Descubridora”. La denuncia fue amparada y se le otorgó derecho de propiedad. La mina fue llamada posteriormente “Todos los Santos” y finalmente “Santa Bárbara”, y fue durante 150 años la mayor productora de mercurio del mundo.
El azogue o mercurio fue un metal de suma importancia pues servía para beneficiar de manera más provechosa la plata que se explotaba en Potosí y en otros lugares, mediante la técnica de la amalgama. La reglamentación de las labores mineras y la implementación del sistema de la mita se daría algunos años después, ya bajo el gobierno de Francisco de Toledo.
Nieva adquirió fama por su tendencia a despilfarrar los caudales públicos, por lo que el Rey, en 1563, prohibió a los oficiales reales de Lima que pagaran los libramientos del virrey sin previa licencia real. Era también ampliamente conocido por sus constantes actos de infidelidad conyugal (había dejado a su mujer en España), lo que obligó a que en la Corte se emitiera la Real Cédula del 27 de febrero de 1563, que por primera vez conminaba a un virrey a vivir con «más recatamiento».
El descrédito de este virrey ante el Consejo de Indias fue en aumento en la medida que se conoció que él y su hijo Juan recurrían a actos de corrupción y de cohecho para incrementar sus recursos económicos. Se sabe que los mejores oficios públicos fueron confiados al séquito de cuarenta caballeros criados que llegaron con este virrey de España. Todo ello desató el odio del grupo de conquistadores y los hijos de estos, quienes veían al virrey como un advenedizo imbuido de suma arrogancia.
La muerte del virrey tuvo lugar en medio de extrañas circunstancias. Sucedió en la madrugada del 19 de febrero de 1564, y la versión que circuló al principio fue que falleció de un fulminante ataque cerebrovascular, que le sobrevino cuando se hallaba durmiendo en su lecho. Sin embargo, pronto se supo que su muerte no había sido natural y circuló la versión de que lo habían encontrado agonizante, esa misma madrugada, en la calle de Trapitos, cercana al Palacio Virreinal (hoy cuadra 2 de la Avenida Abancay). Según esta versión, había sido golpeado rudamente luego de deslizarse furtivamente desde el balcón de una casona mediante una escala de mano, tras haber tenido un encuentro galante con Catalina López de Zúñiga, esposa de Rodrigo Manrique de Lara y a la vez prima del virrey. Los asesinos serían los criados del esposo burlado, quienes lo golpearon con pequeños sacos de arena hasta dejarle desvanecido. El único testigo fue un caballero que vivía en la acera del frente y que en ese momento tomaba el fresco en el balcón de su casa (era verano), un tal Pedro Ortiz de Zárate (hijo del oidor de la primera audiencia de Lima), quien envió a sus esclavos para que averiguaran lo que pasaba. Estos recogieron el cuerpo caído y lo llevaron ante Pedro, quien impactado al reconocer al virrey, informó de inmediato a los oidores. Lo llevaron a su Palacio y estando todavía casi exánime lo acostaron en su lecho, donde terminó por fallecer.
Muchas otras versiones surgieron en torno a esta extraña muerte. Pedro de Mexía de Ovando, en su obra inédita Memorial Político afirmó que la muerte del virrey fue provocada por un landre o tumor venéreo que le dio en sus genitales, consecuencia de su vida libertina, y que la versión de los golpes con saquillos fue un invento para difamarlo. Al margen de todas las conjeturas que se han venido tejiendo a través de los siglos, es posible afirmar ahora que no fue Rodrigo Manrique de Lara su asesino, ni por causa de su esposa Catalina, pues ninguno de ellos estuvo en el Perú en esos días, de acuerdo a las investigaciones hechas por el historiador José Antonio del Busto.
El Conde de Nieva fue sepultado provisoriamente en la iglesia de San Francisco de Lima. Después, su hijo Juan de Velasco solicitó permiso al Cabildo para extraer el cuerpo y llevárselo a San Juan de Estrella en España. Así se hizo, con el beneplácito del Arzobispo Jerónimo de Loayza.
El gobernador Lope García de Castro, quien vino al Perú a reemplazar al conde de Nieva (aunque sin el título de virrey), decidió no continuar con las investigaciones iniciadas por la Audiencia de Lima en torno a la muerte del virrey, al ver que el asunto comprometía no solo el prestigio y el nombre del mismo, sino también de algunas familias poderosas de Lima.
Contrajo nupcias en 1522 con María Enríquez de Almansa y Ulloa, hija de Francisco Enríquez de Almansa, I marqués de Alcañices, y de Isabel de Ulloa y Castilla, así como hermana de Martín Enríquez de Almansa, virrey de la Nueva España y virrey del Perú.
Fruto de su matrimonio nacieron:
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