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Diego Ramírez de Haro



Diego Ramírez de Haro, III señor de Bornos y llamado el de las Grandes Fuerzas (c.1520-1578), fue un noble español del siglo XVI, militar, torero a caballo aficionado y tratadista sobre equitación y tauromaquia.

Nació hacia 1520, probablemente en la villa de Madrid, donde poseía cuantiosos bienes vinculados. Fue hijo primogénito y sucesor de Hernán Ramírez Galindo (c.1492-1529), señor del cortijo de Bornos en el municipio de Cambil y alcaide del castillo de Salobreña,[a]paje del príncipe Don Juan, y de Teresa de Haro y Castilla, su mujer, señora de las villas de Sorbas y Lubrín; nieto del famoso general Francisco Ramírez de Madrid el Artillero, muy destacado en la Guerra de Granada, y de Beatriz Galindo la Latina, su segunda mujer, camarera mayor de la Reina Isabel la Católica y su maestra de latín.[1]

Diego era todavía niño en 1529, cuando murió su padre y le sucedió en el señorío de Bornos, en la alcaidía de Salobreña y en la escribanía mayor de rentas de la Orden de Santiago. A causa de su edad no podía servir estos cargos por su persona, y su madre designó tenientes que los ejercieran de modo efectivo.[2]​ Gozó del tratamiento de Don en un tiempo en que todavía era muy raro, fuera de la nobleza titulada y de los altos dignatarios del reino y de la Iglesia.

Prestó a Felipe II destacados servicios de armas: de mozo fue capitán en Flandes, y desde 1568 combatió en la Guerra de las Alpujarras, donde primero defendió la fortaleza de Salobreña[a]​ y después sirvió a las órdenes de Don Juan de Austria, hallándose en la toma del castillo de Vélez (1570) entre otras acciones.[2]

Durante el reinado del Emperador Don Carlos, que era muy aficionado a este arte, alcanzaron extraordinaria brillantez en España los festejos taurinos, a los que concurría toda la nobleza, y donde los caballeros más galanes y arrojados rivalizaban por hacer, a pie o a caballo, una faena lucida que les granjease efímera gloria. Algunos de los que por entonces alcanzaron celebridad fueron Diego de Acevedo (hijo de los condes de Monterrey), Pedro Vélez de Guevara (después II conde de Oñate), Luis de Guzmán (hijo del marqués de la Algaba) o Diego de Toledo (hermano natural del duque de Alba), que murió de una cornada. El historiador Luis Zapata de Chaves, contemporáneo suyo, deja constancia de lances famosos de todos ellos, como aquel en que el propio monarca mató al toro Mahoma:[4]

Pero dos fueron sin duda los toreros más insignes de aquella época: Pedro Ponce de León (hermano del IV duque de Arcos) y Diego Ramírez de Haro, III señor de Bornos, que a sus dotes naturales de fuerza y habilidad unía una depurada técnica en equitación y manejo de las armas.[b]​ Abona a Zapata en esto Gonzalo Argote de Molina, que asimilando la lidia a la actividad cinegética incluyó un tratado de tauromaquia en su Discurso sobre la montería de 1582, anexo a su Libro de la montería. Del arte de alancear toros a caballo —en sus dos variantes: rostro a rostro y al estribo— se ocupa en el capítulo XXXIX, titulado «De la forma que se ha de tener en dar a los toros lanzada», y que empieza evocando la gracia con que ejecutaban esta suerte aquellos dos caballeros:[6][7][c]

Su arte como jinete y alanceador de toros también es elogiada por Gregorio de Tapia y Salcedo en sus Exercicios de la gineta publicados en 1643. Distingue este tratadista taurino tres formas de lidia a caballo: con lanza, con rejón y con vara larga. Y afirma que «Don Diego Ramírez de Haro daba las lanzadas cara a cara, a galope y sin anteojos ni venda el caballo».[8]​ En esto aventajaba el madrileño a Ponce de León, su rival, quien sí tapaba los ojos a su montura con anteojeras, según refiere Zapata.[9]

Una anécdota que retrata a lo vivo al torero valiente y al caballero galante con las damas tuvo lugar en 1548 durante los festejos celebrados en Valladolid por las bodas de la infanta Doña María con el archiduque Maximiliano, su primo y futuro Emperador. La consigna también Zapata de Chaves,[10]​ y la reproduce el erudito cervantista Diego Clemencín en su edición crítica del Quijote:[d]

En fecha indeterminada escribió con buen estilo el Tratado de la brida y jineta y de las cavallerías que en entrambas sillas se hacen y enseñan a los cavallos y de las formas de torear a pie y a caballo, una de las obras sobre equitación de la época que incluían regulación de la tauromaquia, entonces muy en boga entre la aristocracia. Su tercer libro está íntegramente dedicado al toreo, y resulta relevante por ser la primera obra de este tipo que no solo versa sobre el toreo a caballo, sino que también hace referencia al toreo a pie. Su fama como toreador confirió gran autoridad al tratado.[11]

Contrajo primer matrimonio, capitulado en 1541, con Francisca de Figueroa, hija de Luis de Quintanilla, señor de las casas de su apellido en Asturias y Medina del Campo, comendador santiaguista y corregidor de Úbeda y Baeza, y de Catalina de Figueroa, su mujer, camarera mayor de la Reina Doña Juana en Tordesillas. Esta señora murió al poco tiempo dejándole una hija:[2]

Y casó en segundas nupcias con Ana de Guevara (c.1525-1585), una noble murciana oriunda de Guipúzcoa, hija de Hernando de Otazo y Verástegui, señor del castillo y coto de Monteagudo, regidor de la ciudad de Murcia, caballero de Santiago, y de Juana de Guevara, su mujer y deuda, señora de la villa de Ceutí y del mayorazgo de la Vega de Morata. A raíz de su casamiento, Diego tuvo por cuñados a Beltrán de Guevara, con quien se batiría en duelo, y a Juan de Guevara, el primogénito, caballero de Calatrava, de quien provienen los marqueses de Espinardo.[12]​ De este matrimonio nacieron dos hijos:

Su temperamento arrojado y pendenciero le granjeó una muerte airada. Desafiado por Beltrán de Guevara, su cuñado, se batieron a espada en Madrid en 1578, y Diego recibió una estocada de la que murió a las pocas horas del duelo.[12]

Fue enterrado en la capilla mayor de la iglesia de la Concepción Jerónima, convento fundado por su abuela. Su cuñado fue juzgado y condenado a muerte y sus bienes incautados. Pero en 1586 —un año después de fallecer Ana de Guevara, su viuda, hermana del reo— los dos hijos del matrimonio otorgaron escritura de perdón, solicitando el indulto de su tío Beltrán.[2]



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