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Ehécatl



Ehécatl (en náhuatl: ehēcatl‘el viento’ehecatl, viento’)? en la mitología mexica y para otras culturas de Mesoamérica, era el dios del viento. Usualmente se le interpreta como una de las manifestaciones de Quetzalcōātl, la serpiente emplumada, tomando el nombre de Ehécatl-Quetzalcoatl, apareciendo en el aliento de los seres vivos y en las brisas que traen las nubes con lluvia para los sembradíos.[2]​ Es uno de los dioses principales de la creación y héroe cultural en las mitologías de creación del mundo. Su aliento inicia el movimiento del Sol, anuncia y hace a un lado a la lluvia. Trae vida a lo que está inerte. Se enamoró de una muchacha humano llamado Mayah, y le dio a la humanidad la habilidad de amar para que el pudiera corresponderle su pasión y también la habilidad de volar para poder alcanzarlo. Su amor fue simbolizado con un hermoso árbol, el cual crece en el lugar en el que llegó Ehécatl a la tierra.

Según el mito azteca, luego de la creación del quinto sol, este estaba fijo en un punto del cielo, al igual que la luna, hasta que Ehécatl soplo sobre ellos y los puso en movimiento. Usualmente era representado con una máscara bucal roja en forma de pico. Con ella limpiaba el camino para Tláloc, dios de la lluvia, y los Tlaloque, dioses menores de la lluvia. En ocasiones se le representaba con dos máscaras, tiene un caracol en el pecho, pues el viento es usado para tocar el caracol, y asemeja el sonido del viento; Sus templos normalmente tenían forma circular, para tener menor resistencia al viento y ayudar a su circulación. A veces se le asociaba con los cuatro puntos cardinales, pues el viento viene y va en todas direcciones.

Su equivalente en la cultura otomí es Edahi [3]

En junio de 2017, un grupo de arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) encabezados por Eduardo Matos anunciaron el descubrimiento del templo de Ehécatl y un juego de pelota en un predio localizado en la calle Guatemala del Centro Histórico. Este Templo de Ehécatl miraba de frente al Templo Mayor, mientras que la cancha, ubicada de oriente a poniente, estaba orientada al adoratorio de Huitzilopchtli, el dios de la guerra. Esta disposición del espacio representa el combate entre los dioses mexicas, pero también su colaboración.[4]




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