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Tláloc



Xochiquetzal (primera esposa) Chalchiuhtlicue (segunda esposa)

Tláloc (en náhuatl clásico: Tlālōc; AFI [ˈtɬaːloːk]) para los mexicas o Chaac para la cultura maya es una deidad mesoamericana del agua celeste. El nombre Tláloc deriva de tlālli («tierra») y octli[5]​ («pulque»), es decir: «el pulque de la tierra». Los mexicas lo tenían como el responsable de la estación lluviosa y hacían ceremonias para honrarlo en el primer mes del año (ātl cāhualo). Bernardino de Sahagún y Alfredo Chavero lo describen como el dios del rayo, de la lluvia y de los terremotos.

Tláloc fue una de las divinidades más antiguas y veneradas de toda Mesoamérica. Su culto se extendió por gran parte del territorio centroamericano. Fue tomado por los nómadas aztecas (así se llamaban los mexicas cuando apenas acababan de salir de Aztlán) que se instalaron en el lago Texcoco, asimilándolo como divinidad agrícola. Siguió siendo uno de los dioses fundamentales de las distintas comunidades agrícolas autóctonas; originario de la cultura de Teotihuacan, dada la caída de la ciudad pasó a Tula, y de ahí su culto se esparció entre los pueblos nahuas. Los teotihuacanos tuvieron contacto con los mayas, de ahí que ellos lo adoptaran o lo identificaran en la forma del Dios Chaac. En la cosmología tlaxcalteca, Tláloc se casó primero con Xochiquétzal, Diosa de la belleza, pero Tezcatlipoca la secuestró. Tláloc se casó otra vez con Matlalcueye, y tiene una hija o hermana mayor que es llamada Huixtocíhuatl.

Como las divinidades mesoamericanas en general, posee una ambigüedad, en cuanto a que Es una Fuerza Suprema en y de la naturaleza (la naturaleza y el cosmos no representan en los términos humanos bondad o maldad, sino más bien un entramado de fuerzas, a veces en equilibrio, a veces en pugna; en ocasiones benéficas para los humanos, otras tantas desastrosas); lo cual implica que, si bien es Dador de Vida, Providencia y Benefactor, también muestra su faceta destructiva y aniquiladora. Así desciende desde el cielo para fecundar la Tierra y poder cultivar la milpa, para germinar las semillas. Así también envía "los relámpagos y rayos, las tempestades del agua y los peligros de los ríos y del mar"; dicho en palabras del fraile de Sahagún. Dominaba también las fuerzas destructoras y si así era su voluntad podía enviar granizos, inundaciones, sequías, heladas y rayos fulgurantes o fulminantes.

Estaba encargado de enviar el agua a la comunidad a través de sus ayudantes, los tlaloques; Tláloc mismo multiplicado y diversificado, manifestado a los humanos como "seres enanos y antropomórficos" -como refiere Juan Carlos Pérez Guerrero-, que desde el interior de los cerros enviaban las cuatro clases de lluvias. Ellos también recibían súplicas y en su honor se realizaban ceremonias y rituales. Alain Musset asevera que, en vez de enanos, son la representación de las montañas que rodean el Valle de México y sobre las cuales parecen formarse las nubes que anuncian la lluvia. Su papel consistía en favorecer la venida de las aguas celestes pero también protegían a los pescadores y los navegantes.

Tláloc fue uno de los más importantes en el altiplano de México, uno de los más representados y quizás también uno de los de mayor antigüedad del panteón de Mesoamérica. Aparece representado desde la época teotihuacana. Se le manifestaba siempre con unos atributos característicos:

Tláloc está compuesto en sus representaciones por los tlaloques o dioses de los 4 rumbos. Cada uno de ellos manejaba y era el responsable de una vasija colocada en un rumbo. Cada vasija proporcionaba una lluvia diferente.

La residencia de Tláloc era múltiple debido a la posibilidad de división de la sustancia que lo conformaba, característica que trataremos al hablar de los tlaloques. Su morada se encontraba tanto en el Templo Mayor de Tenochtitlan, como en el Tlálocán, en el interior del cerro que lleva su nombre, el cual pertenece a la cadena montañosa Tlalocan, que separa el Valle de México del de Huexotzinco. Esto no es más que en hablando en términos Eliadianos sublimación de la Paradoja de lo sagrado y lo profano. La libertad y poder absoluto que posee la Divinidad le permite tomar cualquier forma, así como estar presente en cualquiera partes, y viendo la "Morada divina" como una extensión de la misma divinidad, con aquella sucede lo mismo.

Una representación temprana del dios de la lluvia se encuentra en los murales que pintó José Clemente Orozco en la bibioteca de la Dartmouth College entre 1932 y 1934. Se trata de un cuerpo humano sin cabeza, el lugar de cuyo rostro es ocupado por dos serpientes que se enroscan a la altura de los ojos y se entrelazan a la altura de la nariz. En el principio de la narración, Orozco representa como hombres-dioses a las deidades principales: Xipe-Tótec, Tezcatlipoca, Quetzalcóatl, Tláloc, Mictlantecuhtli, Huitzilopochtli y Huehuetéotl.

El Atlcahualo se celebraba del 12 de febrero al 3 de marzo. Dedicado a tlaloque, esta veintena implicaba el sacrificio de niños en cimas de las montañas sagradas. Los niños eran bellamente adornados, vestidos al estilo de Tláloc y Tlaloque. En camillas regadas con flores y plumas, rodeadas de danzantes, eran transportados a un santuario y sus corazones eran arrancados por sacerdotes. Si en el camino hacia el santuario, estos niños lloraban, sus lágrimas eran vistas como signos de lluvias inminentes y abundantes. En cada festival de Atlcahualo, siete niños eran sacrificados en los alrededores del lago de Texcoco en la capital azteca. Ellos eran esclavos o hijos segundos de los nobles.

El festival de Tozoztontli (del 24 de marzo al 12 de abril) similarmente implicaba el sacrificio de niños. Durante este festival, las ofrendas eran hechas en cuevas. Las pieles desolladas de víctimas de los sacrificios que habían sido usadas por los sacerdotes durante los últimos veinte días eran colocadas en estas cavernas mágicas y oscuras.

La veintena de invierno de Atemoztli (del 9 de diciembre al 28 de diciembre) también era dedicada a Tlaloque. Este período precedía una importante estación de lluvias y eran hechas estatuas de masa de amaranto. Sus dientes eran semillas de calabaza y sus ojos, frijoles. Una vez que a estas estatuas les eran ofrecidas esencias finas y de copal, y les eran oradas y adornadas, se les presentaba comida.

Posteriormente, sus pechos de masa eran abiertos, sus "corazones" eran sacados y, por último, sus cuerpos eran cortados y comidos. Los ornamentos con que habían sido adornadas se tomaban y se quemaban en los patios de las personas. En el último día de la "veintena", las personas realizaban banquetes.[6]

Una montaña perteneciente a la Sierra Nevada lleva el nombre de Tláloc o Tlalocatépetl. Se trata de una de las cumbres más altas del país (4120 msnm). En la cima existe un santuario dedicado a Tláloc. Se cree que la localización de este santuario en relación con otros templos de la zona podría haber sido una manera para que los mexicas pronosticaran el clima y calcularan el paso del tiempo.[7]​ Investigaciones muestran de hecho que diferentes orientaciones relacionadas al monte Tláloc revelan un grupo de fechas al final de abril y al principio de mayo, las cuales están asociadas con ciertos eventos astronómicos y meteorológicos. Información arqueológica, etnohistórica y etnográfica indica que este fenómeno coincide con la cosecha del maíz en tierras áridas asociadas con sitios agrícolas.[8]

El monte Tláloc es el punto más alto de la Sierra del Río Frío que separa los valles de México y Puebla-Tlaxcala. Se eleva sobre dos diferentes zonas ecológicas: prados alpinos y bosques sub-alpinos. La temporada de lluvias empieza en mayo y dura hasta octubre. La temperatura más alta del año ocurre en abril, al principio de la temporada de lluvias, y la temperatura más baja en diciembre-enero. Hace 500 años las condiciones del clima eran ligeramente más severas, pero el mejor momento para subir a la montaña era prácticamente como es ahora: Desde octubre hasta diciembre, y en febrero hasta el principio de mayo. La fecha del festín de Huey Tozotli celebrada en la cima del Monte Tláloc coincide con el momento de mayor temperatura del año, justo antes de peligrosas tormentas que podrían bloquear el acceso a la cima.[9]

El primer relato detallado del monte Tláloc descrito por Jim Rickards en 1929 fue secundado por visitas y estudios de otros investigadores. En 1953 Wicke y Horcasitas llevaron a cabo investigaciones preliminares en el sitio; sus conclusiones fueron repetidas por Parsons en 1971. La investigación arqueo-astronómica empezó en 1984, de la cual mucha continúa sin publicarse. En 1989 excavaciones fueron realizadas en el sitio por Solís y Townsend.[10]

Así, el Templo Mayor, los Cerros Sagrados, o incluso un altar doméstico, no son sino análogos, manifestación o representación del Tlalocán, del Tonacatépetl, de Xochitlalpán (que presentan cada cual sus particularidades, pero que son también análogos entre sí, por ser representaciones del axis mundi que sostiene el cosmos, y de la matriz universal de donde todo proviene y a donde todo va); así, son partícipes de la misma sacralidad, de la misma fuerza, son, sin serlo, lo mismo. La Paradoja de lo sagrado y lo profano, es en sí una ruptura ontológica presente en toda hierofanía; paradoja en cuanto a que lo sagrado, lo intangible, se profaniza, se vuelve tangible para mostrarse a la humanidad. Esto es parte de la Dialéctica de lo Sagrado, que es parte y fundamento de todas las religiones. A consecuencia de este carácter dual muy fuerte, su culto entró dentro del sistema de reciprocidad de las ofrendas; ofrendas de flores o libaciones diversas, autosacrificio, ofrenda de animales cuando las sequías se dejaban percibir terribles y amenazaban la supervivencia misma de las sociedades (o en el caso de tierras muy húmedas, como las Tierras Bajas Mayas; para evitar el exceso de lluvias, huracanes, tempestades o truenos fulminantes, pues si Chaac (Tláloc en maya Yucateco) se enfurecía demasiado, aquellos podían destruir las cosechas, deslavar cerros, desbordar los ríos y arrasar ciudades y pueblos enteros). Los ritos a Tláloc como aquellos dedicados a los Tlaloques se solían realizar en los cerros o en el interior de las cuevas.

La cruz florida fue una evolución del símbolo de Tláloc y fue llamada Cruz de Tláloc; esta cruz surge por una razón: el dios tenía cuatro hijos a los que se denominaba tlaloques, que vivían en cuatro ámbitos del cielo. Tláloc se convirtió en época tolteca en un personaje semihumano, su cara estaba formada por dos serpientes enroscadas, haciendo de marco de los ojos la curva de los reptiles. Las cabezas se proyectan en paralelo y constituyen el labio superior del dios.

El lugar conocido como el paraíso de Tláloc se llama Tlalocán y está situado en la región oriental del Universo. De este lugar procedía el agua beneficiosa y necesaria para la vida en la tierra. Las personas que morían ahogadas o por hidropesía iban a morar a este paraíso. También acogía a los que morían de la enfermedad de la lepra. Se trata de un enclave placentero, donde pueden verse toda clase de árboles frutales, así como maíz, chía (semilla de una especie de salvia que se usa en México como refresco), frijoles y más productos. La vida allí era enteramente feliz. Conocemos la descripción de esta morada del dios gracias a los escritos hechos por el padre Bernardino de Sahagún y otros personajes, que lo oyeron de boca de los indígenas. Algunos siglos después, se descubrió en Teotihuacan un mural en que se veía representada punto por punto esta descripción. Así se pudo conocer de manera gráfica lo que ya se conocía a través de lo escrito.

Tláloc descrito en el Códice Borgia, en atuendo de guerra. Portando un Atlátl, Chimalli y un Ichcahuipilli de cuerpo completo (armadura flexible).

Estatua de Tláloc a las afueras del Museo Nacional de Antropología e Historia en la Ciudad de México.

Vasija de Tláloc, se encuentra expuesta en el Museo del Templo Mayor.

Tláloc en el Códice Aubin

Tláloc, representado en Teotihuacán.

Incensario con la imagen de Tláloc (Museo de América, Madrid, España).

Tláloc, representando el diluvio según la Cosmogonía Náhuatl previo al Quinto Sol en el Códice Borgia.[11]

Tláloc (réplica) tutelando la presa Miguel Hidalgo y Costilla, municipio de El Fuerte, Estado de Sinaloa, México.




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