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Elena de Baviera



Elena Carolina Teresa de Wittelsbach (Helene Caroline Therese Herzogin in Bayern,[nota 1] apodada familiarmente Néné; Múnich, 4 de abril de 1834 - Ratisbona, 16 de mayo de 1890) fue una princesa bávara perteneciente a la Casa de Wittelsbach por nacimiento y a la Casa de Thurn und Taxis por matrimonio. Nacida Duquesa en Baviera con tratamiento de Su Alteza Real, ostentó además por matrimonio el título de Princesa Heredera de Thurn und Taxis y el tratamiento de Su Alteza Serenísima.

Elena fue la tercera hija de Maximiliano y Ludovica, duques en Baviera. Fue la hermana mayor de la emperatriz de Austria, Isabel de Baviera, de María Sofía, reina de las Dos Sicilias, y de Sofía Carlota, duquesa de Alençon. Como todos sus hermanos, Elena creció en un ambiente de gran libertad y en medio de una naturaleza salvaje, en el palacio familiar de Possenhofen. Allí solía acompañar a su padre y a su hermana Isabel en sus excursiones a las montañas y a sus paseos por los bosques.

Elena a diferencia de Isabel, era más bien conservadora, seria y retraída, y cultivaba un perfil bajo, muy dada a la reflexión profunda, era poseedora de una buena figura y una belleza fría y serena; pero era opacada por su hermana menor quien a diferencia de Elena destacaba en todos estos aspectos. Al contrario que su familia, Elena era católica practicante, así mismo iba en muchas ocasiones a hospitales, al tiempo que se encargaba de otras obras de caridad.

En la búsqueda de un buen partido para casar a su hijo Francisco José, su tía, la estricta archiduquesa Sofía de Baviera se fijó en la seria y humilde Elena, aunque reprobando la educación poco aristocrática que su hermana había impartido a sus hijos. Así que para ver a su hija en el trono imperial, la duquesa Ludovica se preocupó de enseñarle el francés (idioma oficial en las cortes europeas), así como el complicado ceremonial cortesano español. Ambas madres acordaron reunirse en Bad Ischl con los dos jóvenes, que sólo se habían visto en una ocasión en Innsbruck. Para la ocasión, Ludovica se hizo acompañar también por otra de sus hijas, Isabel, la cual encandiló a su primo Francisco José con su encanto, así que decidió casarse con ella pese a las críticas de Sofía. En la cena por el cumpleaños de Francisco José, se sentó a Isabel junto a éste, relegando a Elena a un puesto secundario en la mesa; y durante el baile, volvió a agasajar a la que sería su prometida dedicándole el cotillón, a pesar de que estaba previsto que lo bailara con Elena. Al día siguiente pidió la mano de Isabel a su tía. Desilusionada, humillada y afligida, Elena se sintió rechazada por el uno y traicionada por su hermana al principio.

Cumplidos los 22 años, Elena era considerada una solterona y la esperanza de encontrar un buen partido se diluía con el tiempo. Así pues, su madre se dispuso a buscar un marido para su hija antes de que fuese tarde. En su búsqueda encontró al Príncipe Heredero Maximiliano de Thurn und Taxis, procedente de una importante familia del Imperio que había hecho su fortuna gracias al monopolio del sistema de postas que le había concedido el emperador Maximiliano I. Con el beneplácito de los padres de él, que vieron así la oportunidad de emparentarse con el emperador, Ludovica le invitó a Possenhofen para que conociera a su hija, y en esta ocasión triunfó en su plan, acordándose el matrimonio de los jóvenes.

Sin embargo, el rey Maximiliano II de Baviera, tío materno de Elena, disentía en cuanto a la principesca Casa de Thurn und Taxis que, aunque rica y de antiguo linaje, no tenía ni la realeza ni el poder de los Wittelsbach, dinastía de la que descendían los padres de Elena, aunque en una línea colateral. Aun así, Isabel, que se sentía en deuda con su hermana, intercedió en favor del matrimonio y gracias a ella llegó el consentimiento real, acordándose que Elena seguiría manteniendo tras su matrimonio el rango de Duquesa en Baviera conjuntamente con el tratamiento de Alteza Serenísima y el título de Princesa Heredera de Thurn und Taxis. La boda se celebró en Possenhofen el 24 de agosto de 1858. El 22 de diciembre, los esposos entraban en Ratisbona acogidos por un caluroso recibimiento popular.

Lo cierto es que para entonces la relación entre Isabel y Elena hacía tiempo que se había conciliado, ya que ambas se querían mucho y eran confidentes; el caso es que la emperatriz tenía en Elena una fiel amiga en la que desahogar sus angustias en la corte de Viena y los enfrentamientos con su suegra. Siempre hablaban entre ellas en inglés, una lengua incomprensible para la mayoría de la realeza imperial. También acudió, junto con su madre, a Corfú, donde Isabel se había refugiado ante la ahogante situación que vivía en Viena.[1]​ El consejo dado por Elena era siempre el mismo: llegar a un acuerdo y tener paciencia con la tía Sofía.

El matrimonio consiguió ser feliz, pues a pesar de que Maximiliano no era más bien apuesto; pero sí era un joven inteligente que supo apreciar las virtudes de Elena. Ambos encontraron rasgos comunes, como las obras de caridad, que realizaban conjuntamente. Tuvieron cuatro hijos:

Pero la felicidad conyugal no duró mucho y al poco crecieron las preocupaciones por el estado de salud de Maximiliano, que había engordado y envejecido en exceso. Cuando los médicos encontraron el diagnóstico ya era demasiado tarde, pues se trataba de una grave patología nerviosa que no supieron curar ni los mejores especialistas llegados a Ratisbona para tratarlo. Moría poco después a los 36 años sin haber abandonado su condición de Príncipe Heredero. Elena se desesperó por el dolor y, pese a ello, acudió a la misa celebrada ante la tumba de su marido. Pasó mucho tiempo hasta que recobró la serenidad. Compró el castillo de Tuntzig, a orillas del lago de Starnberg, para estar cerca de su familia, pero una serie de sucesos la obligó a hacerse con las riendas de la herencia de sus hijos, ya que su suegro acababa de morir y, tras la unificación alemana, Bismarck había privado a los Thurn und Taxis del monopolio del servicio postal que reportaba gran parte de los ingresos de la familia. Al morir su suegro, el cargo de cabeza de familia pasó a su hijo Maximiliano cuando éste llegó a los 21 años, convirtiéndose en el VII Príncipe de Thurn und Taxis. Pero su precario estado de salud propició que muriera anticipadamente, siendo sucedido por su hermano menor, Alberto, que no se hizo cargo del principado hasta dos años después, cuando cumplió la mayoría de edad. Su hija Isabel la hizo abuela por primera vez en 1878, pero su tercer parto dañó seriamente la salud de la princesa que murió al poco, a los 21 años. Elena buscó descanso, pero pasado un tiempo, en el que falleció también su hijo Maximiliano, la desesperación se transformó en locura y en un deseo de alejarse del resto del mundo. No obstante, el joven Alberto daba la impresión a su madre de ser un buen príncipe, por lo que recobró mayor serenidad aunque jamás llegó a recuperarse de la muerte de su marido e hijos. Hacia el final de su vida, Elena enfermó gravemente por una inflamación de la garganta que le impedía comer. Las fuerzas la abandonaron al tiempo que tenía fiebres altas y delirios. Su hermana, la emperatriz Isabel, permaneció junto a ella hasta el fin. El funeral se celebró en un clima de gran dolor por los habitantes de Ratisbona, siendo sepultada en la cripta de la familia Thurn und Taxis en la Abadía de San Emerano.



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