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Eloísa



Eloísa, en latín Eloysa, a veces Heloisa ou Heloissa, en francés Héloïse, nacida alrededor de 1092[2]​ y fallecida en 1164 fue una intelectual de la literatura francesa de la Edad Media, esposa de Pedro Abelardo y primera abadesa del Paraclet. Eloísa era la hija nacida de la escandalosa unión de Hersint de Champagne Dama de Montsoreau (fundadora de la abadía de Fontevraud) con el senescal de Francia Gilbert de Garlande. Es considerada la primera mujer de letras de Occidente cuyo nombre ha llegado hasta nuestros días.

De ella solo nos ha llegado una oración fúnebre de uno de sus poemas pero nada de su música. Aunque ella no escribió novelas propiamente dichas, lo poco[3]​ que se ha podido unir de las cartas de Abelardo y Eloísa se considera el monumento fundador de la literatura francesa de finales del siglo XIII. Más apasionada y erudita que erótica, esta correspondencia es considerada como precursora de obras epistolares posteriores como las de Madame de La Fayette, Laclos o Rousseau.

La vida de Eloísa fue una de las más novelescas, constituyéndose de este modo en la figura legendaria de la pasión amorosa que sobrepasa el amor cortés, muy popular en aquella época gracias, en parte, al éxito de Tristán e Isolda.

La biografía de Eloísa se basa, al igual que la de Abelardo, en una serie de hipótesis recogidas en manuscritos, algunos hoy en día desaparecidos y discrepa en algunos datos que el mismo Abelardo dio, por lo que no son completamente fiables.

Eloísa es la hija ilegítima[5]​ de un noble de más alta alcurnia, aliado de los Montmorency. Es probable que su padre fuese el senescal de Francia Gilbert de Garlande o de un tal Juan, hijo de un miembro del séquito de la Dama de Montlhéry, Hodierne de Gometz, que se habría convertido en cura antes de 1096.[2]​ Eloísa creció rodeada de demoiselles junto a la orden benedictina de Argenteuil,[6]​ que le instruyeron en la lectura y en la gramática a los siete años.[7]

Su madre, llamada Hersenda, podría ser una de las abadesas que fundaron, entre 1101 y 1115, la Abadía de Fontevrault, huérfana criada por hermanos de una gran familia angevina[8]​ y convertida, gracias a su segundo matrimonio, en dama de Montsoreau.[9]·,[10]​ viuda desde 1086, formó parte de la orden antes de 1096,[11]​ antes de ser denunciada por ser una « caverna de fornicación ».[12]

Su madre confió la educación de la adolescente a uno de sus dos hermanos, Fulberto. Este, a partir de 1102,[13]​ trabaja en el Hospital de los Pobres de París.[14]

Como canónigo miembro de la catedral San Étienne de París, el tutor de Eloísa acoge bajo el mismo techo que a su ahijada al escolástico Abelardo, al que ya mantenía desde hacía unos años. Abelardo había decidido tomar un año sabático en 1107 y comenzar a enseñar a partir del 1110 en la abadía de Santa Genoveva de París.

Aunque la belleza de Eloísa[15]​ no era excepcional, su alta estatura[16]·,[17]​ su rango y su compromiso con los estudios (cosa inaudita para una mujer) además de su audacia le hicieron convertirse en una de las personalidades más importantes de París. Su inteligencia y conocimientos en latín, griego y hebreo y sobre autores antiguos, todavía desconocidos en la enseñanza oficial, llaman la atención.

Abelardo, soltero célebre por su belleza y reconocido por sus compatriotas como el más eminente de los enseñantes de dialéctica, intenta convertirse en el profesor particular de Eloísa con el objetivo de seducirla.[18]​ Conociendo a los treinta y cuatro años la cumbre de su gloria, Abelardo fue el hijo mayor de un caballero poitevino

Adorado como caballero por las damas que se encontraban alrededor de él, enriquecido por los honorarios que le proporcionan las familias aristocráticas de sus estudiantes (algunas decenas por año) y arruinado por culpa de algunas mujeres, Abelardo es descrito como un seductor seguro de su encanto pero sobrecargado por el trabajo, los viajes a caballo y los quehaceres del poder que le conducirán a una depresión nerviosa (« afflictione correptus infirmitate coactus »).

Como un trovador en la corte de Guillermo IX de Aquitania, Abelardo comenzó a hacer de su locura canciones en latín como manera de descanso habitual,[19]​ cuyas melodías seducían hasta a los más ilustrados y se convirtieron en las canciones más conocidas del momento. Se canta el nombre de Eloísa, creando la leyenda de los amantes antes de la historia.

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Todo París canta sobre Eloísa cuando, en otoño de 1114, Abelardo inicia una correspondencia con el pretexto de impartir clases, constituyendo un medio de seducción reducido a la conversación, a la sabiduría y a la galantería. Las tablillas de cera que el profesor devuelve, tras añadir su respuesta, son copiadas por Eloísa,[26]​ quizá ya con la idea de ser editadas en lo que será Epistolae duorum amantium o Cartas de los dos amantes. Las fórmulas de saludo implican un ejercicio de retórica y de innovación literaria, además de ser testigo de la afección que se tenían,[27]​ y están llenas de alusiones íntimas mezcladas con referencias teológicas.

A través de estos intercambios, Eloísa analiza su deseo amoroso. Si la fe se vive a través de la imagen de Cristo, que es el hombre amado, Eloísa pretende amar de forma deseosa. No habría pecado en la lujuria cuando se produce por efecto del amor y no por perversión. Esto es la "moral de la pareja", la base del amor libre alejado de las reglas de la sociedad y del matrimonio.

Más que una correspondencia amorosa, las Cartas de los dos amantes (Epistolae duorum amantium) son una correspondencia sobre el amor. Es la ocasión de Eloísa para inventar, sobre el término tomado prestado a Tertuliano[28]​ de « dilectio »,[29]​ en el sentido de estima, como forma de amor intelectual. Lo define como una alineación entre iguales, una sumisión voluntaria en respuesta a la amistad recibida. El amor se distingue de la amistad tal y como la define Cicerón[30]​ entre personas del mismo sexo, es decir, aquí se asume la diferencia entre los géneros. Parecidos y singulares, hombres y mujeres no son idénticos. Eloísa aplica a la cuestión de la naturaleza del amor una lección de lógica sobre la diferencia entre género y especie.

Esta concepción del deseo, en su plano intelectual y sexual, esta filosofía del sujeto responsable de sus deseos será presentada seis siglos y medio más tarde por el preciosismo, acompañada de la noción del amor perfecto. La definición que da Eloísa del amor es triplemente revolucionaria: primero porque es una mujer la que expresa su opinión sobre este tema, después porque habla desde su experiencia personal y, finalmente, porque la diferencia de sexos se traduce en diferentes formas de amar.

Entre alumna y profesor se establece una relación de transgresión algo inconstante en la que no se excluye la violencia : «¿cuántas veces no usé amenazas y golpes para forzar tu consentimiento? (que de fois n'ai-je pas usé de menaces et de coups pour forcer ton consentement?)». Las noches de pasión llevan a los dos amantes hasta el sadomasoquismo : «a veces le pegaba, le daba golpes por amor, (…) por ternura (…) y estos golpes eran más dulces que todos los bálsamos. (…) todo lo que la pasión puede imaginar como insólito, lo añadíamos (j'allais parfois jusqu'à la frapper, coups donnés par amour, (…) par tendresse, (...) et ces coups dépassaient en douceur tous les baumes. (...) tout ce que la passion peut imaginer de raffinement insolite, nous l'avons ajouté.)»

Esta relación fue descubierta a principios de 1116[31]​ una noche en pleno delito fragrante por el tío de Eloísa, Fulberto, que alejó a los dos amantes. Cuando se volvieron a encontrar, ambos volvieron a dejarse llevar por la pasión y Eloísa quedó embarazada poco después.

Para arrebatársela a las autoridades francesas, su amante organizó su secuestro disfrazándola de monja y se la llevó un día en el que su tío se había ausentado. Eloísa fue trasladada a Pallet, zona que no estaba controlada por el Reino de Francia.

En otoño de 1116, Eloísa da a luz en casa de la hermana de Abelardo, Denyse, un hijo al que dará el nombre no cristiano de Astralabe, es decir, en castellano moderno, astrolabio, que tendría el significado de "Puer Dei I" ("primer hijo de Dios"), según el anagrama resultante de Petrus Abelardus II[32]·.[33]​ El astrolabio en la época solo tenía un uso astrológico. El niño quedará a cargo de Denyse,[34]​ junto a la cual permanecerá Eloísa el resto de su vida.

Abelardo volvió solo a París para obtener el perdón de Fulberto, a quien prometió casarse con Eloísa sin que esta fuese consultada. Siendo aún una adolescente, se vio abocada al destino de cortesana en una época de boom económico y demográfico que ofrecía a las mujeres la oportunidad de obtener una nueva condición escapando así del confinamiento del hogar. Cuando Abelardo regresó para buscarla, Eloísa terminó por ceder.

Durante las siguientes semanas, el anuncio del matrimonio se propagó por París. Pero en secreto, para no comprometer las oportunidades de Abelardo de conseguir una canonjía que exigía el celibato, tema por entonces debatido. La ceremonia bien se pudo realizar en la capilla casa del tío materno, San Cristophe, o a la Capilla San Aignan, hipotéticamente levantada por el tío paterno en su propia casa.

Eloísa, opuesta a su matrimonio por juzgarse persona indigna para su esposo, hace de su condición de esposa una cuestión ética. Para ella, el matrimonio es una prostitución de la mujer,[35]​ un interés material de la esposa para alcanzar una determinada condición social que podría convenir a aquella que quisiese "prostituirse a alguien mucho más rico si la ocasión se presentase", pero no a una mujer verdaderamente enamorada de otra persona. Es por eso que ella habría preferido seguir siendo la "amiga" de su amante, siguiendo el modelo del amor cortés como un amor platónico, pero libre.

Deja claro su sacrificio moral precisando que "El nombre de esposa parecía más sagrado [...]. Me habría gustado, aun a riesgo de sorprenderte, el nombre de concubina o prostituta, con objetivo de que, cuanto más humilde me mostrase ante tus ojos, más cerca estaría de obtener tu gracia (...) y, en ese instante (...), había deseado más ser tu cortesana que la emperatriz de Augusto.

Para Fulberto, el honor familiar es reparado gracias al matrimonio, el cual hace público a pesar de la promesa que este había hecho a Abelardo. Eloísa sigue obstinada en negar el enlace, tanto en público como el privado. Esta actuación se debe a que ella se preocupa por preservar el secreto de la carrera de su marido y también porque no se ha negado llevar la vida de mujer libre que tanto desea. Su proyecto manifiesta abiertamente que el amor libre está por encima de las obligaciones conyugales y que cada esposo debe llevar la vida profesional que éste crea conveniente.

Fulberto no soporta más la nula sumisión de su sobrina al orden familiar y lucha contra Eloísa por su obstinación a través de golpes, un método corriente de educación en aquella época,[36]​ especialmente en los chicos. Para terminar con la tortura, Eloísa, a pesar de su emancipación por el matrimonio pero sin poderse instalar con su marido para no revelar el secreto de su enlace, se instala en el convento de Santa María de Argenteuil. A pesar del intento de discreción, Abelardo no duda en saltar el muro del convento para yacer con su esposa.[37]

Fulberto se siente traicionado una segunda vez por parte de Abelardo. Este último cree que su paternidad y su trabajo son incompatibles en un hogar que no dispone de espacio suficiente para todas las tareas,[38]​ por lo que decide abandonar el proyecto familiar y deshacerse de su esposa obligándola a entrar en una orden religiosa.[39]​ En agosto de 1117, Fulberto ordena la castración de Abelardo, castigo habitual de los violadores.[40]

A la mañana siguiente del crimen, la gente se agolpa alrededor del apartamento. Algunos burgueses de París creen que este acto constituye una falta del respeto al honor, no tanto por el daño que ha recibido un escolástico sino por ser éste una persona muy cercana a Étienne de Garlande, que ocupaba un alto cargo religioso en Francia. Fulberto es el único castigado por este crimen por el tribunal episcopal ya que no se ha producido un juicio previo a la castración: pierde su cargo y sus bienes son confiscados.

A principios del año siguiente Eloísa, con su marido todavía convaleciente y con gran sentimiento de culpabilidad, decide tomar los hábitos. Esta ceremonia está llena de importancia pero va en contra del deseo de Eloísa, que decide volverse religiosa obedeciendo los deseos de Abelardo, que entrará a la vez a formar parte de otra orden únicamente tras haberse asegurado de que su mujer hubiese hecho lo mismo. Ella le reprochará esta falta de confianza, que achaca a la sumisión: para ella este acto beneficia solamente a Abelardo, ya que él puede seguir con su carrera religiosa mientras que es ella quien se sacrifica.

Uno o dos años más tarde, Pedro Abelardo, en guerra con sus hermanos de la orden de los benedictinos, se aleja tanto de estos como de Eloísa tras obtener un cargo de prior. Vuelve a dedicarse a la enseñanza de forma lucrativa de la cual ella podría ser beneficiaria por su condición de esposa. Esta enseñanza no está bien vista por algunos predicadores ya que pretende restaurar, apoyándose en la filosofía antigua de Aristóteles, la teología bajo una forma cristiana, fundar la fe no únicamente sobre la tradición pero también sobre la ciencia, convertir a la doctrina católica no por la autoridad de un predicador sino por la razón individual. Este conflicto tiene como colofón el enfrentamiento entre Pedro Abelardo y uno de sus ancianos maestros, Roscelin, de forma pública.

Abelardo es entonces acusado de causar problemas a la Iglesia por mezclar su condición de religioso con su condición de esposo. Sus enemigos le culpan por pasar parte de los beneficios que él obtiene por sus enseñanzas a su esposa a la vez que sigue siendo monje. Eloísa es insultada y, al mismo tiempo, descrita como una inocente víctima y una prostituta. Roscelin incluso llega a reprochar el sello de Abelardo, en el que se le representa formando un único cuerpo con su esposa.

Eloísa, tras todos estos incidentes, se siente traicionada al haber sido obligada a tomar los hábitos. A pesar de ello, tras diez años de vida monástica frustrante y sin vocación, es elegida como priora de su abadía.

En 1129, Eloísa es expulsada del monasterio, acompañada por sus hermanas, por Suger, un enemigo de la casa de Montmorency y de Pedro Abelardo. Las hermanas encuentran refugio en la abadía de Notre-Dame de Yerres y bajo el cuidado de Eustachie, una viuda aristócrata. En esa misma época, Abelardo se encontraba en Bretaña visitando a su hermano Porchaire, canónigo de la diócesis de Nantes.[43]​ Eloísa se encuentra, pues, en una encrucijada: o sigue en condición de hermana lega o vuelve a la calle.

Abelardo ofrece a la que todavía se considera su esposa, además de la de Jesucristo, fundar una abadía en el mismo lugar en el que él había construido una ermita en 1122. Es un pequeño edificio levantado sobre un terreno del conde Thibaut IV de Blois que éste le había concedido unos años antes. Este lugar estaría destinado a gente joven que querrían unirse para reinventarse en una vida cercana a la naturaleza y en la que seguirían las enseñanzas de Abelardo. Sin embargo, éste abandona a Eloísa y a sus hermanas religiosas en 1127, cuando huye a Rhuys tras una amenaza de sus rivales cistercienses.

Eloísa se instala finalmente con la mitad de sus hermanas en Argenteuil. Tras un año de extrema pobreza, los bienes solicitados por Abelardo[44]​ llegan finalmente. Aun así, Eloísa se siente completamente abandonada por su amante. Sin embargo, la abadía del Paraclet termina siendo un éxito que se prolongará a lo largo de los siglos hasta el 14 de noviembre de 1792.

Abelardo, de cincuenta y cuatro años, abandona definitivamente la Abadía de Saint-Gildas de Rhuys en 1133, donde sus hermanos han intentado asesinarle. Las cartas intercambiadas entre Abelardo y Eloísa desde 1132 son un monumento de la literatura francesa. Más allá de la moda renacentista y de la prosa rimada, las tres largas cartas de Eloísa reflejan una delicadeza que anuncian el abandono del latín por un francés antiguo.

Eloísa no reniega de su amor intelectual hacia un Abelardo confundido al igual que tampoco lo hace de su pecado. Con algo menos de cuarenta años, ella no cesa de remover las imágenes de los fantasmas que ha vivido, ni en sus sueños ni al despertar. Se arrepiente de no haber sido castrada al igual que su marido y se cree culpable por considerarse una mujer que todavía siente deseo.

Más allá de cuestiones íntimas, esta correspondencia muestra una crítica moralista frente a una tradición confusa repetida sin comprensión y una devoción que sólo se encuentra al exterior. Se trata de una priora que se esfuerza en ser coherente y completa la liturgia de su monasterio. Para ello, pide a su amado Abelardo que componga un himno religioso de treinta piezas con letra y música. Además, Eloísa hace de la abadía del Paraclet el primer centro de música sacra de su tiempo.

En 1135, durante el Concilio de Pisa, Eloísa se convierte en la segunda mujer, veinte años más tarde que Pétronille de Chemillé, en recibir el título de abadesa, ya que las anteriores mujeres directoras de un convento femenino lo habían hecho siempre bajo la protección de un abad en un convento mixto. Pétronille de Chemillé, por su parte, había dirigido tanto el convento de hombres como el de mujeres de la abadía de Fontevraud ella sola. El priorato de Eloísa, dirigido por una abadesa, no recibiría el nombre de abadía hasta el 1 de noviembre de 1147, mientras que la orden del Paraclet se fundaría bajo la protección de Cluny.

En 1136, Eloísa coge las riendas de la abadía del Paraclet. Abelardo es llamado por el canciller Étienne de Garlande para retomar la tarea de la enseñanza que había iniciado en 1110, tres años antes del encuentro con Eloísa. Abelardo recibe con alegría la noticia sobre la finalización de los estudios de su hijo Astralabe bajo la dirección de su tío paterno Porchaire en la Catedral de Nantes.[45]

Eloísa, ochenta años antes de Santa Clara,[46]​ se preocupa por una regla monástica únicamente femenina[47]·[note 1]​. El papel de las mujeres religiosas se pone en duda por su condición de célibe y esposa.

Su regla monástica se inspira de la orden cisterciense y de Robert d'Arbrissel[50]​ pero con argumentos no sólo de evangelistas y Padres de la iglesia sino de fuentes hebreas, griegas y latinas. Son moderadas pero no rigurosas, prohíben lo superfluo pero no lo necesario: esta regla, además de exigir un compromiso más allá de la apariencia, también apuesta por un sistema social. Los monjes deben servir en todo lo necesario a las hermanas a cambio de estar éstas bajo el control de un alto cargo episcopal. Ellas, para compensar estos servicios, deben ocuparse de las ropas o la comida de los monjes.

La reacción de Eloísa ha sido conservada gracias a Institutiones nostrae,[51]​ la regla monástica del Paraclet una vez que falleció Abelardo. El "silencio de Eloísa"[52]​ posterior a la última carta a Abelardo, sugiere una conversión religiosa efectiva, poco conforme a lo que había mostrado en el pasado,[53]​ una autocensura póstuma.[52]

Tras la cuestión simplista de la autenticidad de las cartas, la hipótesis avanza a partir del estudio de la construcción del texto de un primer conjunto de documentos de la priora. Lo que queda de las cartas de Abelardo y Eloísa sería el remanente del trabajo editorial iniciado en vida de ambos tal y como lo prueba la gran unidad del texto,[54]​ en el cuadro de la definición y de la exaltación de la regla de su institución[55]​ por sus sucesores[56]​ tras unas reformas, como la de 1237,[57][58]​ y en la que el Paraclet se nombra como ejemplo a seguir.[59]

A través de las figuras de pecadores arrepentidos,[60]​ la difusión de esta obra de propaganda del Paraclet tiene gran éxito más allá, incluso, de las fronteras.[61]

El 26 de mayo de 1140, las ideas que profesa Abelardo sobre la Gracia divina, el Espíritu Santo o el pecado son condenadas en el Concilio de Sens. Este conflicto, lejos de ser religioso (ya que se cuestiona el lugar de los clérigos en la iglesia), también incumbe a la alta sociedad, especialmente entre la Casa de Champaña, a favor de Eloísa y Abelardo, y la Dinastía de los Capetos, que aún no poseía el poder que obtendría tiempo después. Se prepara una emboscada en la que personas como Bernard de Clairvaux realizan grandes esfuerzos para condenar a Abelardo de forma justificada.[64]​ En que en uno de los textos de Abelardo, Sic et non, se citan contradicciones de la Biblia, de los Padres de la Iglesia y se invita al lector a reflexionar sobre el Espíritu Santo para tener una opinión propia.

El acusador Bernard de Clairvaux, para quien la fe está en el corazón y la razón en el Diablo, obtiene secretamente gracias al vino servido en un banquete de los jueces,[65]​ una condena antes del final de las discusiones. El argumento de la sentencia se basa sobre el respeto de la tradición.

El condenado escoge entonces a Eloísa para que testifique públicamente acerca de su buena fe. Escribe una defensa[66]​ y se la envía antes de hacerla difundir, en vano. Un reescrito del papa Inocencio III y una formalidad de la Curia romana confirman la segunda condena a Abelardo el 18 de julio de 1141.

Eloísa no está implicada directamente, pero las tesis condenadas la incumben ya que ella es el vivo ejemplo de la mujer inocente que peca por intención amorosa y después concibe un hijo.[67]

Abelardo, enfermo, debe renunciar a llevar en persona su defensa a la Curia romana y se jubila, marchándose primero a Saint-Marcel-lès-Chalons y después a la casa madre de la Abadía de Cluny. Finalmente moriría en primavera de 1142. Los monjes que le acompañan, probablemente celosos por guardar una reliquia que atraería los favores de donantes externos, no avisan a la priora del Paraclet.

Eloísa contacta con el conde de Champaña Thibaut IV de Blois, que había dado refugio a Pedro Abelardo tras su primera condena. A su vez, éste contacta con la casa de Cluny para designar a un nuevo superior. Finalmente es elegido Pedro el Venerable, que había ayudado a Abelardo durante su segunda condena y que admiraba desde su adolescencia a Eloísa.

A lo largo del año 1146, Pedro toma la iniciativa y contacta con Eloísa, quien obtiene de su admirador el favor de llevarle el cuerpo sin vida de su marido. El cadáver es entonces hurtado una noche cercana al 1 de noviembre de 1144 por un equipo conducido por Pedro en clandestinidad, que viaja de Saint-Marcel hasta el Paraclet. Es acogido el 10 de noviembre en la capilla de un pequeño monasterio cercano a la abadía, siguiendo así las últimas voluntades de Abelardo de ser enterrado en Paraclet[70]​ en una tumba frente al altar.

Pedro, antes de volver a Cluny, otorgó a Eloísa un manuscrito lacrado con el que otorgaba a Abelardo la plena indulgencia. A cambio, Eloísa aceptó que el Paraclet fuese recibido por la orden de Cluny, afiliación que no sería aceptada por Roma hasta el 1198.

La abadesa se acoge, pues, a la regla cirstenciense[73]​ la cual se impone[74]​ sin apenas oposición.[75]​ Este cambio se produce al mismo tiempo que se está intentado relegar a la mujer de las instituciones eruditas, proceso que se estaba llevando a cabo desde 1120, desde el segundo Concilio de Latran, y que se estaba reforzando por la instauración progresiva de la regla del celibato[76]​ deseada por la reforma gregoriana.

Eloísa fue, de lejos, la más sabia de las mujeres de su tiempo, en una época en la que las más favorecidas tenían que contentarse únicamente con saber tocar un instrumento. Sin embargo, Eloísa consiguió imponerse como un caso excepcional entre todas las personas que dominaron su periodo por su sabiduría, su fuerza y su habilidad a la hora de gestionar una comunidad religiosa. Renombrada desde su juventud por sus composiciones musicales y sus canciones exitosas,[77]​ Eloísa fue, además, solicitada por príncipes y eclesiásticos por sus consejos.

En 1147, Eloísa obtuvo del papa Eugenio III una bula de exención en la que se le otorgaban una autoridad casi episcopal sobre cinco prioratos anexos. Funda entonces, junto a la condesa de Champaña Matilde de Carinthie (futura abuela de Felipe Augusto y viuda en 1151) una filial en La Pommeraie, donde esta última se retirará a final de su vida y morirá ocho años más tarde.

En 1158, recibe noticias de su hijo Astralabe relacionadas con el asesinato en Nantes del conde Godofredo VI de Anjou. Es posible que le recibiese mientras se encaminaba hacia su exilio en la Abadía de Cherlieu.

Veintiún años tras la muerte de su marido y siete años antes de su hijo, el domingo 16 de mayo de 1164, rodeada por otras religiosas y la futura priora Mélisende, Eloísa muere "de doctrina y religión muy resplandeciente".[78]​ Su féretro es enterrado encima del de Pedro Abelardo como último acto de su sumisión.

Ambos reposan en el cementerio del Père-Lachaise, séptima división, desde el 16 de junio de 1817.


Asociación cultural Pierre Abélard, Pierre Abélard et Héloïse, Centre des congrès de Nantes, 3 y 4 de octubre de 2001.



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Miguel Hernández:
Pareja de amantes que en época aciaga buscaron lo trascendente, lo divino en su comunión y fueron atrapados en la regla e incomprensión del momento...salvo los actos inspirados y espirituales de sus ángeles protectores ...
2022-12-23 19:29:26
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