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Epigrafía griega



El término epigrafía ha sido acuñado modernamente para designar la ciencia que estudia lo que ya los griegos llamaban epigraphai y, más frecuentemente, epigrammata, que eran textos inscritos. Es precisamente la naturaleza de la superficie inscrita lo que sirve para distinguir la epigrafía de otras ciencias que también se ocupan de los textos.

De forma convencional la ciencia moderna ha establecido que la epigrafía estudie en principio todos los textos inscritos en material duro, ya sea piedra, cerámica o metal, material que en cierta manera condiciona un tipo de contenidos. En cambio los textos papiráceos, que forman un grupo cronológica y geográficamente bastante limitado aunque muy numeroso y en el que abundan, a diferencia de en la epigrafía, los testimonios literarios, pasan a ser objetivo de otra ciencia llamada papirología. Incluso en los textos inscritos en material duro hay algunas excepciones. Las leyendas monetales por ejemplo las estudia la numismática y los ostraka egipcios la papirología.

No es difícil imaginar a qué corresponden los tipos de epígrafes griegos si pensamos en el mundo actual. Las lápidas funerarias presentes en un cementerio, los letreros que indican el nombre de las calles, la numeración de los portales, la estatua de un gran general en una plaza, un conquistador, un poeta o un ciudadano modélico que ha ofrecido su tiempo y dinero en beneficio de sus conciudadanos y la dedicatoria que la ciudad ha inscrito en la base tienen su correlato en el mundo antiguo. En una iglesia, quizá mejor una rural, las leyendas que acompañan a algunos de los exvotos que cubren las paredes. En una casa privada encontraríamos los epígrafes, desde los sellos de "made in", los epígrafes de "recuerdo de" o explicativos de imágenes, los nombres de propietario en las puertas, los vasos etc. hasta los epígrafes en anillos de compromiso, colgantes, amuletos etc. Cuando viajemos por las carreteras fijémonos en los mojones kilométricos o los fronterizos. En el mundo griego se inscribían todos estos epígrafes y además muchos otros que ahora se recogen simplemente escritos en hojas en archivos o en soporte informático. Entre estos destacan sobre todo los documentos de tipo público y oficial, leyes, decretos, que en la antigüedad se exponían públicamente grabados en piedra, aunque los originales se escribieran en tablillas de madera estucada o blanqueada, o, mucho más raramente, en papiros o tablillas de arcilla y se guardasen en archivos. También documentos privados que actualmente se escriben en papel son objeto de la epigrafía griega, como cartas inscritas en plomo, contratos en uno u otro metal, o en piedra, etc. Además hay que destacar la gran cantidad de epigrafía sacra (exvotos, himnos, catálogos de bienes de santuarios, leyes sagradas, etc.) que había en la antigüedad en comparación con la actual.

A esta enorme diversidad de contenido corresponde una gran diversidad también en el soporte epigráfico. De hecho una de las características de la epigrafía es que su estudio abarca textos escritos sobre soporte cuya finalidad es meramente la de ser superficie para escribir (pinakes, laminillas de bronce, plomo u otros metales, ciertas estelas de piedra) y textos sobre soporte cuya función primaria es otra (vasos cerámicos, estatuas, todo tipo de objetos domésticos, proyectiles, etc.). Las estelas funerarias son un ejemplo de esta doble función pues por un lado sirven para marcar el lugar donde está enterrado el muerto y por otro sirven de superficie para dar información sobre el difunto, dedicarle un poema o incluso meditar sobre la muerte.

La epigrafía griega abarca todos los tipos de epígrafes señalados escritos en griego (ya sea griego dialectal o koiné), desde la adopción del alfabeto por los griegos, hasta un período que podría ser el actual, pero que hablando de Antigua Grecia suele abarcar hasta la época imperial o a veces incluso la bizantina. Las tablillas micénicas son en sentido estricto también competencia de la epigrafía griega, pero puesto que se trata de un fenómeno particular tanto desde el punto de vista cronológico como del de la escritura y el contenido, su estudio compete a una disciplina particular llamada micenología.

Los límites geográficos que abarca la epigrafía griega comprenden cualquier lugar donde se hablara o escribiera en griego, es decir que se extienden a medida que se extienden las fronteras del mundo griego e incluso en época imperial romana siguen abarcando toda la parte oriental del imperio, donde el griego sigue siendo la lengua normal de comunicación y la lengua oficial en todo lo que no es competencia del gobernador o del ejército. Para hacerse una idea basta ver el índice de un tomo del Supplementum Epigraphicum Graecum (SEG), ordenado geográficamente, o de un año del Bulletin Épigraphique que se publica en cada número de la Revue des Études Grecques. En todo caso, un epigrafista delimitará los márgenes cronológicos y geográficos de su estudio dependiendo del período o acontecimiento histórico, o del dialecto, zona o período lingüístico que quiera estudiar.

El interés de las inscripciones radica principalmente en las siguientes ventajas.

Decreto honorífico de la ciudad de Olonte. Siglo III a. C.-II a. C. Son testimonios directos que, a diferencia de los manuscritos, han llegado a nosotros mejor o peor conservadas, pero con el mismísimo texto que el grabador inscribió en ellas. En el caso de los documentos públicos y oficiales se trata de textos objetivos en el sentido de que, a diferencia de los literarios, se limitan a presentar los datos y acontecimientos de forma clara para el conocimiento de los ciudadanos. No se trata de expresiones del pensamiento de un autor sobre este o aquel asunto, sino de documentos que presentan una ley, un decreto, la carrera política de un personaje y un número infinito de otros aspectos de una forma escueta. Para muchas facetas del mundo antiguo son, si no la única fuente, la fuente primordial de que se dispone. El estudio epigráfico puede avanzar y mejorar no solo reinterpretando y reestudiando los textos existentes, sino sobre todo gracias a la inmensa cantidad de material nuevo todavía por descubrir y que va saliendo a la luz poco a poco. Es fundamental para el estudio lingüístico, bien sea del griego dialectal, bien de la lengua hablada en cualquier momento y lugar de la evolución del griego, lo que hace su estudio inevitable para un filólogo. Pero además es fundamental para otros aspectos de tipo histórico, cultural o social como son la religión, la prosopografía, el derecho público, las instituciones, los asuntos políticos etc. Y no solo es una fuente básica para el conocimiento de tales aspectos, sino también de muchas zonas y momentos del mundo griego, ventaja fundamental de la epigrafía frente a la papirología por ejemplo, limitada a Egipto y de forma aislada a unos pocos lugares más, y concentrada fundamentalmente entre los siglos III a. C. y II-III d. C., aunque hay papiros griegos ya del siglo IV a. C. y hasta de época medieval.

El interés de las inscripciones radica principalmente en las siguientes ventajas.

Es fundamental para el estudio lingüístico, bien sea del griego dialectal, bien de la lengua hablada en cualquier momento y lugar de la evolución del griego, lo que hace su estudio inevitable para un filólogo. Pero además es fundamental para otros aspectos de tipo histórico, cultural o social como son la religión, la prosopografía, el derecho público, las instituciones, los asuntos políticos etc. Y no solo es una fuente básica para el conocimiento de tales aspectos, sino también de muchas zonas y momentos del mundo griego, ventaja fundamental de la epigrafía frente a la papirología por ejemplo, limitada a Egipto y de forma aislada a unos pocos lugares más, y concentrada fundamentalmente entre los siglos III a. C. y II-III d. C., aunque hay papiros griegos ya del siglo IV a. C. y hasta de época medieval.

La forma en que se nos han transmitido las inscripciones es a menudo fruto de la casualidad. En algunos casos se han recuperado gracias a la excavación de una ciudad que fue enterrada de forma violenta con todas sus piezas in situ, pero la mayor parte de las veces los soportes fueron reutilizados en la construcción, abandonados o tirados en algún lugar fuera de la ciudad.

El tipo de textos que nos ofrece la epigrafía y el hecho de que hayan resucitado para nosotros de esta forma casual hace de las inscripciones piezas aisladas y parciales que generalmente sólo adquieren valor al unirse al de otros testimonios de la misma zona, época o contenido, dependiendo del aspecto que se quiera estudiar. Esta característica de los epígrafes es la que hace imprescindible la elaboración de corpora con distintos criterios, que permitan no solo sacarle partido a los epígrafes descubiertos, sino además ir organizando y estudiando más fácilmente la enorme cantidad de inscripciones nuevas que aparecen cada año en todos los rincones del mundo griego. La historia de la epigrafía es en sus comienzos la historia de corpora epigráficos delimitados por grandes zonas (Grecia, Egipto, Siria, Asia Menor...) que con el tiempo y la cantidad de material existente han tendido a reducirse hasta convertirse en corpora de ciudades (las de Asia Menor, Delos, Atenas, etc.). Otro tipo de corpora frecuente actualmente es el temático (de instituciones, derecho, aspectos de religión, etc.). Las inscripciones no solo aparecen de forma casual, sino además muchas veces de forma fragmentaria, con lagunas, es decir partes borradas, dañadas o escritas en una parte del soporte roto y perdido. El estudio de inscripciones paralelas ayuda también a suplir estos huecos.

Las inscripciones son como hemos visto textos, documentos con diversos contenidos que ayudan a entender el mundo antiguo y cuyo estudio, igual que el de los textos literarios, debe ser objetivo del filólogo. La tarea del epigrafista es en primer lugar, con su dominio de la lengua griega, que con frecuencia plantea problemas considerables en las inscripciones debido a su sintaxis, léxico y ortografía particular, realizar una lectura correcta del texto de forma que la objetividad que en principio caracteriza a las inscripciones no corra el peligro de destruirse si la lectura no es adecuada o si se intenta leer entre líneas. Una vez reproducido el texto lo más fielmente posible, el epigrafista cuyo objetivo no sea meramente la buena edición del texto para ponerlo a disposición de otros estudiosos, tendrá que interpretarlo teniendo en cuenta procedencia, fecha, condiciones en que ha aparecido (contexto arqueológico, etc.), y estudiándolo junto con otras fuentes dependiendo de su interés concreto.

En muchos casos los textos requieren una labor de restitución y suplemento de lagunas. En la edición de inscripciones se utilizan actualmente los siguientes signos convencionales:

El lemma de un texto epigráfico debe incluir una serie de elementos necesarios para una interpretación correcta del contenido; como mínimo, soporte epigráfico, lugar del hallazgo y fecha. También se da constancia de la editio princeps y otras referencias bibliográficas, especialmente los principales corpora o recopilaciones de referencia como el SEG (Supplementum Epigraphicum Graecum). Cuando un epígrafe no fechado aparece de forma casual sin contexto arqueológico, el criterio para datarlo, no siempre igual de fiable, es el de las formas de las letras y los rasgos lingüísticos. Si la inscripción es de tipo público y oficial, el contenido suele ayudar gracias a la mención de personajes, cargos o eventos ya conocidos y fechados por otras inscripciones o fuentes. Cuando la inscripción ha aparecido en una excavación regular y se conoce el lugar exacto donde estaba y el material con el que se encontraba, el llamado contexto arqueológico puede ser el principal criterio para fechar. Gracias al material funerario que acompaña a nuestra laminilla, esta se puede fechar entre el 380 y el 350 a. C.

Si lo que interesa al estudioso de la lengua griega es el estado de esta en el momento de los primeros textos escritos, la epigrafía no es sólo fundamental sino que es además la única fuente: los textos que se han conservado del micénico están inscritos en tablillas de arcilla y, aunque mucho más escasos, en cerámica o armas. Lo mismo ocurre si el estudioso se interesa por los comienzos de la lengua griega una vez que los griegos hubieron adoptado el alfabeto fenicio y empezamos a tener testimonios de los distintos dialectos.

Es verdad que ya en el siglo VIII a. C. existe un texto literario, el de Homero, y que los líricos proporcionan muestras de los dialectos jónico, dórico y eolio a partir del siglo VII a. C., pero son muestras en todos los casos de una lengua literaria en la que muchas veces o bien se adopta un dialecto específico para un género determinado porque la tradición así lo impone, como es el caso del beocio Píndaro que escribe en dorio, o bien hay mezclas dialectales como ocurre en el caso de Homero. Para hacer cualquier tipo de estudio dialectal griego serio y fiable es necesario acudir a corpora de inscripciones. Para el jonio tenemos las inscripciones fechadas con más antigüedad aparecidas en Magna Grecia, en colonias euboicas, para el dorio destacan las inscripciones ya en el siglo VII a. C. de Creta[1]​ (donde no hay fuentes literarias para la época arcaica). Las primeras inscripciones áticas datan del siglo VIII a. C., más de 100 años antes de la redacción del primer texto literario conservado, el de Solón.

Casi cualquier inscripción arcaica ha contribuido al estudio dialectal y cualquier estudio dedicado a un dialecto en el que podamos pensar estará realizado a base de inscripciones. Pero también el estudio del griego dialectal en época clásica, hasta la adopción de la koiné en las diversas zonas, se basa en inscripciones.

Ya entre los autores antiguos se discutía si los macedonios eran o no griegos. El problema macedonio sigue hoy día candente y las distintas posturas están generalmente relacionadas con las distintas tendencias políticas nacionalistas. Saber qué lengua hablaban los macedonios es lógicamente fundamental para esta cuestión, pero el problema es que no tenemos ningún documento macedonio escrito en época arcaica y que los primeros textos (de fines del siglo V a. C. y comienzos del IV) están escritos en ático. Cabe preguntarse si esta ausencia de textos en macedonio se debe a que la lengua estaba restringida al uso privado o más bien a que ya se había extinguido. Las teorías sobre el macedonio son diversas:

El descubrimiento en 1986 de una defixio en Pella, del siglo IV a. C., conocida con el nombre de Tablilla de maldición de Pella, que es el primer documento escrito en lo que posiblemente sea el macedonio, nos proporciona datos de gran interés para esta cuestión. Se trata de una laminilla de plomo enrollada descubierta en una tumba al sureste del ágora de Pella; s. IV a. C.E[2]



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