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Escultura griega



Cultivó el arte de la Antigua Grecia todos los géneros de escultura, adoptando con materiales el mármol y el bronce como material escultórico y tomando como asuntos principales los mitológicos y los guerreros a los cuales añadió en su última época el retrato de personajes históricos.

Forman su característica en los mejores tiempos del Arte (los de Fidias) la expresión de la realidad idealizada, la regular proporción orgánica, el alejamiento de lo vago y monstruoso, la precisión en los contornos y detalles, la armonía y belleza en las formas y la finura en la ejecución.

Suele dividirse la escultura griega en cuatro periodos históricos bien delimitados a los cuales precede el protohistórico[1]​ o minoico[2]​ y micénico.[3]​ En este, se desarrolló por espacio de unos veinte siglos (desde el año 3000 al 1100 a. C. aproximadamente) un arte rudimentario pero lleno de vida y movimiento que modeló el barro y trabajó la piedra, el marfil, el hueso e incluso el oro, el plomo y el bronce, produciendo relieve, grabados, entalles mitológicos en piedras finas y pequeñas estatuas e idolillos. Aunque labrados con cierta tosquedad, se presentan a veces con admirable corrección en el dibujo que parece recordar el arte de los cazadores del reno los cuales pudieron tener con la civilización egea algún lazo histórico.

Los cuatro períodos arqueológicos que tras un prolongado silencio artístico siguieron al micénico se distinguen del siguiente modo:

En el primer período después de los rudimentarios ídolos de madera llamados xoanon, planos por delante y por detrás y redondeados en los bordes, descubiertos en Delos (atribuidos al mítico Dédalo) y después de las primeras estatuas de mármol de tosco labrado y a modo de columnas, va recorriendo el arte un camino de progreso que empieza en las escuelas jónico-asiáticas de Samos y Quíos (islas de Asia Menor) y sigue en la dórica Sición (Peloponeso) a principios del siglo VI. Las jónicas se distinguen por cierta elegancia y simetría en el plegado de los paños como es de ver en las diferentes Ártemis (o Dianas primitivas) que son obras principales de dichas escuelas. La dórica, por la robustez y el aspecto varonil de sus figuras y unas y otras por los reflejos de la tradición asiática en que debieron inspirarse, imitando modelos de procedencia oriental, traídos por el comercio. No obstante, en la escuela dórica se hace menos visible el influjo asiático y se revela ya por el espíritu de independencia sobre todo, en la talla de sus Apolos desnudos y de aspecto varonil. En los relieves de este periodo se advierte por lo general la misma técnica de los asirios arriba mencionada.

El segundo período se caracteriza por la independencia que el arte griego, ya formado, va realizando respecto de imitaciones orientales y por el tipo atlético dado a sus estatuas que en su gran parte representan a los vencedores en los juegos olímpicos aunque se llamen Apolos.

Esta última y quizás también la de Egina más bien deben llamarse en escuelas áticas de influencia dórica pues seguían la tradición jónica en el plegado de los paños con bastante finura y exceso de simetría. Las escuelas propiamente dóricas se reducen a las tres primeras ciudades de la lista como situadas en el Peloponeso, las cuales forman la llamada escuela argivo-sicionia, que labró las estatuas atléticas de bronce. En Asia Menor y las islas del mar Egeo continúan vivas en este periodo las imitaciones orientales y en todos los centros nombrados aún se observa alguna rigidez, uniformidad y falta de expresión en las figuras con cierta sonrisa amanerada e inexpresiva lo cual es distintivo del periodo arcaico.

En la escultura griega arcaica se mantienen aún los rasgos hieráticos y rígidos con composiciones geométricas y cerradas respetando la ley de frontalidad. Se creó un convencionalismo formal de la figura tendente a su geometrización con los brazos rectos y pegados al cuerpo (a excepción de las mujeres con brazos en posición oferente), la anatomía muscular marcada de forma esquemática y un pelo largo y recto con corte rectangular que enmarca unos ojos almendrados y unas orejas en forma de voluta que recordarían al orden jónico arquitectónico. Las vestimentas de las mujeres eran policromadas y con motivos geométricos.

Su evolución haría que las formas se estilizaran y se pulieran las más toscas y rectas en la época clásica.

Ejemplo de este tipo de escultura del período preclásico griego es el kuros, procedente del Asclepeion de Paros, mármol pario, h. 540 a. C., Museo del Louvre, con la típica sonrisa arcaica o eginética. Otra muestra de este periodo es la conocida como Dama de Auxerre, una koré.

El tercer período señala el apogeo de la escultura, siendo Fidias el que a mediados del siglo V a. C. la llevó a su esplendor. Pero antes forman una especie de transición los escultores Cálamis y Mirón, los cuales vencen la rigidez del anterior periodo dando a las figuras delicadeza y gracia el primero y expresión de movimiento el segundo. Fidias, condiscípulo de Mirón en la escuela de Agéladas (de Argos), se celebra como escultor de los dioses pues nadie como él en el mundo antiguo supo dar a sus creaciones artísticas actitud noble y serena y sello de lo divino sin que le hiciera falta para ello el simbolismo. Obras suyas fueron entre otras:

Contemporáneo y condiscípulo de Fidias fue Policleto, que en su tiempo alcanzó tanta fama como él, notable por la corrección en el dibujo, finura en los detalles y expresión noble de la fuerza y forma humanas, en contraposición al tipo sobrehumano de Fidias. Ambos artistas se consideran como genios superiores de la escultura. Policleto fijó el canon escultórico, modificado después por Eufránor y Lisipo y representa con Mirón el progreso de la escuela argivo-sicionia o dórica de Canaco y Agéladas, siendo obras suyas varios atletas y la famosa Amazona presente en los Museos Vaticanos.

Los imitadores de Fidias constituyen la escuela llamada de tradición ática o jónica en la cual brillan Agorácrito, Alcámenes y Peonio. Se cuentan entre las mejores obras de la escuela las siguientes:

A la misma tradición se hace corresponder el puteal o brocal de pozo con bajorrelieves que guarda el Museo Arqueológico Nacional de España, que fue hallado en Madrid y es conocido como el Puteal de la Moncloa. Continuadores de la escuela dórica de Policleto fueron Pericletes, Arístides y Atenodoro de Rodas.

Entrado ya el siglo IV a. C., la escultura toma un carácter realista que degenera en sensualismo con Escopas y Praxíteles (pertenecientes más bien a la escuela ática) al buscar el sentimiento, la gracia y la delicadeza en vez de la grandiosidad y elevación que distinguía a los anteriores. De esta época y, sobre todo, de Praxíteles son varios Faunos, Afroditas, Dionisos y Apolos sin las formas atléticas de tradición dórica. A Escopas se atribuye entre sus mejores obras

En cambio, los escultores de la escuela argivosicionia como Eufranor y Lisipo, continúan fieles al espíritu clásico sin dejar de ser muy realistas. A Lisipo atribuyó Plinio el Viejo, más de 1500 estatuas, la mayor parte de bronce y se distingue en la expresión del carácter individual que supo imprimir en ellas. A él o a otro escultor de Quíos se adjudica la cuadriga de bronce dorado que hoy adorna la fachada de San Marcos de Venecia (y que otros suponen romana de la época de Nerón) y de él fueron todas las esculturas que representaron a Alejandro Magno. Entre los escultores del Peloponeso que siguieron la misma línea realista figura Cares de Lindos, autor de la gigantesca estatua del Sol de 33 metros conocida como el Coloso de Rodas que estuvo en la isla de este nombre.

El cuarto período que es el de difusión se llama también alejandrino y helenístico por corresponder a la época de helenismo abierta por Alejandro Magno.

En él, las escuelas salen de Grecia y figuran principalmente en Pérgamo, Rodas, Tralles, Antioquía y Alejandría, distinguiéndose por su realismo, alguna exageración en las actitudes, predilección por las escenas trágicas o dolorosas y cultivo por el retrato. Son muy celebrados:

La escuela griega de Alejandría se distinguió por los asuntos simbólicos o alegóricos y los rústicos o campestres que fueron objeto de sus relieves o estatuas.

Durante todos los periodos enumerados, se cultivó en Grecia con perfección admirable la glíptica, ya ensayada en el arte micénico y antes cultivada en Egipto y Caldea. Se conservan en los Museos magníficas colecciones de primorosos entalles y camafeos, labrados con piedras finas (ágatas, por lo común con sus afines) que sirvieron para anillos y demás joyas de la opulencia griega y que tal vez mejor que los demás objetos artísticos, revelan el gusto y la habilidad insuperable del pueblo griego para con la escultura. Tomó por patrón de su glíptica en sus principios el escarabeo de los egipcios sustituyendo el jeroglífico por la figura mitológica y alguna inscripción griega. Y aunque desde el siglo V a. C. se fue abandonando la forma del escarabajo, conservó siempre el corte oval o elíptico y convexo en las gemas grabadas. La más notable de éstas es un camafeo de la época helenística, labrado tal vez en Alejandría y conservado en el Museo del Hermitage en San Petersburgo. Representa los bustos de un Tolomeo y su esposa (Tolomeo II y Arsinoe, probablemente) y mide 17 centímetros de largo por 13 de ancho. Se denomina Camafeo Gonzaga por haber pertenecido al duque de Mantua. A dichos camafeos de factura griega deben agregarse también los llamados vasos murrinos (nombre que, al parecer, les da Plinio el Viejo) y son ciertas copas talladas en ágata u otra piedra fina que suelen tener relieves magníficos. Los más famosos entre estos son

Ambas pueden considerarse obra helenística de Alejandría. Dicha taza tiene la forma de un platillo de cornalina de ocho centímetros de diámetro con ocho figuras en el interior y la cabeza de Medusa en la externa. La glíptica griega y romana no ha podido ser superada nunca ni siquiera por el arte moderno...

En trabajos de coroplastia (estatuas y relieves de barro cocido) sobresalió igualmente el pueblo artista por excelencia siendo muy celebradas las estatuitas de Tanagra (en la antigua Beocia) y de Mirina (cerca de Esmirna, en Asia Menor) por sus acabados de perfiles. Datan de los siglos IV a. C. y III a. C. las mejores de estas obras aunque ya empezaron en el VI a. C. y siguieron labrándose en la época romana, las cuales reproducen con frecuencia y a escala las obras maestras de los grandes artistas griegos. A imitación de las griegas, se modelaron otras en Sicilia, Etruria y Roma.



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