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Esperanza



La esperanza es un estado de fe y ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables relacionados con eventos o circunstancias de la propia vida o el mundo en su conjunto.[1]​ Otras definiciones de tener esperanza incluyen los siguientes términos: «esperar confiado» y «abrigar un deseo con anticipación».[2]​ La Real Academia Española define la esperanza como «Estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea» y la esperanza cristiana como «En la doctrina cristiana, virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido».[3]​ Existen también enfoques en el área educativa que incorporan el concepto de pedagogía de la esperanza, Paulo Freire se refiere a esta como una necesidad ontológica, lo que nos mueve, lo que nos marca una dirección.[4]

La esperanza aparece en la mitología griega en la historia de la Caja de Pandora. Prometeo robó el fuego de Zeus para dárselo a los hombres, lo que enfureció al dios supremo. En venganza, Zeus creó un pythos (tipo de jarrón) que contenía todos los males y se la dio junto a Pandora al hermano de Prometeo. Esta, creada por los dioses con una curiosidad innata, abrió la caja prohibida y todos los males fueron liberados al mundo; solo Elpis permaneció en el fondo, el espíritu de la Esperanza.[5]

La mitología nórdica consideraba la Esperanza Fenrir:[6]​ su concepto del coraje valoraba más una valentía animada en la ausencia de esperanza.[7]

Esperanza es el nombre de una de las tres virtudes teologales, juntamente con la fe y la caridad.

En la teología cristiana estas virtudes forman una unidad indisoluble con las virtudes cardinales o naturales: Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza y todas ellas en su conjunto describen la imagen cristiana del hombre.

La esperanza es la virtud por la cual el hombre pasa de suceder o acontecer a ser o existir. Siguiendo a Santo Tomás de Aquino, ha estado definida como «virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para llegar a ella con ayuda de Dios».

A la esperanza se oponen, por defecto, la desesperación que es «pérdida total de la esperanza», por exceso, la presunción y por otro lado, el temor.

La esperanza fue una divinidad honrada por los romanos que le elevaron muchos templos. Era, según los poetas, hermana del Sueño que da tregua a nuestras penas y de la Muerte que las termina. Píndaro la llama la nodriza de los viejos. Se la representa bajo la figura de una joven ninfa, con rostro sereno, sonriéndose con gracia, coronada de flores, mensajeras de los frutos y teniendo en su mano un ramo de las mismas. El verde es su color característico como emblema de la naciente verdura que presagia la cosecha de los granos.

Los antiguos la pintaban con alas porque es propio de la esperanza escaparse cuando que uno piensa asirla. Los modernos le han dado un ancla por atributo pero ningún monumento antiguo la ofrece con este símbolo. Se podría añadir a esto el arcoíris. Es muy ingeniosa alegoría la que la representa alimentando al Amor.

Una antigua medalla la representa coronada, teniendo en la mano izquierda pavos y espigas como Ceres; se apoya con la derecha sobre una columna y tiene delante una colmena en cuya parte superior se elevan algunas espigas y flores.

Va vestida de verde y siembra grano que un ligero viento se lleva. Trae el cuello desnudo y aprieta uno de sus pechos como para dar de mamar. Sus dos grandes alas indican su inestabilidad.

Gravelot la ha representado por una figura sentada sobre la proa de una nave apoyada sobre un ancla y en actitud de un ardiente deseo. Parece tener fijada la atención en el arcoíris, pronóstico de un tiempo más sereno y las flores que hay cerca de ella anuncian y prometen la estación de los frutos.[8]




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