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Física (Aristóteles)



Física o Lecciones orales sobre la naturaleza[1] (en griego antiguo: Φυσικής Ακροάσεως, Physikḗs Akroáseōs; en latín: Physica o Naturales Auscultationes, abreviado como Phys.[2]) es el título de un tratado compuesto ocho libros de filosofía natural escrito Aristóteles alrededor del siglo IV a. C. Como todas las obras del Corpus Aristotelicum, la Física es el resultado del trabajo de reconstrucción, hecho probablemente por Andrónico de Rodas —erudito de la escuela peripatética— alrededor del siglo I a. C., sobre fragmentos aparecidos escritos por el Estagirita en distintas épocas, sobre distintos argumentos, pero siempre alrededor de la física.

El libro I trata de los principios del Devenir.

El libro II es un tratado sobre las cuatro causas, que retoma en parte el pensamiento de Empédocles.

Los libros III, IV, V, VI constituyen un estudio orgánico sobre el concepto de mutación (o movimiento) y los conceptos relacionados de: infinito, lugar, tiempo, continuo.

El VII continua, en modo totalmente autónomo, el análisis del movimiento, introduciendo el concepto de motor.

El VIII postula la existencia de un primer motor inmóvil y eterno.

Aristóteles se contrapone a los eleáticos que sostenían la inmutabilidad del ser único: existen de hecho múltiples modos del ser. Partiendo de la certeza, dada por la evidencia, que los entes sensibles estén continuamente sujetos al devenir (y por lo tanto a corromperse y a morir) y a moverse, el Estagirita se ocupa, en un profundo estudio, del movimiento —entendido como el pasaje de un cierto tipo de ser a otro dado tipo de ser— del tiempo y de los fenómenos físicos en general, proporcionando uno de los primeros estudios completos de la física.

Los conceptos cardinales de la Física aristotélica son:

El sustrato último es naturalmente la materia prima, entendida como el determinarse del ser en las varias posibles formas sin ser ninguna de ellas.[4]

Es natural aquello que «[...] ni cualquier cosa se genera de cualquier cosa. El blanco se produce de aquello que es no-blanco, y no de un no-blanco cualquiera, sino del negro o de algo que es intermedio entre el blanco y el negro». (Física, I, 5, 188 a-b): por lo tanto un cuerpo se convierte en blanco (forma) de un dato no-blanco (privación).

Sería irracional e irreal entonces pensar al devenir como el pasaje del no-ser al ser y viceversa, porque de la nada, nada puede salir y de la otra parte es impensable que el devenir sea un pasaje del ser al no ser, porque el ser no puede caer en la nada.

Es posible entonces explicar el devenir también mediante los conceptos de potencia y acto. Una mesa (forma), construida partiendo de la madera (sustrato) es el pasaje de un ser en potencia (la madera antes de ser trabajada como mesa) a un ser en acto (la mesa). Para que este movimiento suceda es necesario que sea hecho por algo o alguien —el carpintero en este caso— que es definido por el filósofo causa eficiente o mejor motor.

Existen distintos modos del devenir:

El movimiento local es fundamental, está a la base de todos los otros movimientos que lo presuponen, y se distingue en:

Las causas del movimiento pueden ser:

Si se saca uno de los cuatro elementos de su ambiente, de su lugar, este tiende a volver allí: como lo demuestra una piedra tirada en el agua que se hunde tendiendo hacia su esfera, la de la tierra, mientras las burbujas de aire que se liberan en el agua tienden hacia arriba, es decir hacia la esfera del aire.

El infinito es ser en potencia, y es ser como acto del ser en potencia.

La característica esencial del infinito es el de ser no finito y por lo tanto constantemente inconcluso.

Por lo tanto, para el infinito pasar de la potencia (la posibilidad de realizarse como infinito, infinito en potencia) al acto (cuando esta posibilidad se realiza, infinito como acto) no conlleva ninguna transformación real o de adquisición de características que no tenga, como sucede ocasionalmente de la potencia al acto. De hecho, el infinito no es cuantificable ni como antecedente (ser en potencia) ni en consecuencia (ser como acto).

Compartiendo la concepción pitagórica fundada sobre argumentos éticos-estéticos más que físicos, pero fundados lógicamente, también Aristóteles concibe la idea que el infinito sea equivalente a la imperfección porque nunca sea cumplido o plenamente realizado, como es en cambio para el finito a cual no le falta nada para ser completo.

El espacio (πού) o el lugar (τόπος) son calificados como límites en comparación con otros objetos.

Un vaso es el límite, el espacio, del agua que contiene. Naturalmente el vaso y el agua pueden existir independientemente de sus límites, pero solo en cuanto sustancia que siendo antes no puede tener un límite.

El espacio y el lugar vienen concebidos gracias al movimiento. Solo si denoto el movimiento en los cuerpos puedo concebir su espacio. Sin espacio no existirían los cuerpos ni por ende su movimiento, pero sin movimiento no es pensable el espacio de los cuerpos. Razón por la cual, es necesario negar la existencia del vacío, entendido como ser no dependiente de algún cuerpo.

En el libro IV de la Física es discutido el concepto de tiempo (χρόνος) cumpliendo un análisis que será tomado por muchos filósofos partiendo de Agustín de Hipona hasta Kant, Bergson y Martin Heidegger.

El tiempo, dice Aristóteles «[...] por un lado, él fue y no es más, por el otro lado él será y no es todavía» (Física, IV, 10, 217b).

La existencia del tiempo es empíricamente obvia pero, como enfatiza el fragmente citado, es elusivo lógicamente en cuanto parecería estar constituido por el no ser.

Esto obliga al filósofo a mover su análisis sobre la relación tiempo - movimiento para hacerle asumir una connotación más concreta. El movimiento está en el tiempo y el tiempo no puede existir sin movimiento. Esta implicación lleva a Aristóteles a dar la célebre definición del tiempo como «el número del movimiento según el antes y el después» (Física, IV, 11, 219b), entendiendo por «número» la función de contar, que no es posible sin tener conciencia de la sucesión numérica y por lo tanto el tiempo como un hecho de conciencia.

Por «conciencia» es entendido el alma, único ente en grado de determinar un «antes» y un «después» sobre la vida del individuo.

Esto lleva así a una solución teórica sobre el qué cosa sea el tiempo pero también pone una nueva cuestión: «[...] ¿El tiempo existiría o menos, si no existiese el alma?» (Física, IV, 14, 223a) a lo cual intentará de responder con la filosofía futura.

Uniéndose a la cinemática (teoría general del movimiento) que sostiene que todo aquello que es movido debe ser movido por alguna otra cosa, Aristóteles dice que debe haber algo quieto inicialmente desde donde se origina el movimiento, es decir un primer principio inmóvil pero que de por sí es un motor que hace mover todos los entes hacia él, causa final del universo.

El Primer Motor mueve "al ser amado" en tanto mueve por deseo y voluntad: no es sujeto al devenir que corrompe, inmóvil entonces y en el mismo tiempo fuerza magnetizante de atracción del mundo que va hacia este, hacia su suma perfección, porque en este se han realizado todas las infinitas potencias: es acto, puro, por la ausencia de la materia que es corrompible no en el sentido cristiano (esto sería imposible) sino en el sentido de que es cambiante y está sujeta a diversas formas. El primer motor, pues, carece de materia porque no se mueve.

Finalmente el motor inmóvil también ejercita la más alta y noble actividad de los entes: el entendimiento, pues lo mueve todo. Sin embargo, ya que el primer motor no se mueve por algo más, sólo puede pensarse a sí mismo (si es que piensa en absoluto).



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