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Primer motor inmóvil



El primer motor inmóvil (en griego, ὃ οὐ κινούμενος κινεῖ, «ho ou kinoúmenos kineî», «Lo que mueve sin ser movido») o motor primario (en latín, primum movens) es un concepto metafísico descrito por Aristóteles como la primera causa de todo el movimiento en el universo, y que por lo tanto no es movido por nada.[1]​ Aristóteles habla en el VIII libro de la Física de un ser inmaterial que es el principio físico del mundo, y en la Metafísica, se refirió a él como a Dios.

Este concepto tiene sus raíces en especulaciones cosmológicas que tenían los primeros filósofos griegos presocráticos, como el Nous de Anaxágoras o el Logos de Heráclito; y llegó a ser muy influyente y ampliamente elaborado en la filosofía y teología medieval. Tomás de Aquino, por ejemplo, se refirió al motor inmóvil en su Quinque viae.

Aristóteles dividió a la sustancia que conforma al mundo en tres clases:

Esta última es el primer motor inmóvil o Το Θείον (To Theion), lo divino, el cual es perfecto, es acto puro, forma pura, el «ser por excelencia».

En el Libro 12 de su Metafísica, Aristóteles describe el motor inmóvil como perfectamente bello, indivisible, y contemplando solo la contemplación perfecta: él mismo contemplándose.

Es debido a que todo móvil, a su vez debe ser movido por un motor y este a su vez, debe ser movido por otro motor, por lo que la cadena de móviles necesita de un primer motor que no sea movido a su vez por otro. Ya en el VIII libro de la Física, Aristóteles habla de un ser como acto puro inmaterial que no padece ningún cambio y que es el principio físico del mundo. Por no ser material, él mismo no es algo físico (Física, II, 7, 198 a 36). Después, en el libro XII (Lambda) de la Metafísica, Aristóteles aboga por la existencia de un ser divino y parece identificarlo con el «primer motor inmóvil», quizá influenciado por el Nous de Anaxágoras.

Sobre este primer motor inmóvil, Aristóteles dirá que debe ser acto puro, forma pura, pues si no estuviese en acto sería imposible que pueda ser motor de algo. El primer motor funge como el orden último de la cosmología aristotélica. Él mueve directamente a los astros del primer cielo, estos tratan de imitarlo dando vueltas en círculo. El círculo responde al acto más perfecto según la ideología griega, pues no tiene comienzo ni fin, es continuo. Aristóteles define al primer motor como gnoesis gnoeseos (conocimiento de conocimiento), así el primer motor vuelve sobre sí, conociendo solo lo más perfecto: él mismo, y esto responde al porqué de la estructura esférica del universo según Aristóteles. Los dioses no pueden distraerse potencialmente de esta eterna autocontemplación porque, en ese instante, dejarían de existir. Esto ha llevado a muchos autores a hablar de Providencia.[2]

Aristóteles afirma que «tiene que haber un ser inmortal, inmutable, en última instancia, responsable de toda la plenitud y el orden en el mundo sensible». Debido a que aquel ser no tendría ni partes ni magnitud, le sería físicamente imposible mover objetos materiales. Dado que la materia es, para Aristóteles, un sustrato en el cual un potencial a cambiar puede ser «actualizado», todo potencial debe actualizarse en un ser que es eterno, pero que no debe estar quieto, ya que la actividad continua es esencial para todas las formas.

Esta forma inmaterial de actividad debe ser de naturaleza intelectual y no puede estar condicionada por la percepción sensorial, por lo que la sustancia eterna debe pensar solo en pensar en sí misma, y existe fuera de la esfera de estrellas, donde incluso la noción de lugar no está definida para Aristóteles. Su influencia sobre los seres inferiores es puramente el resultado de una «aspiración o deseo», y por esto dice que cada esfera celestial emula al motor inmóvil, lo mejor que puede, con su movimiento circular uniforme. El primer cielo, la esfera más exterior de las estrellas fijas, es movido por el deseo de emular al motor primario. Es por esto por lo que se dice que Aristóteles concibió en su teoría la traslación de los planetas[3]​ y por el cual todos los ciclos terrestres son conducidos: día y noche, las estaciones del año, la transformación de los elementos y la naturaleza de las plantas y los animales.[4]

El «Dios» aristotélico no es creador del mundo, solo es la causa eficiente y final de todo cambio y movimiento eterno del universo, reduciendo la multiplicidad diversa de los fenómenos a una unidad inteligible.[5][6]​ Muchos de los contemporáneos de Aristóteles se quejaron de que la concepción de un dios sin poder no era satisfactoria. Sin embargo, fue esta vida la que Aristóteles apoyó con entusiasmo como envidiable y perfecta. Aristóteles no parece tener una concepción de un dios monoteísta, sino politeísta. Aristóteles creía que las estrellas y objetos celestes estaban incrustados en esferas de éter concéntricas que giraban alrededor de la Tierra. Cada esfera está habitada por un ser inmaterial al que Aristóteles llamó «inteligencia».[7]​ Reconoce a 55 dioses (motores), todos deidades inteligentes y buenas, que se colocan fuera del mundo terrestre (mundo supralunar).[8][9][10]​ Estos parecen ser dioses, pero todo hace suponer que sean sustancialmente diversos de Aquel "primero", que merecería ser identificado con el que el hombre contemporáneo entiende por Dios, uno que accionaba la primera esfera celeste y vivía más allá de la esfera de las estrellas fijas.[11]

Existen, sin embargo, algunos intérpretes que han visto incluso en el primer motor inmóvil (Dios) una causa eficiente, como Tomás de Aquino, Franz Brentano y Enrico Berti.

En su libro Summa Theologiae, santo Tomás enseña lo que es conocido como Quinque viae, cinco argumentos racionales que él usa para probar la existencia de Dios.

El primero de sus argumentos es la idea del motor inmóvil de Aristóteles:[12]



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