El feminismo radical es una corriente dentro del movimiento feminista que sostiene que la raíz de la desigualdad social es el patriarcado, definido como el sistema de opresión del hombre sobre la mujer. Esta corriente exige un reordenamiento radical de la sociedad en el que se elimine la supremacía masculina en todos los contextos sociales y económicos, al tiempo que se reconoce que las experiencias de las mujeres también se ven afectadas por otras divisiones sociales como la raza, la clase y la orientación sexual. No hay que confundir «radical» con «extremista»; el feminismo radical se llama radical porque busca, precisamente, alcanzar las raíces de la opresión de las mujeres.
El feminismo radical surgió en Estados Unidos a finales de la década de 1960, durante la segunda ola del feminismo. Las radicales identificaron como centros de la dominación patriarcal esferas de la vida que hasta entonces se consideraban «privadas». A ellas corresponde el mérito de haber revolucionado la teoría política al analizar las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad, que sintetizaron en un eslogan: lo personal es político. Consideraban que todos los varones, y no solo la parte élite, recibían beneficios económicos, sexuales y psicológicos del sistema patriarcal, pero en general acentuaban la dimensión psicológica de la opresión. Así lo refleja el manifiesto fundacional de las New York Radical Feminists, Politics of the Ego (1969): «Pensamos que el fin de la dominación masculina es obtener satisfacción psicológica para su ego y que sólo secundariamente esto se manifiesta en las relaciones económicas».
Las radicales tomaron distancia de los movimientos de derechos civiles y de izquierdas de los años sesenta, los cuales vinculaban el feminismo al socialismo y la democracia, para extender la lucha contra el patriarcado de lo económico y público a lo social y privado.
A finales de la década de los sesenta se vivía, especialmente en Estados Unidos, el descontento con el sistema capitalista. El denominado «sueño dorado» llegaría a su fin con la muerte de Kennedy, las guerras en el sudoeste asiático y la falta de confianza en los gobiernos. Al malestar generalizado se sumó lo que en 1963 Betty Friedan denominó «el problema que no tiene nombre» en su libro La mística de la feminidad. Por ello, si bien el movimiento de mujeres se encuadró en sus orígenes en las protestas sociales emergentes de la época, sus objetivos los rebasaron.
Las relaciones del movimiento feminista con los dos grupos de protesta más importantes de aquellos años, el Student Nonviolent Coordinating Commitee (SNCC), comprometido con los derechos de los negros, y el Students for a Democratic Society (SDS), implicado en los derechos sociales y en las manifestaciones contra la guerra de Vietnam, fueron complejas. Las mujeres aprendieron a estar presentes en estos movimientos, a salir del rol doméstico de los años 50 pero no todas se encontraban cómodas en estos nuevos espacios identificando las claves de las relaciones de poder. Las organizaciones estaban dominadas por hombres que eran críticos con la cultura norteamericana pero que aceptaban el sexismo presente en esa cultura.
Las mujeres activistas debatieron sobre si debía crearse un ala en el propio movimiento u organizarse de manera autónoma.
El feminismo radical hace hincapié en las relaciones de opresión entre los sexos.[cita requerida]
El marco teórico del feminismo radical fue inspirado por dos obras fundamentales publicadas en 1970: Política sexual de Kate Millett y La dialéctica del sexo de Shulamith Firestone, obras que acuñaron conceptos fundamentales para el análisis feminista posterior, como patriarcado, género y casta sexual:
Ambas autoras además de su producción teórica también tuvieron una activa participación en los diversos movimientos de mujeres, algo muy frecuente entre las feministas radicales. En ese sentido, la socióloga feminista estadounidense Kathleen Barry escribe que «[l]a teoría feminista radical es el producto de una comunidad de feministas y surge de la interacción de teoría y praxis […] Si bien hay diferencias entre nuestras diversas perspectivas teóricas, hay una cosa en la que todas estamos de acuerdo: el poder colectivo e individual del patriarcado […] es el fundamento de la subordinación de las mujeres».
Muchas mujeres que formaban parte de los movimientos de emancipación que surgieron en esos años se sintieron decepcionadas por el papel al que estaban relegadas y decidieron organizarse. Así, la primera decisión política del feminismo radical fue la separación de los varones y la constitución del Movimiento de Liberación de la Mujer.
Algunas especialistas en historia del feminismo consideran que una de las aportaciones más significativas del movimiento feminista radical fue la organización en grupos de autoconciencia.[cita requerida] Esta práctica comenzó en el New York Radical Women (1967). Kathie Sarachild fue quien le dio el nombre de consciousness raising. Consistía en que cada mujer del grupo explicase las formas en que experimentaba y sentía su opresión. El propósito de estos grupos era «despertar la conciencia latente que [...] todas las mujeres tenemos sobre nuestra opresión»[cita requerida] para propiciar «la reinterpretación política de la propia vida»[cita requerida] y poner las bases para su transformación. Con la autoconciencia también se pretendía que las mujeres de los grupos se convirtieran en expertas en su opresión: estaban construyendo la teoría desde la experiencia personal y no solamente desde el filtro de las ideologías previas.[cita requerida] Otra función importante de estos grupos fue la de contribuir a la revalorización de la palabra y las experiencias de un colectivo sistemáticamente inferiorizado y humillado a lo largo de la historia.
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