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Varón



El varón u hombre es el ser humano de sexo masculino,[1]​ independientemente de si es niño o adulto. La palabra «varón» en español deriva del latín varo (‘valiente’, ‘esforzado’),[1]​ muy probablemente relacionada con vir (‘varón’, ‘héroe’) bajo la influencia del germánico baro (‘hombre libre’).[2][3]

El Día Internacional del Hombre se celebra el 19 de noviembre.

Después de la fecundación durante las primeras etapas celulares se define a nivel biológico si es ser futuro será masculino o femenino resutando en este caso que el cromosoma 23 sea tipo XY determiando el desarrollo futuro del infante y del adulto, generando pene y testículos externos y posteriormente desencadenando un proceso hormonal segregando principalemnte testosterona a partir de la adolescencia que creará como consecuencia las características sexuales secundarias másculinas.

La testosterona es una hormona androgénica propia del macho en muchas especies, que permite desarrollar los músculos del varón con poco esfuerzo[4]​ y es determinante en parte de su desarrollo físico y de las características sexuales secundarias.

El aparato reproductor masculino garantiza que el varón tenga la capacidad de fecundar el óvulo femenino y en ello la transmisión de la información genética por medio de la célula espermatozoidal. Los órganos sexuales primarios del varón son exteriores, a diferencia de los de la mujer que son internos. La andrología es la ciencia que estudia el aparato reproductor masculino.

Entre las características secundarias más comunes que empiezan a desarrollarse a partir de la pubertad y la edad viril (y que no necesariamente son siempre así) sin que su ausencia vaya en contra de la identidad masculina, se cuentan las siguientes

Un ser humano del sexo masculino es varón desde el momento en el cual es concebido: el espermatozoide contiene los cromosomas sexuales diferenciados X o Y, mientras la hembra tiene el cromosoma homogamético X. La combinación cromosómica entre el espermatozoide y el óvulo determina el sexo del individuo concebido, lo que da como resultado que un feto pueda ser determinado como “hembra” si la combinación cromosómica es XX y como varón si es XY. La combinación genética XY es más frecuente que la combinación genética XX, mientras que la mortalidad infantil es menor en varones recién nacidos que en niñas.

El varón infante recibe el nombre de “niño” al menos hasta el inicio de su pubertad. También es popular llamarlo “mozo”, palabra que lo determina hasta su primera juventud (aproximadamente hasta los 20 años de edad). Durante este tiempo comienza todo el proceso de desarrollo físico, psicológico y social como “varón” que le permitiría desarrollar un rol determinado por la cultura a su condición humana masculina.

Tanto varones como mujeres son víctimas del mismo tipo de enfermedades que afectan al género humano, pero cada género tiene una tendencia mayor a un determinado tipo. Las enfermedades que más se manifiestan en el varón son el Autismo, el Daltonismo y el Mal de Alzheimer, que ataca principalmente en la edad mayor, pero puede presentarse en varones jóvenes.

Las expectativas de vida masculina, como las femeninas, varían considerablemente de acuerdo al desarrollo de cada sociedad.

En cuanto a la tasa de mortalidad infantil a nivel global, se considera que los varones recién nacidos tienen una mayor esperanza de vida que las niñas.

La desfase entre la población neonata masculina y femenina se equipara durante la adolescencia, tiempo en el cual aumenta en todos los continentes la morbilidad masculina por encima de la femenina debido a la mayor participación de los varones en confrontaciones armadas, guerras o simplemente en el desafío del peligro. Otros riesgos como el consumo de estupefacientes, alcohol, enfermedades de transmisión sexual y violencia urbana, mayor entre los varones que entre las muchachas, reducen la población masculina adolescente en todo el mundo.

De acuerdo con los datos del Servicio de Endocrinología y Metabolismo de la Unidad Asistencial Dr. César Milstein de Buenos Aires, en Argentina, el Síndrome de Klinefelter (en adelante, SK) tiene una prevalencia de 0.2%[5]​. Sin embargo, esta condición raramente es diagnosticada en la infancia. Las primeras consultas en relación con el SK suelen aparecer durante la adolescencia, suscitadas fundamentalmente por los primeros atisbos de cambios en el cuerpo que conlleva la pubertad. Hasta no hace mucho tiempo, las y los niños que tenían esta particularidad crecían y se desarrollaban sin ser conscientes de ninguna anomalía y desarrollaban una vida sexual común[6]​. Otro motivo para consultar es la preocupación en torno a problemáticas vinculadas con la infertilidad, a pesar de que en algunos casos se pudo observar que en sujetos donde había bastantes células germinales funcionando normalmente en los testículos, podrían fecundar sin inconvenientes[7]​. En la actualidad muchos agentes de la salud e investigadores científicos de disciplinas conexas fueron dejando en desuso el término "síndrome de Klinefelter", usando en su lugar la descripción de "varones XXY".

En general no afecta al fenotipo, pero en ocasiones se tiene estatura y extremidades mayores por lo que a veces se le llama síndrome del supermacho.

La discusión acerca de las diferencias entre varones y mujeres, especialmente en Occidente no es unánime. Psicológicamente, la asociación tradicional de aptitudes y actitudes a un género normalmente se basa en suposiciones consolidadas por el hábito de la observación directa, de la actividad y personalidad de las personas de ambos géneros en el contexto social. Esta asociación se arraiga principalmente en la edad infantil.[8]

Los estereotipos masculinos varían según el nivel cultural de la sociedad, la edad y el momento histórico. Por ejemplo, estudiantes y personas adultas definen de forma diferente lo que se considera masculino. Los estudiantes elaboran unos estereotipos de rol de género más claramente definidos que las personas adultas. Los estereotipos masculinos normalmente está más definido que los estereotipos femeninos.[9]​ No obstante, esta asignación de características es cada vez más alejada de la realidad, por lo que los mismos estereotipos de género van cambiando paulatinamente, conforme al cambio de tareas tradicionalmente asignadas a uno de los dos sexos como, por ejemplo, la incorporación de la mujer al mundo laboral. Así mismo, el incremento de la actividad de las mujeres en los ámbitos deportivos propicia un cambio del estereotipo tradicional masculino.[10]

Las sociedades y culturas orientales o más conservadoras, asumen muchos de esos estereotipos como lo que es o debe ser en el varón, pero la era de la globalización poco a poco los hace entrar en el debate. Entre los "estereotipos" más comunes se pueden enumerar:

Muchos de estos paradigmas tienen fundamento científico, mientras que otros no (aunque la sociedad ha hecho que muchos de estos estereotipos sean realidad como por ejemplo, el saludo de dos mujeres puede ser beso, entre hombre y mujer también, pero entre hombres es raro sin ninguna razón, etc). Por ejemplo, no es sencillo separar los elementos innatos de la biología masculina de aquellos que han sido influenciados por la cultura. En tal caso, la agresividad puede darse tanto en el varón como en la mujer de acuerdo al ambiente en que estos se desenvuelvan. La mayor masa corporal y muscular del varón y las culturas patriarcales contribuyen a acentuar el estereotipo de la agresividad masculina. Los grupos feministas en sus estudios señalan que en la violencia intrafamiliar, el abuso infantil, el maltrato infantil y la violencia contra la mujer, tienen como principal verdugo en la mayoría de los casos al varón tanto de países industrializados como en vías de desarrollo.

Algunos de estos estereotipos se asocian, en ocasiones erróneamente y en ocasiones acertadamente con los niveles de hormonas sexuales masculinas, como la testosterona, o la menor cantidad de hormonas sexuales femeninas, como los estrógenos. En el caso de la agresividad, tradicionalmente relacionada con el nivel de testosterona, algunos estudios indican que dicha relación no corresponde con sus resultados.[15]

Desde su nacimiento se viste a los varones de celeste y se les enseña a creer que productividad, conquista, poder, hiperactividad y penetración son sinónimos de virilidad. De pequeños se les enseña a no llorar, a no ser vulnerables, a no quejarse, a no mostrar sus debilidades ni sus sentimientos y a ser autosuficientes y no pedir ayuda. Se les enseña a confundir acción y agresión con masculinidad, a rendir en los deportes aún a expensas de su propia salud, a exponerse a peligros y a deportes de riesgo. Las consecuencias de la adecuación a este marcado estereotipo social se las puede encontrar en los servicios de terapia intensiva de los hospitales con mayoría masculina, en la población carcelaria, donde la gran mayoría de los reclusos son varones, en las estadísticas de accidentes y en los hechos delictivos que leemos en los diarios.[16]

La educación masculina depende en gran parte de la discusión de los estereotipos masculinos en el grado en que estos sean asumidos por una sociedad. La educación entonces que parte desde el hogar dada al niño, pasa por la formal y se expresa en las relaciones sociales y en la imagen que presentan los medios de comunicación, tiene diversos matices que dependen de la cultura del país, continente o región del mundo.

La primera educación de la sexualidad y socialización del niño parte del hogar. El padre y la madre son los encargados de transmitir la primera información sobre el rol sexual que desempeñará el niño en sociedad. En general, el padre transmitirá al hijo varón las características psicológicas de su sexualidad. En ello entran en juego los paradigmas asumidos y las maneras de ser del varón en la sociedad en la que nació. La manera de vestirse, de llevar el cabello, de hablar, de modular la voz, el tipo de juegos, los juguetes, las exigencias disciplinarias diferenciadas entre el varón y la mujer, la casi ausencia de cosméticos y otros muchos elementos, determinan poco a poco la conciencia propia del ser un varón en sociedad. Llegada la pubertad, el papel del padre adquiere un rol más activo en la educación del hijo varón. En muchas culturas este paso entre el niño y el hombre es celebrado. Entre culturas del orden natural como tribus y clanes, el muchacho debe afrontar un número determinado de desafíos que le permitirán ser respetado en su grupo social como un varón adulto. En antiguas culturas célebres por su formación militar como los griegos (Esparta por ejemplo), China, Japón (los Samurái), los Azteca, los Quechua y los Chibcha, el paso a la edad adulta del muchacho era marcado por su capacidad de prepararse como un guerrero y su aceptación y aprecio social nacían de su coraje demostrado en las luchas, artes marciales y batallas. Pero también la religión tiene un papel del primer orden en la formación masculina del muchacho. La pubertad está marcada por un rito de iniciación que da al muchacho un estatus social y religioso. Por ejemplo, para el Judaísmo este viene representado en el bar mitzvah, celebración que le da al varón adolescente el derecho de leer los libros sagrados en la Asamblea. Para el Cristianismo ese momento viene marcado por la Confirmación.

Pasada la pubertad, el muchacho comienza un camino de desarrollo final hacia la adultez en la cual compite por demostrar la capacidad de su identidad como varón. Los deportes de competencia y fuerza física, por ejemplo, adquieren una enorme importancia, el afán por tener una pareja, el ingreso en un grupo social de adolescentes (la pandilla), la búsqueda de una vocación y otros son la preocupación del muchacho, situaciones no siempre pacíficas. Resta el peligro del consumo de drogas, alcohol, fumar, delincuencia y otros males sociales en el cual el joven ingresa en muchos casos llevado por el ánimo de una búsqueda de su propia identidad e independencia.

El rol sexual del varón adquiere su máxima plenitud en el matrimonio como marido y como padre. El rol masculino ha tenido una diversidad de influencias a lo largo de la historia. La Revolución industrial, la Revolución Femenina y otros momentos, han tenido sus consecuencias en la figura del padre y marido. Obviamente partimos de una lectura de Occidente, porque en otras culturas no occidentales, este papel puede estar marcado por una concepción más tradicionalista como la llamada Familia patriarcal en la cual la figura paterna es el centro de toda autoridad. En India y otros sitios de la tierra, se practica la dote en la cual el padre de la hija paga una cierta cantidad al padre del hijo varón. Dicha práctica trae como desventaja principal un cierto desdén en la concepción de las niñas, las cuales son vistas más como una carga y abre las puertas al infanticidio femenino. En otros países en cambio, como Camboya, la tradición es al contrario, es el padre del hijo varón quien da la dote al padre de la hija. Pero en ambos casos, la libertad de ambos jóvenes se ve restringida en la escogencia del cónyuge, la cual es decisión de sus padres. Casos similares se presentan entre las culturas musulmanas, muchas de las cuales todavía practican la poligamia, es decir, el varón puede casarse con varias mujeres como solución a la escasez de hombres que morían en la guerra.

No siempre la heterosexualidad en el varón fue vista como la única opción. De hecho, en sociedades antiguas la atracción hacia otros varones y la actividad sexual con ellos era considerada tan normal como la expresada hacia las mujeres,[cita requerida] y esta característica predomina en la cultura grecorromana. La milicia utilizó este tipo de relaciones para unir a los guerreros con fines de autoprotección y compañerismo, mientras que ciertos autores griegos y latinos dan por hecho que todos los hombres sienten deseo homosexual en algún momento.[cita requerida]

Hombre de Vitruvio, obra de Leonardo Da Vinci, considerada una de las más perfectas proporciones del varón

Obra de Miguel Ángel, el David, considerada la más grande representación artística de la figura masculina.

Fotografía de un varón desnudo de Wilhelm von Gloeden, 1895.



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