Francisco San Román nació en Burgos.
Francisco San Román (Burgos, 1510-1515 - Valladolid, 23 de abril de 1544) fue un reformador protestante español y primer mártir de la fracasada Reforma protestante española.
Hijo del alcalde mayor de Briviesca, nació en una familia de mercaderes acomodados de origen converso, con amplias ramificaciones en ciudades de los Países Bajos (Amberes, Bruselas, Lovaina, Brujas). De educación mediana, no tan profunda como la de su coterráneo y amigo Francisco de Enzinas, solo había aprendido algunos rudimentos de gramática, aritmética y los fundamentos de la religión católica. Con el ejercicio de su profesión de comerciante fue ampliando sus horizontes ideológicos al visitar nuevos países y conocer nuevas ideas y costumbres.
Mientras permanecía en la ciudad hanseática de Bremen en 1540 para cerrar un importante acuerdo comercial, asistió a un sermón protestante que daba un discípulo del fraile agustino Martín Lutero, el también agustino Jacobus Spreng, antiguo prior del convento de Amberes antes de seguir las doctrinas de su maestro, y quedó impresionado a pesar de no dominar completamente el alemán. Spreng lo llevó a su casa y lo adoctrinó, de forma tal que resolvió abandonar todas sus actividades comerciales y convertirse en predicador protestante. Siguió al maestro Jacobus con un celo evangelizador y propagandístico tan fogoso, que sus mismos compañeros de viaje y el propio Spreng lo advirtieron de su imprudencia y de que tuviese cuidado con los enemigos de estas doctrinas. Estudió las Escrituras y los sermones de Spreng y escribió un Catecismo en castellano que se propuso difundir entre sus amistades flamencas y españolas. Entabló correspondencia con sus amigos de Amberes exponiéndoles su historia y animándoles a seguir ese camino. También escribió a Francisco de Enzinas, entonces en Amberes y de sus mismas creencias, quien contestó a sus cartas advirtiéndole del serio peligro que corría actuando tan imprudentemente.
Pero San Román decidió trasladarse a Flandes y al llegar a Amberes fue detenido y entregado a los frailes dominicos inquisidores, quienes hallaron en su equipaje libros en alemán, latín y francés de Lutero, Melanchton y Ecolampadio, suficiente motivo para internarlo en la prisión inquisitorial en una torre a seis leguas de Amberes. Este hecho documentado demuestra que podía leer en esos idiomas. Durante ocho meses de interrogatorios fue apremiado a que confesase sus culpas y se retractara de sus errores. San Román contestaba como un mártir: que no tenía culpa y que solo podrían quemar su miserable cuerpo, no su alma, que así moriría por Cristo. En 1541, después de hacerle prometer que sería más moderado en sus manifestaciones si regresaba a España, fue puesto en libertad.
Se apresuró a abandonar Amberes y marchó a Lovaina, donde entonces residía su paisano y amigo Francisco de Enzinas, ya un reformador plenamente convencido, pero que aún actuaba de forma mesurada. Este le volvió a recomendar prudencia y discreción. Pero San Román decidió nada menos que dirigirse a Ratisbona y pedir audiencia al mismísimo emperador Carlos V, que celebraba allí una Dieta, para intentar convertirlo. Hasta tres veces lo intentó, pero el emperador terminó por ordenar que fuese detenido y conducido a España para que el Santo Oficio le abriera proceso por hereje. Fue encerrado en un carro de bueyes, encadenado con otros prisioneros y cruzó toda Europa siguiendo al emperador hasta llegar a Valladolid. Enzinas narra que manifestó una gran entereza durante el viaje:
Llegaron a principios de 1542. Se le abrió proceso y fue condenado, entre otros dos jueces, por el dominico Fray Bartolomé de Carranza, por entonces profesor de teología en el Colegio de San Gregorio de Valladolid y que había trabajado durante varios años como Consejero de Estado al lado de Carlos V, acompañándolo a Flandes en más de una ocasión. Carranza contaba con amplia experiencia como miembro del Santo Oficio y lo condenó siendo por entonces Inquisidor General el cardenal zamorano Juan Pardo de Tavera. Cuenta Enzinas en sus Memorias:
Carranza no logró convencerlo: San Román, firme en sus creencias, fue "relajado al brazo seglar", esto es, entregado a la justicia secular para que lo quemase en la hoguera; la sentencia incluye, además, a sus hijos y nietos. Años más tarde Carranza, arzobispo de Toledo, sería acusado también por la Inquisición y permanecería largo tiempo en prisión mientras Felipe II se embolsaba las cuantiosas rentas de su arzobispado dando largas al proceso, que terminó al fin con su absolución.
La actitud de San Román ante sus jueces hizo escribir al protestante Francisco de Enzinas, quien lo conocía bien, que demostraba "una exaltación parecida a la locura". El auto de fe se llevó a cabo en la Plaza Mayor de Valladolid el 23 de abril de 1542. No renegó, ni siquiera entre las llamas. Su actitud en el suplicio fue tan ejemplar y admirable que algunos recogieron huesos y cenizas del ajusticiado como si fuesen reliquias de un nuevo santo y parece cierto que el embajador inglés pagó trescientos escudos por una de esas reliquias, un hueso de su cabeza.
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