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Franquistas



Se conoce por franquismo tanto al conjunto de ideologías y movimientos afines a la dictadura de Francisco Franco como a dicho régimen político, surgido en España tras la guerra civil de 1936-1939 y que se prolongó hasta la muerte natural del dictador en 1975, así como el período histórico que comprende.[1]

Las bases del régimen franquista fueron, entre otras, el nacionalismo español, el catolicismo, el fascismo y el anticomunismo, que sirvieron de apoyo a una dictadura militar totalitaria que se autoproclamó como «democracia orgánica» en oposición a la democracia parlamentaria al considerar el dictador que la lucha partidista era ineficaz para el progreso del Estado.

A partir de las derrotas de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial, el régimen se fue deshaciendo de su carácter profascista, aunque siguió utilizando su simbología. El franquismo tuvo que buscar nuevas alianzas internacionales, y fue disminuyendo el papel de la Falange en favor de otros grupos políticos.

En la década de 1960, aparte de romperse el aislamiento internacional del país, destacó, junto a la mantenida concentración de poderes en Franco, el protagonismo dentro del gobierno de los conocidos como tecnócratas del Opus Dei.[2]

Durante los años del franquismo se mantuvieron una serie de fundamentos políticos e ideológicos, característicos algunos de los regímenes fascistas en general, y otros particulares de la versión española del fascismo, el franquismo; entre ellos:

El historiador Javier Tusell señala en su obra Historia de España en el siglo XX (1999) en relación a la ideología del régimen[3]​:

El historiador estadounidense Stanley G. Payne en su libro El fascismo (1982) califica al franquismo de 1939 a 1945 de «semifascista» y a partir de la segunda fecha en adelante de «autoritario burocrático»[4]​:

Desde principios del régimen, se comenzaron a adoptar una serie de símbolos, uniformes, etc., de inspiración fascista o nazi, similares a los que se usaron en Italia o Alemania.

El sistema político se basó en la dictadura del partido único, el Movimiento Nacional, heredero de FET y de las JONS (1937).

Dentro de una completa subordinación al «Caudillo», hubo diferentes «familias» o grupos —nunca partidos— con diversa sensibilidad política. Cada una trató de influir en las decisiones del dictador, y la habilidad de éste consistió en confiarles parcelas de poder convenientemente medidas, apoyarse sucesivamente en una familia u otra según conviniera en cada momento, desplazando del primer plano (sin dejar de contar con ellas) a las que se hacían incómodas por alguna razón interna o externa y garantizarse de esa manera su presencia indiscutida en el poder. Cuando estalló algún escándalo que podía atribuirse de algún modo a los recelos entre las familias (como el caso MATESA), Franco optaba por soluciones expeditivas y salomónicas («castigar» a ambas partes, de forma paternalista). Eran habituales las expresiones de Franco en que despreciaba la actividad política (propia de «politicastros»), e incluso ninguneaba a sus propios ministros, haciéndose célebre su consejo: «haga como yo, no se meta en política».[5]

Sus miembros eran conocidos como «nacionalsindicalistas», «azules» o, sencillamente, «falangistas». Los llamados «camisas viejas» de la Falange original de José Antonio Primo de Rivera muy pronto empezaron a recelar de los «camisas nuevas» incorporados tras las elecciones de febrero de 1936 y, sobre todo, en la Guerra Civil, cuando el decreto de unificación suprimió todos los partidos reuniendo a todos los que apoyaron el Alzamiento Nacional en el partido único FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista), que constituía la cúspide del Movimiento Nacional al servicio del liderazgo absoluto de Franco.[6]​ El partido único aspiraba a controlar la vida social y económica a través del resto de las instituciones del Movimiento: Frente de Juventudes, Sección Femenina, Sindicato Vertical, Auxilio Social, etc.

La presencia de los personajes más identificados con la Falange (como es el caso de su presidente, Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco y llamado popularmente el «Cuñadísimo») fue importante hasta que la derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial los llevó a un papel más secundario. Dentro del gobierno desempeñaron las carteras sociales, como el Ministerio de Trabajo, el de Vivienda y el de Agricultura, además del Ministro-Secretario General del Movimiento (miembro nato del gobierno, aunque sujeto también a la designación por parte del Caudillo). En el primer franquismo alcanzaron un 37,9 % de los ministerios y un 30,3 % de los altos cargos de la administración. Un ejemplo notable fue José Antonio Girón de Velasco, el ministro más joven (30 años) y uno de los que duró más en el gobierno (1941-1957). Otro nombre destacable fue José Luis Arrese.[7]​ También hubo «aperturistas» procedentes de la familia azul, como quien finalmente llevó a cabo la transición democrática, Adolfo Suárez. Esa pluralidad se podía observar en las publicaciones afines: el diario El Alcázar (que, tras distintas orientaciones, desde 1968 expresó las opiniones de lo que se denominó el «búnker» —sector que aglutinaba a la derecha más extrema), el oficialista Diario Arriba y el más aperturista Diario Pueblo (cercano a los sindicatos verticales y dirigido por Emilio Romero).

Los militares, completamente subordinados a Franco, tuvieron prestigio y poder político. Franco se rodeó siempre de colaboradores militares, algunos de ellos desde su época de la guerra de África (llamados «africanistas»). El más representativo históricamente fue el almirante Carrero Blanco, cercano a los «católicos», que llegó a sustituir al propio Franco al frente del Gobierno con el cargo de Presidente en 1973. Otro fue el general Agustín Muñoz Grandes, que dirigió la División Azul y era muy cercano a los «azules». Otros militares tenían simpatías monárquicas. En la primera época acaparaban buena parte del aparato del Estado: 42,8 % de los ministerios, 37,3 % de las subsecretarías y 27,8 % de las direcciones generales. Aparte de los tres ministerios militares para cada ejército (Tierra, Mar y Aire), les solía corresponder el de Gobernación.[8]

Desde el comienzo del franquismo, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas demostró mucha actividad, dirigida por los obispos y especialmente por la figura de Ángel Herrera Oria, que controlaba también la prensa católica (Diario Ya). Esta «familia» tenía una especial relación con el exterior, por su vinculación con la Santa Sede y las democracias cristianas europeas. Controlaban el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ministerio de Educación. Un buen ejemplo fue Joaquín Ruiz-Giménez. La ACNdP también controló el sistema de represión franquista durante el final de la guerra y la posguerra en España: Los dos primeros ministros de Justicia (Tomás Domínguez y Esteban Bilbao) y el primer director general de prisiones de la Dictadura (Máximo Cuervo) fueron propagandistas.[9]

A partir de 1957 accedieron al gobierno los ministros económicos (denominados «tecnócratas») procedentes del Opus Dei (congregación religiosa fundada por José María Escrivá de Balaguer), y protegidos por Luis Carrero Blanco: Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres, responsables del Plan de Estabilización de 1959 y el desarrollismo posterior.

La renovación de la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II propició un distanciamiento con el régimen español de una parte de la jerarquía eclesiástica, dirigida por el cardenal Vicente Enrique y Tarancón. Llegó a ser muy evidente en el conflicto con Antonio Añoveros Ataún, obispo de Bilbao.

Los tradicionalistas o carlistas perdieron gran parte de su relevancia política en cuanto acabó la guerra. No obstante, mantuvieron ciertas cotas de poder. El área que se les confiaba era el Ministerio de Justicia y la presidencia de las Cortes. Ejemplo de ello fueron Esteban de Bilbao Eguía y Antonio Iturmendi Bañales, ambos ministros de justicia y presidentes de las Cortes Españolas.

Los monárquicos, identificables con «derechas», y procedentes de la CEDA, el partido de José María Gil-Robles, que había contemporizado con la Segunda República. Su órgano de expresión era el periódico ABC, de la familia Luca de Tena. Sus relaciones con el régimen pasaron sucesivamente por acercamientos y distanciamientos (en contadas ocasiones, llegando a algún tipo de represión, como alguna censura periodística -llegando a ser secuestrada la edición en 1966- o el destierro de los que acudieron al llamado Contubernio de Múnich -1962-), al igual que la relación ambigua que mantuvieron el general Franco y el pretendiente a la corona, Juan de Borbón, que se mantuvo exiliado en Estoril, desde donde mantenía un consejo privado en el que se incluían personajes destacados de la dictadura, como José María Pemán o Pedro Sainz Rodríguez.[10]

España se definió en las Leyes Fundamentales como un reino, pero Franco se negó a ceder la jefatura del Estado o designar sucesor como preveía la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (votada en referéndum en 1947, en un acto de legitimación de masas del franquismo), y mucho menos a un personaje en quien no confiaba, el conde de Barcelona (título medieval de soberanía, vinculado a la corona de España que usaba Juan de Borbón), a pesar de ser el heredero del rey anterior (Alfonso XIII).

Mientras tanto, su hijo Juan Carlos estaba siendo educado en España separado de su padre. Finalmente quien obtuvo la designación fue Juan Carlos, en 1969 y tras una prolongada espera, no sin signos inquietantes de que podía optarse por cualquier otro «príncipe de sangre real» (como Alfonso de Borbón Dampierre, primo de Juan Carlos, que contrajo matrimonio con Carmen Martínez-Bordiú Franco, nieta del dictador, y que reclamó simultáneamente sus derechos legítimos sobre el trono de Francia). En la enfermedad final de Franco, Juan Carlos, titulado príncipe de España, llegó a ocupar interinamente la jefatura del Estado en 1974, que le fue retirada como consecuencia de una transitoria mejoría del «Caudillo». En este contexto, se refirió al dictador como «figura decisiva históricamente y políticamente para España» o que «para mi es un ejemplo, día a día por su desempeño patriótico al servicio de España, y además tengo un afecto y admiración muy grande para él».[11]

Además, hubo de jurar lealtad a los principios del Movimiento Nacional tanto en su designación como príncipe en 1969 como en su proclamación real tras la muerte de Franco en noviembre de 1975 mientras que en su primer discurso navideño habló de su «tristeza» ante la pérdida del «Generalísimo» y su «respeto y admiración» hacia él.[12]​Tras unos primeros meses en los que mantuvo una apariencia de continuismo, en julio de 1976 destituyó a Carlos Arias Navarro, presidente del Consejo de Ministros, ante su negativa a introducir reformas y fue sustituido por Adolfo Suárez, también procedente del aparato franquista pero favorable al restablecimiento de la democracia.

En la España posfranquista se ha hecho cada vez más reducida la proporción de personas que se declaran abiertamente franquistas. Los partidos políticos más importantes están a favor del régimen de libertades.

En la actualidad, el franquismo se manifiesta en interpretaciones de la historia de España desde la Segunda República hasta la fecha. Además, no pocos intelectuales y escritores, como Fernando Vizcaíno Casas o Pío Moa, han reivindicado determinados aspectos del régimen franquista en sus obras. El régimen franquista tuvo reconocimiento internacional con la entrada de España en la ONU en 1955, tras las circunstancias geopolíticas y diplomáticas conocidas como cuestión española.[cita requerida]

El franquismo ha sido condenado en las Cortes Generales[cita requerida] y en el Parlamento Europeo. En 2006, el Parlamento Europeo condenó el franquismo, concluyendo que existen evidencias suficientes para probar la violación de los derechos humanos durante el franquismo. Además, recomendó que el reconocimiento de la condena de la dictadura no debe limitarse a un mero reconocimiento histórico, sino a la eliminación de los símbolos de la dictadura.[13]

No obstante, la simbología franquista ha pervivido en la sociedad española tras la muerte de Franco, especialmente durante la Transición, hasta la fecha (2012).[14]​ El símbolo más conocido, el escudo portador del águila de san Juan (emblema de los Reyes Católicos), no fue legalmente abolido de la bandera de España hasta 1981 por el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo.[15]

Hasta 2006, los nostálgicos del régimen franquista se concentraban el 20 de noviembre (día de la muerte de Franco) en el Valle de los Caídos. A pesar de que la Ley de Memoria Histórica prohíbe expresamente la realización de las mencionadas concentraciones, éstas siguen produciéndose.[16]




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