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Movimiento Nacional



El Movimiento Nacional, también conocido simplemente como Movimiento, es el nombre que recibió durante el franquismo el mecanismo totalitario de inspiración fascista que pretendía ser el único cauce de participación en la vida pública española.

Respondía a un concepto de sociedad corporativa en la que únicamente debían expresarse las llamadas entidades naturales: familia, municipio y sindicato.

El origen del término se sitúa en los primeros años de la dictadura franquista. Con el cambio de rumbo de la Segunda Guerra Mundial, Franco se empezó a distanciar de las potencias fascistas. En septiembre de 1943, dio órdenes para que, en adelante, desde los medios oficiales se refiriesen a la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS) como un «movimiento» y no como un partido.[2]​ Así pues, en adelante se denominó de forma genérica «Movimiento Nacional» al conjunto de organismos y mecanismos que componían el régimen franquista.

El Movimiento Nacional se componía esencialmente de:

La cúspide sería el propio Franco como Jefe Nacional del Movimiento, secundado por un miembro del gobierno llamado Ministro Secretario General del Movimiento. Los más destacados miembros eran los consejeros nacionales del movimiento, reunidos periódicamente en una asamblea denominada Consejo Nacional del Movimiento que ocupaba el Palacio del Senado y junto a las Cortes Españolas otorgaba una apariencia de sistema parlamentario bicameral. La red se difundía hacia abajo por todas las instituciones llegando hasta el alcalde de cada pueblo que actuaba como jefe local del Movimiento.

Los personajes que se identificaban especialmente con la ideología o la organización del Movimiento Nacional eran denominados coloquialmente falangistas o azules (por el color de la camisa del uniforme, al igual que los fascistas de Mussolini eran camisas negras y los nazis de las S. A. eran camisas pardas). Existía una división informal entre los camisas viejas (afiliados a la Falange primitiva de José Antonio Primo de Rivera antes del 18 de julio de 1936 o, mejor incluso, antes de las elecciones de febrero del mismo año, cuando eran activistas minoritarios poco respetados por la derecha) y los camisas nuevas, considerados por los otros como sospechosos de arribismo, oportunismo o cualquier otro motivo interesado para su incorporación. A veces el motivo era simplemente la geografía, que les puso en la denominada «zona nacional» al comienzo de la guerra (a los que se llamaba nacionales geográficos, así como había rojos geográficos).

Dentro del régimen franquista, aun estando prohibida cualquier organización política fuera del Movimiento Nacional, todos eran conscientes de la agrupación de personajes públicos y grupos de presión en torno a lo que se denominaron las familias del franquismo, como la católica (que aportaba el apoyo de la Iglesia y la ideología del nacionalcatolicismo), la monárquica (o derecha conservadora, muchos antiguos miembros de la CEDA), la tradicionalista (proveniente del carlismo), la militar (personajes cercanos al propio Franco, entre los que estaban los llamados africanistas) y la propia de los azules o nacionalsindicalista (que controlaba la burocracia del Movimiento: Falange, Sindicato, y muchas otras organizaciones, como la Agrupación Nacional de Excombatientes, la Sección Femenina, etc.).

La clave de la supervivencia del franquismo fue para muchos la habilidad de Franco para mantener la unidad de un conjunto tan heterogéneo (unido por el interés común de mantener al propio Franco en el poder) que supo manejar hábilmente, repartiendo entre ellos las responsabilidades del gobierno, y acercándose sucesivamente a unos y a otros, sin comprometerse en exceso nunca. La relativa pluralidad dentro del franquismo ha llevado a algunos autores (Juan José Linz) a definirlo como un sistema autoritario en vez de totalitario.

En los últimos años del franquismo, el inicio de la transición política era visible, y se llegó a proponer por Carlos Arias Navarro una ley de Asociaciones Políticas (que autorizara las que respetaran los principios del Movimiento Nacional). La férrea oposición a toda apertura agrupó a los elementos más reaccionarios bajo el nombre de búnker. De entre las filas de los azules salieron también los que llevaron a cabo la Reforma, encabezados por el propio Adolfo Suárez (que había sido Ministro Secretario General del Movimiento en el primer gobierno de la monarquía) y secundados por los diputados en Cortes (que votaron la Ley para la Reforma Política, en lo que se denominó el harakiri o su suicidio político).

Las distintas organizaciones vinculadas al Movimiento Nacional, durante la guerra civil y los años inmediatamente posteriores a ella participaron activamente en la labor represora, por ejemplo a través de los servicios de información de Falange o mediante los informes y certificados de buena conducta o adhesión al Movimiento Nacional que debían emitir las autoridades locales (municipales e incluso eclesiásticas como los párrocos). Todo el aparato del Movimiento proporcionó datos que resultaron fundamentales para llevar a cabo el encarcelamiento o desaparición física de opositores al Alzamiento y al Movimiento Nacional, participaron en la formación de Comisiones Depuradoras que tenían entre sus objetivos separar del servicio a los funcionarios del antiguo Estado Republicano que se habían mostrado desafectos hacia el nuevo Estado Nacional franquista. En particular sus informes fueron especialmente valiosos para poder proceder a la depuración del magisterio. Desde el personal subalterno e intermedio de las administraciones públicas hasta los cargos directivos, incluso cierta cantidad de plazas del profesorado universitario (dejadas libres por la guerra y el exilio), fueron ocupadas por personas vinculadas al Movimiento, en algunos casos mediante oposiciones patrióticas a las que los aspirantes (y a veces el propio tribunal) acudían uniformados, y que explícitamente tenían en cuenta los méritos políticos o el heroísmo demostrado, frente al de sus posibles competidores.

La represión franquista se fue haciendo más sutil a lo largo de los años posteriores a medida que el régimen evolucionaba hacia lo que se denominó el aperturismo, aunque nunca dejó de estar presente, consiguiendo hacerse ubicuo e interiorizado por la sociedad en lo que se denominó franquismo sociológico.

En los últimos años del franquismo, la facción más involucionista, denominada el búnker, pretendía el mantenimiento a ultranza del Movimiento Nacional en sus más puras esencias. Paulatinamente alejada del poder efectivo, pero con presencia en los medios de comunicación (El Alcázar) y en algunas instituciones (Hermandad de Excombatientes, una parte de los procuradores en cortes, incluyendo a algunos obispos como José Guerra Campos -entre 1964 y 1972 Secretario General del Episcopado Español- y desde entonces minoritarios en la Conferencia Episcopal dominada por el aperturista Vicente Enrique y Tarancón) fue derivando a posturas radicales, que llegaron incluso a la aparición de un terrorismo tardofranquista por medio de grupos como los Guerrilleros de Cristo Rey que se caracterizaron acciones violentas de mayor o menor envergadura contra muy distintos objetivos no solo políticos sino sociales identificados con la oposición al franquismo (por ejemplo, locales sindicales o librerías).



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