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Fuerte de Curupayty



El Fuerte de Curupayty se localizaba en la margen izquierda del río Paraguay, cerca de cinco kilómetros al sur de la Fortaleza de Humaitá, en el Paraguay.

En el contexto de la Guerra de la Triple Alianza, de la misma forma que el Fuerte de Curuzú, se constituía en una defensa avanzada de la Fortaleza de Humaitá. Este complejo defensivo paraguayo controlaba el acceso por vía fluvial a la capital, Asunción. Después de la caída de Curuzú, Curupayty se volvió el próximo objetivo de las fuerzas aliadas.

Mientras ocurrían los combates por el Fuerte de Curuzú, y las posteriores negociaciones diplomáticas, el Fuerte de Curupayty vio reforzadas sus defensas, inclusive con un entrincheramiento de cerca de dos kilómetros de extensión, complementado por un foso de cuatro metros de ancho por dos de profundidad. La tierra retirada del foso fue apilada en parapetos defensivos de dos metros de altura, detrás de los cuales se distribuían noventa cañones, cubriendo el lado del río y el lado de tierra, junto con cinco mil soldados paraguayos.

Esa defensa se mostró eficiente para rechazar el ataque combinado fluvial y terrestre, realizado el 22 de septiembre de 1866, por la escuadra del vice-almirante Joaquim Marques Lisboa y por el 2º Cuerpo del Ejército brasileño, junto con fuerzas argentinas y uruguayas, totalizando unos 20.000 hombres de los cuales pereció la mitad.

En el desarrollo del conflicto, luego de permanecer sitiado, el fuerte fue desocupado por las fuerzas paraguayas el 23 de marzo de 1868.

La fortificación del paso de Curupayty comenzó en 1779, cuando la ciudad de Corrientes ocupó el área. En 1810 fue mandado a ocupar por el gobernador realista del Paraguay, Bernardo de Velasco.

La construcción de las trincheras de Curupayty, devenida en la mayor victoria de las armas paraguayas de toda su historia, fue atribuida a varios autores. Algunos cronistas mencionan como tal al coronel inglés Jorge Thompson. Otros adjudican las obras al coronel polaco Luis Federico Myszkowski. Otros autores sostienen que el 6 de septiembre de 1866, el mariscal Francisco Solano López ordenó al coronel húngaro Francisco Wisner de Morgenstern que trazara sobre el terreno el plano de las nuevas obras de fortificación proyectadas para contener en Curupayty el avance enemigo que consideraba inminente. La misma fuente, apoyada en otros historiadores, apunta que dos días después y sobre los planos realizados por Morgenstern, el mariscal convocó a los jefes más importantes de su ejército para considerar el plano de defensa elaborado por el coronel húngaro. En dicha convocatoria, todos aprobaron los planos de la trinchera, excepto el general Díaz. Este al ser consultado sobre sus reservas sobre el tema, dijo, en guaraní: Oì porane la cuatiá ari pero pecha ña mbopuharo la trinchera no ro jocoichene los cambape (Estará bien en el papel, pero si levantamos así la trinchera, no detendremos a los negros). El mariscal López decidió poner su fe en su lugarteniente y le autorizó a seguir su inspiración y a levantar las instalaciones según su criterio.

En realidad, parte del trabajo había comenzado ya el 3 de septiembre, inmediatamente después de la culminación de la batalla de Curuzú, tras retirarse las tropas brasileñas de las cercanías. Pero las fosas construidas entonces habían sido solo la indispensable y elemental cobertura que requería la desguarnecida posición. Ya de vuelta a Curupayty, en la misma noche de aquel 8 de septiembre, Díaz dio inicio a la tarea. Empezó desde el bosque, tan pronto como fue posible derribar los árboles tupidos que cubrían el lugar. Trabajando en turnos, 5.000 hombres fueron destinados a las excavaciones, a cortar árboles, a hacer túneles y a preparar zanjas y abatises. Los soldados trabajaban “de dos en dos”, unos con picos y los otros con palas. El extenuante trabajo de apertura de aquellas zanjas, con los soldados metidos en los carrizales y en los profundos esteros, con el barro y el agua hasta la cintura, era alternado con el de vigilancia en las líneas más avanzadas, en previsión de cualquier ataque.

El foso principal, el primero en terminarse, tenía cuatro varas de ancho por tres de profundidad. Con la arena extraída se construyó el ancho muro detrás del cual se levantaron las plataformas de los cañones. Sobre el borde exterior del foso se levantó un espeso muro de abattis (estacas), empleándose para ello los árboles recién cortados. En los fosos que los contenían, los gruesos troncos estaban asegurados con estacas. El follaje de estos árboles -generalmente de hojas espinosas- apenas sobresalientes del hoyo, escondían su profundidad y las agudas estacas que guardaban en su interior. Otras excavaciones se abrieron en las líneas avanzadas cubriéndoselas de espinillos y aromita. Después de las grandes lluvias que sobrevinieron, estos obstáculos quedarían ocultos bajo el agua, convirtiéndose en trampas mortales.

Ya dentro de las líneas de defensa y con objeto de proteger a los tiradores de los eventuales disparos enemigos, el general Díaz mandó construir otro foso interior en el que los soldados paraguayos tendrían las máximas comodidades para efectuar sus disparos concediendo la mínima visibilidad para el fuego enemigo. Igualmente fueron construidos dos puentes levadizos, además de pasadizos y polvorines subterráneos.



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