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Geografía eclesiástica visigótica



Por geografía eclesiástica visigótica entendemos la división administrativa de la iglesia católica en la Hispania visigoda, reino donde la estrecha relación entre los poderes civil y religioso, suponía que una Diócesis era algo más que un distrito o territorio en que tiene y ejerce jurisdicción espiritual un prelado, tal como consta en la historia del cristianismo en España.

La Diocesis Hispaniarum fue creada por el emperador romano Diocleciano. Las provincias altoimperiales de Hispania Lusitania y Baetica mantuvieron sus límites, pero la provincia Tarraconensis fue dividida en tres provincias menores, la Gallaecia, la Carthaginense y la Tarraconensis, desgajándose de esta última la Balearica a mediados del siglo IV.[1]​ Cada provincia estaba dividida en varios conventus. La diócesis desapareció en 409, cuando vándalos, suevos y alanos entraron en la Península.

Para conocimiento de la geografía eclesiástica visigótica pueden utilizarse varias fuentes como la Hitación de Wamba[2]​ de finales del siglo VII, las signaturas de prelados en las actas de los concilios de Toledo, las obras de Idacio o de Isidoro de Sevilla y las llamadas Nomina sedium episcoplaium estudiadas por Claudio Sánchez Albornoz.[3]

Las provincias coincidieron en sus límites con las antiguas provincias romanas, con la excepción del reino de los suevos cuyo territorio estuvo dividido en dos provincias eclesiásticas, cuyas capitales fueron Braga y Lugo. La archidiócesis de Braga comprendían cuatro diócesis que antaño pertenecieron a Lusitania: Lamecum, Viseum, Conimbrica y Egitania. A mediados del siglo VII pasaron a depender de Mérida.[4]

En el siglo III, la ciudad de Toletum se encontraba incluida dentro de la provincia carthaginensis con capital en la ciudad de Carthago Nova, la actual Cartagena. La división en diócesis de Hispania se basó en la división provincial romana, por lo que la sede episcopal de Toledo dependía orgánicamente de la de Cartagena.

A mediados del siglo VI, el emperador bizantino Justiniano se hizo con el control de una franja importante del sur de Hispania, incluyendo sedes diocesanas tan importantes como Corduba, Begastri, Illici y la propia Cartagena, ahora renombrada por Justiniano como Carthago Spartaria.

En los concilios de Toledo aparecen las firmas de 21 o 22 obispos de esta provincia, cuya sede estaba en la ciudad de Toledo. la mayor confusión la tenemos en los nombres de Segobriga, Segovia y Segontia, los tres procedentes del término Sego, que significa «victoria» (prefijo también presente en el nombre de otras ciudades como Segeda y Segontia), y del sufijo -briga, que significaría «ciudad» o «fortaleza». Por lo que podría ser traducido como «Ciudad de la victoria» o «Ciudad victoriosa».

García Villada considera también la existencia de la diócesis de Cartagena, aunque probablemente desapareciera a principios del siglo VII. La primera presencia documental de un obispo de Cartagena se refiere al obispo Héctor, que asistió en 516 al Concilio de Tarragona.

Hispalis es la metrópoli de los obispados de la Bética, que debieron ser solo diez:

García Villada añade el obispado de Abdera, la actual Adra, aunque se trata de una conjetura poco probable.

Augusta Emerita fue la metrópoli de los obispados de la Lusitania, que debieron ser solo trece:

De efímera existencia fue la diócesis de 'Aquis, instituida por el rey Wamba en el año 677 y anulada por el concilio de Toledo de 681.

Bracara Augusta es la metrópoli de los obispados de la Gallaecia, que debieron ser solo nueve. Del periodo suevo-visigótico se conocen los nombres de 12 prelados bracarenses.

Tarraco es la metrópoli de los obispados de la Tarraconense, que fueron quince, los otros catorce eran:

Existen varias teorías acerca del origen del nombre de Septimania: la ciudad de Béziers, Colonia Julia Septimanorum Beaterrae, o las siete ciudades del territorio: las actuales Elne, Agde, Narbona, Lodève, Béziers, Magalona y Nimes. Narbona, integrada al reino visigodo de Tolosa en el año 462, es la metrópoli de los obispados de la Narbonense, que fueron ocho, los otros siete eran:



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