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Giulio Mazarino



Jules Raymond Mazarin (nacido como Giulio Raimondo Mazarini o Mazzarini o Mazarino), más conocido como el cardenal Mazarino (Pescina, Abruzos, 14 de julio de 1602-Vincennes, 9 de marzo de 1661) fue un hábil diplomático, cardenal y político italiano, primero al servicio del papa y más tarde al servicio del reino de Francia. Fue el sucesor del cardenal Richelieu como primer ministro.

Mazarino, quien no era sacerdote, obtuvo el nombramiento de cardenal a propuesta del rey Luis XIII, por los servicios prestados a la monarquía.[1]

Mazarino nació el 14 de julio de 1602 en la abadía de Pescina (en la época de posesión española), en los Abruzzos, al este de Italia.[2]​ Su madre, Hortensia Bufalini,[2]​ pertenecía a una familia noble de Città di Castello, en Umbría. Su padre, Pietro Mazzarini, de origen siciliano,[3]​ estaba al servicio de la poderosa familia romana de los Colonna.[3]​ La pareja tuvo seis hijos, cuatro mujeres y dos varones, de los que Julio era el mayor.[2]​ Su hermano menor, Miguel, fue ordenado sacerdote y con el tiempo llegó a obispo de Aix.[2]

A pesar de haber nacido en Pescina se trasladó pronto a Roma, donde recibió su educación.[2]​ Mazarino se formó con los jesuitas en el Colegio Romano, a donde fue enviado con siete años,[4]​ y se mostró como un alumno brillante y un joven con encanto para sus profesores y condiscípulos.[4]

Acabados sus estudios, con unos dieciséis años, comenzó una época disipada, por lo que sus padres, gracias al patronazgo nuevamente de los Colonna, le enviaron a estudiar derecho canónico a España, a la Universidad de Alcalá de Henares.[5]​ Durante sus tres años de estancia en la península ibérica aprendió el castellano a la perfección, habilidad que más tarde le sería de gran utilidad.[5]​ Aún libertino, se enamoró de una española y, a punto de casarse, fue engañado para regresar a Italia para evitar la boda por su compañero de estudios Girolamo Colonna, hijo de su patrón el condestable de Nápoles.[6][5]​ De vuelta en Italia completó sus estudios.[7]

Adjudicada la administración militar de la Valtelina al papa, este reclutó un ejército para ocupar la región y Mazarino fue nombrado capitán de las nuevas tropas formadas, pasando por las guarniciones de Loreto y Ancona.[8]​ Habiendo logrado hacerse nombrar para un puesto de ayudante del general del Ejército pontificio, pronto se hizo imprescindible en los tratos con franceses y españoles, recorriendo todo el norte de Italia en misiones de enlace y como negociador entre las partes interesadas en el control de la región.[9]

Retiradas las tropas pontificias tras el Tratado de Monzón en 1626, Mazarino pasa a Ferrara, desde donde viaja a menudo a Roma como enviado de su superior para informar a la corte y donde entra en contacto con el cardenal Bentivoglio, representante de los intereses de Francia en la ciudad.[9]​ Ganado el favor de este, Bentivoglio lo recomendó al cardenal ministro, Francisco Barberini, que lo envió como secretario de la legación pontificia en Lombardía.[9]

Confinado en norte de Italia por las intrigas del duque de Saboya, Carlos Manuel I, y la rivalidad franco-española, Mazarino recibió instrucciones del papa de favorecer a Francia para contrarrestar el predominio español, pero no tanto como para sustituir una preponderancia por otra.[10]​ Mazarino, atendiendo de forma característica a los intereses de su empleador pero también a los suyos propios,[10]​ mostró acusada simpatía hacia Francia,[10]​ pero manteniendo la confianza de todas las partes.[11]​ Esto le permitió obtener información relevante que enviaba puntualmente a Roma.[11]

Enterado el duque de Saboya de la inminente invasión francesa de la península italiana, envió a Mazarino a tratar de detener al cardenal Richelieu.[12]​ Mazarino llegó a Lyon el 28 de enero de 1630, entrevistándose con Richelieu al día siguiente.[12]​ La corta estancia fracasó en su objetivo de parar el avance francés, pero fue de crucial importancia para la carrera de Mazarino.[12]​ Sus intentos de negociación con Richelieu continuaron durante la primavera, entrevistándose de nuevo con él el 17 de marzo, pocos días antes de la toma francesa de la fortaleza de Pinerolo, manteniendo una intensa actividad diplomática a favor de la paz, infructuosa, y consciente de su inutilidad, pero destacando por su diplomacia ante Richelieu.[13]

Desde muy joven desempeñó acertadamente cargos diplomáticos para la Santa Sede. Intervino en las intrigas de la sucesión de Mantua, lo que le permitió conocer a Richelieu y a Luis XIII, de cuya política fue gran defensor en la corte pontificia. Sus intervenciones fueron decisivas para la consecución de la paz de Cherasco, en 1631, gracias a lo cual fue recompensado con una nunciatura extraordinaria en París (1635); este cargo lo aproximó al cardenal Richelieu y al rey Luis XIII, de quienes obtuvo el favor.

En 1639 se naturalizó francés, pasando a ser estrecho colaborador del primer ministro, gracias al cual fue nombrado cardenal (1641) y ministro de Estado. El 5 de diciembre de 1642 Mazarino fue nombrado ministro principal del Estado, por recomendación del cardenal Richelieu, quien había muerto la víspera. Desde 1643, tras la muerte de Luis XIII, Mazarino gobierna Francia bajo la regencia de Ana de Austria en nombre del joven rey Luis XIV, quien heredó el trono con tan solo cinco años. Continuará en el cargo de primer ministro hasta su muerte, a pesar de tener fuertes opositores.

Desde su llegada al cargo, debió afrontar la hostilidad de los nobles, incluyendo un complot para asesinarlo. A pesar de sus éxitos militares y diplomáticos, que permitieron dar fin a la Guerra de los Treinta Años (Tratado de Westfalia, 1648), con las dificultades financieras de Francia, Mazarino debió adoptar medidas de austeridad que resultaron impopulares. Sus enemigos trataron de expulsarlo del poder, pero en cada ocasión logró manejar la situación. En 1650 y 1652 debió exiliarse, pero continuó gobernando por intermedio de la reina y de un grupo de leales seguidores, tales como Hugues de Lionne (1611-1671) y Michel Le Tellier (1603-1685).

De regreso a París, fue aclamado por el pueblo que le agradecía el final de la guerra. A Mazarino no le perdonaban su origen italiano ni la concentración de poder que había logrado, que le permitían aumentar impuestos sin negociar. Mazarino muere de una larga enfermedad en el castillo de Vincennes el 9 de marzo de 1661.

Además de su herencia en el ámbito político (Jean-Baptiste Colbert fue secretario personal de Mazarino y su sucesor), Mazarino legó al rey todos sus bienes, que se calculan como la mayor fortuna privada del Antiguo Régimen, doblando incluso la que había amasado su predecesor, Richelieu: 35 millones de libras, 8 millones de las cuales en efectivo (tanto como los fondos del Banco de Ámsterdam, el banco más importante de la época), depositadas en distintas ciudades. El desmesurado enriquecimiento del cardenal se produjo en menos de diez años (1652-1661), se supone que sobre todo a base de especular con los fondos del Estado o el valor de las monedas, y con jugosas comisiones obtenidas, a través de testaferros, sobre el aprovisionamiento de los ejércitos. El joven rey tardó tres días en aceptar formalmente la herencia, pero al poco la devolvió a sus herederos.[14]​ En su testamento Mazarino ordenó también la creación del Colegio de Cuatro Naciones, que con el tiempo se convertiría en el Instituto de Francia.



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