La Guerra de Independencia de Cuba (o Guerra de 1895) es el nombre con el que se conoce a la última guerra de independencia cubana frente al Imperio español, además de la última de las llevadas a cabo en el continente americano. El conflicto se inició el 24 de febrero de 1895 en un levantamiento simultáneo de treinta y cinco localidades cubanas, el llamado Grito de Baire, y finalizó en agosto de 1898, tras la entrada de Estados Unidos en el conflicto y la consiguiente derrota española. Fue denominada en España como la «Guerra de Cuba» mientras que José Martí la llamó «Guerra Necesaria».
José Martí, ausente de la isla desde su deportación a la península en 1871, organizó en los Estados Unidos el Partido Revolucionario Cubano cuyo principal objetivo era lograr la independencia de Cuba. Más tarde patriotas puertorriqueños se unieron con el compromiso de que una vez liberada Cuba, las fuerzas independentistas hicieron lo mismo con Puerto Rico. Conocedor de las razones del fracaso de la Guerra de los Diez Años, Martí preparó las condiciones para que las mismas no se repitieran, dándole a la fuerza militar un poder ilimitado en cuanto a estrategia y táctica, pero dejando al poder civil solamente la tarea de sustentar diplomática, financiera y legalmente la guerra y de gobernar en los territorios liberados.
Martí viajó a Costa Rica, en donde vivía Antonio Maceo, para convencerlo de la necesidad de su participación. Lo mismo hizo con Máximo Gómez, quien vivía en la República Dominicana. Fue en este último país en donde se firmó el Manifiesto de Montecristi, que expresaba la necesidad de la independencia de Cuba. Embarcando desde Haití al frente de una reducida fuerza militar, desembarcaron en Playitas de Cajobabo para coincidir con el Grito de Baire y los levantamientos en varias zonas del oriente de Cuba.
El 24 de febrero de 1895, por órdenes de Martí se levantan 35 aldeas en el Oriente de Cuba en lo que se ha dado en llamar el Grito de Baire. Las autoridades lograron descabezar la insurrección en las cuatro provincias occidentales, con la detención de Julio Sanguily y José María Aguirre Valdés. La capital del Estado envía a la provincia sublevada 9000 hombres, suspende las garantías constitucionales y aplica censura a la prensa. El 21 de marzo Antonio Cánovas del Castillo envía otros 7000 hombres y nombra a Arsenio Martínez Campos, artífice de la Paz de Zanjón, capitán general de Cuba.
Con la experiencia de la Guerra de los Diez Años, un mayor apoyo de las fuerzas políticas y una mayor conciencia nacional, los secesionistas concibieron una serie de campañas como:
La campaña cubana Invasión al Occidente tenía el fin de tomar ese sector de la isla. No fue fácil someter el Oriente de Cuba, en donde las fuerzas españolas tuvieron grandes aprietos para contener a los secesionistas. Sin embargo, José Martí y Antonio Maceo murieron en la contienda: Martí casi al inicio de la guerra (19 de mayo del 1895). Maceo pudo ser que muriera en una emboscada, pero que él mismo tenía preparada al ejército español, según se desprende de la hoja de servicios del subteniente José Muñoz Gutiérrez, sargento en aquella época, y cuyas operaciones desde el 22 de octubre de 1896 en Artemisa y Heras, y posteriormente en la trocha de Mariel a Majama hasta el 23 de diciembre de 1896 en Pinar del Río, incluyendo la derrota de Maceo, y que le valieron al citado sargento la consecución de dos cruces de plata al mérito militar con distintivo rojo. Entre las victorias obtenidas por los secesionistas cubanos se destaca el cruce de Trocha de Júcaro a Morón en lo que actualmente es la provincia de Ciego de Ávila, casi en el centro del país, con el objetivo de impedir el cruce de las tropas libertadoras hacia el occidente.
La primera era una cadena de fuertes y tropas realistas. El paso de dicha trocha representaba no solamente una necesidad para el cumplimiento de la Campaña de liberación del Occidente, sino además una victoria que demostraría el desarrollo militar de los insurgentes. Generalizada la rebelión en toda la isla, el gobierno central de Madrid destituyó al general Martínez Campos y decidió enviar a la isla al general Valeriano Weyler. Este último llevaría a cabo una guerra atroz en su afán de derrotar a los independentistas cubanos. Con un cuarto de millón de hombres, el general Weyler se propuso acabar la guerra en un periodo de veinticuatro meses. Una de sus medidas sería colocar a los habitantes rurales en campos de concentración para de esta manera privar a los sublevados del apoyo del campesinado. Se calcula que murieron unos cien mil cubanos en dichos campos de concentración debido al hambre y las enfermedades.
A pesar del incremento constante de tropas españolas, la política de reconcentración y la abrumadora superioridad de su ejército, Weyler fue incapaz de derrotar a los rebeldes cubanos. Estos, conocedores del terreno y movidos por el espíritu secesionista llevaron a cabo una eficiente guerra de guerrillas consistente en operaciones ofensivo-defensivas que fueron desgastando al ejército español paulatinamente sin que este pudiera obtener resultados favorables, a pesar de contar con líneas de fortificación, ferrocarriles, vigilancia de costas y un armamento más moderno que el de los rebeldes cubanos. Para finales de 1897, el gobierno español se encontró con las arcas vacías y con un ejército agotado por las enfermedades tropicales y la resistencia de los rebeldes. El presidente Sagasta decidió finalmente destituir a Weyler en favor del general Ramón Blanco, tanto por el costo político de su modo de hacer la guerra como por su fracaso militar al no poder derrotar a los rebeldes.
Para finales de 1897 el gobierno de los Estados Unidos reclamaba que la guerra afectaba sus intereses y le exigió a España reformas para lograr la paz. Los proyectos de autonomía para Cuba redactados por los políticos de la metrópolis (Maura, Abarzuza, Cánovas del Castillo) cristalizaron durante el gobierno de Práxedes Mateo Sagasta, con Segismundo Moret en el Ministerio de Ultramar, en una Constitución para la isla que le otorgaba autonomía plena (25 de noviembre de 1897) con la sola reserva del cargo de gobernador general, más los reales decretos por los que se establecía la igualdad de derechos políticos de los españoles residentes en las Antillas y los peninsulares, y se hizo extensivo a Cuba y Puerto Rico el sufragio universal. Sería equiparable a la del Canadá británico.[cita requerida] Se formó un gobierno autonómico y se eligió un nuevo Parlamento insular bicameral, en unos comicios ganados por el autonomismo moderado. El primer gobierno autónomo estuvo presidido desde el 1 de enero de 1898 por José María Gálvez Alonso.
Ninguna de las iniciativas emprendidas desde el Gobierno central tuvieron éxito a pesar de los claros avances, ya que para los intereses de la oligarquía criolla como los de los intervencionistas de los Estados Unidos de América, la presencia española era un obstáculo a eliminar. Los rebeldes cubanos declararon que ya era demasiado tarde para un arreglo pacífico y aseguraron que solo se detendrían hasta lograr la independencia. Ante esta situación Estados Unidos acusó a España de agresión y anunció una guerra inminente. Ante la amenaza, el capitán general de Cuba, Ramón Blanco, le propuso al general Máximo Gómez, líder de los rebeldes, una alianza para enfrentar a los norteamericanos. El general Gómez se negó rotundamente y recibió órdenes del gobierno rebelde de apoyar al ejército estadounidense para lograr la secesión de Cuba respecto de la Corona de España.
La explosión del acorazado estadounidense Maine significó el ingreso de los Estados Unidos en la contienda. La declaración de guerra a España no se hizo esperar y los combates, que antes se centraron en tierra, se trasladaron al mar, pero las escuadras navales españolas no pudieron responder a los modernos acorazados estadounidenses. La toma de Santiago de Cuba y la superioridad militar de las tropas norteamericanas, apoyadas en todo momento por las fuerzas cubanas al mando del General Calixto García (jefe cubano del departamento oriental), obligaron a los españoles, que ya estaban virtualmente acabados, a rendirse en 1898. El suceso abrió paso a la ocupación estadounidense de Cuba hasta 1902.
Por el Tratado de París, España renunciaba a su soberanía sobre Cuba, Puerto Rico y Filipinas, lo que realmente significó dejar el campo expedito a su intervención y ocupación por los Estados Unidos. La exclusión de los representantes de las tres colonias en mención evidenció el ánimo colonialista de los Estados Unidos, aunque las fuerzas independentistas de esos países llevaran el mayor peso de las guerras. El 24 de febrero de 1899, justo cuatro años después del inicio de la guerra, hacía su entrada triunfal a La Habana el generalísimo Máximo Gómez al frente de su ejército. El viejo general dominicano había guiado a los patriotas cubanos a la victoria en su guerra de emancipación contra el Ejército español con la ayuda norteamericana. Miles de personas salieron a recibir al ejército libertador y Gómez sorprendido le dijo a uno de sus hombres «Si toda esta gente hubiese peleado con nosotros habríamos derrotado a España hace muchísimo tiempo».
El descontento de los libertadores al ver cambiar su tierra de amo no tardó en llegar. Si bien Puerto Rico y Filipinas continuaron por más décadas como colonias, ya no de España, sino de Estados Unidos, las presiones cubanas por constituir su propio país hicieron que bien pronto Estados Unidos preparara su retirada. Ese descontento propició las condiciones necesarias para ello, aunque dejando abierta la posibilidad de una nueva intervención como garantía de independencia (redacción de una constitución conforme a la llamada Enmienda Platt aprobada por la Asamblea Constituyente cubana el 12 de junio de 1901): el 20 de mayo de 1902 nacería la República de Cuba con la toma de posesión de su primer presidente, Tomás Estrada Palma. Sin embargo, no será hasta 1909, con la presidencia de José Miguel Gómez (del partido liberal), que termine el Gobierno de Intervención norteamericano y no sin antes (2 de julio de 1903) firmar el arrendamiento de la base de Guantánamo, todavía hoy poseída por los Estados Unidos.
La pérdida de las colonias, y muy especialmente de Cuba, provocó una profunda crisis social, política y cultural en España, dando paso a una época en la que manifestaciones culturales, como la generación del 98 o el regeneracionismo, se vieron marcados por la crisis y el contexto histórico, tratando entre otros temas la «pérdida de personalidad histórica» de España.
La independencia de Cuba constituyó un factor clave de la aparición de nacionalismos contemporáneos en España como el vasco, el catalán y el español.
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