La guerra de los Nueve Años, también llamada guerra de la Liga de Augsburgo, guerra de la Gran Alianza o guerra del Palatinado, fue una guerra librada en Europa y en las colonias americanas entre 1688 y 1697, que enfrentó a Francia contra la Liga de Augsburgo, la cual sería conocida en 1689, con el ingreso de Inglaterra, con el nombre de Gran Alianza. El conflicto finalizó con la firma del Tratado de Ryswick.
La guerra se libró para intentar frenar la expansión francesa en el Rin. Por otro lado, la Inglaterra de Guillermo III participó para evitar el apoyo francés a una posible restauración de Jacobo II en el trono inglés, del que había sido derrocado en la Revolución Gloriosa.
El teatro de operaciones americano, que enfrentó a Inglaterra y Francia por el dominio de las colonias de dicho continente, se conoce como guerra del rey Guillermo.
Tras la guerra de los Treinta Años, la cual había devastado gran parte del sur de la actual Alemania, se formó la Liga de Augsburgo, en 1686, por el emperador Leopoldo I y varios príncipes alemanes (incluyendo a los del Palatinado, Baviera y Brandeburgo) para poner freno al belicismo francés en zonas alemanas. La alianza se amplió con la incorporación de Portugal, España, Suecia y las Provincias Unidas. Aunque el origen de la Liga era proteger la región del Rin de una expansión francesa, su fin último era formar una coalición ofensiva contra Francia, la cual era la mayor potencia europea del momento, y contra las reclamaciones territoriales que hacía el monarca francés Luis XIV en nombre de su cuñada Isabel, duquesa de Orleans.
Francia esperaba que la Inglaterra de Jacobo II se mantuviera neutral en virtud de los tratados que unían ambos países, como el de Dover. Pero tras la deposición en el trono inglés de Jacobo y la subida como monarca del cuñado de este Guillermo de Orange, enemigo acérrimo de Luis XIV (al cual se enfrentó en la guerra franco-holandesa), Inglaterra declaró la guerra a Francia en mayo de 1689, uniéndose así a la Liga, la cual pasó a llamarse Gran Alianza.
La guerra comenzó con la invasión por parte de los franceses del Palatinado en 1688. Dicha invasión era el resultado de las reclamaciones territoriales hechas por Luis XIV en el nombre de la duquesa de Orleans, su cuñada. El ataque produjo la unión de los príncipes alemanes con el emperador, el cual, sin embargo, todavía estaba envuelto en una guerra con el Imperio otomano.
Siguiendo su política agresiva contra los territorios germanos, Luis XIV mandó sus ejércitos a aquel país en 1688. Algunos de sus destacamentos de incursión saquearon el país, llegando muy al sur hasta Augsburgo. La Alianza reaccionó al completo, quedando conformada finalmente tras el Tratado de Viena de mayo de 1689.
En el ejército francés se había concluido la reforma de Louvois, quien reestructuró toda la fuerza militar francesa, haciendo de ella no solo la mejor y más preparada, sino también la más numerosa. De hecho, en 1688 Luis XIV tenía disponible —para ver realizados sus deseos expansionistas— no menos de 375 000 soldados y 60 000 marineros. La infantería estaba uniformada e instruida, y usaban bayonetas, que ya comenzaban a usarse. La única pieza de armamento antiguo era la pica, que había sido ya descartada por las tropas del Imperio en su guerra contra los turcos otomanos.
En 1689, Luis XIV disponía de seis ejércitos de tierra. El de Alemania, que había llevado a cabo la incursión del otoño anterior, no estaba en posición de enfrentarse al grueso del ejército de la coalición oponente. Por ello, Louvois ordenó que se dirigieran al Palatinado, donde la devastación causada en el país entre Heidelberg, Mannheim, Espira, Oppenheim y Worms fue ejecutada metódicamente y sin piedad en los meses de enero y febrero de 1689. Esta medida, puramente militar, tomada por Louvois tenía el único propósito de refrenar el avance del ejército enemigo.
La acción militar fue poco provechosa para los franceses; el mariscal Duras, comandante francés, se vio obligado a resistir en la orilla oriental del medio Rin, y lo único que se le ocurrió fue ir a devastar Baden y Brisgovia, de una importancia militar nula. El ejército principal de los aliados llegó mucho más al norte, por lo que no encontraron ninguna oposición a su avance. Carlos V de Lorena y Maximiliano II Emanuel sitiaron Maguncia, mientras que el elector de Brandeburgo asediaba Bonn. Este último, siguiendo el ejemplo de sus enemigos franceses, bombardeó la ciudad, en vez de hacer una brecha en sus murallas. Maguncia se rindió el 8 de septiembre de 1688. El gobernador de Bonn, lejos de estar intimidado por el bombardeo, aguantó hasta que llegaron refuerzos a la ciudad provenientes de la recién capturada Maguncia. Una vez hubieron llegado, rechazó los términos de rendición que les fueron presentados, resistiendo un último asalto el 12 de octubre de 1688. Tan solo 850 de los 6000 hombres que guardaban Bonn pudieron rendirse el día 16. Boufflers, que comandaba otro ejército francés, operaba desde Luxemburgo (que fue capturado por los franceses en 1684). A pesar de una pequeña victoria en Cochem, no consiguió recuperar ni Maguncia ni Bonn.
En un intento de restaurar a Jacobo II en el trono inglés y sacar así a Inglaterra de la Gran Alianza, Luis XIV suministró tropas y ayuda militar y económica a los promotores jacobitas en Irlanda. Guillermo de Orange se vio obligado a ir a Irlanda a presentar batalla frente a los jacobitas. En la subsecuente guerra, Guillermo venció a Jacobo en la batalla del Boyne en julio de 1690, acabando así con las aspiraciones de Jacobo de recuperar su trono perdido. La guerra continuó hasta julio de 1691, cuando Ginkel, general de Guillermo, obtuvo una victoria decisiva sobre las tropas francesas e irlandesas en la batalla de Aughrim.
En el teatro de operaciones principal de la guerra, la zona continental europea, las primeras campañas militares, la mayoría de las cuales se desarrollaron en los Países Bajos Españoles, fueron favorables a Francia. Tras un revés en la batalla de Walcourt en agosto de 1689, en la que el ejército francés fue derrotado por el ejército aliado al mando del Príncipe Jorge Federico de Waldeck, los franceses vencieron, liderados por el Mariscal de Luxemburgo, en la batalla de Fleurus en 1690. Los franceses también salieron victoriosos de los Alpes en 1690, cuando el Mariscal Nicolas Catinat derrotó al duque de Saboya en la batalla de Staffarda, ocupando Saboya. La recaptura de Belgrado por los turcos en octubre de ese mismo año fue una bendición para los franceses, ya que impedía una posible paz entre el emperador y los turcos y forzaba a este a enviar parte de sus tropas al este para combatir al enemigo otomano. Los franceses también consiguieron la victoria en el mar, venciendo a la flota anglo-holandesa en la batalla de Beachy Head, aunque este dominio no se vio continuado debido al envío de refuerzos para apoyar a los jacobitas y a que no se marcó como objetivo el mantener el control del canal de la Mancha.
Francia continuó victoriosa en 1691, cuando Luxemburgo conquistó Mons y Halle, derrotando además a Waldeck en la batalla de Leuze, mientras que Catinat proseguía su avance hacia Italia y otro contingente francés hacia lo mismo hacia España. En 1692, Namur fue capturada por un ejército francés bajo el mando directo del rey, rechazando un ataque de Guillermo de Orange en la batalla de Steinkerque.
La guerra en el mar no destacó por ser una sobresaliente muestra de energía o capacidad, aunque sí fue singularmente decisiva en sus resultados. Al comienzo de la lucha, la flota francesa navegaba al completo en busca de la flota unida anglo-holandesa. Ya en 1690 había demostrado una amplia superioridad sobre ellas, venciéndolas en Beachy Head. Pero la situación evolucionó a medida que avanzaba la guerra, hasta cambiar completamente. Los británicos vencieron en 1692 en la batalla de Barfleur y obtuvieron una importante victoria naval en La Hogue. Antes del fin de la guerra, la mayoría de la flota francesa se encontraba en puerto. El fallo de la flota se debió, principalmente, a la falta de fondos en la tesorería francesa, aunque la incapacidad de los almirantes franceses para manejar correctamente sus barcos y la incapacidad de los ministros reales para redirigir sus esfuerzos a la marina también contribuyeron mucho al resultado naval.
Independientemente del apartado naval, la guerra continuó, así como las victorias francesas en tierra. 1693 presenció otra victoria de Luxemburgo sobre Guillermo en la batalla de Landen y la captura de Charleroi. Francia obtuvo una victoria decisiva en la batalla de Marsaglia. En 1694 los franceses avanzaron por Cataluña hasta sitiar Barcelona, pero el sitio tuvo que ser levantado por el asalto de una flota inglesa.
La causa francesa sufrió un serio revés con la muerte de François-Henri de Montmorency en 1695. En la campaña del verano de ese año, Guillermo consiguió tomar Namur. El tratado de Turín de 1696 dio fin a la participación de Saboya en la guerra, lo que permitió a Francia reforzar el frente norte, donde estaban repeliendo los repetidos ataques de las fuerzas de Guillermo.
Este periodo de la guerra estuvo marcado por la hambruna y la recesión.
La guerra finalizó con una paz no concluyente, que tomó forma en el Tratado de Rijswijk el 20 de septiembre de 1697, el cual restauraba mayormente el statu quo ante bellum. Luis XIV accedió a devolver las fortificaciones de Mons, Luxemburgo y Kortrijk a los españoles y solo conservó Estrasburgo. Esta decisión fue tomada, probablemente, para mejorar sus posibilidades de colocar a un Borbón en el trono español cuando muriera sin descendencia Carlos II.
Escribe un comentario o lo que quieras sobre Guerra de la Liga de Augsburgo (directo, no tienes que registrarte)
Comentarios
(de más nuevos a más antiguos)