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Haurietis Aquas



Haurietis aquas (en latín, Beberéis aguas) es una encíclica del papa Pío XII, publicada el 15 de mayo de 1956, en la que trata sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús. La encíclica comienza con unas palabras del Antiguo Testamento "Beberéis aguas con gozo en las fuentes del Salvador", del profeta Isaías (Is 12,3), que el papa ve realizadas en los cien años transcurridos desde que el papa Papa Pío IX mandó celebrar en toda la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

En la propia introducción el papa expone una síntesis de toda la encíclica, ponderando la excelencia del culto al Sagrado Corazón.

El modo en que se organiza el texto facilita su lectura y consulta pues los 37 puntos que la componen -exceptuando los que inician la encíclica y algunas de sus partes- tienen su propio epígrafe. A su vez estos puntos se agrupan en 6 partes, cuyos títulos muestran el hilo del discurso. Por ello, antes de resumir su contenido, se recoge aquí su estructura, indicando detrás de cada título el número de los puntos que lo integran:

I. El papa comienza exponiendo la fundamentación teológica de este culto, y rebatiendo la acusaciones de naturalismo y sentimentalismo que a veces se oyen; o la consideración de una más de las prácticas devocionales, y poco apta para reanimar las espiritualidad moderna, al considerar que esta devoción exige penitencia y explicación. (n. 3). Frente a estas opiniones recoge la doctrina de sus antecesores, así León XIII, en su encíclica Annum Sacrum, la llamó "práctica religiosa dignísima de todo encomio" y poderoso remedio para los males de su tiempo, iguales a los de hoy. Pío XI afirmó en la encíclica Miserentissimus Redemptor, "¿No están acaso contenidos en esta forma de devoción el compendio de toda la religión y aun la norma de vida más perfecta, puesto que constituye el medio más suave de encaminar las almas al profundo conocimiento de Cristo Señor nuestro y el medio más eficaz que las mueve a amarle con más ardor y a imitarle con mayor fidelidad y eficacia?", y refiriéndose a los frutos recogidos en su mismo pontificado: las manifestaciones de piedad promovidas por el Apostolado de la Oración, la consagración de algunas naciones al Sagrado Corazón y las cartas, discursos y radiomensajes que él mismo ha realizado.

Expone con precisión el motivo del culto de latría que se tributa al Sagrado Corazón,

Aunque en la Sagrada Escritura no hay ninguna referencia explícita al culto al Sagrado Corazón, en el Antiguo Testamento queda constancia del amor de Dios al género humano, expresado -tal como recoge la encíclica- con imágenes llenas de ternura, así se lee en el profeta Oseas "Cuando Israel era niño, yo le amé; y de Egipto llamé a mi hijo... Yo enseñé a andar a Efraín, los tomé en mis brazos" (Os 11, 5-6) y en el Cantar de los Cantares, "Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, pues fuerte como la muerte es el amor, duros como el infierno los celos; sus ardores son ardores de fuego y llamas" (Cant 8, 6).

II. Es en cualquier caso a través del Evangelio como se puede conocer el amor humano y divino de Cristo a todos y cada uno de los hombres. "En efecto, el misterio de la Redención divina es, ante todo y por su propia naturaleza, un misterio de amor; esto es, un misterio del amor justo de Cristo a su Padre celestial, a quien el sacrificio de la cruz, ofrecido con amor y obediencia, presenta una satisfacción sobreabundante e infinita por los pecados del género humano" (n. 10). El Papa acude a Santo Tomás (Sum. Theol, 3, 15, 4; 18, 6) para explicar la naturaleza de ese amor:

Los autores sagrados y los Padres de la Iglesia "prueban que Jesucristo estuvo sujeto a los sentimientos y efectos humanos y que por eso precisamente tomó la naturaleza humana para procurarnos la eterna salvación" (n. 14), sin embargo no refieren expresamente estos afectos a su corazón físicamente considerado. En cualquier caso, tal como sucede en todos los hombres los sentimiento afectan al cuerpo, y especialmente al corazón.

III. El texto de la encíclica invita a la contemplación del amor del corazón de Jesús, considerando algunos pasajes de la vida de Cristo tal como la exponen los evangelios, deteniéndose especialmente en su Encarnación en el seno virginal de María, en su Pasión, en la institución de la Eucaristía y en su Ascensión a los Cielos. El papa se detiene especialmente en el nacimiento de la Iglesia:

Concluye este apartado reafirmando que el Corazón de Cristo refleja todo el amor de la divina persona del Verbo, es imagen de la doble naturaleza divina y humana del Salvador, y que, por tanto, cuando se adora el Sagrado Corazón en él se adora tanto su amor humano y divino por el que se inmoló toda la humanidad y por la Iglesia. Ese amor de Cristo le hace ser Abogado ante el Padre, que por medio de su Hijo hará descender con abundancia sobre los hombres sus gracias divinas.

IV. El papa dedica esta parte de su encíclica a repasar la historia del culto del Sagrado Corazón pues, aunque está persuadido de que el Corazón de Jesús siempre ha estado presente en la piedad cristiana, comprueba que en los últimos siglos esa presencia se ha acrecentado. Recuerda así algunos santos que se ha distinguido especialmente por haber establecido y promovido esta devoción, así por ejemplo

Pero un especial papel ha representado Santa Margarita Maria Alacoque, que fue favorecida por una revelación particular en que el Señor le mostró su Corazón Sacratísimo; al que la santa supo responder con un celo que promovió este culto, ciertamente ya difundido, hasta un grado antes no conocido. Antes ya de estos hechos, un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos aprobado por el papa Clemente XIII el 6 de febrero de 1765, concedió a los obispos de Francia y a la Archicofradía Romana del Sagrado Corazón de Jesús la facultad de celebrar la fiesta litúrgica. Menos de un siglo después, respondiendo a la suplicas de obispos de caso todo el mundo, Pío IX extendió a toda la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón, mediante Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del 23 de agosto de 1856.

Desde los primeros documentos oficiales relativos a este culto la Iglesia tiene la persuasión de que

V. La última parte de la encíclica muestra el sumo aprecio por el culto del Sagrado Corazón de Jesús y exhorta a los obispos -a quien de modo directo se dirige- para que cuiden la promoción de esta devoción. Señala que mediante este culto el hombre se dispone a honrar y amar en sumo grado a Dios y consagrarse a servicio de la divina caridad. Ante las penas que sufre la Iglesia el culto al Sagrado Corazón es una respuesta adecuada que aliente a los cristianos en su lucha por establecer el Reino de Jesucristo en el mundo. Además la devoción al Corazón de Jesús promoverá el culto a la santísima Cruz y al Sacramento del altar.

El papa anima a los files para que unan estrechamente esta devoción al Corazón de Jesús con la del Inmaculado Corazón de la Madre de Dios, pues ha sido designio divino que en la obra de la Redención María estuviese inseparablemente unida a Cristo.

Concluye el papa expresando su deseo de que el pueblo cristiano celebre solemnemente en todas partes el centenario de la institución de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús por su santidad Pío IX.



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