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Hildebrando



Gregorio VII (en latín: Gregorius PP. VII), de nombre secular Hildebrando di Soana (Sovana, c. 1020Salerno, 25 de mayo de 1085) fue el papa n.º 157 de la Iglesia católica, entre 1073 y 1085.

Hildebrando nace en la Toscana, en el seno de una familia de modesta extracción social. Crece en el ámbito de la Iglesia romana al ser confiado a su tío, abad del monasterio de Santa María en el Aventino, donde hizo los votos monásticos.

En el año 1045 es nombrado secretario del papa Gregorio VI, cargo que ocuparía hasta 1046 en que acompañará a dicho papa a su destierro en Colonia tras ser depuesto en un concilio, celebrado en Sutri, acusado de simonía en su elección.

En 1046, al fallecer Gregorio VI, Hildebrando ingresa como monje en el monasterio de Cluny, donde adquirirá las ideas reformistas que regirán el resto de su vida y que le harán encabezar la conocida Reforma gregoriana.

Hildebrando no regresa a Roma, pero en el año 1049 es requerido por el papa León IX para actuar como Legado Pontificio, lo que le permitirá conocer los centros de poder de Europa. Además, León lo nombrara abad de San Pablo Extramuros. Actuando como Legado se encontraba, en 1056, en la corte alemana, para informar de la elección como papa de Víctor II. Tras la muerte de Esteban IX en 1058 se eligió como sucesor al antipapa Benedicto X. Hildebrando se opuso a esta elección al considerar que se había realizado mediante simonía y logró reuniéndose con los cardenales disidentes en Siena que se eligiese papa a Nicolás II.

En 1059 el papa Nicolás II le nombra cardenal, archidiácono y administrador efectivo de los bienes de la Iglesia, cargo que le llevó a alcanzar tal poder que se llegó a decir que echaba de comer a “su Nicolás como a un asno en el establo”.

Fue enviado a Milán junto a Anselmo da Baggio (el futuro Alejandro II) para apoyar al diácono San Arialdo contra el arzobispo simoníaco Guido da Velate.

Hay que tener en cuenta el conflicto de poderes que se había vivido en el siglo X: dada la influencia que ejercían los obispos sobre la gente de sus diócesis, los reyes pretendían tenerlos como “aliados” (pero desde su punto de vista político). Tener la posibilidad de elegirlos, (entregarles el cargo, es decir “investirlos”) prácticamente aseguraría su fidelidad.

La Santa Sede fue cayendo en manos de las facciones de condes y príncipes, auténticos clanes nobiliarios. Con el tiempo quedó sometida al tiránico dominio de estas familias, que lograron la elección de pontífices afectos, que fueron, en su mayoría, individuos insignificantes o indignos y que hicieron descender el pontificado a los más bajos niveles que ha conocido en su historia. Así, el siglo X fue el Siglo de hierro o Siglo oscuro de la Iglesia. Durante siglo y medio, desfilaron cerca de cuarenta papas y antipapas, muchos de los cuales tuvieron pontificados efímeros o sufrieron una muerte violenta, sin dejar apenas memoria.

Pero ya en el siglo XI surgía la escolástica, corriente teológico-filosófica dominante que propició la clara subordinación de la razón a la fe (Philosophia ancilla theologiae, es decir, la filosofía es sierva de la teología). La escolástica predominaría en las escuelas catedralicias y en los estudios generales que dieron lugar a las universidades medievales europeas hasta mediados del siglo XV.

El cesaropapismo, que había sido inaugurado por la práctica política de Carlomagno, tendrá que ceder definitivamente ante el peso de la hierocracia, que tiene en Gregorio VII a uno de los teóricos de las máximas formulaciones del poder universal de los sucesores de Pedro.[1]

A comienzos del siglo XI, ante un papado impotente ante las facciones nobiliarias, se verificó un auténtico cesaropapismo con el emperador Enrique III (1039-1056), verdadero dispensador de cargos eclesiásticos.[2]​ Tras la muerte de Enrique III surge un movimiento tendiente a liberar al papado del sometimiento al Imperio. En todo el mundo cristiano comienza a reivindicarse la libertad de la Iglesia, principalmente para nombrar sus funcionarios. Se tratará de dignificar la vida moral de los clérigos, condenando la simonía, el nicolaísmo e imponiendo el celibato. Se pretenderá fortalecer la autoridad papal en contra de la voracidad de los príncipes imperiales.

Hildebrando fue elegido pontífice por aclamación popular el 22 de abril de 1073, lo que supuso una transgresión de la legalidad establecida en 1059 por el concilio de Melfi, que había decretado que en la elección papal sólo podía intervenir el colegio cardenalicio, nunca el pueblo romano. No obstante obtuvo la consagración episcopal el 29 de junio de 1073.[3]​ En 1075, Gregorio VII publicó el Dictatus Papae, veintisiete axiomas donde Gregorio expresa sus ideas sobre cual ha de ser el papel del pontífice en su relación con los poderes temporales, especialmente con el emperador del Sacro Imperio. Estas ideas pueden resumirse en tres puntos:

1. El papa es señor absoluto de la Iglesia, estando por encima de los fieles, los clérigos y los obispos, pero también de las Iglesias locales, regionales y nacionales, y por encima también de los concilios.

2. El papa es señor supremo del mundo, todos le deben sometimiento, incluidos los príncipes, los reyes y el propio emperador.

3. La Iglesia romana no erró ni errará jamás.

Estas pretensiones papales llevaban claramente a un enfrentamiento con el emperador alemán en la disputa conocida en la historiografía como «Querella de las Investiduras», que inicia cuando, en un sínodo celebrado en 1075 en Roma, Gregorio VII renueva la prohibición de la investidura por laicos.

Esta prohibición no fue admitida por Enrique IV que siguió nombrando obispos en Milán, Spoleto y Fermo, territorios colindantes con los Estados pontificios, por lo que el papa intentó intimidarle mediante la amenaza de excomunión y de la deposición como emperador.

Enrique reacciona, en enero de 1076, celebrando un sínodo de Worms donde depone al papa. La excomunión lanzada por Gregorio sobre Enrique significaba que sus súbditos quedaban libres de prestarle vasallaje y obediencia, por lo que el Emperador, temiendo un levantamiento de los príncipes alemanes, que habían acudido a Augsburgo para reunirse en una dieta con el papa, decide ir al encuentro de Gregorio y pedirle la absolución.

El encuentro entre papa y Emperador tuvo lugar en el Castillo de Canossa, concretamente en el castillo Stammburg de la gran condesa Matilde de Canossa. Enrique no se presentó como rey, sino como penitente sabiendo que con ello, el Pontífice en su calidad de sacerdote no podría negarle el perdón. El 28 de enero de 1077, Gregorio VII absolvió a Enrique IV de la excomunión a cambio de que se celebrara una Dieta en la que se debatiría la problemática de las investiduras eclesiásticas.

En el V concilio romano, presidido por Gregorio VII, en el año 1078, se renueva la condena a las investiduras llevadas a cabo por laicos:

Sin embargo Enrique dilata en el tiempo la celebración de la prometida Dieta por lo que Gregorio VII lanza contra el emperador una segunda condena de excomunión, lo depone y procede a reconocer como nuevo rey a Rodolfo, duque de Suabia.

Esta segunda excomunión no obtuvo los efectos de la primera ya que los obispos alemanes y lombardos apoyaron a Enrique quien, en un sínodo celebrado en Brixen en 1080, proclama nuevo papa a Clemente III y marcha al frente de su ejército sobre Roma que le abre sus puertas en 1084. Se celebra entonces un sínodo en el que se decreta la deposición y excomunión de Gregorio VII y se confirma al antipapa Clemente III, quien procedió a coronar como emperadores a Enrique IV y a su esposa Berta.

Gregorio VII se refugió en el Castillo Sant'Angelo esperando la ayuda de sus aliados normandos capitaneados por Roberto Guiscardo. La llegada de los normandos obliga a Enrique IV a abandonar Roma, que es sometida a saqueo e incendiada por los ejércitos normandos, acción que desencadenó el levantamiento de los romanos contra Gregorio, que se vio obligado a retirarse a la ciudad de Salerno donde fallecería el 25 de mayo de 1085.

Fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII, celebrándose su festividad litúrgica el 25 de mayo.

La disputa sobre las investiduras finalizó mediante el Concordato de Worms, en 1122, que deslindó la investidura eclesiástica de la feudal.

Durante la querella de investiduras, Gregorio VII estableció alianzas con los Estados medievales europeos circundantes. Una de ellas fue con el rey san Ladislao I de Hungría, quien había desposado a la princesa Adelaida de Rheinfelden, hija de Rodolfo de Suabia, el antirrey escogido por Gregorio VII para oponerse a Enrique IV. Ladislao igualmente había luchado por el trono contra su primo Salomón, quién pretendió entregar como vasallo el reino húngaro al emperador Enrique IV. De esta manera, la relación entre Ladislao I y Gregorio VII resultó estrecha, inclinando a Hungría del lado del papado durante la querella de investiduras.

En 1083, el rey húngaro obtuvo del papa la canonización del rey Esteban I de Hungría, su hijo el príncipe San Emérico, así como de San Gerardo Sagredo, San Andrés y San Benedicto, tres obispos húngaros.




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