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Historia de la Federación de Rusia



La historia de la Federación de Rusia comienza con su independencia tras la disolución de la Unión Soviética, en diciembre de 1991. La RSFS de Rusia era la más grande de las 15 repúblicas que componían la Unión Soviética, acumulaba por encima del 60 % del PNB y más de la mitad de la población. Los rusos también dominaban el ejército soviético y el Partido Comunista. Por ello, Rusia fue ampliamente aceptada como el estado sucesor de la antigua URSS en los asuntos diplomáticos y pasó a ocupar su puesto de miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

A pesar de esa aceptación, la Rusia post-soviética carecía en los años 1990 del poder militar, político y económico de la URSS. Rusia logró que los Estados postsoviéticos entregaran voluntariamente las armas nucleares, concentrándolas así bajo el mando de las aun efectivas fuerzas aéreas, pero la mayor parte del ejército y la flota rusa estaban inmersos en la confusión en 1991. Antes de la disolución de la Unión Soviética, Borís Yeltsin había sido elegido Presidente de Rusia en junio de 1991 en la primera elección presidencial directa en la Historia de Rusia. En octubre de 1991, cuando Rusia se encontraba al borde de la independencia, Yeltsin anunció que el país procedería con una reforma radical hacia la economía de mercado siguiendo las líneas del big bang polaco, también conocido como terapia de choque.[1]

Hoy en día Rusia tiene una economía sólida; formó la Unión Aduanera junto con Bielorrusia y Kazajistán, es el segundo mayor productor de petróleo a nivel mundial, ha modernizado la mayor parte de sus fuerzas armadas y ha logrado tener una fuerte influencia mundial, en asuntos estratégicos y de seguridad, como la Guerra Ruso-Georgiana, la Guerra Civil Siria y la Crisis en Ucrania de 2013-2015.

La conversión de la economía más grande del mundo controlada por un estado en una economía orientada al mercado ha sido extraordinariamente complicada. Las políticas escogidas para esta difícil transición fueron la liberalización, la estabilización y la privatización. Estas políticas estaban basadas en el neoliberal "Consenso de Washington" del FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos.

Los programas de liberalización y estabilización fueron diseñados por el viceprimer ministro de Yeltsin Yegor Gaidar, un economista liberal de 35 años inclinado hacia la reforma radical y muy conocido como defensor de la "terapia de choque". La terapia de choque empezó días después de la disolución de la Unión Soviética, cuando el 2 de enero de 1992 el presidente de Rusia Borís Yeltsin ordenó la liberalización del comercio exterior, los precios y la moneda. Esto supuso la eliminación de los controles de precios de la era soviética con el fin de atraer los bienes a las vacías reservas rusas. Se hicieron desaparecer las barreras legales del mercado privado y la manufactura, y se cortaron los subsidios para granjas estatales e industrias mientras se permitían las importaciones del exterior en el mercado ruso, tratando así de acabar con el poder del estado propietario de monopolios locales.

Los resultados parciales de la liberalización (la eliminación de los controles de precios) fueron un empeoramiento de la hiperinflación (después de que al Banco Central, un órgano bajo parlamento, que era escéptico con las reformas de Yeltsin, le faltaran ingresos y dinero en efectivo para financiar su deuda) y que gran parte de la industria rusa se encontrara cerca de la bancarrota.

El proceso de liberalización crearía ganadores y perdedores, dependiendo de en qué situación se encontrasen dispuestos los diversos sectores industriales, clases sociales, grupos de edad, grupos étnicos, regiones y demás sectores de la sociedad rusa. Algunos saldrían beneficiados de la apertura a la competencia; otros muy perjudicados. Entre los vencedores se encontraba la nueva clase de empresarios y comerciantes del mercado negro que habían aparecido bajo la perestroika de Mijaíl Gorbachov. Pero la liberalización de los precios significó que los ancianos y otras personas con ingresos fijos sufrirían un severo descenso de nivel de vida, y la gente vería una vida de ahorro tirada por tierra.

Con la inflación en tasas de dos dígitos por mes, la estabilización de la macroeconomía se caracterizó por controlar esta tendencia. La estabilización, también llamada ajuste estructural, es un régimen de estricta austeridad (rigurosa política monetaria y política fiscal para la economía, con las que el gobierno buscaba el control de la inflación). Bajo el programa de estabilización, el gobierno permitió que muchos precios flotasen, elevó las tasas de interés hasta máximos récord, subió fuertemente nuevas tasas, bruscamente disminuidas por subsidios gubernamentales para la industria y la construcción, e hizo recortes masivos en el gasto estatal destinado al bienestar. Estas políticas causaron privación generalizada, puesto que muchas empresas del estado se encontraron sin financiación. Muchas industrias cerraron y se produjo una vasta depresión.

La base del programa fue disminuir la intrínseca presión inflacionaria de modo que los productores empezarían tomando decisiones razonables con respecto a la producción, los precios y la inversión en lugar de utilizar recursos excesivos (un problema cuya consecuencia había sido la escasez de bienes de consumo en la Unión Soviética en los años 1980). Los reformadores tuvieron la intención de crear una incentiva estructura en la economía donde la eficiencia y el riesgo fueran recompensados y el derroche y la negligencia penalizados. Eliminando las causas de la inflación crónica, los arquitectos de la reforma defendían lo que fue una condición previa para todas las otras reformas: la hiperinflación arruinaría la democracia y el progreso económico. También sostenían que solo estabilizando el presupuesto estatal podría el gobierno proceder a desmantelar la planeada economía soviética y crear una nueva Rusia capitalista.

La economía de Rusia se hundió en una profunda depresión a mediados de los años noventa, que llegó a ser mayor debido al hundimiento de 1998, y empezó a recuperase en 1999–2000. El descenso de la economía rusa fue más grave que la Gran Depresión, la cual casi paralizó el mundo capitalista después de 1929. Es casi la mitad de grave que la catastrófica caída como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la del zarismo y la Guerra Civil Rusa.[2]

La consecuencia más destacada de la reforma económica fue un agudo incremento de las tasas de pobreza y desigualdad, que crecieron considerablemente desde el final de la era soviética.[3]​ Prudentes estimaciones del Banco Mundial basadas en datos macroeconómicos y encuestas de ingresos y gastos familiares indicaban que mientras que en 1988 tan solo un 1.5% de la población vivía en la pobreza (definida como ingresos por debajo del equivalente a 25$ al mes), a mediados de 1993 se trataba de entre el 39% y 49% de la población. La media de ingresos mensuales per cápita había descendido de 72$ a 32$.[4]​ Los ingresos per cápita cayeron otro 15% en 1998, según los gobernantes.

Los indicadores de la salud pública mostraban un dramático descenso. En 1999, el total de la población disminuyó aproximadamente en tres cuartos de millón de personas. Mientras tanto, la esperanza de vida de los hombres bajaba de 64 años en 1990 a 57 años en 1994, y la de las mujeres de 74 a 71. Los factores de salud y el incremento de muertes no naturales (tales como asesinatos, suicidios y accidentes causados por un aumento de la despreocupación hacia la seguridad) mayoritariamente en gente joven, contribuyeron a esta tendencia. En 2004 la esperanza de vida era mayor que después de la crisis en 1994, pero todavía permanecía por debajo del nivel de 1990.

Las muertes relacionadas con el alcohol subieron un 60% en los años 1990. Las muertes por infecciones y enfermedades parasitarias se incrementaron un 100 %, principalmente porque las medicinas ya no estaban al alcance de los pobres. Actualmente hay aproximadamente 1,5 veces más muertes que nacimientos al año en Rusia.

La escasez en el suministro de bienes de consumo características de los años 1980 se acabaron, no solo debido a la apertura del mercado ruso a importaciones a principios de la década, sino también al empobrecimiento de la población rusa en ese periodo. Los rusos con ingresos fijos (la gran mayoría de los trabajadores) vieron su poder adquisitivo drásticamente reducido, de modo que no podían comprar prácticamente nada.

En 2004 la media de ingresos había ascendido a más de 100 $ al mes, prueba de la suave recuperación en los últimos años gracias, en gran medida, a los altos precios del petróleo. Pero los crecientes ingresos no se están distribuyendo equitativamente. La desigualdad social creció bruscamente durante la década con el Coeficiente de Gini, que llegó a alcanzar el 40 %. Las diferencias de ingresos de Rusia están ahora cerca de ser tan grandes como las de Argentina y Brasil, que han estado desde hace mucho a la cabeza del mundo en cuanto a desigualdad, y esas diferencias económicas siguen creciendo considerablemente en la actualidad.

La reforma estructural hizo descender el nivel de vida para muchos grupos de la población. Por ello se creó una poderosa oposición política. La democratización abrió los canales políticos que permitían descargar esa frustración, de tal modo que se transformó en votos para los candidatos antireforma, especialmente para aquellos del Partido Comunista de la Federación Rusa y sus aliados en el parlamento.

Los votantes rusos, capaces de votar a los partidos opositores en los años 1990, a menudo rechazaron las reformas económicas y anhelaron la estabilidad y la seguridad personal de la era soviética. Eran los grupos que en aquella era había disfrutado los beneficios del control de salarios y precios por parte del estado, los altos gastos para subvencionar a ciertos sectores de la economía, la protección de la competencia proveniente de las empresas extranjeras, y los programas de asistencia social.

Durante los años de Yeltsin, esos grupos estaban bien organizados, declaraban su oposición a la reforma mediante fuertes uniones comerciales, asociaciones de directores de empresas propiedad del estado, y grupos políticos cuyos constituyentes principales se encontraban entre los vulnerables a la reforma. Un tema constante en la historia de Rusia en esa década fue el conflicto entre los reformadores económicos y los hostiles hacia el nuevo capitalismo.

El 2 de enero de 1992, Yeltsin —actuando como su propio primer ministro— promulgó por decreto los aspectos más controvertidos de la reforma económica. Esto le ahorró discutir y pactar las perspectivas parlamentarias, y también destruyó las esperanzas de cualquier conversación significativa acerca del camino que debía tomar el país. Retrospectivamente, además del gran precio que pagaron los rusos a causa de estas decisiones autoritarias, estas ni siquiera ayudaron al país en la transición hacia la economía del mercado.

En cualquier caso, la reforma radical aun tuvo que enfrentarse a algunas críticas barreras políticas. En la era soviética, el Banco Central aún estaba subordinado al conservador Soviet Supremo que se oponía a la presidencia. Durante el auge de la hiperinflación en 1992–1993, el Banco Central intentó realmente desbaratar las reformas imprimiendo moneda en un período de inflación. Al fin y al cabo, el gobierno ruso iba corto de ingresos y fue forzado a imprimir dinero para financiar sus deudas. Como resultado, la inflación se convirtió en hiperinflación, y la economía rusa continuó cayendo en una sería depresión.

La lucha por el centro del poder en la Rusia post-soviética y por la naturaleza de las reformas económicas culminó en la crisis política y el derramamiento de sangre de 1993. A Yeltsin, que representaba la privatización radical, se le opuso el parlamento. Enfrentado con la oposición y amenazado con la impugnación, Yeltsin "disolvió" el parlamento, en lo que puede calificarse como golpe de estado, el 21 de septiembre y ordenó nuevas elecciones y un referéndum para una nueva constitución. El parlamento declaró a Yeltsin fuera de su cargo y designó a Aleksandr Rutskói como nuevo presidente el 22 de septiembre. Las tensiones crecieron rápidamente y los problemas llegaron a un punto crítico después de los disturbios en la calle del 2 y 3 de octubre. El 4 de octubre, Yeltsin ordenó a la Fuerzas Especiales y a la élite del ejército que tomaran el edificio del parlamento, la "Casa Blanca", como se llamaba. Con tanques enfrentados contra las pocas armas de fuego de los defensores parlamentarios,y la multitud de manifestantes desarmada, no cabía lugar a dudas en cuanto al resultado. Rutskói, Ruslán Jasbulátov y otros parlamentarios se rindieron y fueron inmediatamente arrestados y encarcelados. Los datos oficiales indicaron 187 muertos y 437 heridos (con varios hombres asesinados y heridos del lado del presidente).

De este modo el período de transición de la era post-soviética dio a su fin. Se aprobó una nueva constitución por referéndum en diciembre de 1993. Rusia pasó a tener un sistema fuertemente presidencial. La privatización radical siguió adelante. Los antiguos líderes parlamentarios fueron liberados sin procesos judiciales el 26 de febrero de 1994, pero no quisieron llevar a cabo un papel político a partir de entonces. Aunque sus enfrentamientos con el ejecutivo se reanudarían eventualmente, los poderes del remodelado parlamento ruso se habían restringido considerablemente.

En 1994, Yeltsin envió 40 000 efectivos militares para evitar que Chechenia, región productora de petróleo situada en el Cáucaso, se separara de Rusia. Los chechenos, que vivían a 1600 kilómetros al sur de Moscú y eran predominantemente musulmanes, habían presumido durante siglos de ser capaces de desafiar a los rusos. Dzhojar Dudáyev, el presidente nacionalista de la República de Chechenia, fue conducido a llevar a su república fuera de la Federación de Rusia y declaró la independencia de Chechenia en 1991. Rusia se encontró metida rápidamente en un atolladero como el de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam. Cuando los rusos atacaron la capital chechena de Grozni durante las primeras semanas de enero de 1995, cerca de 25 000 civiles murieron durante los asaltos aéreos y los disparos de artillería. El empleo masivo de la artillería y los ataques aéreos fue la estrategia dominante de la campaña rusa. Aun así, los chechenos insurgentes tomaron miles de rehenes rusos, mientras inferían humillantes pérdidas a las desmoralizadas y mal equipadas tropas rusas. Hacia el final del año, las tropas rusas aún no habían conseguido asegurar la capital chechena.

Los rusos finalmente se las arreglaron para lograr el control de Grozni en febrero de 1995, después de una dura lucha. En agosto de 1996, Yeltsin acordó un alto el fuego con los líderes chechenos, y el tratado de paz se firmó formalmente en mayo de 1997. De todos modos, el conflicto se reanudó en 1999, quitando de este modo todo sentido al acuerdo de paz de 1997 (ver Segunda Guerra Chechena). Los separatistas chechenos continuaron ejerciendo resistencia a la presencia rusa hasta este día.

Las nuevas oportunidades capitalistas debidas a la apertura de la economía rusa a finales de los años 1980 y principios de los años 1990 afectaron a los intereses de mucha gente. Como el sistema soviético estaba siendo desmantelado, los jefes bien situados y los tecnócratas del Partido Comunista, la KGB y el Komsomol (Unión Comunista de la Juventud) fueron sacando provecho del poder y los privilegios que tenían en la era soviética. Algunos recogieron silenciosamente las ganancias de su organización y escondieron en el extranjero las cuentas y las inversiones.[5]​ Otros crearon bancos y negocios en Rusia, aprovechando sus posiciones privilegiadas para ganar contratos gubernamentales exclusivos y licencias para adquirir créditos financieros y suministros a precios extremadamente bajos, subvencionados por el estado. Se crearon grandes fortunas de la noche a la mañana.

El programa de privatización estaba profundamente corrupto desde el principio. El mundo occidental en general abogaba por una desmantelado rápida de la economía planificada soviética para abrir el camino a las "reformas de libre mercado", pero más tarde expresó su desacuerdo acerca del poder y la corrupción de los "oligarcas". Algunos llamaron a esta oleada de botines "capitalismo de la nomenklatura". En la época en que el gobierno de Yeltsin llevó a cabo las reformas radicales, los "capitalistas de la nomenklatura" ya se habían afianzado como poderosos.

Posteriormente, la privatización de las empresas del estado dio a muchos de los que se habían enriquecida a principios de los años 1990 una oportunidad para convertir su dinero en acciones de empresas privatizadas. El gobierno de Yeltsin esperaba utilizar la privatización para ampliar tanto como fuera posible su posesión de acciones de antiguas empresas propiedad del estado, consiguiendo así soporte político para su gobierno y sus reformas.

El gobierno utilizó un sistema de vales gratis como medio para dar un impulso inicial a la privatización en masa. Pero esto también permitió a la gente comprar acciones en empresas privatizadas con dinero en efectivo. El gobierno acabó con la fase de privatización de vales y comenzó la privatización de efectivo, ideando un programa que pensó que aceleraría la privatización y al mismo tiempo le daría un dinero en efectivo que necesitaba mucho.

Según el plan, que rápidamente pasó a ser conocido en Occidente como "préstamos por acciones", el régimen de Yeltsin subastaba paquetes sustanciales de acciones de algunas de sus empresas más deseables, como las de energía, telecomunicaciones y metalurgia como avales de préstamos bancarios.

En el intercambio de préstamos, Yeltsin entregó muchas veces activos valiosos. Según los términos de los acuerdos, si el gobierno de Yeltsin no devolvía los préstamos en septiembre de 1996, el prestamista pasaría a ser propietario del título y podía revenderlo o adquirir una posición equivalente en la empresa. Las primeras subastas se produjeron en la caída de 1995. Normalmente se hacían de modo que se limitaba el número de pujas bancarias para acciones, consiguiendo mantener los precios de las acciones extremadamente bajos. En el verano de 1996, los mayores paquetes de acciones de algunas de las mayores empresas rusas se habían traspasado a un pequeño número de grandes bancos, lo cual permitía a estos poderosos bancos hacerse propietarios de un importante número de acciones de grandes compañías a precios sorprendentemente bajos.

La concentración de poder financiero e industrial inmenso, a la cual habían ayudado los "préstamos por acciones", se extendió a los medios de comunicación. Uno de los más importantes magnates de las finanzas, Borís Berezovski, que controlaba grandes participaciones en varios bancos y empresas, ejerció una gran influencia en la programación de la televisión estatal durante un tiempo. Berezovski y otros poderosos e influyentes magnates que controlaban estos grandes imperios de las finanzas, la industria, la energía, las telecomunicaciones y los medios pasaron a ser conocidos como los "oligarcas rusos". Junto con Berezovski, Mijaíl Jodorkovski, Román Abrámovich, Vladímir Potanin, Vladímir Bogdánov, Rem Viájirev, Vagit Alekpérov, Víktor Chernomyrdin, Víktor Vekselberg, y Mijaíl Fridman destacaron como los oligarcas más prominentes y poderosos de Rusia.

La corrupción cubrió todo el espacio de relaciones sociales en la nueva Rusia. Actualmente, lo que queda de aquello son narcotraficantes y líderes del crimen organizado (ver también Mafia rusa). Entre ellos hay un pequeño ejército de extorsionistas que salieron de las ruinas del sistema socialista.

Los oligarcas, que utilizaban los contactos conseguidos durante los últimos años de la era soviética para saquear los grandes recursos de Rusia durante las desenfrenadas privatizaciones de los años de Yeltsin, se convirtieron en los hombres más odiados de la nación. Hoy en día, en Rusia, los oligarcas controlan más del 85 % del valor de las compañías privadas líderes del país.

Al comienzo de la campaña se había pensado que Yeltsin, que gozaba de una salud dudosa (después de haberse recuperado de una serie de infartos) y cuyo comportamiento era algo errático, tenía pocas posibilidades de reelección. Cuando empezó el período electoral a principio de 1996, la popularidad de Yeltsin estaba cercana a cero. Mientras tanto, el Partido Comunista de la Federación Rusa de la oposición ya había ganado terreno en el voto parlamentario el 17 de diciembre de 1995, y su candidato, Guennadi Ziugánov, tenía una base fuertemente organizada, especialmente en las zonas rurales y las pequeñas ciudades, y apelaba al recuerdo de los viejos tiempos del prestigio soviético en el escenario internacional y el casero orden socialista.

El pánico cundió entre el equipo de Yeltsin cuando las encuestas de opinión indicaron que el debilitado presidente podía no ganar; miembros de su entorno le apresuraron a cancelar las elecciones presidenciales y a ejercer efectivamente como dictador desde entonces. En lugar de eso, Yeltsin cambió a su equipo electoral, asignó un papel clave a su hija, Tatiana Diachenko, y nombró a Anatoli Chubáis director de campaña. Chubáis, que no solo era el organizador de la campaña de Yeltsin sino también el arquitecto del programa de privatización ruso, se dispuso a utilizar su control del programa de privatización como instrumento clave para la campaña de reelección de Yeltsin.

El entorno cercano al presidente asumió que solo tenía un breve período para actuar en la privatización; por ello necesitaba dar pasos que tuvieran un impacto inmediato, haciendo que la vuelta atrás en la reforma tuviera un coste prohibitivo para sus oponentes. La solución de Chubáis fue optar por intereses potencialmente poderosos, incluyendo los directores de empresas y oficiales regionales, con el fin de asegurar la reelección de Yeltsin.

La posición de los empresarios fue esencial para mantener la estabilidad social y económica en el país. Los directores representaban uno de los colectivos más poderosos; fueron ellos quienes pudieron garantizar que aquello no se convirtiera en una masiva oleada de huelgas. El gobierno, por tanto, no resistió enérgicamente la tendencia de la privatización por vales de convertirse en "privatización interna", tal y como se llamó, según la cual los empresarios veteranos adquirían la mayor proporción de acciones de las empresas privadas. De esto modo, Chubáis permitió a los patrones con buenos contactos adquirir las mayores participaciones de las empresas. Esta se convirtió en la forma de privatización más ampliamente utilizada en Rusia. Tres cuartos de las empresas privatizadas optaron por este método. El control real se situó en manos de los directores empresariales.[6]

El apoyo de los oligarcas también fue crucial para la campaña de reelección de Yeltsin. Los "préstamos por acciones" a precios de saldo tuvieron lugar en los preliminares de las elecciones presidenciales de 1996—cuando parecía que Ziugánov podía vencer a Yeltsin. Yeltsin y su entorno dieron a los oligarcas la oportunidad de obtener algunos de los valores más deseables de Rusia como devolución a su ayuda en la reelección. Los oligarcas, por su parte, devolvieron el favor.

En la primavera de 1996, con la popularidad de Yeltsin en un flujo mínimo, Chubáis y Yeltsin reclutaron a un equipo de seis magnates que lideraban las finanzas de Rusia (todos oligarcas), los cuales financiaron la campaña de Yeltsin con 500 millones de dólares, a pesar de que el límite de la campaña se había fijado en 3 millones de acuerdo con la ley electoral rusa (Truscott 2004). Además garantizaron una cobertura en televisión y en los principales periódicos que servía directamente a la estrategia de la campaña del presidente. Los medios dibujaron el cuadro de una elección fatídica para Rusia: entre Yeltsin y la "vuelta al totalitarismo". Los oligarcas incluso jugaron con la idea de una guerra civil si un comunista era elegido presidente.

En las regiones periféricas del país la campaña de Yeltsin dependía de sus vínculos con otros aliados—las relaciones patrón-cliente de los gobernantes locales, la mayoría de los cuales habían sido designados por el presidente.

La campaña de Ziugánov tenía una organización de base muy fuerte, pero simplemente no estaba a la altura de los recursos financieros y los accesos al patrocinio que la campaña de Yeltsin podía manejar.

Yeltsin hizo una campaña enérgica, acallando las voces acerca de su salud, explotando todas las ventajas necesarias para mantener un alto perfil mediático. Para apaciguar el descontento de los votantes, hizo la declaración de que abandonaría algunas reformas económicas impopulares y aumentaría el gasto en asistencia social, terminaría con la guerra de Chechenia, pagaría los atrasos de salarios y pensiones y cancelaría el programa de reclutamiento militar (no cumplió sus promesas después de la elección, con excepción de la guerra de Chechenia, que se paró durante 3 años). La campaña de Yeltsin también recibió un impulso por el anuncio de un préstamo de 10 000 millones de dólares al gobierno ruso del Fondo Monetario Internacional.

Grigori Yavlinski fue la alternativa liberal a Yeltsin y Ziugánov. Apeló a la bien educada clase media que veía a Yeltsin como un borracho sinvergüenza y a Ziugánov como una vuelta a la era soviética. Viendo a Yavlinski como una amenaza, el círculo de Yeltsin trabajó para dividir el discurso político, excluyendo de este modo al centro y convenciendo a los votantes de que solo Yeltsin podía vencer a la "amenaza" comunista. Las elecciones se convirtieron en una competición entre dos hombres, y Ziugánov, que carecía de los recursos de Yeltsin y del apoyo financiero, vio impotente cómo se desvanecía su, al principio, fuerte iniciativa.

La participación en la primera ronda de la votación el 16 de junio fue del 69,8 %. De acuerdo con los datos anunciados el 17 de junio, Yeltsin ganaba un 35 % del voto; Ziugánov un 32 %; Aleksandr Lébed, un popular exgeneral, un sorprendentemente alto 14,5 %; el candidato liberal Grigori Yavlinski un 7,4 %; el nacionalista de extrema derecha Vladímir Zhirinovski un 5,8 %; y el expresidente soviético Mijaíl Gorbachov un 0,5 %. Con ningún candidato asegurando una mayoría absoluta, Yeltsin y Ziugánov pasaron a una segunda ronda de votos. Al mismo tiempo, Yeltsin recogía un gran sector del electorado designando a Lébed para los puestos de consejero de seguridad nacional y secretario del Consejo de Seguridad.

Finalmente, la tácticas electorales de Yeltsin valieron la pena. En el desempate del 3 de julio, con una participación de un 68,9 %, Yeltsin consiguió un 53,8 % del voto y Ziugánov un 40,3 %, con el resto (5,9 %) votando "contra todos". Moscú y San Petersburgo (anteriormente Leningrado) juntas supusieron más de la mitad del apoyo del presidente, pero este apoyo también fue importante en las grandes ciudades de los Urales y en el norte y noroeste. Yeltsin perdió contra Ziugánov en el corazón industrial del sur de Rusia. La parte sur del país pasó a ser conocida como el "cinturón rojo", subrayando la resistencia del Partido Comunista en las elecciones desde la ruptura de la Unión Soviética.

Aunque Yeltsin prometió que abandonaría sus impopulares políticas de austeridad neoliberales e incrementaría el gasto público para ayudar a aquellos que sufrían las consecuencias de las reformas capitalistas, un mes después de su elección, Yeltsin decretó la cancelación de casi todas estas promesas.

Justo después de la elección, la salud física y la estabilidad mental de Yeltsin se fueron haciendo cada vez más precarias. Muchas de las funciones ejecutivas de Yeltsin recayeron sobre un grupo de consejeros (muchos de los cuales tenían estrechos lazos con los oligarcas).

La recesión global de 1998, que comenzó con la crisis financiera asiática en julio de 1997, exacerbó la crisis económica rusa. Dada la subsiguiente bajada en los precios mundiales de materias primas, las ciudades que dependían principalmente de su exportación (por ejemplo de la exportación del petróleo) se encontraron entre los más afectados. El fuerte descenso de los precios del petróleo tuvo severas consecuencias para Rusia. La crisis política llegó a un máximo en marzo, cuando Yeltsin de repente despidió al Primer Ministro Víktor Chernomyrdin y a su gabinete entero el 23 de marzo. Yeltsin nombró como Primer Ministro a un tecnócrata prácticamente desconocido, el Ministro de Energía Serguéi Kiriyenko, de 35 años. En un esfuerzo por apoyar la moneda y detener la pérdida de capital, Kiriyenko subió las tasas de interés hasta el 150%. El FMI aprobó un préstamo de emergencia de 22,6 billones de dólares el 13 de julio. A pesar del balón de oxígeno, los pagos de intereses mensuales de Rusia todavía excedieron en mucho sus ingresos de impuestos mensuales. Dándose cuenta de que la situación era insostenible, los inversores continuaron huyendo de Rusia. Semanas después la crisis financiera se reanudó cuando el valor del rublo volvió a bajar. El 17 de agosto, el gobierno de Kiriyenko y el banco central fueron forzados a suspender los pagos de la deuda externa de Rusia durante 90 días, reestructurando la deuda de la nación entera, y devaluando el rublo. El rublo empezó una caída libre, y los rusos buscaron frenéticamente la compra de dólares. La inversión externa se precipitó fuera del país, y la crisis financiera provocó una fuga de capital sin precedentes en Rusia.

El colapso financiero produjo una crisis política cuando Yeltsin, ya sin su apoyo cercano, tuvo que enfrentarse a una reforzada envalentonada oposición en el parlamento. Una semana después, el 23 de agosto, Yeltsin despidió a Kiriyenko y declaró su intención de volver a poner a Chernomyrdin en el cargo, puesto que el país caía en la más profunda confusión económica. Los hombres de negocios poderosos, temiendo otro turno de reformas que podía causar que los negocios fueran a la quiebra, se alegraron de la caída de Kiriyenko, como hicieron los comunistas.

Yeltsin, que empezó a perder su apoyo y a ver deteriorada su salud, quería que Chernomyrdin volviera, pero la asamblea legislativa no dio su aprobación. Después de que la Duma Estatal rechazara la candidatura de Chernomyrdin por segunda vez, Yeltsin, con su poder claramente menguado, retrocedió. En su lugar, nombró Ministro de Exterior a Yevgueni Primakov, que fue aprobado de manera abrumadora por la Duma el 11 de septiembre.

El nombramiento de Primakov devolvió la estabilidad política, porque se lo vio como un candidato comprometido capaz de arreglar las diferencias entre los grupos enfrentados en Rusia. Primakov prometió hacer que el pago de salarios y pensiones atrasados fuera la primera prioridad de su gobierno, e invitó a los miembros de las diferentes facciones parlamentarias a su Gabinete.

Los comunistas y los sindicalistas protagonizaron una huelga a nivel nacional el 7 de octubre y pidieron la dimisión del Presidente Yeltsin. El 9 de octubre, Rusia, que también estaba sufriendo una mala cosecha, apeló a la ayuda humanitaria internacional, incluyendo alimentos.

Rusia se recuperó del hundimiento financiero del 98 con sorprendente velocidad. La recuperación se debió en gran parte a la rápida subida en 1999–2000 de los precios mundiales del petróleo. Otro motivo fue que las industrias domésticas salieron beneficiadas de la devaluación, lo que causó un fuerte incremento en los precios de bienes importados. Además, puesto que la economía rusa operaba en gran medida mediante trueque y otros medios de intercambio no monetarios, el colapso financiero no tuvo un impacto tan grande en muchos productores como podría haber tenido en una economía dependiente del sistema bancario. Finalmente, la economía fue ayudada por una inyección de efectivo; como las empresas podían pagar sus deudas con sueldos y tasas en negro, esto permitió que la demanda de bienes de consumo y servicios de la industria de Rusia creciera. Por primera vez en muchos años, el desempleo en 2000 bajó debido a que las empresas contrataban trabajadores.

No obstante, el equilibrio político y social ha permanecido en una posición delicada hasta nuestros días. La economía sigue siendo susceptible de bajar si, por ejemplo, los precios mundiales del petróleo sufren una caída dramática.

Yevgueni Primakov no permaneció mucho tiempo en su puesto. La administración de Yeltsin comenzó a sospechar que Primakov estaba llevando una política no prooccidental y haciéndose popular, y lo destituyó en mayo de 1999, después de tan solo ocho meses en el cargo. Entonces se nombró en su lugar a Serguéi Stepashin, que en otro tiempo había sido jefe del FSB (la agencia sucesora de la KGB para los asuntos internos) y posteriormente Ministro de Interior. La Duma confirmó el nombramiento en la primera votación por un amplio margen.

La ocupación del cargo de Stephashin fue incluso más corta que la de Primakov. En agosto de 1999, Yeltsin destituyó una vez más al primer ministro y nombró a Vladímir Putin como candidato. Como Stephasin, Putin tenía un pasado en los servicios de inteligencia, había hecho su carrera en el servicio exterior y más tarde había sido jefe del Servicio Federal de Seguridad (FSB). Yeltsin estaba tan seguro de que Putin continuaría su política que incluso llegó a decir que podría ser su sucesor en la presidencia. La Duma dio un ajustado voto favorable a Putin.

Cuando fue nombrado, Putin era un político relativamente desconocido, pero rápidamente se estableció en la opinión pública y en la consideración de Yeltsin como un líder de gobierno en el que se podía confiar, en gran parte debido a la Segunda Guerra Chechena. El mes siguiente, cientos de personas murieron cuando explotaron edificios de apartamentos en Moscú y otras ciudades. Como respuesta, el ejército ruso entró en Chechenia a finales de septiembre de 1999, comenzando la Segunda Guerra Chechena. La opinión pública alarmada por los actos terroristas apoyaron ampliamente la guerra. El apoyo se tradujo en la creciente popularidad de Putin, que planteó operaciones decisivas en el conflicto.

Tras el éxito de las fuerzas políticas cercanas a Putin en las elecciones parlamentarias de diciembre de 1999, Yeltsin confiaba lo suficiente en Putin como para cederle la presidencia el 31 de diciembre, seis meses antes de que expirara su cargo. Esto hizo que Putin actuara como presidente y le dio la gran oportunidad de situarse como favorito de cara a las elecciones presidenciales de Rusia de 2000, las cuales ganó. La guerra en Chechenia apareció de forma destacada durante la campaña. En febrero de 2000, las tropas rusas entraron en Grozni, la capital chechena, y una semana antes de las elecciones, Putin voló a Chechenia en un avión de guerra, declarando la Victoria.

En agosto de 2000, el submarino ruso Kursk explotó y se hundió en el Mar de Barents. Rusia organizó un vigoroso intento de salvar a la tripulación, intento que resultó completamente infructuoso y que fue rodeado por un secretismo sin explicación. Esto, así como la lenta reacción al suceso y especialmente a las ofertas de ayuda exteriores para rescatar a la tripulación, hizo crecer mucho las críticas contra el gobierno y en concreto contra el Presidente Putin.

El 23 de octubre de 2002, los terroristas chechenos se apoderaron del teatro Dubrovka en la ciudad de Moscú. Más de 700 personas fueron tomadas como rehenes en lo que se llamó la crisis de rehenes del teatro de Moscú. Los terroristas pedían la retirada inmediata de las fuerzas rusas de Chechenia y amenazaban con volar el edificio si las autoridades trataban de entrar. Tres días después, los comandos rusos tomaron al asalto el edificio, después de que los rehenes hubieran sido reducidos con gas, disparando a los a los militantes inconscientes. El gas, el cual los oficiales rusos se negaron a identificar, fue señalado como la causa de la muerte de cerca de 115 rehenes.

Tras el asedio al teatro, Putin comenzó con fuerzas renovadas a tratar de eliminar a la insurrección chechena. (Para detalles adicionales acerca de la guerra de Chechenia bajo la presidencia de Putin, véase Segunda Guerra Chechena.) El gobierno canceló la retirada de tropas programada, rodeó los campos de refugiados chechenos con soldados e incrementó la frecuencia de los asaltos a las posiciones de terroristas.

Los terroristas chechenos respondieron aumentando las operaciones de guerrilla y endureciendo los ataques a helicópteros federales. En mayo de 2004 los terroristas chechenos asesinaron a Ajmat Kadýrov, que había sido elegido presidente de Chechenia ocho meses antes en elecciones legítimas. El 24 de agosto de 2004 dos aviones rusos fueron bombardeados. A esto siguió la masacre de la escuela de Beslán, en la cual los terroristas chechenos tomaron a 1300 rehenes entre niños, sus padres y profesores.

Para 2007, el apoyo incondicional de las operaciones militares en Chechenia es solo del 24% de la población rusa, según una encuesta del Levada-Center en marzo de 2004, lo cual se debe a que la situación en la región se ha estabilizado, prueba de lo cual es, por ejemplo, la apertura del Aeropuerto de Grozni.

La política del gobierno de este periodo de lucha contra la corrupción ha dado origen a varias investigaciones judiciales de algunos oligarcas muy influyentes (Vladímir Gusinski, Borís Berezovski y Mijaíl Jodorkovski, concretamente) que consiguieron grandes valores del estado, de forma completamente ilegal, durante el proceso de privatización. Gusinski y Berezovski se han visto obligados a abandonar Rusia dejando parte de sus recursos. Jodorkovski fue culpado de evasión de impuestos y encarcelado con la consiguiente confiscación de sus bienes, entre ellos la empresa YUKOS, la mayor productora de petróleo de Rusia. No se podría decir que la postura de Putin es en general adversa a los oligarcas, pues también trabaja estrechamente con otros oligarcas, como es el caso de Román Abramóvich.

Estos enfrentamientos han llevado además a Putin a establecer un control sobre los medios de comunicación, antes poseídos por los oligarcas. En 2001 y 2002, los canales de televisión NTV (antes perteneciente a Gusinski), TV6 y TVS (pertenecientes a Berezovski) fueron tomados por grupos de comunicación leales a Putin. Adquisiciones similares ocurrieron con los medios de comunicación impresos.

La administración de Putin ejerce un control significativo sobre el contenido de los medios rusos. Muchos editores y directivos están dispuestos a quitar un artículo o despedir a un periodista ante una petición informal de la administración presidencial. Mientras muchos de los problemas de la era de Yeltsin (como la guerra en Chechenia y las huelgas por salarios impagados) aun existen, a los periodistas ahora se les pide que lo ignoren o lo minimicen, produciendo así una imagen positiva de Rusia.

La popularidad de Putin, que proviene de su reputación como líder fuerte y efectivo, se mantiene en contraste con la impopularidad de su predecesor, pero depende de una continuidad de la recuperación económica. Putin llegó al cargo en un momento ideal: después de la devaluación del rublo en 1998, lo que elevó la demanda de bienes domésticos, mientras los precios mundiales del petróleo crecían. Por ello, muchos le atribuyen a él la recuperación, pero su capacidad para resistir a una caída repentina de la economía no ha sido probada. Putin ganó las elecciones presidenciales de Rusia de 2004 sin ningún competidor significativo.

Muchos rusos hoy en día se lamentan por la disolución de la Unión Soviética en 1991. En repetidas ocasiones, incluso Vladímir Putin — el sucesor nombrado por Borís Yeltsin - indicó que la caída del gobierno soviético había llevado a pocas ganancias y muchos problemas para muchos ciudadanos rusos. En un mitin en febrero de 2004, por ejemplo, Putin llamó al desmantelado de la Unión Soviética "una tragedia nacional a gran escala", de la cual "solo las élites y los nacionalistas sacaron provecho". Añadió, "Creo que los ciudadanos de a pie de la antigua Unión Soviética y el espacio post-soviético no ganaron nada de esto. Al contrario, la gente ha tenido que enfrentarse a un gran número de problemas."

El prestigio internacional de Putin sufrió un gran golpe en Occidente durante las disputadas elecciones presidenciales de Ucrania de 2004. Putin había visitado dos veces Ucrania antes de las elecciones para mostrar su apoyo al candidato prorruso Víktor Yanukóvich contra el líder de la oposición Víktor Yúshchenko, un economista liberal pro Occidente. También felicitó a Yanukóvich de su victoria antes de que los resultados de las elecciones fueran oficiales e hizo declaraciones oponiéndose a una segunda vuelta de las reñidas elecciones, que ganó Yanukóvich, entre alegatos de un fraude a gran escala. En Occidente, las elecciones ucranianas evocaron ecos de la Guerra Fría, pero las relaciones con EE. UU. han permanecido estables.

En 2005, el gobierno ruso cambió los extensos beneficios en especias de la era soviética, como los transportes gratis y las subvenciones para los grupos socialmente vulnerables mediante pagos en efectivo. La reforma, conocida como la monetización, ha sido impopular y ha causado una oleada de manifestaciones en varias ciudades rusas, con miles de jubilados protestando contra la pérdida de sus beneficios. Esta fue la primera vez que semejante oleada de protestas tenía lugar durante la administración de Putin. La reforma debilitó la popularidad del gobierno ruso, pero Putin personalmente aún es popular, con un 69% de aprobación.

En 2008, la declaración de independencia de Kosovo mostró un marcado deterioro de las relaciones de Rusia con Occidente. Esto también se pudo observar en la guerra de Osetia del Sur de 2008 entre Georgia, de un lado, y sus repúblicas autónomas pro-rusas de Osetia del Sur y Abjasia y la misma Rusia, de otro. Las tropas rusas entraron en Osetia del Sur y obligaron la retirada de las tropas de Georgia, estableciendo el control sobre el territorio. En otoño del 2008, Rusia reconoció unilateralmente la independencia de Osetia del Sur y de Abjasia.

En el primer período después de que Rusia se hiciera independiente, la política exterior rusa repudió el marxismo-leninismo como guía de acción, enfatizando la cooperación con Occidente para solucionar conflictos regionales y globales, y solicitando ayuda económica y humanitaria de Occidente para apoyar de las reformas económicas internas.

De cualquier modo, aunque los líderes de Rusia describieron a Occidente como su aliado natural, intentaron resolver el nacimiento de nuevas relaciones con los estados de Europa del Este, los formados a partir de la desintegración de Yugoslavia. Rusia se opuso a la expansión de la OTAN a los bloques ex soviéticos de la República Checa, Polonia y Hungría en 1997 y, particularmente, la segunda expansión de la OTAN a las repúblicas bálticas en 2004. En 1999, Rusia se opuso al bombardeo de la OTAN en Yugoslavia durante más de dos meses (véase Guerra de Kosovo), pero posteriormente estuvo junto a las fuerzas de mantenimiento de paz de la OTAN en los Balcanes en junio de 1999.

Las relaciones con Occidente también han sido manchadas por la relación de Rusia con Bielorrusia. El Presidente de Bielorrusia Aleksandr Lukashenko, un autoritario líder al estilo soviético, ha mostrado mucho interés en alinear a su país con Rusia, y ningún interés en reforzar los lazos con la OTAN o realizar reformas económicas liberales. Un acuerdo de unión entre Rusia y Bielorrusia se formó el 2 de abril de 1996. El acuerdo fue intensificado, convirtiéndose en la Unión de Rusia y Bielorrusia el 3 de abril de 1997. El 25 de diciembre de 1998 la unión se fortaleció más, así como en 1999.

Bajo el gobierno de Putin, Rusia ha visto estrecharse los lazos con la República Popular China mediante la firma del Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa así como construirse un oleoducto transiberiano adaptado a las crecientes necesidades energéticas de China.

La cultura contemporánea rusa tiene sus raíces en el legado del régimen soviético. La Unión Soviética, heredera a su vez del Imperio ruso que logró el control de la mayor parte del territorio euroasiático durante cientos de años, con su vasta burocracia, su economía centralistamente administrada, y el mayor ejército del mundo, parecía a los observadores exteriores profundamente resistente al cambio hasta poco antes de la disolución. Bajo la propaganda oficial, en cualquier caso, interesada en las tradiciones presoviéticas y las maneras de hacer de Occidente, creció durante el llamado "período de estancamiento".

Rusia heredó de la Unión Soviética un diverso legado cultural. A lo largo de la Unión Soviética, intelectuales, artistas y profesores preservaron cientos de herencias culturales y lenguas nacionales. Incluso en los años más represivos del estalinismo, la vida privada sobrevivió —y dura hasta hoy en día— formada por fuertes familias y lazos de amistad. Así que también lo hizo el legado de la era zarista por medio de las obras clásicas del arte y la literatura pre-revolucionarias que generaciones de escolares y universitarios soviéticos fueron enseñados a estudiar y respetar.

El imperativo de proveer al régimen soviético de poderosos científicos y capacidad tecnológica también requería que el régimen aceptara un cierto nivel de apertura a las influencies exteriores: los intercambios científicos y culturales de gente e ideas mantuvieron canales abiertos mediante los cuales se filtraban en la Unión Soviética las diversas influencias del mundo exterior y especialmente de Occidente. Como la maquinaria del régimen comunista para formar valores públicos y reforzar el gobierno del PCUS (grupos de juventud, medios de comunicación, y educación partidista en los puestos de trabajo) se desarrolló de modo cada vez más ineficiente tras la muerte de Stalin, estas influencias culturales internas y externas asumieron una importancia cada vez mayor en la formación de la cultura, la opinión pública y los políticos soviéticos.

Puesto que a finales de los años 1980 el viejo sistema del régimen para moldear las creencias y valores públicos se estaba desmoronando, en los años 1990 las ideologías no comunistas —como la democracia liberal, la fe religiosa y el nacionalismo étnico— revivieron. En el momento de la caída en 1991, una proporción significativa de la población, prácticamente la mayoría absoluta, miró esperanzadoramente al futuro, pero ahora, tristemente, no ven nada en el horizonte y cada vez más frecuentemente echan la vista atrás hacia unos tiempos más prósperos y felices. Ahora esperan y rezaban por un cambio de la corrupción y la pobreza a una vida más centralizada y equilibrada donde todo sea puro y exitoso, como en aquellos viejos tiempos.

La palabra que mejor se puede aplicar a la cultura de la Federación de Rusia es 'ecléctica'. Los rusos consiguieron identificarse con su propio pasado presoviético y tomar, algunos dirían que indiscriminadamente, tendencias de Occidente.

Se ha mantenido un debate público acerca de la historia de Rusia. El revisionismo se ha extendido no simplemente a una revaluación de la actitud sino al desarrollo cronológico en sí mismo (por ejemplo, en la Nueva Cronología de Anatoli Fomenko). Nicolás II de Rusia se ha convertido en San Nicolás el Mártir en varios círculos; Lenin habría sido enterrado por la mitad de la población; la toponimia ha encontrado un equilibrio entre el pasado soviético y el imperial.

Pero el presente ha tenido el mayor efecto. La agitación política y económica rápidamente hizo que algunas de las profesiones formalmente más respetadas y estables estuvieran entre las menos deseables en términos económicos. Los profesores trabajaban durante meses sin recibir ningún sueldo en algunos casos. Los científicos vivían en el límite de la pobreza o fueron despedidos cuando sus institutos de investigación se cerraron. Los miembros de las élites culturales y artísticas también tuvieron que aprender a subsistir con apoyos enormemente disminuidos por parte del estado. Algunos lo dejaron, otros emigraron, y otros se adaptaron.

La Iglesia Ortodoxa Rusa creció rápidamente, las iglesias y monasterios reabiertos fueron restaurados, a menudo gracias al trabajo de la congregación. Al mismo tiempo, los neopaganos eslavos han hecho su aparición, que también tienen sectas extranjeras y otras religiones. Su proselitismo ha sido controvertido y ha tenido que enfrentarse a quejas del estado y de algunos ciudadanos. Las fiestas de Pascua y Navidad han sido recuperadas (de acuerdo con el calendario juliano), la asistencia a la iglesia ha aumentado substancialmente respecto a la era soviética y se han hecho comunes rituales tales como las bodas por la iglesia, antes muy infrecuentes. Aun así, muchos rusos han permanecido, si no reconocidamente ateos, bastante poco involucrados con el fenómeno religioso.

La generación más joven, especialmente, ha acogido la música de Occidente y otros tipos de cultura pop. Ello y el crecimiento de la publicidad ha afectado a la lengua rusa, puesto que muchas palabras y construcciones inglesas se han puesto muy de moda. El abuso de las drogas, que se había mantenido muy en secreto en la era soviética, ha salido a la luz con desastrosas consecuencias. Hoy en día hay en Rusia más de 3 millones de drogadictos. La heroína parece ser la droga más escogida. La epidemia de sida prolifera, alimentada por las agujas compartidas de los drogadictos.

La literatura se ha convertido claramente en mucho menos intelectual. Las novelas policíacas, historias alternativas, y novelas pop-históricas se han hecho populares. Por el contrario, la poesía ha disminuido.

Los aplastantes éxitos de los Juegos Olímpicos y los geniales equipos de hockey sobre hielo nacionales se han convertido en cosas del pasado. Los jugadores de tenis rusos, por otro lado, has conseguido éxitos bastante considerables.

La actitud con respecto al resto del mundo ha sufrido graves perturbaciones. Si en 1991 el consenso hacia Occidente era en conjunto favorable, esta opinión se debilitó rápidamente por los desbarajustes producidos por las privatizaciones indiscriminadas y corruptas. Muchos rusos notaron un continuo recelo o incluso hostilidad por parte de Europa y los Estados Unidos. La sensación de aislamiento político aumentó debido a ciertas acciones políticas, especialmente el bombardeo de la OTAN a Serbia y Kosovo en 1999.

De este modo se hizo todo demasiado evidente. Muchos rusos, especialmente de las generaciones mayores, llegaron a ver la llamada "era del estancamiento" bajo el mandato de Brézhnev como una especie de época dorada. Unos pocos, más ruidosos que abundantes, identificaron sus aspiraciones con Stalin. Cartas en periódicos y algunos editoriales lo dejaron muy claro en 2003, en un momento de relativa estabilidad, muchos se sintieron como inmigrantes en su propio país. Los rusos que habían prosperado bajo las nuevas circunstancias, especialmente los llamados nuevos rusos, a menudo se burlaron de estas manifestaciones de nostalgia.

La continuación más fuerte en el punto de vista ruso acerca del antiguo período soviético es que muchos ciudadanos no identifican en ningún sentido su cultura con su gobierno, o (un poco en menor medida) con su ideología política. Una de las rupturas con el pasado más controvertidas, si la tendencia no acaba siendo pasajera, puede ser una conciencia nacional postimperial que pone más énfasis en la pertenencia étnica. La hostilidad personal de los rusos étnicos hacia las llamadas "minorías nacionales" en general, ayudada por la demografía y basada en la percepción de la política interna y la internacional, parece ser considerablemente más fuerte que en el período soviético.

En conjunto, la línea oficial hoy en día es un reconocimiento neutral de todas las fases de la historia y la cultura rusas. Por debajo de los círculos de poder, los rusos están divididos, cómo en tiempos pasados, entre los "occidentalistas" y los "eslavistas" o "eurasiáticos", aunque es demasiado pronto para hablar de estas tendencias como un movimiento formal o para predecir cuál de ellas prevalecerá. En el presente parece haberse conseguido una especie de equilibrio dinámico después del caos de los primeros años de la era post-soviética, pero la evolución futura es incierta.



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