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Historia del suicidio



Las perspectivas hacia el suicidio han variado a través de tiempo y a través de culturas.

En general, el mundo pagano, tanto romanos como griegos, tuvieron una actitud relajada hacia el concepto de suicidio. El Consejo de Arlés en 452 establece: "si un esclavo comete suicidio no se reprochará a su maestro."[1]​ En la Edad Media, la Iglesia había dejado fuera de discusión en el buscar si el martirio era suicida, como en el caso de algunos de los mártires de Córdoba.

Hay algunos precursores de hostilidad cristiana hacia el suicidio dentro de los pensadores griegos antiguos. Pitágoras por ejemplo, estaba contra el acto, basándose más en lo matemático que en lo moral , creyendo que había sólo un número finito de almas para uso en el mundo, y que la salida repentina e inesperada de un alma trastornaba un delicado equilibrio. Aristóteles también condenaba al suicidio, aunque por razones más prácticas, ya que el suicida robaba a la comunidad los servicios de uno de sus miembros. Una lectura de Fedón sugiere que Platón estaba también contra la práctica, en la medida en que permite a Sócrates defender las enseñanzas del Orfismo, quién creyó que el cuerpo humano era propiedad de los dioses, por lo que el hacerse daño a uno mismo era una ofensa directa contra ley divina.

En Roma, el suicidio nunca fue una ofensa general a la ley, aunque el sentido entero hacia la cuestión era esencialmente pragmático. Esto está ilustrado por el ejemplo dado por Tito Livio de la colonia de Marsella, donde quienes querían suicidarse aplicaban su caso al Senado, y si sus razones eran suficientes, se les administraba cicuta libre de culpa. Era específicamente prohibido en tres casos: aquellos acusados de delitos capitales, soldados y esclavos. La razón para cualquiera de los tres era la misma: Era antieconómico el morir para estas personas. Si el acusado se suicidaba con anterioridad al juicio y condena, entonces el estado perdió el derecho de apoderarse de su propiedad, un problema legal que solo podría decidirse por Domiciano en el siglo I dC, quién decretó que quienes morían con anterioridad al juicio quedaban sin herederos legales. El suicidio de un soldado se trataba de la misma manera que la deserción. Si un esclavo se suicidaba dentro de los primeros seis meses de su compra, el maestro podría reclamar un reembolso al dueño anterior.

Los romanos, aun así, aprobaban lo que podría llamarse "suicidio patriótico", así mismo una alternativa al deshonor. Para el Estoicismo, un movimiento filosófico que se originó en Grecia, la muerte era una garantía de libertad personal, una manera de salir de una existencia intolerable. También lo era para Catón el Joven, quién se suicidó después de que los Pompeyos fueron derrotados en la Batalla de Tapso. Ésta fue considerada una 'muerte virtuosa', guiada por la razón y la consciencia. Su ejemplo era más tarde seguido por Séneca, aunque bajo diferentes circunstancias, cuando se le ordenó suicidarse al ser sospechoso de estar involucrado en la Conjura de Pisón para matar Emperador Nerón. Los romanos diferenciaban muy bien entre el suicidio virtuoso y el suicidio por razones privadas. Desaprobaron a Marco Antonio no porque se suicidó, sino porque lo hizo por amor.

En la Edad Media, la iglesia cristiana excomulgaba a las personas que intentaban suicidarse y a quienes se suicidaban, por lo que eran enterrados fuera de los cementerios consagrados. Un ordenamiento criminal emitido por Luis XIV de Francia en 1670 era mucho más severo en su castigo: el cuerpo del muerto era arrastrado a través de las calles, boca abajo, y después colgados o echados en un basurero. Además, todas las propiedades de la persona eran confiscadas.[2][3]

Las actitudes hacia el suicidio empezaron a cambiar lentamente durante el Renacimiento; Tomás Moro el humanista inglés, escribió en Utopía (1516) que una persona afligida con alguna enfermedad se puede “liberar de esta vida amarga…ya que a través de la muerte pondrá un final no a diversión sino a la tortura... será una acción piadosa y santa”. John Donne en su trabajo Biathanatos, desarrolla una de las primeras defensas modernas del suicidio en la que se incluyen pruebas de la conducta de figuras Bíblicas, como Jesús, Sansón y Saúl, y presenta argumentos en tierras de razón y naturaleza para sancionar al suicidio en ciertas circunstancias.[4]

A finales del siglo XVII y a principios del siglo XVIII, se crearon escapatorias para evitar la condena que era prometida por la mayoría de los cristianos como consecuencia del suicidio. Uno ejemplo famoso de alguien quién deseó acabar su vida y aun así evitar la eternidad en infierno era Christina Johansdotter (quien murió en 1740). Ella fue una asesina sueca quién asesinó a un niño en Estocolmo con el único propósito de ser ejecutada. Es un ejemplo de quienes buscan suicidio a través de ejecución por cometer un asesinato.[5]

La secularización de sociedad, que empezó durante La Ilustración, cuestionó las actitudes religiosas tradicionales hacia el suicidio para finalmente formar la perspectiva moderna en el asunto. David Hume negó que el suicidio fuera un delito, dado que no se afecta a nadie y a que era potencialmente una ventaja del individual. En sus trabajos Ensayos sobre el Suicidio y la Inmortalidad del alma, de 1777, pregunta retóricamente, “¿Por qué tener que prolongar una existencia desgraciada, debido a alguna ventaja frívola que el público quizás puede recibir de mí?”[4]​ Un cambio en la opinión pública también se vislumbra en los mismos años, cuando The Times en 1786 inició un enérgico debate bajo el movimiento “¿Es el suicidio un acto de valor?”[6]

Hacia el siglo XIX, el acto del suicidio había cambiado de ser visto como una causa del pecado a ser causado por la locura en Europa.[3]​ A pesar de que el suicidio permaneció ilegal durante este periodo, se convirtió cada vez más en el objetivo de comentarios satíricos, como el anuncio-parodia de 1839 Bentley's Miscellany para una London Suicide Company o el musical El Mikado de Gilbert y Sullivan que satiriza la idea de ejecutar alguien que se había suicidado.[7]

Hacia 1879, la ley inglesa comenzó a distinguir entre suicidio y homicidio, a pesar de que el suicidio todavía resultaba en la pérdida de propiedad.[8]​ En 1882, se permitía el entierro de los difuntos durante el día en Inglaterra y a mediados del siglo XX, el suicidio ya había sido legalizado en la mayor parte del mundo occidental.[9]

En tiempos antiguos, el suicidio se daba después de la derrota en batalla para evitar captura y la posible tortura, mutilación, o esclavismo por parte del enemigo. Los homicidas Bruto y Casio, por ejemplo, se suicidaron después de su derrota en la batalla de Filipos. Los judíos insurgentes murieron en un suicidio masivo en Masada en el año 74 d. C. en lugar de ser esclavizados por los romanos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, las unidades japonesas a menudo peleaban hasta el último hombre en lugar de rendirse. Hacia el fin de la guerra, los pilotos navales japoneses llamados kamikaze eran enviados para atacar barcos Aliados. Esta táctica refleja la influencia cultural de los guerreros samurai, donde el seppuku era a menudo requerido después de una pérdida de honor. [cita requerida]

En tiempos modernos, ataques suicidas han sido utilizados extensamente por militantes islamistas. Aun así, el suicidio es estrictamente prohibido por ley islámica, y los clérigos musulmanes quiénes organizan estos ataques no les consideran suicidio, sino operaciones de martirio. Estos clérigos argumentan que la diferencia está en que para ser suicidio una persona se mata por desesperación, mientras en una operación de martirio una persona lo hace como acto puro. Esta actitud no es universalmente compartida por todos los clérigos musulmanes.[10]

Los espías han llevado píldoras de suicidio para ser utilizadas en caso de ser capturados, en parte para evitar ser capturados, pero también para evitar ser forzados para revelar secretos. Por esta última razón, los espías incluso pueden tener órdenes de suicidarse en caso de ser apresados. Por ejemplo, Gary Power tuvo una píldora de suicidio, pero no la utilizó cuándo fue capturado.

El suicidio de esclavos en los Estados Unidos antes de la Guerra Civil americana ha sido vistos como protesta social. Algunos esclavos fueron retratados por escritores abolicionistas, como William Lloyd Garrison, como los que acabaron sus vidas en respuesta a la hipocresía de la Constitución estadounidense. Los abolicionistas han tenido diferentes vistas sobre el suicidio de esclavos. Muchos casos estuvieron publicados en la esperanza de convencer al público de que los esclavos protestaban a la sociedad de esclavos al acabar sus vidas.[11]

En la década de 1960, los monjes budistas, más notablemente Thích Quảng Đức, en Vietnam del Sur, obtuvo elogio en Occidente en su protesta en contra del presidente Ngô Đình Diệm yquemarse hasta la muerte. Acontecimientos similares fueron reportados en Europa oriental, como Jan Palach después de la invasión de Pacto de Varsovia de Checoslovaquia. En 1970 la estudiante griega de geología, Kostas Georgakis, se quemó hasta la muerte en Genoa, Italia para protestar contra la dictadura de los coroneles de 1967-1974.[cita requerida]

Durante la Revolución Cultural en China (1966–1976), numerosas personalidades públicas, especialmente intelectuales y escritores, cometieron suicidio para huir de la persecución hecha por los Guardias Rojos. Algunos, o quizás muchos, de estos suicidios reportados fueron, de acuerdo a varios observadores, no voluntarios sino resultado del matrato recibido. Algunos suicidas reportados incluyen al famoso escritor Lao She, que está entre los escritores chinos más famosos del siglo XX, y el periodista Fan Changjiang.[cita requerida]

Eliyahu Rips, quién estudió matemáticas en la Universidad de Letonia, intentó, el 13 de abril 13 de 1969, una inmolación en el El Monumento de Libertad en Riga para protesta contra invasión militar soviética de Checoslovaquia.[12]

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