En los manuscritos y libros ilustrados de la Edad Media, las miniaturas (del latín miniare, “colorear con minia”) o iluminaciones (del latín tardío illuminatio) eran pinturas o dibujos de figuras, incluidas o no en escenas o composiciones, las cuales, en su caso, representaban diversos temas propios de su etapa histórica, como los temas de carácter sacro, similares a los que llenaban los vitrales de las catedrales e iglesias en el arte románico y en el primer arte gótico.
Al final del periodo gótico, ya en el umbral del Renacimiento o Edad Moderna, los manuscritos ilustrados se llenan de temas civiles, profanos y galantes, y alcanzan su mayor apogeo con un nivel de calidad excelente y una amplia difusión internacional, principalmente a través de las cortes de la nobleza europea.
A partir del siglo XVI, el auge de la imprenta parece restar protagonismo a este tipo de costosas creaciones. El último gran maestro iluminador fue Giulio Clovio, a mediados del siglo XVI.
En los márgenes de las páginas de los manuscritos era frecuente que se incluyeran distintos motivos ornamentales. Los más conocidos son los dibujos que realzan las letras capitales o los que separan las columnas de texto mediante motivos que representan arquitecturas fingidas, arabescos y tallos y hojas que se enroscan por los márgenes de las páginas.
El término miniatura deriva de minium, un óxido de plomo de color rojo que se utilizaba como componente de la tinta fundamental que se comenzó a emplear para la iluminación de los códices manuscritos en letras capitales, márgenes y posteriormente, con la evolución de la ilustración medieval, en representaciones de gran colorido y complejas composiciones.
La ilustración de manuscritos se inició en el Antiguo Egipto, hacia el 2000 a. C., con el denominado Libro de los Muertos. Estos se realizaban por encargo de faraones, nobles, o sacerdotes y contenían oraciones e instrucciones sobre cómo deberían comportarse los difuntos en el más allá. En ellos se representaban los momentos más importantes del ritual de entierro, embalsamamiento, el pesaje simbólico del alma y la presentación ante Osiris.
Los escribas de Alejandría, probablemente, se inspiraran en la técnica de estos rollos ilustrados al copiar los manuscritos destinados a la Biblioteca de Alejandría, incluso para la posible versión miniada del Antiguo Testamento, traducido en Alejandría, del hebreo al griego, así como los redactores de manuscritos miniados bizantinos posteriores.
El arte de pintar miniaturas y de ilustrar los libros tuvo un papel relevante en el desarrollo de la pintura románica y gótica, así como en otras etapas de la historia de la pintura.
Los grandes nombres del arte de las miniaturas y los libros ilustrados están vinculados a los talleres de ilustradores franceses o flamencos como Jean Poucelle, Jaquemart de Hesdin o los hermanos Limbourg, y a pintores toscanos como Simone Martini y otros. Durante la etapa de la pintura gótica, los libros son obras que facilitan el intercambio cultural y consecuentemente la difusión de las corrientes artísticas por las cortes y otros centros artísticos de toda Europa. Son justamente destacados libros como el Breviario de Felipe el Hermoso, el Salterio de San Luis, el Salterio de la Reina Mary y el libro de Las muy Ricas Horas del Duque de Berry de los hermanos Limbourg, conservado en el Museo Condé de Chantilly (Francia).
Otros libros ilustrados procedentes de los antiguos reinos de la península ibérica son:
Los retratos en miniatura, así como otros géneros en miniatura (escenas cortesanas o paisajes) se desarrollaron a partir del siglo XVI. Eran retratos o pequeños cuadros encajados en diversos objetos como medallones, relojes de sobremesa y joyeros. El marco de los retratos, con frecuencia es un medallón ovalado.
Este nuevo tipo de pintura en miniatura se realizaba en una gran variedad de técnicas pictóricas como óleo sobre cobre, estaño, esmalte o marfil, aguadas sobre pergamino o cartulina, o desde el siglo XVIII acuarelas o aguadas sobre marfil o papel vitela.
Pintores como Goya y Fragonard hicieron de los retratos en miniatura una faceta más de su actividad. Hubo pintores que se dedicaron a este arte casi en exclusividad, como el noble miniaturista y pintor de cámara de Fernando VII José Miguel de Rojas y Pérez de Sarrió III conde de Casa Rojas con su técnica procedente de Francia, del cual tenemos obra en el Museo del Prado, en el Museo del romanticismo y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En el siglo XIX, con el desarrollo de la fotografía se inició la decadencia de este arte.
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