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Indumentaria tradicional de Madrid



¿Dónde nació Indumentaria tradicional de Madrid?

Indumentaria tradicional de Madrid nació en ropa.


La indumentaria tradicional de Madrid es el conjunto de vestimenta, trajes y complementos que se han llevado en la ciudad de Madrid desde su designación como capital de España, y su evolución a lo largo de los siglos.[1]

Buena parte del conjunto de la obra de los pintores y grabadores vecinos del Madrid del Siglo de Oro, la Ilustración, el periodo romántico y el Madrid galdosiano, han dejado una rica documentación visual de la evolución del vestir y las modas en la capital de España. Entre los referentes de más excepcional factura hay que mencionar los tipos recogidos en la obra de Francisco de Goya, hasta el punto de identificarse así el modo de vestir de los llamados luego personajes goyescos de sus cartones para tapices y sus series de Caprichos o escenas taurinas.[2][3]

Además de la iconografía producida durante cinco siglos y de los ejemplos conservados en instituciones como el Museo de Artes y Tradiciones Populares, instalado desde 2010 en una corrala de la calle de Carlos Arniches junto al Rastro de Madrid,[4][5]​ una de las fuentes más completas e interesantes sobre la indumentaria tradicional típica de la capital de España y las poblaciones de su entorno geográfico, han sido las "colecciones españolas de trajes" que se pusieron de moda en la segunda mitad del siglo XVIII.

La primera colección española de trajes, una colección de 86 estampas del grabador Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, data de 1777. Obra concebida como un magno catálogo, continuó publicándose hasta 1788 con el título de Colección de trajes de España, tanto antiguos como modernos, que comprehende todos los de sus dominios, pero quedaría inconclusa con la muerte del autor.[6]​ Para los dibujos contó con la colaboración de su sobrino Manuel de la Cruz, Antonio Carnicero, Luis Paret y otros artistas menos conocidos,[7]​ y reunía un conjunto muy amplio de trajes de los diferentes estratos sociales desde el pueblo más humilde a la más soberbia nobleza.

En 1794 se publicó en el mercado español otro interesante referente, obra de Cesare Vecellio, con 48 estampas dedicadas al traje español, dentro de la Colección de trages que usan todas las naciones conocidas hasta el siglo XVI, dibujadas por Ticiano y Cesar, su hermano, en varios tomos. Obras complementarias en ese periodo del cambio de siglo serían también: la Bestimenta que usan los contabandistas españoles, dibujada y grabada por Marcos Téllez, y toda una serie de estampas críticas o satíricas que ironizaban sobre la moda.[nota 1][8]

Otro conjunto interesante entre las ediciones de colecciones de trajes son las 38 estampas que realizó Antonio Rodríguez sobre tipos madrileños muy variados (desde elegantes damas y caballeros hasta humildes menestrales y mendigos de ambos sexos). Una obra que ha sido impresa en diferentes y numerosas ediciones, a la que cabría añadir otras catorce estampas sueltas, que probablemente formaron parte de una serie que quedó inacabada. El mismo autor publicaría en 1804 otra colección de estampas, ahora ya con el título específico de Modas de Madrid. [9]

Pueden diferenciarse varios segmentos históricos básicos en la evolución de la indumentaria tradicional en Madrid. Un primer periodo de fusión, simbiosis de las tres culturas -castellana, judía y árabe-, común al reinado de la Casa de Austria en lo político y al Siglo de Oro Español en lo cultural, que en lo que a trajes y modos de vestir atañe podría definirse como periodo de negro, sobrio, elegante y 'socialmente oscuro'. La Casa de Borbón y la asimilación del comercio con las posesiones de Ultramar, sin llegar a suponer una ruptura en la indumentaria tradicional, aportaron cierta variedad y fantasía que a lo largo del siglo XVIII pudo desembocar en el vestir madrileño en una estética mixta de lo castellano y lo foráneo, que representada en el traje de majo y maja, se conocería luego como estilo goyesco. La moda francesa, fruto de su Revolución,[10]​ daría como resultado un segundo gran periodo de fusión representado en su fase de formación por la moda Ilustrada y la subsiguiente moda importada de la Europa romántica. Obsérvese que a partir del siglo XIX ya se puede hablar efectivamente de modas, a la vez que el fenómeno de la indumentaria tradicional de los habitantes de Madrid se 'socializaba'.[11]​ El último periodo que puede todavía aceptar la denominación de tradicional -en lo que a usos y costumbres en el vestir corresponde- se extiende a lo largo del siglo XX, aunque solo se puede hablar de modo tradicional de vestir de los madrileños en la primera mitad de ese siglo. El resto aún no es Historia.

La población mixta de castellanos viejos, judíos y moriscos que vio cómo su modesta villa recibía el título de capital de las Españas no ha dejado grandes ejemplos de su indumentaria, pero los estudiosos del tema coinciden en suponer una mezcolanza de prendas sobrias y oscuras (de los castellanos) con otras más ricas en color y diseños (de los judíos) y la tradicional vestimenta de los moriscos redimidos y cristianos nuevos. De los supervivientes de la aljama madrileña tras los ajustes de cuentas de los Reyes Católicos, queda alguna orientación en relación a su vestimenta en los Libros de Acuerdos del Concejo madrileño (1464-1600) y en obras como las Contribuciones documentales a la historia de Madrid, de Agustín Millares Carlo. Un estudio de José Castellanos sobre el Madrid de los Reyes Católicos, recoge párrafos como aquel en el que se advierte a la comunidad sefardí que "non tengan nin vendan paños nin otras cosas en casas nin en tiendas, guardando la ley de Toledo, salvo los moros que van a labrar a las casas, que pueden comer donde labran, como es costumbre".[12]​ De ellos se pueden sacar escasas conclusiones, pero sí confirmar la coexistencia en una política de estricto apartheid que parece conllevar la supervivencia de una indumentaria tradicional profundamente enraizada; es notable la paradoja de que a pesar de ello, elementos de la tradición árabe como los zaragüelles usados por los hombres y el velo usado por las mujeres para cubrirse la cabeza o el rostro, se hicieran extensivos -no solo en Madrid- al común de los habitantes de la península.[10]

Para hacerse una idea del vestir de los castellanos viejos en el Madrid que iba a recibir el 'privilegio' capitalino de manos del nieto de los católicos Reyes, pueden valer estas directrices del Concejo municipal en la indumentaria con motivo de las honras fúnebres por el fallecimiento del príncipe don Juan: "los porteros del Ayuntamiento llevaban ropones de xerga con sus capillas; los regidores vestían una loba con cola e capirote e ropón (para cuya confección eran necesarias veinte varas de paño de a cient maravedís la vara y quarenta de xerga). Tras estas honras fúnebres era obligatorio el luto, es decir que ninguna persona non sea osado de traer bonete de color, nin ninguna mujer de quitar las tocas negros. Las escasas referencias pictóricas del pueblo de Madrid en tan lejanas fechas (siglos XVI e inicio del XVII) dan la impresión, en lo que a la indumentaria corresponde, de que siempre había una honra fúnebre que respetar y un luto que mantener.[13]​ Mucha más documentación se conserva de la indumentaria de la Corte española y del clero afincado en los conventos de Madrid y demás instituciones eclesiásticas o administradas por la Iglesia. Pero la influencia de la vestimenta de los ricos en la del pueblo llano aún tardaría en llegar.[14]

Enraizado en la fusión de las tres culturas (cristiana, judía y árabe), puede hablarse del traje castellano, común en el medio rural de la provincia de Madrid, y que fue imponiendo algunas de sus características en el modo de vestir de la capital a medida que fue incrementándose el éxodo de campesinos a la villa y corte.[15]

En el caso de la mujer, el esquema de la vestimenta básica incluía:

La vestimenta básica de un hombre, en contra de lo que pudiera suponerse, era más sencilla en prendas interiores y más amplia en el vestido exterior.

Con elementos comunes a los dos sexos -con cierta preponderancia para el masculino-, el traje castellano dispone de medias y calcetines, peales, abarcas, alpargatas, chanclos o zocos, botines, botas y borceguíes, zapatos, o leguis y polainas.[19][20]

Puede considerarse así el traje usado en Madrid desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX y que fue adoptado por las clases altas copiándolo de los trajes populares, siguiendo en parte las consignas de sobriedad y populismo exportadas a toda Europa por la Revolución Francesa.[21][22]

Fundiendo recursos tradicionales en el vestir comunes a gran parte de las regiones de España con modas extranjeras traídas por la nobleza y las casas reales, el sin embargo inconfundible 'traje goyesco' hace gala de una riqueza y variedad casi abrumadoras. Simplificando mucho:

La mujer 'goyesca' luce un corpiño ajustado en tejidos ricos (casi siempre terciopelos) muy escotado y un pañuelo, pañoleta, chal o mantón que lo envuelve o cubre parcialmente; camisa de mangas con farol en los hombros y luego ajustadas; redecilla a la cabeza o pelo con caprichosos peinados y adornos de cintas (del tipo caramba); conjunto de faldas de vuelo desde la cintura, y ocasionalmente, mandil. Los más trabajados van bordados, tanto la falda como el corpiño. Complementos habituales son la toquilla y la peineta.[23]

El majo u hombre goyesco viste esencialmente camisa blanca, fajín, chaquetilla corta abotonada y adornada con bordados (o chaleco); pañuelo al cuello haciendo juego con el fajín; pantalón ajustado y llega hasta debajo de las rodillas, mostrando las calzas o medias blancas. También usa redecilla bordada negra a la cabeza, rematada por una borla o "madroño" en su extremo. Se complementa con la capa castellana (o española) y la manta, y diferentes tipos de tricornio para adornar o proteger la cabeza.

Una de las convulsiones históricas de carácter social que afectaría a la moda en el vestir de los madrileños del siglo XVIII fue el edicto y subsiguiente motín de 1766, que pretendió prohibir el uso de la capa larga y el sombrero chambergo, imponiendo la capa corta y el sombrero de tres picos.[24][10]

El Romanticismo, en la médula espinal del siglo XX, supuso para ropa interior de la mujer el primer gran paso hacia la fantasía y la variedad.[25]​ El Museo del romanticismo de Madrid, conserva algunas colecciones ejemplares de la moda indumentaria durante ese periodo en la capital española.[26]

En un curioso relato de 1867, titulado La Mariposa, puede leerse este sugerente encabezado:

La crónica viva -y superviviente- del modo de vestir de los vecinos de Madrid quedó referida con objetividad y generosidad en la obra de dos escritores: Ramón de Mesonero Romanos y Benito Pérez Galdos,[27]​ entre otros muchos (desde Lope de Vega a Don Ramón de la Cruz), aunque quizá con menos volumen documental.[28]

Sirva como ejemplo la cita de Galdós en el segundo libro de los Episodios Nacionales, La Corte de Carlos IV, cuando el joven protagonista (Gabriel de Araceli) describe así a la condesa de X, alias Amaranta:

Dos tipos tocados con montera.

Vestimenta en los gremios madrileños de estereros, aguadores, etc.

Majos y jugadores en una taberna del Rastro.

"Una castañera de las calles de Madrid".

Desde mediados del siglo XX se ha tendido a confundir la tradicional indumentaria madrileña con una variante localista del traje típico, la ropa más o menos "castiza" de los chulapos y chulapas (también llamados manolos y manolas, herederos cosmopolitas de majos y majas del siglo XIX).

Fijado por populares zarzuelas y sainetes de finales del siglo XIX y principios del siglo XX , como La verbena de la Paloma, el traje, de modo esquemático y tópico se presenta así: los "Felipes" o "pichis" lucen chaquetilla o chaleco -con imprescindible clavel en la solapa-, pantalones oscuros y ajustados, gorra a cuadros blanquinegros (la parpusa cañí), botines y pañuelo blanco al cuello. Las "Mari Pepas" o "Palomas" llevan el pelo recogido en un moño alto que cubren con un pañuelo a la cabeza -que las hace más altas y coronadas- que adornan indefectiblemente con clavel rojo o blanco; el torso cubierto por blusa blanca y ajustada, y de cintura para abajo con falda de lunares, o la opción del vestido completo de lunares desde la garganta hasta los pies; como complemento castizo más singular, la mantilla o el mantón de Manila.

Siguiendo algunos manuales y estudios sobre la historia de la vestimenta en España[30]​ y la indumentaria tradicional,[31]​ pueden describirse prendas y complementos básicos como pudieron ser:[32]



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