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Moda



La moda (del francés mode y del latín modus ‘modo, medida’)[1]​ es un conjunto de prendas de vestir, adornos y complementos basados en gustos, usos y costumbres que se utilizan por una mayoría durante un periodo de tiempo determinado y que marcarán tendencia según la duración del mismo; aunque también la moda se refiere a algo que se repite muchas veces, en este caso, las prendas de vestir.

La moda es fiel reflejo de la sociedad y siempre ha estado muy marcada por el momento económico o social. Si nos paramos a analizar la historia de la moda, grandes cambios han surgido en los momentos de crisis. Tan sólo viendo el modo de vestir de los ciudadanos ya podemos ser capaces de ubicarlos en una época determinada.

La intención de ciertos individuos de separarse de las tendencias dominantes de moda crea generalmente una nueva tendencia por su carácter diferenciador. (Simmel).

La propagación de una tendencia en la moda desemboca necesariamente en su fracaso. Toda moda ampliamente aceptada pierde su atractivo al dejar de ser un elemento diferenciador.[2]

En su obra La teoría de la clase ociosa, Veblen relata cómo la moda es una herramienta que la clase alta usa para diferenciarse del resto de clases, fundamentalmente de las más bajas. La belleza y el simbolismo del ocio; relacionado con el ser pudiente, la sobriedad y la eficacia de las prendas de las clases bajas e industriales, quedan enfrentados. Bourdieu llama a esto prácticas distintivas: la manifestación de la lucha de clases, en este caso simbólica, cuyo objetivo es perpetuar la desigualdad entre éstas.

La difusión vertical de los gustos es el mecanismo según el cual, argumenta Veblen, la moda se transmite de una clase a otra, pues toda clase imita a la inmediatamente superior. Los miembros pertenecientes a una determinada clase pueden identificarse entre ellos al estar en un mismo nivel y diferenciarse de otros al haber una barrera que les separa.

El gusto diferenciado de cada clase no es inherente a sus miembros. Según Bourdieu, es la consecuencia de la socialización de los individuos dentro de las distintas clases, es decir, su familia, su escuela, sus amigos de la infancia, etc. Este gusto se aprende del contexto y se interioriza. El término nuevo rico tiene una connotación despectiva, pues designa a alguien que si bien acaba de llegar, en términos económicos, a una nueva clase, no lo ha hecho en términos simbólicos; ya que no viste ni se comporta de la misma manera, no porque no tenga voluntad de hacerlo sino porque se ha socializado como alguien pobre, con unos esquemas mentales que le permiten procesar la realidad que le rodea para esa clase en concreto y no para otra.[2]

Simmel considera que la moda es simplemente una herramienta que los individuos utilizan para liberarse de la angustia de la elección, al poder considerarse miembro de un grupo con facilidad. La individualidad exige una serie de responsabilidades que se diluyen en el grupo y obliga a los sujetos a defenderse por sus propias fuerzas (de los ataques simbólicos, se entiende). La moda sería, en este caso, un mecanismo que responde a una necesidad social y, por tanto, no se le puede buscar una finalidad última.

Cuanto mayor sea la dificultad de los individuos para diferenciarse, más febril es el combate simbólico de distinción-imitación que sucede entre diferentes clases, exigiendo esto, a su vez, más cambios que suceden a una mayor velocidad para satisfacer esta demanda. Y aquí, el sistema productivo responde con una mayor obsolescencia.[3]

Keynes ideó la metáfora del concurso de belleza para explicar el funcionamiento de los mercados bursátiles, pero sirve también para explicar el funcionamiento de la moda desde la perspectiva de la transmisión horizontal.

Imaginemos un concurso en el que debemos elegir entre seis rostros aquel que consideremos que será el más votado. Si somos perspicaces, nos daremos cuenta de que no debemos escoger en función de nuestro gusto particular, ni tampoco del gusto mayoritario. Suponiendo que el resto de concursantes son igual de perspicaces que nosotros, debemos escoger el rostro en función de lo que pensamos que otros pensarán. Se trata de un juego de pienso que piensa que yo pienso sin fin. El problema que plantea es que es imposible adivinar el resultado con certeza.[3]​ ¿Escogerán los demás en función de su gusto individual? ¿De la media de los gustos particulares? O ¿escogerán pensando en las estrategias de otros participantes? En definitiva, todas las personas, aunque no lo sepan, participan en un concurso de belleza.

En el Renacimiento italiano se acostumbraba, por parte del género masculino, el uso de capa corta y sin capucha, birrete, sombrero con plumas y zapatos de punta roma y ancha. Las mujeres por otro lado, llevaban bullones y acuchillados en las mangas, y una gorguera rizada; además de faldas y sobrefaldas, jubones y corpiños, capas o mantos rozagantes y una cofia para la cabeza.

A partir de la segunda mitad del siglo, la creciente importancia de la monarquía española impone en Europa el estilo de la corte del emperador Carlos I de España, un estilo de gran sobriedad, caracterizado por el uso de colores oscuros y prendas ceñidas, sin arrugas ni pliegues y aspecto rígido, sobre todo en las mujeres, en las que se impone el uso del verdugado. En el borde superior de la camisa se colocaba un cordón que dará lugar a la gorguera o lechuguilla.

Durante esta época domina la moda francesa, tanto en hombres como mujeres. Se utilizaban los calzones cortos con medias de seda, chupa y casaca que, a mediados del siglo, se vuelve más reducida y con pliegues laterales hacia atrás y mangas estrechas.

Con la caída de la dinastía francesa, vuelve el traje simple y se llevan calzones ajustados hasta media pierna, chaleco, corbata y casaca, faldones con cuello alto y vuelo, pelucas empolvadas y rematadas por un lazo, e incluso sombreros de tres o dos picos.

Tras la revolución, el cabello se deja largo y liso, visten sombreros de copa alta cónica o en tubo, con alas cortas y más tarde zapatos con tacón de color a los que se añaden lazos o hebillas y botas altas con vueltas. La mujer viste con bainners o verdugados anchos y aplastados en los dos frentes, corpiño encorsetado y escote con gasas o encajes, polonesas, batas con cuello de encaje y manga larga. El traje francés consiste en corpiño puntiagudo, mangas abolladas, faldas rectas y abiertas, que son drapeadas con polizón y larga cola, cuello doblado y mangas tirantes hasta el codo con chorreras. Junto con la revolución, desaparece el vuelo de la falda y se imitan las vestiduras clásicas: talle alto, chaquetilla corta con manga larga, falda con pliegues, grandes escotes, chales y guantes largos. En cuanto al peinado, este es hacia atrás con rizados que posteriormente se hacen más altos y voluminosos con tirabuzones, lazadas y plumas, bonetes y sombreros de alas anchas. El tipo de calzado normalmente son zapatos con tacón alto y punta estrecha, aunque más tarde comenzaron a llevarse los bajos.

En el siglo XVIII destacan como prendas masculinas las casacas francesas y las chupas, esto es, casacas de inferior clase y algo estrechas, las chaquetillas, los calzones ajustados hasta la rodilla, las corbatas en vez de las golillas, las pelucas y los grandes sombreros. Mientras tanto, en las vestiduras femeninas continúa el mismo estilo que en el siglo pasado y se adopta el uso de las mantillas para la cabeza. Llevaban también vestidos largos, grandes sombreros y sobre todo en la alta sociedad, la mujer se caracterizaba por vestir con un corsé, que era una forma de demostrar su altura. Además usaban anillos, y algunas veces guantes largos o collares, entre otros.

Durante este siglo fueron propios el frac, la levita y el pantalón para los caballeros, y la mantilla de seda y las peinetas para las señoras en España.

Una vez finalizada la época napoleónica, desde 1800[4]​ hasta 1820, en la que la silueta femenina se mostraba esbelta y con el talle siempre alto, ceñido justo bajo el pecho, dejando el resto de la prenda caer recta sobre el cuerpo; hubo un cambio drástico en el Romanticismo, dando paso al corsé, que daba al talle la forma de un reloj de arena y al miriñaque, que ahuecaba las faldas amplias y que llegó a su apogeo en 1860, causando que las damas no pudieran pasear del brazo de su esposo o prometido. En 1870, fue sustituido por el polisón, que únicamente ahuecaba la falda por detrás y que pasó de moda en 1890, cayendo entonces la prenda hasta el suelo sin armazón alguno, aunque hasta 1900 las faldas fueron un poco acampanadas.

Entre 1820 y 1914, hubo en el vestuario femenino occidental una clara distinción entre vestidos de día, siempre con manga larga, aunque podían ser hasta el codo en verano, y cerrados hasta el cuello; y vestidos de noche, siempre de manga corta y muy escotados.

La moda del siglo XX comienza en el año 1900 con la llamada silueta S, conocida de esta manera debido al corsé que empujaba los pechos hacia arriba, estrechaba la cintura y las faldas ajustadas a la cadera, que ensanchaban en forma de campana al llegar al suelo. En el mundo laboral empiezan a incorporarse los trajes sastre y el corte con influencia masculina para las mujeres. Los vestidos seguían siendo largos, hasta cubrir los zapatos. Las plumas y los encajes hacían furor; destacaron los grandes sombreros, con infinidad de adornos y ornamentos. Esta moda fue seguida mayoritariamente por las clases altas y medias. En 1908, la silueta se hizo mucho más recta, sin marcar tanto la cintura, y se produjo una oleada de orientalismo gracias a los diseños de Paul Poiret y los ballets rusos.

En esta década se distinguen dos periodos. El primero, desde 1905 hasta comienzos de la Primera Guerra Mundial, caracterizado por ser el apéndice de la moda recargada propia de la Belle Époque, así como por la aparición de una silueta que tiende hacia la verticalidad en la mujer y al orientalismo. Se ponen de moda los corsés rectos y largos y las faldas con poco vuelo acompañadas de una sobrefalda, además las faldas de día se acortan hasta los tobillos, dejando a la vista los zapatos. El segundo, a lo largo de todo el conflicto, se caracteriza por la aparición de modas mucho más cómodas para la mujer: las faldas continúan acortándose hasta casi media pantorrilla y los cuerpos siguen la línea natural del cuerpo, sin corsé. Esto se debió a la necesidad de que fueran las mujeres las que supliesen la falta de mano de obra en los puestos de trabajo que antes ocupaban los hombres. A causa de esta comodidad en la vestimenta, nacerá más tarde la moda andrógina propia de los años veinte.

En la década de 1920, la ropa comenzó a tener un fin mucho más práctico. La silueta cambia de nuevo, descendiendo el talle hasta marcarlo en las caderas. Se populariza el traje de chaqueta como ropa de calle y para las fiestas se elegían vestidos con grandes escotes en la espalda así como abrigos largos de pieles. Destacan las faldas cortas hasta la rodilla y los sombreros sobrios y cerrados —cloché—, además, las mujeres se dejan el pelo corto por primera vez.

Durante esta década, las señoras cambiaron su aspecto blanco por la apariencia natural del polvo facial rosado, creado por la cosmetóloga polaca Helena Rubinstein. Los años 1920 fueron uno de los periodos más revolucionarios del siglo XX en este sentido, pues las mujeres adoptaron la costumbre de maquillarse, guardando en el bolso polveras y pintalabios para los retoques. Hasta ese momento, las únicas que llevaban maquillaje eran las artistas y las prostitutas. Las mujeres jóvenes se destaparon y comenzaron a beber y fumar en público como una forma de provocar al rígido estatus que reinaba a principios del siglo.

Las chicas que estaban más a la moda se pintaban los labios de color rojo, lucían el cabello corto y los ojos pintados con sombras oscuras, y solían bailar jazz hasta el amanecer. Esta fue, probablemente, la década más atrevida y transgresora. Fue una época de cambio que afectó a todos los aspectos culturales y repercutió con fuerza en la moda.

El optimismo terminó con el crac de la Bolsa en octubre de 1929, que provocó una grave crisis económica mundial durante los siguientes años. En 1930, la cintura vuelve a marcarse en su lugar natural y las faldas se alargan hasta por debajo de la rodilla. Volvió la feminidad, los adornos en prendas, los sombreritos y el cabello abandona el estilo garçon por peinados un poco más largos y con ondas. A partir de 1935 se suelen marcar los hombros, dando a la silueta un aspecto de triángulo invertido.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la moda se definió como austera y simple: el look se militarizó y los tejidos se volvieron pobres debido a la carestía de materiales. Por consiguiente, las mujeres vestían con uniforme de ciudad, es decir, trajes de chaqueta. El largo de las faldas continuaba por debajo de las rodillas, pero la escasez de materiales era tan grande que se impusieron leyes que reglaban este largo. Dado a su coste, no todas las mujeres podían comprarse medias. Se popularizaron los panties, se usaban los zapatos topolino de corcho y gorritos muy sencillos o simplemente pañuelos en la cabeza.[5]

Los primeros años de la posguerra devolvieron a la mujer al hogar, a las tareas de la casa y a volver a pensar en sí misma. Después de años de angustia, preocupaciones y mucho trabajo, la mujer pudo vivir en la tranquilidad de su hogar, darse pequeños gustos y ser coqueta. El mundo dejaba una etapa atrás y la moda también lo hizo. Desde entonces, la mujer volvió a preocuparse por su belleza, su estética y su vestimenta. Es por ello que la moda de los años 50 destaca por la vuelta del esplendor.

En 1947, tras el triunfo del New Look de Christian Dior, se popularizó la silueta de reloj de arena: una cintura estrecha con voluminosas curvas. Para exagerar esta silueta, se utilizaban sostenes con forma de cono y corsés ajustados. Se aumentó el vuelo de las faldas, cuyo largo continuaba por debajo de las rodillas. La mujer quería frivolidad y ansiaba ropa femenina que no pareciera una versión civil de los uniformes militares. Deseaba volver a ser sensual, pero sin ser muy provocativa; las curvas se convirtieron así en el nuevo símbolo de la belleza femenina. Debía ir siempre correctamente maquillada, y comenzó a valorarse mucho el uso de accesorios como zapatos de tacón de aguja, guantes, tocados, pamelas, bolsos al codo... Los tejidos más utilizados fueron distintos tipos de seda y tul. El principal objetivo era dar un mayor volumen a las caderas de la mujer y conseguir una cintura de avispa.

Los diseñadores más señalados de esta época fueron Christian Dior, Coco Chanel, Cristóbal Balenciaga, Elsa Chiaparelli, Hubert de Givenchy, Jacques Fath, Nina Ricci y Pierre Cardin.[6][7]

Esta década destaca por la revolución. Se utilizó de nuevo ropa cómoda y juvenil, siguiendo la línea natural del cuerpo y dejando atrás el lujo burgués. Se abandona el uso habitual de sombreros y guantes de vestir. A partir de 1966, se puso de moda la ropa extravagante, con estampado de mariposas, flores, pop-art o étnico. Las siluetas volvieron a ser más lisas y se comenzaron a imponer rápidamente entre las jóvenes por todo el mundo las revolucionarias minifaldas, cortas hasta el muslo, que nacieron en Londres en 1965 de la mano de la diseñadora Mary Quant.

En 1970, los adolescentes tenían la capacidad de expresarse libremente. Así surgió el concepto de la ropa diferente, original, divertida y extravagante. El cabello se llevaba corto, largo o con cortes geométricos. Tanto los hombres como las mujeres comenzaron a usar pantalones de campana y se impusieron las blusas de algodón, entre otros.

Fue una década muy diversa, en la que se produjo un furor hacia lo retro. Las flores fueron uno de los principales símbolos, no solo en la ropa sino también en el pelo, y representaban la ideología ilusoria que les guiaba a la llamada revolución de las flores. Resaltaban los trajes y vestidos, que se lucieron con ajustados pantalones. El algodón fue remplazado por la lycra, y usaban botas o zapatos de tacón, tipo suecos.

La moda trajo consigo considerables cambios durante estos años. El nuevo estilo se caracterizaba por el uso de ropa interior visible, ya fuese sobre una camiseta, debajo de una camiseta translúcida o tirantes de encaje visibles. Esta nueva moda fue altamente controvertida, volviéndose un sinónimo de liberación para las mujeres, pues antiguamente usar la ropa interior de esta manera les daba el aspecto de ser una mujer desarreglada. Gracias a esta tendencia, las mujeres actualmente pueden vestir camisetas cómodas sin tener que preocuparse por las transparencias o los tirantes de los corpiños.

Esta época se basó en la variedad y no en una tendencia específica y duradera. Hubo una preferencia por vestir con aquello que les hiciera sentirse más cómodos, sin darle mucha importancia a la opinión de los demás o a las tendencias, porque se había llegado a la conclusión de que no había una verdadera libertad. Las camisetas de grupos musicales se volvieron populares, así como el cabello suelto. Una de las grandes innovaciones de este periodo fue la aparición de los pírsines, tatuajes y tintes de pelo.

A finales del siglo XX y principios del XXI, nace la posibilidad de encargar y enviar prendas de ropa a cualquier parte del mundo gracias a los medios de comunicación o Internet. Por consiguiente, la moda actual parece que se dirige hacia una uniformidad universal.

A lo largo de los años 2000, toma fuerza el concepto de las tribus urbanas. Éstas influyeron directamente en los modos de vestir, principalmente por la creciente exposición a los medios masivos como Internet. Si bien las subculturas ya existen desde los años 1960 y 1970, como Beatnik y Hippies, algunas no adoptan el sentimiento contracultural que dio origen a las mismas, siendo únicamente identificables por su forma de vestir, por ejemplo, la cultura emo. Tanto los hombres como las mujeres adoptan el chándal para casi todo tipo de ocasión. Las mujeres usan shorts, faldas, minifaldas y pantalones de tiro alto, y se reincorporan algunas prendas de los años 1980, regresando el estampado floreado. En cuanto al calzado, las mujeres usan botas fuertes, zuecos o sandalias.

Los hombres introducen el escote en V junto con pantalones pitillos y zapatillas de marca en su vestuario. Los pantalones claros, aunque por otro lado, los pantalones oscuros aportan una gran elegancia, tanto como las camisas abiertas con camisetas debajo y arremangadas. Las mujeres prefieren moda fresca pero con un toque moderno, poco maquillaje y cabello natural con peinados estructurados, incorporando detalles de la moda de los años 1960. Lo vintage tiene una fuerte presencia en el armario femenino. En cambio, en el vestir masculino empieza a crecer una moda alternativa que busca la identidad, en la que influyen las tendencias y gustos propios, dando lugar a un estilo un poco más arriesgado y divertido.

La sociedad de consumo de masas empezó a desempeñar un papel central en el momento en el que la moda se empezó a entender como la necesidad de marcar una distinción entre cada individuo, de lo cual hablaban Pierre Bourdieu y Jean Baudrillard.[8]​ La moda forma parte de nuestro contexto como personas, influye en diferentes aspectos de nuestras vidas, desde lo que comemos y bebemos hasta los lugares que debemos frecuentar. Actualmente, el simple hecho de vestir trae consigo factores tan diversos como son la autoestima, la seguridad, la experiencia estética, las prácticas del consumo e imitación o el deseo de la inclusión.[9]​ Nunca se debe olvidar que todas las modas son peligrosas desde el momento en el que se vuelven extremas.

Los medios de comunicación masiva son y han sido una importante herramienta en el campo de la información y en la difusión de la misma,[10]​ ya que pueden llegar a cualquier parte del mundo en muy poco tiempo debido al proceso de globalización. Son creadores de una nueva cultura y reorganización global del mercado, generando millones de ingresos a nivel mundial y contando con una influencia tal en la sociedad contemporánea que pocos igualan el poder que se les ha conferido. La moda se encuentra fuertemente ligada a estos medios de comunicación y está controlada por ellos, pues contribuyen a los procesos de socialización.

Vivimos en la era de la comunicación: los medios nos hacen cómplices de información de todo tipo y son los encargados de enseñarnos a modelar las percepciones que tenemos de la realidad. Estos medios bombardean a toda la población, aunque su blanco son principalmente adolescentes y adultos jóvenes, con series, anuncios de televisión, programas, reality shows, redes sociales como Instagram y Facebook, revistas o música, entre otros. Todo esto nos lleva a un nuevo individualismo multicultural. El impacto de las redes sociales y la tecnología entre los jóvenes, basándose en los conceptos sociológicos de grupo y de relaciones primarias, generan entre los jóvenes una necesidad de identidad.[11]

La moda y el vestir guardan una compleja relación con la identidad: la ropa que elegimos llevar puede ser una forma de expresar quiénes somos, de dar detalles sobre nuestro género, clase o posición, por ejemplo.[12]

La nueva generación de consumidores no recibe con pasividad las historias de las marcas que cuentan las compañías, sino que es creadora conjunta de su significado. Para los vendedores, esto significa que el viejo truco de gritar lo fantástica que es la marca o el uso de ella ya no funciona. Hoy día es crucial escuchar a los jóvenes consumidores y entender cómo acomodan las marcas en su estilo de vida.

En sus encuestas Talk Track realizadas a más de 2000 adolescentes en Estados Unidos de entre 13 y 17 años de edad, el grupo Keller Fay encontró que los jóvenes tienen en promedio 145 conversaciones a la semana acerca de marcas.

Por supuesto, cada país o región tiene sus marcas locales preferidas. Topshop domina la industria en Reino Unido, Zara triunfa en España y G-Star en Holanda; pero, en general, es H&M la que logra el mayor éxito a nivel internacional en el mercado de los chicos de la Generación Y.[13]

Se sabe que existe una fuerte compatibilidad entre las emociones, el consumo de moda y el color, sean cuales sean los arraigos culturales o los diferentes tipos de población analizados; es decir, el color muestra correspondencia en cuanto a su significado y está asociado a las emociones. Además, a partir del análisis de las encuestas realizadas en una única región, se demuestra una fuerte tendencia a obedecer las preferencias de color tanto en la toma de decisiones de ingreso en establecimientos de consumo como al evento de la compra en sí; con resultados concluyentes y definitivos en su mayoría, lo que permite inferir que el consumo está afectado por el color y que se puede influenciar al consumidor hasta tal punto de que este desista de consumir un objeto por no encontrar su tonalidad favorita.

El vínculo del color con el consumo de moda no es consistente y genera conflictos con respecto a los significados del color, pero se concluye que a raíz de los efectos del color en las emociones de los individuos, el objeto debe contemplar las tendencias y gamas cromáticas del color desde la perspectiva del diseño para poder dar cobertura a la mayor cantidad de individuos posible.[14]

La moda y las marcas no solo acogen el deseo de imitar a otras personas o a una comunidad determinada, sino de expresar la individualidad; esto es, aunque la indumentaria indica nuestra afiliación a comunidades concretas y expresa valores, ideas y estilos de vida compartidos, no queremos ser «clones» vestidos de forma idéntica a los miembros de esa comunidad. La ropa que elegimos llevar representa un compromiso entre las exigencias del mundo social, el medio al que pertenecemos y nuestros deseos individuales.

Una moda que tenga éxito capta el «estado de ánimo» o el «gusto» que está surgiendo. La moda, como discurso y como práctica, encarna al cuerpo, haciéndolo social e identificable y explica cómo esta construcción del cuerpo a través de la ropa es de considerable importancia para el desarrollo de la sociedad moderna.[12]

A lo largo de la historia, las distintas culturas, ciudades y grupos sociales han utilizado indumentaria perteneciente a la moda como soporte para hacer manifestación pública de su universo particular simbólico, es decir, sus ideologías, credos, cultura emocional, tradiciones, etc.; al igual que como un elemento comunicativo para informar sobre el grupo que la crea. «También los individuos, tomados en términos de identidad personal, perciben que “el vestido habla” y cumple una función socializadora en cuanto a que lo que nos ponemos contribuye al proceso de creación de nuestra imagen, entendida en términos, no de lo que realmente somos, sino de cómo nos perciben los demás.»[15]

Así, la moda se ha convertido en la expresión cultural de gustos, estilos de vida o la identidad personal, en otras palabras, en una metacultura capaz de expandirse con la ayuda de los medios de comunicación social, que mediante la publicidad y marketing, segmentan el mercado y se dirigen a las masas de forma personalizada; explotando el rol de adquisición y construcción de la personalidad expresada mediante objetos de consumo que se convierten en una extensión de lo que somos, debido al significado que se les otorga en los medios, ya sea heredado, tradicional o emergente. «La moda serviría de eficaz contrapeso para estimular la entidad personal y con ello nuestra condición de personas» Glover, 2017.

Hoy en día, la industria de la moda está siendo puesta en duda por su proceso productivo y su consumo.

Listado con los mejores diseñadores de moda de la historia.



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