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José Lázaro Galdeano



¿Qué día cumple años José Lázaro Galdeano?

José Lázaro Galdeano cumple los años el 30 de enero.


¿Qué día nació José Lázaro Galdeano?

José Lázaro Galdeano nació el día 30 de enero de 1862.


¿Cuántos años tiene José Lázaro Galdeano?

La edad actual es 162 años. José Lázaro Galdeano cumplió 162 años el 30 de enero de este año.


¿De qué signo es José Lázaro Galdeano?

José Lázaro Galdeano es del signo de Acuario.


¿Dónde nació José Lázaro Galdeano?

José Lázaro Galdeano nació en Beire.


José Lázaro Galdiano (Beire, Navarra, 30 de enero de 1862-Madrid, 1 de diciembre de 1947) fue un hombre de fortuna, empresario, intelectual, editor y gran coleccionista de arte y de objetos suntuarios. Hombre hecho a sí mismo, destacó como financiero de éxito, coleccionista de arte y bibliófilo, siendo actualmente recordado, sobre todo, por la donación que hizo de sus bienes al Estado español.

José Cecilio Lázaro Galdiano nació en Beire, localidad navarra cercana a Tafalla, a las cuatro y media de la madrugada del 30 de enero de 1862 y fue bautizado al día siguiente en la parroquia de San Millán. En el bautizo, su padrino fue el vicario de la parroquia de San Pedro de Olite, Pedro Suescun, en nombre y comisión del doctor Cecilio Lázaro, maestrescuela de la catedral de Lérida.

Su padre fue Leoncio de Lázaro Garro y su madre, Manuela Gregoria de Galdiano Garcés de los Fayos. Leoncio y Manuela eran modestos terratenientes, aunque hijodalgos sin el menor renunciamiento a su prosapia personal e histórica. Leoncio Lázaro Garro llevó la reciedumbre navarra de su fe católica al extremo de tener siempre (y desde los sesenta años en su propia alcoba) el ataúd en que había de ser enterrado. Todos los años, en determinada época, tomaba sobre sus hombros una pesada cruz, y la llevaba, en sucesivas jornadas, a hombros y descalzo, hasta el lejano santuario de la Virgen de Ujué. Su esposa, muy bella y de costumbres refinadas, falleció cuando aún era niño José Cecilio, y fue substituida en la crianza por Sotera Echarri, su ama de llaves hasta entonces. José Cecilio fue el mayor de siete hermanos, le siguieron Josefa Apolonia, Rogelio María José Miguel, Jesús Mª Bernardo, Carmen Polonia, Ángel Remigio y Asunción Josefa. Tras su paso por la escuela rural donde aprendería las primeras letras, su padre dispuso que estudiase el bachillerato en los Escolapios de Sos del Rey Católico obteniendo el grado de Bachiller en el Instituto de Zaragoza. No destacó especialmente por su rendimiento escolar. Un hermano de su madre, Esteban Galdiano Garcés de los Fayos, fue un rico financiero de Olite, alcalde de Pamplona y director de la sucursal del Banco de España en Navarra, que pudo orientar a su sobrino.

A la edad de quince años entró como escribiente en la sucursal del Banco de España en Pamplona. Allí permaneció hasta aprobar el examen para el ingreso en la escala general de empleados de sucursales. Tomó posesión de su cargo el 9 de octubre de 1880 y dos días después fue destinado a Valladolid, donde intentó compatibilizar su trabajo con los estudios superiores, pues se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras en tres asignaturas, dos correspondientes a los Estudios preparatorios, y una de las que formaban parte de la Licenciatura de Derecho: «Literatura general», «Historia universal -primer curso-» y «Elementos del Derecho romano -primer curso-», materias que aprobó, la primera con la calificación de «Aprobado» y las dos últimas con la de «Bueno». Se sabe que era un empedernido lector.

Por esta época publicaba versos en la revista católica jerezana Asta Regia y en Madrid Cómico. Tras una serie de obligados traslados a Málaga, Valencia, Valladolid y Barcelona el joven funcionario, ya conocedor de los mecanismos financieros y especulativos del oficio, aunque sin haber ocupado cargos relevantes, decide poner fin a su actividad como empleado de banca, con el siguiente argumento:

Dotado de gran inteligencia, atractivo físico, ambición y sensibilidad artística José decidió buscarse la vida en la Barcelona modernista orientando sus gustos hacia el arte y las humanidades aunque frustrara sus estudios superiores. Se desconoce su medio de vida y sus apoyos durante estos años. Sus numerosos hagiógrafos resaltaron su vasta cultura autodidacta pero obviaron los orígenes de su relativamente rápido enriquecimiento. Es decir, no existe una biografía financiera o empresarial de Lázaro. El esquema para un joven ambicioso con aspiraciones de ascenso social era el siguiente: el capital surge de una simbiosis entre la antigua aristocracia y los nuevos burgueses. La aristocracia aportaba prestigio social y la burguesía el emprendimiento. Con el poder económico este grupo acaparaba el poder político y cultural (literatura, arte, modas, consumo). Él comenzaría acercándose a la gente que importaba. Para comprender la biografía de Lázaro hay que analizar su constante juego dialéctico, circulando dentro de estas cuatro categorías: autoestimariquezajactancia culturalprestigio social.

En sus comienzos mostraba una gran versatilidad como periodista. Dotado de una asombrosa soltura impartía conferencias en los Ateneos sobre su tema favorito: las «Relaciones entre artistas y literatos en las historias artística y literaria españolas»[1]​ ayudándose de diapositivas, un sistema revolucionario. Iniciado en el círculo del periódico catalán La Dinastía, lo mismo se anunciaba en las sesiones culturales del Ateneo barcelonés que colaboraba en un periodismo ligero, del corazón, dedicado a las mujeres; llevaba una sección desenfadada en La Vanguardia (1887-1888) titulada «Damas y Salones» en la que incluso adquirió reputación como gacetillero esnob[a]​ y crítico literario y de arte en El Imparcial o El Liberal de Madrid, medios en los que continuó escribiendo sobre arte, cultura y política.

finas, alegres y honestas,
en quien están todas estas
y otras mil gracias y cosas

Como hobby, y siguiendo una moda, comenzó a significarse por coleccionar antigüedades, que distribuía por su casa. Su personalidad metódica le acercaba a determinado patrón de conducta: al del coleccionista activo, ordenado y cuidadoso, con cierta tendencia obsesiva a buscar, acumular, clasificar y catalogar series de bienes tangibles.[3]

Participó en algunas comisiones menores de la Exposición Universal de Barcelona de 1888.[b]​ Trabajó algún tiempo en la Trasatlántica, compañía naviera donde había posibilidades de grandes ganancias con el transporte de ingentes cantidades de soldados y avituallamientos a la isla de Cuba. Trabó amistades con personalidades que podrían ayudarle, como el catalanista Narcís Oller y relaciones más estrechas con Emilia Pardo Bazán[c][4][5]​ y con el político Emilio Castelar, bastante mayor que él.[d]​ Ambos le ayudarían más tarde en Madrid en su proyecto cultural: la que fue considerada como mejor revista culta de la época La España Moderna y por la que desfilarían las plumas más brillantes e influyentes.[6]

José Lázaro se instaló en Madrid en 1888 provisto de una primera acumulación de capital. Su espíritu emprendedor comenzó fundando y dirigiendo en cuerpo y alma un negocio editorial: la revista literaria para personas cultas que llamó La España Moderna. Parece indudable que recabó la ayuda, no sólo moral, de la escritora Emilia Pardo Bazán.[e]

La revista salió a la calle. En la portada del primer número Lázaro escribió su intención y deseo de que la revista:

En Madrid hizo buenas relaciones a través de los salones de amistades importantes, como Cánovas del Castillo.[7]​ Sin ningún soporte académico el audaz Lázaro se presentó, aunque sin éxito, a la oposición de la Cátedra de «Concepto e Historia del Arte», vacante en la Escuela Central de Artes y Oficios.[f]​ A instancias de sus amigos por fin en mayo de 1898 terminó la carrera de Derecho a los treinta y seis años de edad.[g]​ En 1899 mostró su casa a un admirado Rubén Darío, que pudo contemplar el cuadro El Salvador adolescente, atribuido en aquel entonces por Lázaro a Leonardo da Vinci, calificándolo como la Santa panagia de su colección. El escritor nicaragüense pregona la glamorosa disposición de su casa (Cuesta de Santo Domingo, n.º 16) y describe además intuitivamente a José Lázaro como «soltero, joven y muy rico».[8]​ Realmente era ya un hombre de mundo que viajaba mucho y se defendía bastante bien en francés.[h]​ En los hoteles internacionales Lázaro frecuentaba a estancieros argentinos, banqueros e industriales norteamericanos, fazendeiros brasileños, barones letones, príncipes rusos... un abigarrado pueblo donde el volumen de las propinas establecía la jerarquía. Conoció en París a un joven diletante argentino recién casado y con aspiraciones literarias; le publicó una poesía en La España Moderna[9]​ y pronto se hizo amigo de él en aquel ambiente cosmopolita. Escribía a su madre:

Su madre, joven viuda con otros dos hijos pequeños, era congruente con la práctica de las clases altas argentinas de la época que pasaban largas temporadas preferentemente en París, Londres y Madrid con visita obligada a la Santa Sede.[i]​ Los papas de esta época llegaron a otorgar a ciertas viudas benefactoras criollas títulos nobiliarios.[j]​ En uno de sus viajes a Madrid tuvo la oportunidad de visitar la colección de Lázaro. En determinado momento escribió a su hijo poeta Juan Francisco Ibarra para notificarle

En 1903 José Lázaro se casó en la embajada española de Roma con Paula Florido y Toledo (San Andrés de Giles, Argentina, 1856-Madrid, 1932),[10][11]​ dama muy rica que había enviudado anteriormente en tres ocasiones y que aportó tres hijos: con sólo diecisiete años se casó con el español Francisco Ibarra Otaola[12]​ (que le dejó una gran fortuna) residente en Argentina, con quien tendría el único hijo que le sobreviviría. Tras enviudar, se casó con el gallego Manuel Vázquez Castro "Barros",[13]​ que le dio una hija. Este segundo matrimonio fue muy breve, y tres años después, viuda de nuevo, se unió al porteño Rodolfo Gache, con quien tendría otro hijo.

Paula tenía 47 años y José 41 años.[k]​ José Lázaro estabilizó la riqueza del matrimonio (proveniente principalmente de la explotación de haciendas agrícolas y ganaderas en la zona de Bolívar, Argentina, administradas por un hermano de Paula) con su conocimiento financiero y sus inversiones estratégicas en arte, en empresas y en entidades bancarias, como el Banco Hispano Americano del que fue uno de sus fundadores.

De carácter altanero y duro para los negocios, pudo desenvolverse entre la gran actividad económica que se suscitó en la Restauración con el retorno de capitales desde las colonias recién perdidas, con el proteccionismo nacionalista o con el negocio de guerra. Unos años más tarde publicó un opúsculo sobre cambismo y la valorización de la peseta.[14]​ Posiblemente fuera más un financiero que un empresario. Probablemente estableciera lazos financieros y de negocios con gente importante de la Argentina a las que agasajaba en su casa, conocida desde el otro lado como El palacio de los Argentinos[l]​ y cuya opulenta economía estuvo muy receptiva con Europa.

Su talante expeditivo quedó de manifiesto en el artículo «Un forjador de cultura» que había solicitado a Unamuno[15]​ para que lo publicase en el periódico La Nación de Buenos Aires. Con ocasión de un viaje a la Argentina con su esposa, pidió a su amigo un artículo elogioso sobre su persona y su obra para no llegar a la patria de su mujer como cualquier emigrante sin fortuna.[16]

El artículo se publicó en La Nación el 8 de agosto de 1909 y comenzaba: «..Está otra vez ahí, en esa ciudad de Buenos Aires José Lázaro. Y ¿quién es José Lázaro?, se preguntarán sin duda, al leer esto, los más de mis lectores de La Nación [...]» Y terminaba: «Y ahora que él se encuentra ahí, en esa tierra argentina, de donde es la compañera de su vida, me creo en el deber de saludarlo desde estas columnas y de presentarlo a mis lectores de La Nación. Y puedo añadir que si aquí me estáis leyendo con alguna frecuencia, a él, a Lázaro, más que a otro se lo debo, pues sin él, no sé si acaso hubiese tenido que colgar mi pluma.»

Parece ser que Lázaro había descubierto las posibilidades de Miguel de Unamuno, desconocido profesor recién incorporado a Salamanca; le ofreció trabajo como traductor de griego y de alemán y publicó sus primeras obras. Aunque pagaba poco a sus empleados más necesitados.

La empresa editora era un negocio poco lucrativo porque en España se leía poco. Pero se consolidó merced al incipiente mecenazgo de José Lázaro Galdiano, cuyas intenciones eran claras:

Huelga decir que el inteligente empresario se estaba construyendo su propia imagen de potentado con carisma intelectual, utilizando la revista como plataforma entre la gente que importaba:

La estructura de la revista literaria La España Moderna[20]​ respondió al siguiente esquema: un relato o una novela corta distribuida en varias entregas; una poesía, notas bibliográficas firmadas por especialistas, crónicas, secciones y artículos. En la revista colaboraron mediante contrato firmas de los escritores españoles de la generación del 98 como Emilia Pardo Bazán, Unamuno, Echegaray, Clarín, Palacio Valdés, Zorrilla, Pérez Galdós o Menéndez y Pelayo, políticos y pensadores como Giner de los Ríos, Rafael Altamira y Crevea, Silvela, Castelar, Cánovas y Pi y Margall. También se publicaron en la revista, en muchas ocasiones por primera vez en español, obras de escritores extranjeros como Dostoievsky, Tolstói, Balzac, Daudet, Flaubert, Gorki y Zola, por ejemplo.

La editorial editó, además de centenares de títulos literarios, otras revistas más especializadas como La Revista Internacional, Revista de Derecho y Sociología y La Nueva Ciencia Jurídica que, como La España Moderna pretendían mejorar el acceso de los lectores españoles a lo más interesante de la ciencia y las letras. Hacia 1919 José Lázaro dejó definitivamente el negocio editorial.

José Lázaro utilizó una nueva estrategia de promoción personal: el culto de la propiedad artística como mito aristocrático. Interpretando el coleccionismo como una construcción intelectual noble, estableciendo conexiones ideológicas entre estatus social y el acopio de determinados artefactos artísticos o culturales, que adquirirían valor simbólico y servirían para acompañar determinadas prácticas sociales.[21][22]

Asiduos de Biarritz, Deauville y establecimientos termales a la moda, donde se desplazaba toda la familia, compartían ambos cónyuges la pasión exquisita por el coleccionismo, sus conocimientos del mercado de arte[m]​ internacional y su gusto por las joyas valiosas. Su importante fortuna común les permitió la construcción de su hogar en Madrid en el palacete de Parque Florido (Serrano, 144), de estilo neorrenacentista (en flagrante contraste con el estilo modernista que recién conoció José en Barcelona). Lo decoraron con materiales nobles y se convirtió en la sede de sus colecciones de objetos preciosos. Proyectado en 1904 por el arquitecto José Urioste Velada,[n]​ sus planos fueron modificados, según instrucciones laboriosas del propio Lázaro, por los arquitectos Joaquín Kramer y Francisco Borrás, los cuales se sucedieron en la dirección de las obras hasta su conclusión en 1908. Los techos de las estancias principales fueron pintados, al óleo sobre lienzo, por Eugenio Lucas Villaamil. Para el visitante tenía el atractivo añadido de disponer de luz eléctrica y de un ascensor (adminículo desconocido en Madrid).

Los Lázaro abrieron sus salones a la agobiante y competitiva vida social madrileña, ofreciendo continuas fiestas, incluso benéficas, a la sociedad opulenta y ociosa de la Restauración Monárquica decadente.[o]​ Las reseñas sociales de periódicos como La Época, El Heraldo y ABC[23]​ están llenas de citas a estos saraos en los que se admiraba arte, se comía, se bebía té, champagne[24]​ y se jugaba al bridge.[25][p]​ El mismo día de su inauguración (29 de mayo de 1908) les rindió visita la tía del rey, infanta Eulalia, acompañada de sus hijos y un numeroso cortejo para admirar sus antigüedades.[26]

Al igual que los papas y algunos príncipes laicos, la cotidianidad de los Lázaro prácticamente se desenvolvía entre objetos preciosos y piezas únicas, cuyo acopio estaba justificado no solo por el efecto de su valor intrínseco sino por la relación que sus propietarios mantenían con ellos.[27][q]​ En 1913 su colección de pinturas se había ampliado a 466 obras. A las pinturas y dibujos se unían las esculturas, armas, medallas, libros,[r]​ marfiles, miniaturas, muebles, tapices, abanicos[s]​ y todo tipo de objetos bellos. Se encaprichó de la espada del conde de Tendilla que vio en una exposición. Sus poseedores, de la casa de Sallent, no querían venderla en España por lo que en 1912 hubo de pagar por ella 120.000 pesetas a unos marchantes de Múnich.[28]​ Todo ello configuraba una colección bizarra, cara y heterogénea —«cuya abundancia es nociva para el disfrute»— como dijo alguien[29]​ pero muy consonante con el recargado gusto pompier de la época. Uno de los rasgos más característicos de Lázaro Galdiano era su apasionada incontinencia de poder: el poseer, el atesorar, por encima incluso de la emoción estética. Como dijera en su día el marqués de Lozoya:

Todo coleccionista necesita informarse sobre el objeto de sus colecciones. Aunque Lázaro tenía una cierta reputación como entendido en el extranjero, especialmente en Estados Unidos y Francia, donde llegó a ser elegido presidente del XXIII Congreso Internacional de Historia del Arte de París (1921), su mérito intelectual como autoridad en arte y antigüedades no fue plenamente reconocido entre el estamento institucional, político y académico español. El control de los asuntos del patrimonio histórico-artístico estaba en manos de la aristocracia ociosa, del alto clero y de la propiedad terrateniente deferente, tenedora de las fincas y monumentos, quienes no se dejaron impresionar y lo consideraron un parvenu recién llegado a un mundo que les pertenecía por derecho natural.[t]

Lázaro se dejó tentar por la política. En las elecciones parlamentarias a diputado de cortes de marzo de 1914 se presentó por Madrid (Chamberí)[31]​ con los liberales-romanonistas[32]​con la coalición monárquica, sin obtener escaño. Posteriormente sustituyó efímeramente como diputado por Orihuela (Alicante) a Manuel Ruiz Valarino en 1919[33]​ Entre los años 1912-18 fue un miembro muy activo del Patronato del Museo del Prado donde llevó a cabo una importante actividad.[u]​ Por desavenencias con algunos de sus miembros a causa de su incuria, dejó de asistir a las reuniones, presentó su dimisión y lo abandonó en 1920.[v]​ Su figura destaca también entre los columnistas defensores del patrimonio artístico español, centrando su actividad en la recuperación de obras que habían salido de nuestras fronteras y oponiéndose con firmeza al expolio mercantilista del arte.[w]​ Desde 1924 consta como socio del Ateneo de Madrid [23] (aunque no fue incluido en las comisiones de arte). En cambio no perteneció a la elitista Sociedad Española de Amigos del Arte, que editaba una revista trimestral llamada Revista Española de Arte.[34]

Siempre autosuficiente, entre 1925 y 1928 Lázaro publicó por su cuenta no menos de ocho trabajos de erudición (ver bibliografía). Desprovisto de crédito universitario, su solicitud para ingresar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando no fue aceptada, respondiéndole el conde de Romanones, entonces presidente de la Academia, además de presidente del Consejo de Ministros:

La casa de los Sres. de Lázaro alcanzó un perfil singular como punto de referencia en el Madrid elegante, pero las cuitas familiares de Paula Florido ocasionaron el cierre definitivo de los salones y su desaparición de las columnas «mundanas» de la prensa conservadora. Primero fue la muerte de su primera nieta Laura y el posterior divorcio de su hijo mayor en 1914, luego el fallecimiento en plena juventud de su hijo Rodolfo Gache, en 1916 [36]​, cuando ya había dado muestras de sus cultas aficiones artísticas y literarias y finalmente, la temprana desaparición de su hermanastra Manolita Vázquez Barros en 1919.[x][37]

En 1929 Paula Florido de Lázaro testó en Madrid designando heredero universal a su único hijo sobreviviente Juan Francisco Ibarra[38]​ y a su nieto Néstor de Ibarra Saubidet. A su marido José le legó la casa Parque Florido con todo su contenido:

Siendo consejero del Banco Hispano Americano desde 1928, recién instaurada la II República José Lázaro Galdiano fue presa de ciertas dudas y se vio imputado[39]​ y procesado[40][41]​ junto a un grupo de monárquicos en 1932, por un asunto de evasión de capitales en gran escala. Para disfrutar de libertad provisional tuvo que depositar en un juzgado especial una fianza total de 14.000.000 de pesetas de la época, las que evadió a través de Suiza.[42]​ Luego fueron amnistiados durante el llamado Bienio negro en 1934, siendo Ministro de Justicia Ramón Álvarez-Valdés, antiguo compañero en el consejo de administración del Banco Hispano Americano.[43]​ Precisamente durante el debate de la ley de amnistía, patrocinada por los grupos derechistas, el parlamentario socialista Indalecio Prieto suscitó la cuestión de que con una tal amnistía general serían favorecidos delitos de toda índole, como el de José Lázaro.[44]​ Después del fallecimiento de su esposa en octubre del 1932, José Lázaro se recluyó mucho en el ámbito social, si bien continuó coleccionando con obsesión compulsiva.

José Lázaro había descubierto la pintura de los Lucas (padre e hijo)[y]​ en 1905[z]​ y desde entonces intentó acapararlos y colocarlos en los circuitos internacionales del arte. Compró y vendió obras de Eugenio Lucas Velázquez y Eugenio Lucas Villaamil llegando a reunir una importante colección de sus cuadros. Este conjunto lo mostró al público en la Sala Iturrioz de Madrid en 1912; más tarde formaron parte de una exposición celebrada en la galería Heinemannn de Munich ese mismo año y luego en Berlín donde vendió varias de sus obras. Entre 1913 y 1928, Lázaro siguió exponiendo y vendiendo obras de los Lucas y adquiriendo otras en el mercado del arte,[aa]​ de tal forma que llegó a reunir un importante conjunto tanto de pinturas como de dibujos que guardó hasta su presentación en París, donde le sorprendió el golpe de Estado de julio de 1936, mostrando allí además sus mejores libros en la Exposición de la estética del libro español. Su presencia en esta exposición probablemente le salvó la vida. Con respecto a la pintura contemporánea, se sabe que comerció con coleccionistas de Argentina sin que él la coleccionara.[45]

Con su patrimonio a buen recaudo, pasó los años de la Guerra Civil Española resguardado en el extranjero, primero en París y luego en Nueva York, donde continuó procesando antigüedades en un mercado dislocado por la guerra,[ab]​ insensible al arte contemporáneo, exponiendo sus mejores obras y dando conferencias de alto contenido estético.[46]​ Tras el estallido de la Guerra Civil, muchas residencias de Madrid, como palacios, palacetes, casas de campo, fincas urbanas, etc., fueron abandonadas por sus propietarios, dejando en ellas aquellos objetos de arte y del patrimonio bibliográfico y documental que no pudieron llevarse en su huida. El gobierno de la República se incautó del palacio Florido,[ac]​ para residencia de artistas jubilados. Fue confiscado por la Asociación General de Actores de España de la UGT, por inspiración de Josefina Díaz de Artigas. Sus tesoros no fueron saqueados sino protegidos y trasladados a Valencia por el Gobierno republicano. El palacio no fue sometido a bombardeos por la aviación rebelde ya que los pilotos nacionales tenían órdenes de no destruir el barrio de Salamanca.

Volvió a Madrid terminada la guerra y se mantuvo en buena armonía con el régimen de Franco. Se sabe que Lázaro Galdiano reclamó su patrimonio (Decreto de 22 de abril de 1938 y Orden de 13 de enero de 1940), que le fue devuelto, excepto una parte de su biblioteca —hoy en la Biblioteca Nacional— y un conjunto de documentos que quedaron en el Archivo Histórico Nacional. Tenía su casa tan colmada que vivía en el hotel Ritz, falleciendo en 1947 a los 85 años con fama de «viejo huraño, arbitrario y esquivo con las gentes».

Su hermano Jesús vivía en Madrid y tenía trece sobrinos, pero temiendo la dispersión de sus colecciones José Lázaro Galdiano había dispuesto una acción filantrópica de envergadura que perpetuase su memoria y la de su esposa, como hizo años atrás el marqués de Cerralbo. Legó su patrimonio al Estado español, mediante una sólida Fundación que llevara su nombre.

El día 26 de diciembre de 1947, se publicaba en el Boletín Oficial del Estado la aceptación de la herencia de José Lázaro y poco después el 18 de julio de 1948 la Fundación Lázaro Galdiano. Siempre discreto con el volumen de su peculio, se supo a su muerte que era la mayor fortuna de España y una de las cinco más grandes de Europa. Fue el mayor accionista del Banco Hispano Americano, por encima de Basagoiti, que fue presidente y cofundador. Poseía acciones de Nestlé, participaciones de los cines de París, dinero en la Banca Morgan, y en bancos suizos, ingleses y americanos.[48]​ Curiosamente, a pesar de su impronta navarra no se le conocieron relaciones ni acercamientos a la Iglesia católica española, siempre interesada en la salvación de los próceres.

A finales de los años cuarenta, se constituyó la Comisión de la Fundación, con el objeto de administrar y gestionar este volumen patrimonial. Más tarde se instituyó un Protectorado para asumir las funciones de dirección de este órgano; estaba constituido por la Jefatura del Estado y varios ministros, junto con el director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el de la Real Academia de la Historia y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En 1951, Franco, acompañado por su esposa —también notoria coleccionista—, inauguró[49]​ en el palacete de Parque Florido, el Museo Lázaro Galdiano (calle Serrano 122, Madrid) [24], después de unas reformas de adecuación dirigidas por Fernando Chueca Goitia. En la actualidad, el Patronato Rector está compuesto por la ministra de Cultura, el subsecretario de Cultura, el interventor general del Estado, los directores generales de Patrimonio, de Bellas Artes y el abogado general del Estado. El museo se mantuvo sin cambio alguno hasta enero de 2001, momento en que cerró sus puertas para acometer importantes obras de rehabilitación arquitectónica y reorganización museológica y museográfica, hasta su reinauguración el 13 de febrero de 2004. Las obras fueron realizadas según los proyectos de los arquitectos Fernando Borrego y Jesús Moreno, respectivamente.

Las colecciones que fue reuniendo José Lázaro a lo largo de su vida incluyen unas 12.600 piezas de los géneros artísticos más diversos, siempre dentro del arte clásico (Lázaro no coleccionó arte de su tiempo) y muy centrado en el arte español, cuyo patrimonio luchó por mantener en España, frente a la importante presión de coleccionistas y museos internacionales.[50]​ En esta faceta de promotor de la conservación del arte español, mantiene un interesante paralelismo con el coleccionista norteamericano Archer Huntington, fundador de la Hispanic Society de Nueva York.

Destaca su excelente pinacoteca con más de 750 pinturas en la que sobresale la representación de pintura española con autores que abarcan desde el Renacimiento hasta el Romanticismo como: Sánchez Coello, El Greco, Zurbarán, Ribera, Murillo, Velázquez, Carreño de Miranda, Mateo Cerezo, Claudio Coello, Luis Paret, Goya (de quien la colección es una referencia muy relevante) o Leonardo Alenza... y en la que la colección de tablas góticas y del primer renacimiento español puede considerarse entre las mejores del mundo. La colección de pintura incluye también una interesante representación de la escuela inglesa: Peter Lely, Reynolds, Constable o Romney... así como de los primitivos flamencos y alemanes, con obras tan importantes como Meditaciones de San Juan Bautista de El Bosco. Una de las pinturas más singulares de la pinacoteca es el cuadro anónimo renacentista El salvador adolescente, que aunque actualmente es atribuido a uno de sus discípulos, pasó durante muchos años por ser la única pintura de Leonardo da Vinci en España.

Su faceta de bibliófilo se refleja en piezas notables, como el incunable L´Antiquité Judaique de Flavio Josefo, fechada entre 1460 y 1470, el Libro de horas de Gian Giacomo Trivulzio, obra milanesa de hacia 1500, o el Tratado de la Pintura Sabia de fray Juan Ricci, sin olvidar el Libro de descripción de verdaderos Retratos, de Ilustres y Memorables varones, manuscrito autógrafo de Francisco Pacheco, maestro y suegro de Velázquez y uno de los grandes teóricos españoles del siglo XVI. A su excelente biblioteca añadió alrededor de mil libros de la de su gran amigo Antonio Cánovas del Castillo, que adquirió —así como su archivo— tras el asesinato de éste, en 1897.[51]

También son importantes las colecciones de esculturas y otras artes decorativas como esmaltes, marfiles, orfebrería, bronces antiguos y renacentistas, joyas, armaduras, muebles, cerámicas y cristalería.



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