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Juana de Ibarbourou



Juana de Ibarbourou (Fernández Morales, de soltera), también conocida como Juana de América (Melo, Uruguay, 8 de marzo de 1892-Montevideo, 15 de julio de 1979), fue una poeta uruguaya. Es considerada una de las voces más personales de la lírica hispanoamericana de principios del siglo XX, cuyos poemas tienden a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza[1]​. El 10 de agosto de 1929 recibió, en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, el título de «Juana de América» de la mano de Juan Zorrilla de San Martín frente a una multitud de poetas y personalidades. Fue enterrada con honores de Ministro de Estado en el panteón de su familia del Cementerio del Buceo.[2]

Nació el 8 de marzo de 1892, aunque ella proclamaba haber nacido en 1895. Su nombre era Juana Fernández Morales, pero se hizo conocida como Juana de Ibarbourou, tomando el apellido de su marido, el capitán Lucas Ibarbourou, con quien se casó a los veinte años. Su padre, Vicente Fernández, español de Galicia, nació en Lorenzanaprovincia de Lugo—, cuya biblioteca municipal lleva el nombre de la poetisa. Su madre, Valentina Morales, pertenecía a una de las familias españolas más antiguas del Uruguay. Vivió hasta los 18 años en Melo. Sobre su niñez y sus vivencias allí escribió:

Su primera residencia en Montevideo estaba ubicada en un solar de la calle Asilo N.º 50, que con los años pasaría a ser el N.º 3621, entre las calles Pernas y Comercio. Allí vivió entre 1918 y 1921.[4]​ Sus primeros poemas fueron publicados en periódicos bajo el seudónimo de Jeannette d’Ibar.[5]

Escribió sus tres primeros libros: Las lenguas de diamante, El cántaro fresco y Raíz salvaje entre 1919 y 1922. Al comienzo su adaptación fue difícil porque rechazaba vivir en la ciudad. Con los años, sin embargo, terminó considerando a Montevideo como «su ciudad».[2][6]

En una carta fechada en Montevideo el 29 de julio de 1919, Ibarbourou pedía opinión sobre su primera obra a Miguel de Unamuno, con la petición de que remitiera ejemplares de su libro a los poetas Antonio y Manuel Machado y a Juan Ramón Jiménez. Este le contestó expresándole su sorpresa y agrado por sus versos. Destacaba su desnudez espiritual y frescura.[7]

El gobierno le ofreció una cátedra de Lengua y Literatura en el Instituto Normal adaptándose su libro Páginas de literatura contemporánea como texto escolar. Se había convertido en un mito nacional.[8]

En 1929 recibió el título de «Juana de América». Juana describió ese momento así:

En 1938 el Ministro de Educación de Uruguay organizó un curso de verano llamado “Curso sudamericano de vacaciones” en la Universidad de Montevideo. Fue invitada junto a Gabriela Mistral y Alfonsina Storni para explicar su poesía y su proceso creativo. En su conferencia, titulada Casi en pantuflas, expuso que el acto de creación poética ocurría en soledad, en un ambiente cotidiano. Se alejaba de la idea de santidad referida al poeta hombre.[9]

El 3 de octubre de 1947 fue elegida para sentarse en un sillón en la Academia Nacional de Letras.[2]​ En su discurso de ingreso, dijo: "Nunca conocí fiesta mayor que cuando mi padre recitaba, bajo el rico dosel del emparrado, versos de Rosalía. De ahí mi vocación."[10]​ En 1950 fue designada para presidir la Sociedad Uruguaya de Escritores. Cinco años más tarde fue premiada en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid por su obra.[5]​ En 1953 fue nombrada Mujer de las Américas por la Unión de Mujeres Americanas en Nueva York.[10]​ En 1959 se le concedió el Gran Premio Nacional de Literatura, otorgado ese año por primera vez.[11]

Federico García Lorca y Juan Ramón Jiménez, la visitaron en su casa en Montevideo. Sin embargo su vida personal no fue feliz. Sufrió violencia de género y fue adicta a la morfina. En 1962, y con cinco invitaciones para dar conferencias en Madrid, Galicia, Israel y Colombia, escribió al periodista Hugo Petraglia Aguirre: “Tú sabés que hasta la esquina de mi casa resulta lejana e inaccesible para mí. Ya sabes mi lucha y la atención tensa y constante por mi casa. He vivido siempre dulcemente prisionera de ella y con un continuo ofrecimiento de alas para levantar vuelo inútilmente (…) Mi destino será el mundo a través de los vidrios de mi ventana”.[7][12]

Al morir fue velada en el mismo Salón de los Pasos Perdidos en que fue nombrada «Juana de América». El gobierno del momento dispuso un día de duelo nacional y fue enterrada con honores de Ministro de Estado, siendo la primera mujer en la Historia de Uruguay a la que se le otorgó tal distinción.[2]

Su poesía, con imágenes modernistas, tiene un sentido optimista de la vida, expresado con un lenguaje sencillo, sin complejidades conceptuales, que redunda en una expresividad fresca y natural.[11]

El tema central de su poesía es el amor, acompañado por la juventud y la belleza, que se manifiesta en la naturaleza aunque en su madurez le preocupa la noche, la vigilia, la soledad y la muerte ya que representan la ausencia del amor y la naturaleza exuberante de su juventud.

Su motivo más frecuente es la naturaleza, representada en los bosques, las selvas, los ríos y el mundo animal junto a los elementos, tierra, viento y especialmente el agua. Los motivos que utiliza evolucionan a lo largo de su poesía, así la noche tiene una evolución en su significado, ya que pasa de tener connotaciones amorosas a representar la muerte en su etapa de madurez. Y el paisaje marino que aparece en su fase madura refleja una crisis personal, representando la soledad y, por tanto, el presentimiento de la muerte.[13]

Sus tres primeros libros pertenecen al modernismo,que se percibe en la abundancia de imágenes sensoriales y cromáticas y de alusiones bíblicas y míticas. En ellos tendía a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la belleza física y de la naturaleza.[5]

En su primer libro, dedicado a su compañero y esposo, se desveló entregándose totalmente en sus poemas hasta quedar en un estado de vulnerabilidad. Ello se interpretó en un lenguaje erótico, etiqueta que la perseguiría siempre. María Eugenia Vaz Ferreira, a los pocos días de recibir un ejemplar de su libro, le contestó diciendo "yo no leo indecencias". Por su parte, Gabriela Mistral lo calificó como un modelo de feminidad. Para ibarburu era el reflejo del alma de una muchacha sensible y apasionada.[14]

Raíz salvaje (1922) es un libro sorprendente por lo arraigado en la vida cotidiana, en él aparecen elementos como un plumero, un tranvía, el agua corriente qué Ibarborou consiguió trascender e integrarlos en un contexto poético.[8]

En La rosa de los vientos (1930) se adentró en el vanguardismo, jugando con imágenes surrealistas.[5]

Entre 1930 y 1950 publicó tres libros de prosa: Loores de Nuestra Señora, Estampas de la Biblia, Chico Carlo, y uno de teatro para niños: Los sueños de Natacha. Volvió a publicar poesía en 1950 con la aparición de Perdida.[11]

Su libro Perdida (1950) supone un giro importante en su poesía, quizás explicable por la muerte de su esposo en 1942 y de su madre en 1949.[8]

En la última entrevista concedida en 1974, al ser preguntada qué libro elegiría comentó que Chico Carlo porque era casi autobiográfico. Eran los recuerdos de su infancia y pensaba que de alguna manera eran los recuerdos de la infancia de todos.[14]



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