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Juicio particular



Según la doctrina católica y algunas ramificaciones protestantes, el juicio particular es el momento en que el alma, que se separó de su cuerpo inmediatamente después de su muerte, define si ella va al Cielo, al Infierno o Purgatorio. Más concretamente, el juicio particular "es el juicio de retribución inmediata, que cada uno, a partir de la muerte, recibe de Dios en su alma inmortal, en relación a su fe y a sus obras" realizadas en su camino de santificación terrena.[1]​ El Cielo y el Infierno son estados eternos y definitivos, el Purgatorio es un estado temporal y siempre irá al Cielo.

Ese «juicio» no es visto como una acción arbitraria de Dios, sino como una concesión al alma para que tenga consciencia de lo que fue en su vida terrestre. Después de esta epifanía particular, que es cumplida por Cristo, el alma será destinada a estar:

Según la Iglesia católica, el Juicio Final, aquel que según esta va a reunir a toda la humanidad, confirma la sentencia efectuada en el juicio particular de cada individuo. La iglesia también cree que ocurrirá también la resurrección final de los muertos, donde todas las almas volverán a juntarse con su cuerpo, pero ya inmortal (glorioso).[5]​ Todos los resucitados que merezcan el Paraíso pasarán a vivir en el Reino de Dios, que también se realizará plenamente en este momento del fin del mundo y que corresponde a los nuevos cielos y a la nueva tierra prometidos por Jesús.[6]

Del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, artículo 12 (disponible en línea en El juicio particular)



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